Aunque en su "Critica a la Razon Pura" Kant, habia eliminado del idealismo la cosa “en sí” que es absolutamente inaccesible a ningún conocimiento teorético y por consiguiente, la metafísica nunca podrá ser objeto de un conocimiento científico.Esto no significa que para Kant, la metafísica sea un saber absolutamente injustificado.Muy por el contrario pensaba, esta tendencia hacia lo unitario y lo incondicionado que aparece en la metafísica, es una de las características de la propia razón."La razón hace funcionar incansablemente su capacidad de síntesis, saliéndose de los límites de la experiencia. No le basta con una panorámica sucesiva de vivencias y trasciende al “yo como sujeto de conocimientos” sintetizando el cuerpo y el alma en el yo vivencial; unifica los distintos objetos en una globalidad, el universo; y termina por romper la inacabable cadena de causas y determinaciones de los fenómenos en una causa originaria e incausada, con la ilusión de evitar que todo nuestro conocimiento quede colgado de una incógnita".
Kant ubica la metafísica dentro de la actividad espiritual humana que podemos condensar con el nombre de conciencia moral. Le parece obvio que la actividad de conocer es sólo una de las actividades que el hombre ejecuta. Es evidente la realidad histórica de de la conciencia moral. Y puesto que continuamente, a lo largo de nuestra vida, además de a conocer, tenemos que aplicar nuestra razón a saber como hemos de obrar, hay juicios morales que contienen principios tan claros y evidentes como los de la lógica racional. A estos principios se aplica una parte de la razón, lo que él llama razón práctica. Y es esta razón aplicada a la acción, a la moral, la única que puede conducir al hombre a los objetos metafísicos.
El análisis de estos principios conduce a que los calificativos morales no pueden predicarse de las cosas. Pues esta razón no va encaminada a la determinación de lo que las cosas son. Las cosas son indiferentes al bien o al mal, el mérito o demérito sólo pueden predicarse del hombre, de la persona humana. Por tanto, para determinar la calidad moral de un acto, no habrá que estar al contenido efectivo del mismo, sino a la voluntad del hombre. El problema, queda pues, planteado en ¿Cómo determinar si una voluntad es buena o mala?. Examinando esta cuestión, Kant advierte que todo acto voluntario se presenta a la reflexión en la forma de un mandato, de un imperativo. Todo acto aparece en nuestra conciencia en la forma de un mandamiento (tengo que hacer esto, debo evitar esto otro).
Este imperativo en el que se especifica todo acto voluntario puede ser de dos clases: hipotético y categórico. Hipotético es aquel en que el mandamiento mismo queda sujeto a una condición. Por ejemplo: si quieres sanar de tu enfermedad toma la medicina. En este tipo de mandamiento que es el de todas las éticas existentes hasta entonces, la maldad o la bondad humana dependen de algo que se considera el bien supremo para el hombre (ya sea el placer, la felicidad, la santidad, la salvación), y por tanto es condicional y heterónomo, puesto que el mandato se recibe desde fuera de la propia razón.
El imperativo Categórico, es aquel cuyo cumplimiento no está sujeto a ninguna condición, salvo el deber racional. Kant pretende fundar una ética estrictamente universal y racional, por ello descarta que la misma pueda tener una base empírica y heterónoma. La ética debe ser a priori y autónoma, el sujeto ha de darse a sí mismo la ley, y por tanto tampoco la ética puede ser material, sino formal, es decir vacía de contenido. La ética no puede establecer un fin que haya de ser perseguido, y tampoco nos dice lo que debemos de hacer, sin tan solo como debemos actuar; y en este sentido un hombre sólo actúa moralmente cuando lo hace por deber. (* La ética Kantiana plasma los ideales morales de la Ilustración, la libertad y la igualdad y subvierte las consideraciones éticas prevalentes hasta entonces que en gran medida derivaban de la religión, alcanzando plena preponderancia las decisiones de la voluntad individual.)
El análisis de estos principios conduce a que los calificativos morales no pueden predicarse de las cosas. Pues esta razón no va encaminada a la determinación de lo que las cosas son. Las cosas son indiferentes al bien o al mal, el mérito o demérito sólo pueden predicarse del hombre, de la persona humana. Por tanto, para determinar la calidad moral de un acto, no habrá que estar al contenido efectivo del mismo, sino a la voluntad del hombre. El problema, queda pues, planteado en ¿Cómo determinar si una voluntad es buena o mala?. Examinando esta cuestión, Kant advierte que todo acto voluntario se presenta a la reflexión en la forma de un mandato, de un imperativo. Todo acto aparece en nuestra conciencia en la forma de un mandamiento (tengo que hacer esto, debo evitar esto otro).
Este imperativo en el que se especifica todo acto voluntario puede ser de dos clases: hipotético y categórico. Hipotético es aquel en que el mandamiento mismo queda sujeto a una condición. Por ejemplo: si quieres sanar de tu enfermedad toma la medicina. En este tipo de mandamiento que es el de todas las éticas existentes hasta entonces, la maldad o la bondad humana dependen de algo que se considera el bien supremo para el hombre (ya sea el placer, la felicidad, la santidad, la salvación), y por tanto es condicional y heterónomo, puesto que el mandato se recibe desde fuera de la propia razón.
El imperativo Categórico, es aquel cuyo cumplimiento no está sujeto a ninguna condición, salvo el deber racional. Kant pretende fundar una ética estrictamente universal y racional, por ello descarta que la misma pueda tener una base empírica y heterónoma. La ética debe ser a priori y autónoma, el sujeto ha de darse a sí mismo la ley, y por tanto tampoco la ética puede ser material, sino formal, es decir vacía de contenido. La ética no puede establecer un fin que haya de ser perseguido, y tampoco nos dice lo que debemos de hacer, sin tan solo como debemos actuar; y en este sentido un hombre sólo actúa moralmente cuando lo hace por deber. (* La ética Kantiana plasma los ideales morales de la Ilustración, la libertad y la igualdad y subvierte las consideraciones éticas prevalentes hasta entonces que en gran medida derivaban de la religión, alcanzando plena preponderancia las decisiones de la voluntad individual.)
Kant se limita a describir con ejemplos tres tipos de acciones humanas, según sean contrarias al deber, conformes al deber y por deber, sólo estas últimas poseen valor moral. El valor moral de una acción no radica pues, ni en su contenido, ni en algún fin que pretenda conseguir, sino en el móvil que la impulsa, en la máxima moral. Nada tiene de extraño que sea una máxima la formulación que usa Kant para expresar el imperativo categoríco: “ Obra de manera que puedas querer que el motivo que te ha llevado a obrar sea una ley universal.”
Solamente es autónoma aquella formulación de la ley moral que pone en la voluntad misma el origen de la propia ley. Y es precisamente esta autonomía de la voluntad la que abre una pequeña puerta, fuera del mundo de los fenómenos, fuera de la tupida red de condiciones que el acto de conocer ha puesto sobre todos los materiales con que el conocimiento se hace: Porque la voluntad moral pura es voluntad autónoma y esto implica el postulado de la libertad de la voluntad. ¿ Cómo podría ser autónoma una voluntad si no fuera libre?.
Así pues al igual que ocurrió con el hecho del conocimiento científico Newtoniano, del hecho de la conciencia moral tendremos que extraer también las condiciones de la posibilidad de la misma y la primera de ellas es que postulemos la libertad de la voluntad. Ello no implica ninguna contradicción con las leyes causales de la naturaleza, pues estas afectan únicamente a los fenómenos. Mas la conciencia moral no es conocimiento, sino un acto de valoración que nos pone en contacto con otro mundo (también racional) donde espacio, tiempo y categorías no tienen ningún uso.
Para Kant, también la inmortalidad del alma es un postulado de la conciencia moral, una condición que la hace posible(aunque no sea demostrable racionalmente). Su justificación es la siguiente: La razón nos ordena aspirar a la virtud, es decir a la concordancia perfecta y total de nuestra voluntad con la ley moral, esta perfección es inalcanzable en una existencia limitada, su realización solo tiene lugar en un proceso indefinido, infinito, que por tanto exige una duración ilimitada, es decir la inmortalidad.
Por último el tercer postulado de la razón práctica es la existencia de Dios. Dios vendrá a ser la garantía de que en este mundo tiene que identificarse el ser y el deber ser. La característica de nuestra vida moral concreta en este mundo fenoménico es la tragedia, el dolor, el desgarramiento profundo que produce en nosotros esa distancia ese abismo, entre el ideal y la realidad. Quisiéramos ser virtuosos y somos pecadores, quisiéramos que prevaleciera la justicia social y muchas veces prevalece la injusticia y el crimen. Por lo tanto es necesario que tras este mundo en un lugar metafísico esté realizada esa plena conformidad entre lo que es y debe ser. Y esa unidad sintética de lo más real que puede haber con lo más ideal que puede haber la llama Kant, Dios.
Vemos pues, que es la actividad de la conciencia moral el único camino por el que podemos llegar a los objetos metafísicos que en la Crítica de la razón Pura, Kant había declarado inaccesibles para el conocimiento teorético.
Kant termina su sistema filosófico declarando la primacía de la razón práctica sobre la razón pura. Es decir todo el conocimiento que el hombre ha logrado, necesita recibir un sentido. Al poner todo el conocimiento teorético científico al servicio de la moral, toda la historia, todo el desarrollo de la vida humana desde los tiempos más remotos hasta hoy, adquiere un nuevo sentido: el de progreso. A la luz de esta primacía de la razón práctica aparece ahora en el S XVIII, la idea histórica de progreso, los objetos metafísicos aparecen como ideales, es decir focos hacia los que la realidad histórica se encamina. La realidad histórica entonces puede calificarse como más o menos próxima a estas “realidades” ideales, adquiriendo un sentido valorativo. Podemos decir esta época, este régimen político, esta sociedad, es más justa, mejor que otra. La historia aparece como el nuevo horizonte problemático de la filosofía.
Sin embargo, ¡ay!, nadie, ni nada nos puede explicitar previamente cual sea este deber, precisamente esta es la tarea encomendada a la razón individual, aplicada al caso concreto. La razón práctica, como se verá en el dramatico acontecer de los siglos XIX, XX y XXI, no es una prospectiva que permita intuir los objetos metafísicos, para situarlos al frente de una ética individual y mucho menos de nuevos sistemas metafísicos
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