sábado, 3 de enero de 2009

Vive en el mundo, pero no seas del mundo.



Agilulfo es un caballero andante enamorado. Sabe que su amor no puede ser físico, no puede tener cumplimiento en una mujer determinada, aunque sea tan hermosa como María. Su espíritu fue insuflado a la vida, hace más de mil años, no para que se entregara con un amor absoluto a una mujer; ¡ un amor con en el que jugarse el todo por el todo!, sino para profesar entre los humanos, los sentimientos que ese absoluto anularía: la solicitud, la atención, la compasión, la ternura... ¡ Por igual entre todos ellos!.

Este tipo de amor, como enseñó Jesucristo, sólo cuadra con una visión contemplativa de la vida; el enseñó: “Vive en el mundo, pero no seas del mundo”.

Ese tipo de amor exige sobre todo atención y cuidado: la postura del espectador, de quien observa espectante y está preparado es la que más conviene al amor. Quien contempla la vida está más cerca del amor que quien se deja arrebatar por ella.
El mundo físico está compuesto de materia y de las formas que adopta esa materia. A lo largo del tiempo, las formas aparecen, se transforman y desaparecen. Nuestro cuerpo, nuestros amigos y nuestros seres queridos, los lugares, los trabajos, nuestras capacidades y oportunidades; todas estas cosas aparecen, se transforman y desaparecen. Si consideramos que todas estas apariciones, transformaciones y desapariciones son amenazas para nuestra seguridad, reaccionaremos con miedo. Si las consideramos como momentos de misterio que se desvelan ante nuestros ojos, responderemos con amor.


Ave Verum Corpus. W.A. Mozart

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