Italo Calvino publicó en 1959, su célebre trilogía: "Nuestros antepasados". El tercero de sus relatos fantásticos, titulado “El caballero inexistente", lo protagoniza un caballero medieval, llamado Agilulfo, quien carece de cuerpo; y pese a su inconsistencia material, por la sola fuerza de su fe y de su voluntad, puede, no sólo hablar, sino ejecutar con pulcra exactitud todas las difíciles tareas que conlleva el ejercicio de la caballería medieval.
Agilulfo en la forma de una bruñida armadura siempre incólume, es un fiel cumplidor de las normas de la caballería, buen camarada en tiempos de paz, es el más valiente y esforzado en la batalla y sin embargo, esa carencia de debilidades humanas, derivada de su incorporeidad, sólo despierta, antipatía y desconfianza entre sus compañeros, que detestan su perfección. Aunque predica el bien y lo ejemplifica con su conducta: asiste a los enfermos, vela por los ancianos y los desvalidos y cumple en todo, con el ideal cristiano con pureza de intenciones, nadie lo estima, sencillamente porque no existe, porque es "solo un montón de chatarra".
Agilulfo está solo y se siente solo. Es una soledad existencial que no se llena, pese a los desvelos amorosos de Priscila,- el otro personaje de nuestro blog- una preciosa mujer, enamorada de un ideal, que trata de romper la coraza, con la hermosa esperanza de hallar algo más que aire.
Como el propio Italo Calvino confesó, inventó un contexto histórico apócrifo, hizo comparecer a los sarracenos, ante los muros de París, bautizó a los paladines que intervienen en la parada militar ante Carlomagno, con apelativos humorísticos sacados de las novelas de caballerías, tratando de dotar al relato del aire irreal de una parodia, con el propósito de elevar al protagonista inexistente a la categoría de un símbolo: el de la búsqueda del propio ser en una sociedad deshumanizada como la contemporánea.
Agilulfo en la forma de una bruñida armadura siempre incólume, es un fiel cumplidor de las normas de la caballería, buen camarada en tiempos de paz, es el más valiente y esforzado en la batalla y sin embargo, esa carencia de debilidades humanas, derivada de su incorporeidad, sólo despierta, antipatía y desconfianza entre sus compañeros, que detestan su perfección. Aunque predica el bien y lo ejemplifica con su conducta: asiste a los enfermos, vela por los ancianos y los desvalidos y cumple en todo, con el ideal cristiano con pureza de intenciones, nadie lo estima, sencillamente porque no existe, porque es "solo un montón de chatarra".
Agilulfo está solo y se siente solo. Es una soledad existencial que no se llena, pese a los desvelos amorosos de Priscila,- el otro personaje de nuestro blog- una preciosa mujer, enamorada de un ideal, que trata de romper la coraza, con la hermosa esperanza de hallar algo más que aire.
Como el propio Italo Calvino confesó, inventó un contexto histórico apócrifo, hizo comparecer a los sarracenos, ante los muros de París, bautizó a los paladines que intervienen en la parada militar ante Carlomagno, con apelativos humorísticos sacados de las novelas de caballerías, tratando de dotar al relato del aire irreal de una parodia, con el propósito de elevar al protagonista inexistente a la categoría de un símbolo: el de la búsqueda del propio ser en una sociedad deshumanizada como la contemporánea.
Lachrimae antiquae. John Dowland. Hesperion XX.
Me parece muy interesane el libro de Italo Calvino. No lo he leído ... todavía.
ResponderEliminarya lo leíste???
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