jueves, 31 de diciembre de 2009

Alvaro Cunqueiro.

Nuestros argumentos, como nuestros días son cortos y limitados. Por eso merecen ser breve y elegantemente expuestos.





Posee Alvaro Cunqueiro una gracia singular en el modo de narrar, me refiero al arte de la evocación; un raro poder hoy en desuso, que sin embargo, conforma la esencia de la buena literatura.


A Cunqueiro no le gusta describir hechos, prefiere construir sus historias simplemente por evocación. Esboza la trama o el personaje con brevedad desde diferentes ángulos, con el trazo ágil y la seguridad de un buen dibujante que los expone ante un público culto y exigente. No le importa abandonar trama y personajes para acudir a sus disquisiciones eruditas. Su ritmo temporal no es el del cine. Describe escenas como si tratara de pintarlas, de evocarlas de una manera fija en nuestra imaginación. Lo que importa es ganar la complicidad del lector. La trama puede esperar, y de hecho desde un presente intemporal, la trae una y otra vez de nuevo a colación. Sus obras parecen la apasionada continuación de una crónica del excelente periodista, que siempre fue.
Tiene Cunqueiro dos impresionantes novelas: "Vida y Fugas del condotiero italiano Fanto Fantini de la Gherardesca" y "Las Crónicas del Sochantre", en ambas le bastan las dos primeras páginas, para hacernos sentir, parte de ese público distinguido y sumirnos vertiginosamente en la fascinación del Renacimiento toscano en siglo XV o en el mágico mundo de las almas en pena que pululan burlescas por los bosques y aldeas de Bretaña en la época de la Revolución Francesa.
¡Los primeros capítulos de ambas novelas, son obras maestras de la literatura universal, comparables al comienzo de la Metamorfosis de Kafka, y no exagero!
No me atrevo siquiera, a resumirlos, y no digo mas: Os invito a la lectura de estas breves paginas. Su lenguaje un tanto arcaizante, pero preciso, lleno de evocaciones poéticas, se degusta como el aroma de un buen vino; ni una sola de las "inevitables" alusiones culturales al uso. Un relato dispuesto a maravillarnos con la relevancia de los sucesos que contiene, no a repetirnos los sempiternos clisés de la llamada literatura histórica.

jueves, 10 de diciembre de 2009

Janis Joplin: Little girl blues

Hay canciones que nos conmueven, que se nos meten muy adentro. ¿Cómo es posible que esa "cosa leve" que es la música, tenga sobre nosotros ese extraño poder?. Sentimos el ligero aletazo de una divinidad capaz remover nuestro hartazgo, de hacernos olvidar el cansancio y concitar en nuestra apelmazada alma todos esos anhelos , de renovación espiritual, de compasión, de amor a la belleza que tenemos y por los que vivimos.
Pensábamos que era mejor tener encerradas en un cofre "esas canciones de nuestra vida, esas melodías que nos pueden matar o dar la vida". Algo tan íntimo, es prudente tenerlo a buen recaudo y a salvo, tan solo en nuestra memoria. No nos gusta que se nos note esa agridulce emoción que se nos cuela, cuando por azar, recuperamos una de estas canciones que ya no escuchábamos y que creíamos perdida para siempre. Y una vez más, vienen delatarnos públicamente nuestros ojos, que imprevisiblemente se nos llenan de lágrimas. Y es que la vieja melodía nos produce una emoción viva, hecha de todos los recuerdos que nos despierta; como si de golpe abriera para nosotros, las ventanas de una casa oscura y por fin, viéramos las cosas como son, a plena luz del sol. Tal ha sido en mi caso, el reencuentro con la voz de Janis Joplin, y sus olvidadas canciones yacentes en los mudos discos de vinilo, desde los años 80 .
Esa hippie, de aspecto aniñado y rebelde que murió víctima de las drogas y de la soledad sin haber llegado a cumplir los 37 años, poseía un don, era dueña de una voz apasionada y desgarrada, como no ha habido otra para cantar blues. La mezcla del blues y del rock nacida en las revoltosas universidades californianas de los años 60, dio lugar a esta suerte de música, repetitiva que se canta con voz gutural, gritando, llorando, o gimiendo. Como un largo lamento que se va contagiando al que la oye, hasta hacerlo partícipe de esa enorme tristeza, de ese dolor, de ese desamparo.
La leyenda dice que Janis era una chica miope y no muy atractiva, que tenía facilidad para la música. Una niña tierna y sensible, a la que gustaba tratar a los negros, con los que aprendió a cantar y que fue marginada por sus compañeras debido los prejuicios raciales de la América profunda. Una adolescente solitaria que huye de casa con una amiga hacia el Oeste con la esperanza de cantar y que se gana la vida en los bares. Una joven enamoradiza que sufre por amor, se emborracha y se engancha a las drogas. Una chica con talento que triunfa con los pocos discos que logra grabar, porque su voz expresa mejor que ninguna el patetismo de esas historias, que hablan de deseos insatisfechos, de rupturas y despedidas, de sufrimiento y desconsuelo.

Una de estas maravillosas canciones es Little Girl Blues, uno de los blues más hermosos que he escuchado. Os pongo un enlace en Youtube, a pesar de no ser el de mejor sonido, porque tiene la letra traducida al castellano. Se trata una de las pocas apariciones de Janis Joplin en televisión. La grabación es de finales de 1969, apenas unos meses antes de su trágica muerte por sobredosis de heroína. Aparece una mujer, todavía joven, con el pelo largo, que acerca titubeando su frágil figura al escenario y mira a los focos guiñando un poco los ojos, algo desconcertada, mientras sujeta el micrófono con inseguridad. Suenan los lentos acordes de una guitarra, un bajo y un órgano eléctrico, y brota su inolvidable voz, insuperable para expresar este llanto universal que es el blues. La letra -fijaros en la traducción- se refiere a si misma, a su propia vida… ¿ hay quien lo duda?. La canción quiere ser un bálsamo,un leve consuelo, para esa niña pequeña que sigue siendo... y que ya nunca dejará de ser. ¡Es tan hermosa, es tan triste que se hace difícil contener la emoción! ¡Escuchad!





martes, 8 de diciembre de 2009

Baruch, segun Borges.


Baruch Espinosa


"Bruma de oro, el Occidente alumbra
la ventana. El asiduo manuscrito
aguarda, ya cargado de infinito.
Alguien construye a Dios en la penumbra.
Un hombre engendra a Dios. Es un judío
de tristes ojos y de piel cetrina;
lo lleva el tiempo como lleva el río
una hoja en el agua que declina.
No importa. el hechicero insiste y labra
a Dios con geometría delicada;
desde su enfermedad, desde su nada,
sigue erigiendo a Dios con la palabra.
El más prodigo amor le fue otorgardo,
el amor que no espera ser amado".

lunes, 7 de diciembre de 2009

Espinosa y la explicación de la realidad como un todo

Afirmar la existencia del "cosmos" como algo organizado y humanamente comprensible, frente al "caos", fue el punto de partida de la filosofía griega. Desde entonces, las antiguas interpretaciones míticas o religiosas han sido relegadas por las representaciones racionales sobre nosotros y cuanto nos rodea.



Estas representaciones han seguido lo que parece una linea dominante a lo largo de la historia de la filosofía; la que enfatiza lo individual y concreto, como el modo más adecuado de conseguir interpretar de una manera racional lo más universal. La realidad es lo concreto, el yo, el individuo, al que se le atribuye un carácter autónomo respecto del todo. Y es que la explicación racional de la realidad concebida como un todo, al modo de la antigua concepción mítica, siempre ha resultado mucho más problemática y difícil. Intentada por algunos pensadores del siglo XIX Shopenhauer, Nietzsche, Freud, cuyos planteamientos fueron tildados por ello de irracionalistas, es ahora reivindicada por las ruidosas divulgaciones abstractas de la teoría científica moderna.


Su expresion mejor lograda se encuentra en el pensamiento de Baruch Espinosa, quien exacerbando la idea de sustancia cartesiana -paradójicamente uno de los presupuestos del racionalismo filosófico- llegó a esta indigesta conclusión para su tiempo: "Lo que verdaderamente existe y es real es el todo y no las partes".

Sustancia es aquello que es en sí y se concibe por sí, esto es, aquello cuyo concepto para formarse no precisa del concepto de otra cosa”. Sustancia es pues, lo que existe por sí mismo y es conocido por sí mismo.
Las dos implicaciones de esta metafísica racionalista en estado puro, son: Primera, la idea de que una sustancia creada es contradictoria, pues en tanto que sustancia ha de ser definida y conocida por sí misma, sin necesidad de recurrir a la idea de otra sustancia. Y segunda, la exclusión de cualquier otra sustancia, la definición de sustancia incluye necesariamente la idea de Dios y de todo lo existente. No hay pues pluralidad de sustancias, existe una sustancia única infinita que se identifica con la totalidad de lo real: las partes no son autosuficientes solamente lo es el todo.

No somos más que una parte del gran todo de la naturaleza, una parte que no puede ser concebida por si misma, sino que sólo se comprende en relación con el resto de la realidad, y en este sentido, debemos asumirnos como pasivos. No dictamos nuestras determinaciones a la naturaleza, sino que padecemos las que nos impone y a partir de las cuales estamos configurados.
Cada uno de nosotros existimos, sin ningún propósito distinto a la simple inmanencia de nuestro ser y en ello coincidimos con Dios o la Naturaleza, de cuya sustancia única formamos parte. Todos los ¿por qué? referidos a las opciones de nuestro comportamiento desembocan en la misma respuesta: a fin de ser del modo más pleno y fuerte posible, colmando ese deseo, que "no tenemos" sino que "nos tiene constitutivamente".
Para la pregunta ¿por qué queremos ser?, no hay respuesta racional, porque no se trata de una verdadera pregunta, sino de la ilusión imaginativa que pretende apoyar la realidad como tal, en otra realidad aún más real y así indefinidamente. " Lo único cierto es que nadie se esfuerza en conservar su ser a causa de otra cosa".

Agnosticismo

De que nada se sabe.

"La luna ignora que es tranquila y clara
y ni siquiera sabe que es la luna;
la arena, que es la arena. No habrá una
cosa que sepa que su forma es rara.
Las piezas de marfil son tan ajenas
al abstracto ajedrez, como la mano
que las rige. Quizá el destino humano
de breves dichas y de largas penas
es instrumento de Otro. Lo ignoramos;
Darle nombre de Dios no nos ayuda.
Vanos también son el temor, la duda
y la trunca plegaria que iniciamos.
¿ Qué arco habrá arrojado esta saeta
que soy? ¿ Qué cumbre pude ser la meta?".

J. L. Borges ( La Rosa Profunda).

jueves, 3 de diciembre de 2009

La chica del McDonald.

A veces una simple estampa, cuando está bien escrita, alcanza la intensidad de un buen cuento, vease en este artículo que escribió hace algunos años en "El Semanal", Arturo Perez Reverte. ¡Maestro consumado del género!


Era viernes por la noche, casi la hora de entrada de los cines. El Mac Donald estaba lleno hasta los topes y ella llevaba puesta una espantosa gorra de visera y se movía con aire cansado entre la cocina, el mostrador y el micrófono par los pedidos. Un “big Mac”, un menú de pollo con patatas, uno de jamón y queso, repetía con voz monocorde, yendo y viniendo como una autómata, la mirada ausente y agotada. La imaginé levantándose muy temprano, allá en cualquier barrio, a una hora de metro, o de autobús del centro de la ciudad. Era una más de esas jornadas laborales de invierno, que terminaban de noche; se le notaba en los ojos con cercos de fatiga, en la forma en que preguntaba, qué va a tomar, sin mirarte siquiera a la cara. ¿ Cuantas hamburguesas habría despachado aquel día?.
Creo que en otro lugar, en otro momento, vestida de otra forma, sin aquel cansancio asomándole a los ojos, habría parecido bonita. En la cola, pidiendo hamburguesas y cocacola, veinteañeras de su edad, comentaban la película que iban a ver dentro de un rato. Ropa y zapatos de marca, tejanos de los que salen en la tele y risas. Y ella allí echándole horas al otro lado del mostrador, con aquel ridículo gorro en la cabeza, sirviéndoles hamburguesas, para que luego puedan ir a la película de moda.
Total que pagué mi hamburguesa, cobró mirándome sin verme -tenía mordidas las uñas- respondió con un mecánico “a usted” a mis gracias y salí de su vida, sin haberme asomado siquiera a ella.
Decidí sentarme en la mesa de un bar que había enfrente; traté de leer, pero no podía concentrarme. La desolada mirada de la chica me angustiaba el alma. Al rato la vi salir, debía haber terminado su turno, porque vestía con ropa de calle. Se detuvo un instante en la acera, mirando a su alrededor; el chico estaba apoyado en una jardinera. Llevaba el pelo largo y revuelto y una cazadora de cuero, botas y una moto de mensajero. Entonces ella fue hacia él y se le abrazó como un náufrago puede abrazarse a un salvavidas. Y se besaron.
Después en la mesa de al lado alguien dijo algo sobre la juventud y sobre los ideales y sobre la falta de no sé qué. Yo cerré el libro y miré hacia el tráfico que se había tragado media hora antes a la pareja. Me hubiera gustado volverme hacia la mesa de al lado y decir: ¿ De qué juventud habla usted señora?. De esa que sale en los anuncios de la tele, en las encuestas sobre universitarios y en la ruta del bacalao o de esos jóvenes que trabajan y luchan o quieren hacerlo, de los miles de jóvenes estafados, engañados en un empleo basura, de las parejas que tienen veinte años y ya parieron hijos que solo heredarán la cola del paro.

Aquella tarde me hubiera vuelto hacia la mesa de al lado para decir todo eso, pero me callé. Al menos me dije, la chica y el mensajero de la moto, se besaban en la boca despacio, con infinita ternura y eso era algo que nadie les podía quitar. Tal vez en ese momento, se acariciaban el uno al otro, abrazados, en algún lugar de las afueras de la ciudad, y por un momento, la hamburguesería, la moto, el resto del jodido mundo, estaban muy lejos, a miles de años luz. Entonces pedí otra cerveza, les dediqué una sonrisa cómplice y continué con lo que estaba haciendo.

martes, 1 de diciembre de 2009

Apariencias

Hay tanta gente pretenciosa revestida con su coraza de energía y diligencia, que anda por el mundo aparentando ser buena, que aparentar ser "malo", frágil , incluso algo pusilánime, es muestra de un modo de ser dulce y modesto.

lunes, 16 de noviembre de 2009

Los cinco sentidos

"De todos los sentidos, la vista es el más superficial, el oído el más orgulloso, el olfato el más voluptuoso, el gusto el más inconstante y el tacto el más profundo"
Denis Diderot.

jueves, 12 de noviembre de 2009

Dentelladas


"El que dice todo lo que piensa, piensa muy poco todo lo que dice".

Los únicos hombres a los que no temo, decía Oscar Wilde, son los hombres silenciosos.

sábado, 7 de noviembre de 2009

Cuentos del abecedario: El Primate

Durante mis diez años de matrimonio, mi marido, en la estatuaria de biotipos del reino animal que toda persona, (muy a su pesar) acaba por componer, evolucionó en tres de los más conocidos especímenes del género simiesco. El Arturo Larrea, abogado en paro, con aspecto de chimpancé, conforme el dinero y los años lo fueron encanallando, devino en orangután y en gorila; estado en el que alcanzó su máximo objetivo: el cargo de concejal de urbanismo en nuestro Excelentísimo Ayuntamiento. Si de joven tuvo una constitución atlética nada quedaba de ella en este cuarentón corpulento, de brazos membrudos y piernas arqueadas, cuerpo orondo y peludo en claro contraste, con el cráneo pelado y siempre sudoroso.
Arturo me poseyó durante diez años con imperioso egoísmo, conocí su gula insaciable, sus arrebatos de furor, su ternura sensiblera, y en las altas horas de la noche su lujuria insistente y ceremoniosa. Renuncié al amor, sin conocerlo porque Arturo me demostró con alegatos jurídicos que el amor solo es un cuento que sirve para entretener a los ilusos. Arturo que en lo demás era un descreído, estaba convencido de que lo único que una que una mujer necesita es la protección de un hombre respetable. Me pase diez años luchando con -las distintas especies de simio- y lo único que conseguí fue arrastrarlo al divorcio.
Arturo Larrea ha vuelto a casarse, pero esta vez se ha equivocado por completo. Nuria es una mujer dulce y romántica pero sabe el secreto que ayuda a domesticar los primates. Era huérfana y se crió en la parroquia con su tío el cura. No discute, no gesticula, apenas habla, un poco mística, acude a sus devociones, a las reuniones con sus amigas de la parroquia, cuando vuelve no da explicaciones, simplemente sonríe. Arturo se ha vuelto más lento y opaco en sus furores, desde que sus razonamientos no son escuchados y mucho menos contestados. Ya no convence a nadie, y sus predicas han ido perdiendo vigor, como en los labios de una actor desconcertado. Su cólera no sale ya a la superficie, es como un volcán subterráneo con Nuria sentada encima y siempre sonriente. Nuria sabe flotar en medio de una tempestad como un barquito de papel en medio de una palangana. Es una bonita muñeca, sobrina de un religioso vegetariano, que le ha enseñado a lograr que los tigres se vuelvan también vegetarianos y prudentes.
Hace poco, vi a Arturo en la iglesia oyendo devotamente los oficios religiosos, se ha vuelto enjuto y comprimido, como si Nuria con sus dos frágiles manos lo hubiera macerado y reducido el volumen hasta hacerlo plegable y metérselo en su bolso. Su palidez de vegetariano le da un aspecto de enfermo.
Las personas que visitan a los Larrea, me cuentan cosas sorprendentes, hablan de comidas incomprensibles, de almuerzos y cenas sin carne, ni pescado. Me describen a Arturo devorando grandes fuentes de ensalada. Naturalmente de tales platos no puede obtener las calorías que daban auge a sus antiguas cóleras. Sus platos favoritos han sido metódicamente suprimidos por su implacable mujercita. Arturo pone la mesa, come en silencio como un niño castigado y hasta ayuda recogerla. Arturo duerme en un dormitorio distinto para no molestarla con sus ronquidos. Ya no fuma habanos, ni bebe, ni frecuenta a sus amigotes, ni acude a ese tipo de reuniones que se prolongan hasta altas horas de la noche. Ahora acompaña por las tardes a su esposa porque canta en el coro de la parroquia.
Me gusta imaginarme a los dos solos comiendo en la mesa larga del comedor; a Arturo el déspota acercándole la silla a su esposa; al descreído improvisando el responso de bendición de alimentos; al glotón, vigilado por la sabia Nuria, absorbiendo colérico sus livianos manjares. Pero sobre todo, me gusta imaginar al gorila en pantuflas con el gran cuerpo informe con sus carnes caídas, bajo la bata, llamando, en las altas horas de la noche, tímido y persistente, ante una puerta obstinada.

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Constataciones de D. Arturo.

La calma o la agitación de nuestro estado de ánimo dependen menos de las cosas importantes que nos suceden en la vida que de una combinación de pequeñeces que suceden todos los días.Y es que el capricho de nuestro humor nos resulta siempre mucho más arbitrario que el de la suerte.

martes, 27 de octubre de 2009

Songs from the wood

Trasladarse a vivir a una granja, aprender a cultivar la propia parcela con eficiencia y sin morir en el intento. Poseer gallinas, conejos, y patos, dentro de un cercado. Montar a caballo al amanecer. Volver a notar que el tiempo pasa lentamente, como en las tardes de la infancia.
Gozar recreando inocentemente un pasado, que tal vez nunca ha existido. Disfrutar con las costumbres familiares, con nuestro reducido entorno; tal vez aburrido, pero sin ruidos externos.
La granja y la aldea, los nombres y las caras de los pocos vecinos de nuestro lugar. Y la bendición de no poder alejarse,- ni acercarse- más de lo que se sea capaz de cabalgar en una sola jornada.

Una música con resonancias medievales y folclóricas. Que describe cacerías a galope tendido con trompetas y ballestas en las manos. El trabajo de los leñadores en el bosque profundo e inexplorado. La vida de los proscritos que viven en el bosque y se entretienen en pruebas de destreza con el arco. Los cuentos sobre brujas y espíritus y la hermosura de las mujeres en torno al hogar, durante las largas veladas del invierno. Los animales del establo, la siembra, y la cosecha, las labores diarias de la vida en el campo.
Todas estas cosas dulcificadas por la ficción, me sigue evocando, Canciones del Bosque, ese maravilloso disco de Jethro Tull, que tuve la suerte de escuchar por primera vez cuando solo tenía 17 años.

martes, 20 de octubre de 2009

Reencuentros


Todo trabajo literario debe corregirse y reducirse siempre. " Nulla dies sine linea" ( Anula una línea cada día). Augusto Monterroso.



La escritura periódica y personal permite aprender, reflexionar sobre lo dicho y comprender mejor las cosas. Brinda un poco de confianza en medio de tanta confusión. Sobre todo, con el paso del tiempo, se convierte en una especie de registro de ideas, a donde siempre se puede acudir a buscar orientación.

viernes, 9 de octubre de 2009

Un espíritu tutelar. Capítulo 10ª: Desenlace

Amanecía, la cocina estaba oscuras, faltaba todavía una hora para la habitual agitación del desayuno. Por debajo de la puerta de una habitación pequeña que comunicaba con la despensa, se distinguía el resplandor de una chimenea. Todo estaba en silencio. Fray Alberto abrió la puerta con decisión, vimos de espaldas a un corpulento monje, estaba sentado con la cabeza caída sobre un libro. Fray Alberto la giró hacia nosotros, era el rostro barbudo y desfigurado de fray Arnaldo, tenía los ojos saltados, los labios negros e hinchados y la tez de color amoratado, su expresión era de pavoroso sufrimiento. El prior y yo mismo estábamos paralizados por el miedo; fray Alberto leyó: El aconitum o “matalobos”. En una gran lámina había dibujada una planta de flores púrpuras con la forma de un casco. Tomó el libro con mucho cuidado y se lo acercó a la nariz, hizo una mueca y sin mediar palabra lo arrojó sobre el hogar que continuaba encendido. Al momento el fuego se prendió con fuerza y las llamas comenzaron a devorarlo. Entonces la cara del padre Alberto, adoptó una expresión mucho más relajada, la del hombre de ademanes campechanos que siempre había sido. Salió un momento y regresó, muy sonriente, con tres cuencos de leche fermentada; nos ofreció uno a cada uno y comenzó la explicación que ambos estábamos esperando.
- Debí sospecharlo cuando nada más llegar Fabián me contó que el cocinero un hombre orondo, con barba y voz de bajo le había ofrecido la leche con el hongo “kefir” a media tarde. Ese hombre no podía ser cocinero del monasterio, cómo si no, iba a ofrecer la leche antes de que se haya producido la fermentación. El hongo necesita al menos veinticuatro horas para producirla y por eso en el monasterio, desde hace siglos, la leche fermentada sólo se consume en el desayuno. Ese hombre no era otro que fray Arnaldo, el ayudante del bibliotecario, que se había hecho por fin con el libro de los venenos. Un libro simulado como si fuera de cocina que el bibliotecario, el padre Jorge de Brixen, había traído hasta aquí tratando de evitar que cayera en manos irresponsables. ¡Por desgracia, cayó en las manos de un criminal!. Fray Arnaldo, obviamente conocía al legado papal, era uno de los miembros de la escolta de la legación que fue expulsada del monasterio hace quince años. A la caída que sufrió desde la ventana se debe su cojera. Poseía un cuerpo musculoso, era excelente jinete y mejor arquero, tenía un brillante porvenir en la guardia suiza del Papa. La cojera dio al traste con su carrera, se convirtió en un resentido y en uno más, de los muchos intrigantes de la corte. Urdió su plan: Profesando como monje en este monasterio, tendría una doble oportunidad: la de vengarse, asesinando al abad, a quien consideraba responsable de su desgracia y la de enriquecerse abriendo las puertas de la abadía y de la biblioteca a los ambiciosos cortesanos de Aviñón. Mató de un certero flechazo a fray Guillermo el abad, de forma que todos creyeran en la intervención del demonio. Y pese a la oposición de fray Jorge, el anciano bibliotecario, consiguió que la comunidad se pronunciara a favor de solicitar la información papal.
Sintiéndose perdido, el anciano fray Jorge se refugió en la biblioteca. Pero ni eso respetó, y esa misma noche, fray Arnaldo que como ayudante también poseía la llave de la puerta, se deshizo del viejo. Usó el procedimiento más simple para matar a una persona, sin dejar rastro, precipitarlo por una ventana. Esa semana según me habéis dicho, había nevado copiosamente y en la cara norte, suelen acumularse los ventisqueros. El cuerpo de fray Jorge de Brixen, uno de los más insignes monjes de Sölden ha debido estar varios días bajo uno de esos enormes montones de nieve que se acumulan junto a los contrafuertes del edificio. Probablemente ahora yace sin sepultura en el fondo del precipicio.
Sin embargo el misterioso tesoro bibliográfico, cualquiera que fuese, no aparecía. Llegó el legado fray Bernardo de Caumont, un hombre impaciente, pagó inmediatamente una parte de la suma convenida, pero la parte del león, dependía del hallazgo. Pasaban los días sin resultados, ambos tramaron la falsificación de una carta que enviaron a fray Agustín de Orvieto. De algún modo, quizá porque registraron los papeles y efectos del anciano fray Jorge, supieron que era el antiguo herbolario de este monasterio. Naturalmente que ambos actuaban de acuerdo; trataban de aterrorizar a la comunidad para obtener sus fines sin oposición de ningún tipo y lo estaban consiguiendo, pues de noche, nadie se atrevía a salir de su celda.
La noche anterior a nuestra llegada, fray Arnaldo se acercó a la cocina, trataba de doblegar al cocinero, uno de los monjes más valientes, amigo del anciano bibliotecario y afecto al antiguo modo de hacer las cosas. En ese aposento próximo a la despensa descubrió un extraño libro, demasiado grande y voluminoso para estar en las dependencias de la cocina. ¡El viejo Brixen se la había jugado!, era lo que estaba buscando: nada menos, que un tratado sobre venenos. Apareció el cocinero, trató de arrebatárselo y fray Arnaldo lo mató. No creo que empleara mucha delicadeza, posiblemente le dio un golpe en la cabeza o lo atravesó con uno de esos cuchillos de carnicero. Estuvo leyendo el libro y quedó fascinado por él. No estaba dispuesto a compartir ese enorme poder con nadie, ni con el legado, ni con el propio Papa. El libro le pertenecía y pensó en hacer sentir su poder en el monasterio. Pero las horas pasaban y tuvo que salir con dos mulas a deshacerse del cuerpo del cocinero, antes de que la cocina se poblara de auxiliares y pinches para preparar el desayuno. Por desgracia las ventanas de la cocina no daban al precipicio; así que salió de madrugada, en medio de la nevada para llevarlo al fondo del barranco. Cuando llegamos Fabián y yo, oímos como alguien se afanaba allá abajo por excavar en la nieve; estaba cavando una tumba . Un muerto no suele bajar de su montura para evitar resbalar, eso explica porqué las huellas de una de las dos mulas eran mucho más profundas sobre la nieve. Al cabo regresó fray Arnaldo, y se dispuso a preparar una poción de “amanitas muscarias” iba mezclarla en la sopa que se serviría en una de las mesas del refectorio, era su primera demostración de fuerza. Esta seta, mortal para el hombre, una vez convenientemente hervida, diluida y suministrada en pequeñas dosis es un poderoso alucinógeno, que trastorna la mente humana. Los hunos la utilizaban para infundirse valor antes del combate y para aterrorizar a sus prisioneros.
Fue en ese momento cuando irrumpió Fabián en la cocina, fray Arnaldo tuvo el tiempo justo de guardar el libro bajo su hábito, colocarse un gorro de cocinero e impostar la voz, de forma que resultara tan campanuda como la de un bajo. Es fácil engañar con este disfraz a un joven recién llegado. Todos tendemos a pensar que un tipo gordo con gorro blanco, es un cocinero, aunque cometa la torpeza de ofrecernos como merienda lo que lleva siglos siendo el desayuno.
Cuando me habéis relatado las alucinaciones de los monjes, comprendí que el libro de los venenos estaba en la cocina. ¡Tiene su lógica, yo mismo lo encuaderné como un libro de cocina!. Pero conociendo el carácter fray Jorge de Brixen, me resistía a creer que lo hubiera dejado en un sitio tan peligroso. ¡A no ser que hubiera tomado sus precauciones para neutralizarlo!... Se me pasó por la cabeza una idea propia de él. Bastaba acudir a la cocina para cerciorarme. El anciano bibliotecario concibió una diabólica forma de proteger el libro, con un pincel impregnado en aconitina, pintó las gruesas páginas del libro. El principio activo extraído de la raíz del acónito es incoloro y no tiene sabor; en estado puro es un tóxico tan letal para el organismo, que basta una pequeña cantidad mojada en la saliva que se queda en el dedo al pasar la página, para terminar con la vida de un hombre. Convirtió así, el mismo libro en la trampa mortal para su asesino.
Ahora padre, haríais bien en llamar al legado del Papa, en convocar a la comunidad en cónclave y contarles la verdad. La verdad nos protegerá. Así podré cumplir con la promesa que le hice a este joven, de acompañarlo a la universidad de París, donde comenzará sus estudios de medicina.

Después de encomendarme en París, como pupilo a Tomás Lebrun, un insigne catedrático de medicina, amigo suyo; fray Alberto se marchó según dijo: “a un apacible y soleado pueblecito de del sur de Italia”, cuyo nombre no quiso desvelar. Han pasado muchos años desde entonces, hoy ejerzo la medicina en Dijon, tengo mujer e hijos, una hacienda mediana y una buena reputación profesional. Pero ante cada una de las encrucijadas de la vida, sigo siendo un niño huérfano, echo en falta la presencia de fray Alberto de Isembrant, aquel “numen tutelar”, que sin yo merecerlo, quiso enviarme un día la fortuna.

Sin comentarios.





Un espíritu tutelar. Capítulo 9º: El bibliotecario y su ayudante.

- Cuando se supo del asesinato del prior, cundió la confusión en el monasterio. Llevaba veinticinco años como superior y junto al anciano bibliotecario, fray Jorge de Brixen era el alma de la comunidad. Se convocó un cónclave y me eligieron para hacerme cargo interinamente de la abadía. Había mucha agitación entre los monjes. Unos querían que se solicitara una información a Aviñón para probar ante la iglesia que la comunidad de Sölden era respetuosa con la regla y el evangelio de Jesucristo. Otros encabezados por fray Jorge de Brixen se oponían tajantemente, y recordaban los funestos acontecimientos y el incendio provocados por las legaciones. Pero de eso hacía quince años, demasiados para la frágil memoria humana. Desde entonces habían profesado muchos monjes nuevos y triunfó la opinión de quienes querían solicitar la investigación papal. Me extrañó la intervención de fray Arnaldo, el ayudante de fray Jorge, un monje callado y taciturno, que por primera vez desde que profesó en el monasterio, tomó partido en contra del bibliotecario. Tal vez por esta razón, el anciano monje abandonó, el cónclave y con uno de sus arrebatos característicos, se encerró en la biblioteca. Nadie lo ha vuelto a ver desde entonces.
- ¿ Queréis decir que ha desaparecido?.
- Así es, sin dejar rastro.
- Continuad, padre.
- A las pocas semanas llegó el legado papal y su escolta. Se trataba de fray Bernardo de Caumont, un dominico francés, seco y resolutivo. Comenzó la encuesta el mismo día que llegó. Se interesó por las circunstancias de la muerte del prior y por la desaparición del bibliotecario. También me preguntó por fray Arnaldo, su ayudante.
- ¿Qué quería saber de él en concreto?, dijo fray Alberto.
- El tiempo que llevaba en el monasterio y en qué consistía su labor como ayudante de fray Jorge. Finalmente me pidió que lo acompañara a la biblioteca, donde se instaló con los galenos y botánicos de su séquito, sin que haya vuelto a recibir su visita hasta ayer mismo, por la tarde. Vinieron el legado y fray Arnaldo, parecían enojados. Me llamó la atención el grado de entendimiento que estos dos hombres secos y taciturnos habían alcanzado en apenas unas semanas. Ambos parecían actuar de común acuerdo. Me preguntaron si conocía a fray Agustín el herbolario de Orvieto, les dije que no. Luego preguntaron por fray Raimundo de Ailly, nuestro antiguo herbolario. Les dije que lo conocí hace años y que ya por entonces su fama de sabio trascendía el ámbito de estas montañas, pero que tenía entendido que hacia tiempo que había fallecido. Por último pretendieron interrogar por la fuerza a este muchacho; me negué. Entonces aparecisteis vos. Creo que si no lo han hecho, es porque desde entonces el muchacho permanece en vuestra compañía.
- Sin embargo, no se han privado de registrar nuestras celdas y nuestras pertenencias.
- Así parece ser, y no creo que vuestra inmunidad como legado del Emperador Carlos de Bohemia, los detenga por mucho más tiempo. De ahí mi ruego de que abandonarais, cuanto antes la abadía.
- Os lo agradecemos en lo que vale; sin embargo, dijo fray Alberto: ¿Creo que hay algo que os preocupa en mayor medida?.
- Así es, esta noche se han producido hechos de extrema gravedad. Una docena de monjes han enfermado, deliran y creen haber visto en sus celdas a Satanás. Se les ha presentado de diez maneras diferentes y todos juran por su salvación haber presenciado orgías que describen con todo lujo de detalles. Ha cundido el pánico en la comunidad, hay monjes que no se atreven a salir de la capilla. Creen que una gran calamidad caerá sobre nosotros en cuanto se ponga el sol.
- Y decidme padre, preguntó fray Alberto, ¿ Todos esos monjes cenaron anoche en una misma mesa?.
El prior puso cara de extrañeza y después de meditar un instante contesto que sí.
- Entonces, dijo fray Alberto, con una sonrisa de satisfacción:
Puede que todo esté resuelto y que no tengamos ya, nada que temer.
- ¡Por favor padre, explicaros, os lo ruego, todos tenemos los nervios a flor de piel!.
- Lo haré, pero dentro de un instante. ¡Ahora acompañadme, de inmediato a la cocina, no hay tiempo que perder!.

miércoles, 7 de octubre de 2009

Ser joven

Ser joven significa estar a la espera de algo.
De algo hermoso y fantástico,
por encima del estrecho mundo
de los asuntos que abarca nuestra mirada.
Significa estar a la espera de un fenómeno,
que es cumplimiento
de una visión previamente soñada.

domingo, 4 de octubre de 2009

Un espíritu tutelar, Capítulo 8: Se esclarece el asesinato del Abad.

En la capilla a pesar del madrugón y del frío, el ambiente era tenso, había cuchicheos y algunos los monjes nos miraban con recelo, el oficio quedó completamente deslucido. Registraron nuestras celdas mientras rezábamos. Sospecho que fray Alberto lo esperaba, pues me tomó de la mano y salimos tan deprisa del oficio que no tuvieron tiempo de organizar lo que habían revuelto. Acudimos a quejarnos al abad, la puerta de su aposento estaba entre abierta y las luminarias encendidas, tenía las ojeras mucho más marcadas que el día anterior como si no hubiera dormido esa noche, parecía abatido. Nos escuchó con cara de preocupación. Cuando terminamos, después de un largo silencio, cerró la puerta, y finalmente se resolvió a hablar, y dijo:
-Hermanos, temo que no estoy en condiciones de tutelaros, ni de brindaros la protección que solicitáis. No quiero ocultaros, que en el monasterio corréis peligro y que mejor sería que os marcharais, ahora que todavía estáis a tiempo.
- ¿ Y cuál es, si puede saberse, preguntó el padre Alberto, el peligro que nos amenaza?.
El abad pareció titubear. Y añadió:
- Nada puedo deciros en concreto, pero desde hace meses el mal se ha apoderado de este convento.
- ¿ A qué os referís?, insistió fray Alberto.
- Al mal en su forma más extrema, la que indica la presencia del demonio.
Nos miraba y debió observar la expresión incrédula en nuestros rostros. Continuó.
- Se han producido asesinatos y desapariciones inexplicables.
- Que sean inexplicables hasta ahora, incluso que sean asesinatos, no os autoriza a hablar de la presencia del diablo, dijo fray Alberto. El asesinato es una acción, por desgracia, demasiado humana.
- ¿Conocéis las circunstancias del asesinato del Prior de este monasterio fray Guillermo de Guggisberg?
- Tengo entendido que se produjo en esta misma habitación y que fuisteis vos quien encontró el cadáver.
Una oscura sombra de terror se pintó en la cara del abad.
- Me dirigí al despacho a primera hora, como todas las mañanas, fray Guillermo estaba sentado, muy tieso, sobre esta misma silla, miraba hacia la puerta con los ojos muy abiertos y fijos. Tenía un profundo agujero que le atravesaba la espalda. No se encontró el arma, nadie había entrado en el despacho, el centinela de guardia continuaba en la puerta, no había oído ningún ruido.
- Bien entonces no hay duda de que la muerte le llegó por la ventana, dijo fray Alberto.
- Es cierto que la ventana estaba abierta, pese a que la mañana era helada, recuerdo que había nevado mucho durante esa semana. La habitación olía a podrido y azufre. ¡El olor del demonio!.
- No, el olor que obligó al padre Guillermo a abrir la ventana. No cabe duda de que sentado en este escritorio donde os encontráis ofrecía un buen blanco para un arquero situado en una de las ventanas de enfrente. A esta misma hora, todas aquellas celdas de enfrente y las contiguas que dan al desfiladero están vacías.
- Pero el agujero en el cuerpo del Prior era mayor que el de una flecha, no tenía orificio de salida y la saeta no apareció por ninguna parte.
- El orificio de salida puede ser el mismo que el de entrada, dijo fray Alberto. Supongamos que en aquella ventana se encuentra un excelente arquero, con uno de esos arcos de siete pies, que han hecho famosos a los soldados suizos. Ha tenido tiempo de calcular la distancia exacta desde la ventana a la silla donde os encontráis y se le ha ocurrido partir el astil de una flecha y aguzar su punta con un cuchillo; marca la hendidura trasera donde irá la cuerda, luego hace un orificio a cada parte de la varilla y enlaza los dos extremos con un fuerte hilo de los que usan los suizos para pescar en sus montañas. Dispara y observa como la cabeza de fray Guillermo cae contra la mesa. Para extraer la mitad del astil, sólo tiene que abrir la puerta de la celda donde se encuentra, y la puerta y la ventana de la celda contigua que da al precipicio; dispara entonces la otra mitad, y ambos proyectiles unidos por el hilo atraviesan de vuelta, la ventana, el pasillo, y por la ventana de la otra celda, van a parar a lo más profundo del abismo. Ya sólo queda arrojar el formidable arco hacia el fondo del desfiladero.

Se produjo un silencio casi absoluto, era como si las palabras de fray Alberto, hubieran devuelto la cordura al Abad, y su cara recobrara un color más humano. Fray Alberto miraba al abad y éste, por vez primera levantó el rostro hacia él. Fray Alberto tomó la palabra:Contad sin miedo, hermano. ¡Presiento que todo está a punto de acabar, os lo aseguro!.

sábado, 3 de octubre de 2009

Postulado: la inmortalidad

La vida en su conjunto no se toma la muerte en serio. Ríe, baila, juega, construye cosas, amontona tesoros y ama; a pesar de la muerte.

Sin embargo, llega un momento en que la muerte nos toca de cerca y su vacío nos mira fijamente, y somos presa del pánico y la desesperación. No hacemos pie en el incierto fondo de nuestra existencia, y perdemos de vista el conjunto de la vida, del que la muerte creíamos que solo era una parte. Aunque hasta entonces, no se nos ocultaba, la triste realidad de la vejez, la convivencia humillante con el dolor, el miedo a la soledad, eran ese tipo de asuntos, a los que preferíamos no dedicar nuestra atención.
Llegado ese momento, nuestra vida se nos representa como un juego azaroso que habíamos procurado disfrazar con un “orden mental”. Un orden que visto desde éste “punto sin retorno”, no es más, que una sucesión de gestos, cabriolas y humoradas con escaso sentido y turbio significado.
Cuando contemplamos un trozo de tela al microscopio, se nos aparece como una red. Si nos fijamos en los grandes agujeros; a través de ellos, creemos adivinar el frío eterno. Pero nuestros ojos no están hechos para mirar mucho rato el vacío de la trama, sino la misma red. Eso nos permite olvidarnos del dolor y la desdicha y alcanzar un poco de paz. Eso y la creencia de que la muerte no es la realidad última. Parece negra, como el aire parece azul; pero no transmite su color a nuestra existencia, como tampoco el aire colorea al pájaro que lo atraviesa volando.






Un espíritu tutelar; Capítulo 7º: De noche en la biblioteca

El portero me preguntó el nombre y me acompañó a llevar las mulas a la cuadra. Dejé mis cosas en la celda que se me asignó, y después de descansar un rato, pasé por la cocina, con la intención de tomar algo caliente. No encontré a nadie, la cocina estaba vacía, el servicio recogido y los monjes se habían retirado. De una habitación interior, un cocinero barbudo y orondo, su barriga prominente resaltaba bajo el hábito, con abultada voz de bajo me preguntó qué quería. Se lo dije. Parecía muy interesado en mí, me preguntó mi nombre y el motivo de mi visita y finalmente me ofreció un cuenco con leche fermentada. Pude al fin probar, lo que para fray Alberto de Isembrant, era la fuente de la longevidad y la verdad es que estaba bastante bueno. Volví a mi celda y esperé. A la hora nona, llegó un monje con el aviso de que el abad me aguardaba en su aposento. Detrás de la mesa, sentado sobre la austera silla monacal, me recibió un hombre alto, delgado, de aspecto rubicundo. No era un viejo, aunque unas profundas ojeras moradas lo hacían parecer mucho mayor. Me presenté como el asistente de fray Agustín y le conté la historia convenida. Se mostró muy preocupado cuando se enteró de la muerte de fray Agustín. Me preguntó si conocía el motivo del viaje, y le dije que no. No sé si creyó lo que le dije. Por último quiso saber cuanto tiempo pensaba quedarme. Le contesté que una semana era suficiente para reponerme, siempre que el tiempo me permitiera cruzar el puerto hacia Italia, partiría en ese plazo.
En ese momento llamaron a la puerta, entraron dos monjes uno alto y enjuto de rostro seco y expresión soberbia, y el otro de mediana estatura, muy fornido, llevaba barba, y cojeaba de la pierna derecha. De inmediato el abad me dio licencia para retirarme.
Me dirigí a mi celda y luego con todos los monjes al refectorio, para tomar la última colación del día antes de que se pusiera el sol. Ocupé un puesto en la mesa preferente, pues como bienvenida, era costumbre hacer sitio a los recién llegados en la mesa del abad. Aguardamos cinco minutos de pie y en absoluto silencio, hasta que entró el Abad. Le acompañaban esos dos monjes y fray Alberto. Todos se sentaron a la mesa y el abad nos presentó. El hombre más alto de aspecto seco era el legado del Papa, él más bajo, fue presentado como el ayudante del bibliotecario, fray Alberto como el enviado del emperador y yo como el asistente del difunto fray Agustín maestro herbolario de la abadía de Orvieto. La comida, como prescribe la regla, fue frugal y en silencio. A las 4.30 h de la tarde estábamos rezando las vísperas. Al salir de la oración ya había oscurecido, fray Alberto y yo, a pesar del frío, estuvimos paseando por el claustro, a la vista de todos, hasta la hora de completas. Le conté que el cocinero me había ofrecido un cuenco de leche fermentada. Después de completas (a las seis y media de la tarde), según la regla, todos los monjes, deben retirarse a dormir.
Serian las doce de la noche cuando me despertó el sonido de unos pasos que se acercaban a mi celda; temí algún mal. Sin embargo era la inconfundible voz de fray Alberto la que me llamaba.
- Levanta Fabián. Vístete y sígueme, no enciendas ninguna luz, el reflejo de la luna sobre la nieve es suficiente para orientarnos y sobre todo, no hables. Vamos a amagar una estocada al corazón de nuestros enemigos, eso nos situará en un plano de igualdad. Pero se trata solo de una finta, si quisiéramos herir, difícilmente saldríamos vivos de la biblioteca. Si oyes algún ruido no te inmutes; estoy completamente seguro de que en este momento nos vigilan. Nos dirigimos a la biblioteca, fray Alberto abrió la puerta con una ganzúa, y se puso a registrar los estantes más altos rebuscando con auténtica pasión en una zona de enormes tratados de botánica y anatomía. Me dijo al oído, que mirará a la altura de mi rodilla, en el estante que quedaba tapado al abrir la puerta, por si veía algún libro de cocina. Le indiqué que no, con un gesto y entonces redobló su furibunda labor de búsqueda desesperada, hasta que encontró un tomo, lo guardó y se lo llevó a su celda.
En menos de media hora había terminado nuestra expedición de saqueo. Nuestros enemigos creen que tenemos “el libro secreto”. Fray Alberto, pasó las pocas horas que quedaban hasta maitines en mi celda. Al levantarnos para rezar me dijo:
- La cosa va bien, el libro que nosotros buscamos no está en la biblioteca, pero tampoco lo tienen los enviados del Papa. Temo que lo tiene un tercero, en cuanto comprenda su verdadero valor, empezará a sufrir su maléfica influencia y tratará de mostrar su fuerza.

miércoles, 30 de septiembre de 2009

La disciplina de la literatura.

La literatura no es cultura sino algo mucho más simple y elemental: es una mera consecuencia del instinto de la imaginación. Un instinto que opera con plenitud en la infancia y que poco a poco se nos suele ir atrofiando, como todo órgano que se deja de usar.
De mayores ya no sabemos recordar que hubo un tiempo en que el juego y la fábula no eran una manera de huir de la realidad sino la forma principal de conocimiento: Mediante el juego aprendíamos las leyes y las normas del mundo. En esa edad de oro, nuestra primera infancia, de la que todos somos supervivientes mediocres, placer y aprendizaje, juego y verdad, imaginación y descubrimiento, eran términos sinónimos.
A medida que crecemos, el hábito de la imaginación se vuelve peligroso o inútil, y sin darnos cuenta lo vamos perdiendo. No porque sea un proceso natural como el cambio de voz, sino porque hay una determinada y eficacísima presión social para que, al margen de nuestros gustos individuales, nos convirtamos en súbditos dóciles, empleados productivos, en lo que antes se decía hombres de provecho.

La literatura, pues, no es aquel catálogo abrumador y soporífero de fechas y nombres con que se nos castigaba en el instituto, sino un tesoro infinito de sensaciones, de experiencias y vidas que están a nuestra disposición. Gracias a los libros nuestro espíritu puede romper los límites del espacio y del tiempo, de manera que podemos vivir al mismo tiempo en nuestra habitación y en Nueva York o en las llanuras heladas del Polo Norte y podemos conocer a amigos que vivieron hace veinticinco siglos. La literatura nos enseña a mirar dentro de nosotros. Es una ventana y también un espejo.
Que la literatura como hija de nuestra imaginación se parezca al juego y al sueño, no quiere decir que este al alcance de la mano; que cualquiera pueda sin esfuerzo escribirla y leerla. Nada más lejos de la realidad que la creencia irresponsable de que cualquiera, puede hacer cualquier cosa sin esfuerzo, de que el empeño y la tenacidad no sirven para nada. La educación debería servir para disciplinarnos no solo en nuestros deberes, sino también en nuestros placeres, quizá así nos costaría menos trabajo ser felices.

domingo, 27 de septiembre de 2009

Un espiritu tutelar: Capítulo 6ª: El libro de la ciencia de los venenos aureos y térmicos.

¡Un libro tan peligroso que nunca debimos haberlo salvado!.
- ¡Tan nocivo es el libro del que habláis!, dije.
- El libro es un minucioso estudio y descripción de todos los venenos de origen vegetal, conocidos en Oriente y Occidente hasta la fecha. La descripción de las plantas, la forma de preparación de la toxina y sus métodos de administración y dosificación para usos medicinales o letales. El padre Germán, el Padre Agustín y yo mismo hicimos una amplia labor de enriquecimiento del Tratado, catalogando decenas de hongos y otras sustancias alucinógenas e incorporamos un capítulo final sobre “el Aconitum Napellus”, planta muy abundante en los alrededores de la abadía, de la que se extrae el más letal de los venenos que se conocen. Las ilustraciones de sus láminas son maravillosas, la caligrafía perfecta, el pergamino y la encuadernación excelentes. Todo es admirable en ese terrible libro; tan hermoso como Lucifer, porque su belleza termina siempre por seducir a su poseedor. Quien abre sus tapas abre las puertas del infierno, por ellas se escapa un mal incontrolado, que en medio de las luchas del Papa y el Emperador, de Francia contra Inglaterra, del rey de Castilla contra su hermanastro Enrique, de “La Jacquería” contra la nobleza, de los mendicantes contra los observantes... podría adquirir proporciones gigantescas. ¿Qué pasaría si cayera esta formidable arma, en manos de un hombre del siglo?. La naturaleza humana es pecadora, el mal habita dentro de nosotros; quién puede conservar su corazón puro, cuando dispone de un arma inapelable para acabar con sus enemigos. El asesinato, en la mayoría de los casos, pasaría por muerte natural, y en cualquier caso, nunca sería descubierto su autor. Ese libro, hace añicos la voluntad humana, contiene el fruto prohibido del paraíso. La divulgación de sus secretos sería una fuente perpetua de dolor y de amargura en esta tierra. En gran parte, soy responsable de él; y mi obligación, con la ayuda de Dios, es destruirlo antes de que sea demasiado tarde. Sólo así lograré a descansar tranquilo por las noches.

El padre Alberto calló y se produjo un largo silencio, que yo no me atrevía a interrumpir. Después de un rato en el que sólo se oía el pisar de las bestias y el sonido del viento. Continuó:
- Si te cuento todo esto, querido Fabián, es porque tú también corres peligro. Nuestro enemigo es implacable y el mero hecho de haber servido a fray Agustín te compromete.
Dentro de un momento nos separaremos. Debes entrar solo en la abadía, y contar con profundo desconsuelo que el padre Agustín ha fallecido; es fácil de creer que por su avanzada edad, no haya resistido la dureza de las jornadas alpinas. Dirás que has enterrado su cadáver a unas tres jornadas de aquí. Yo entraré a última hora de la tarde, me acreditaré como el enviado del Emperador Carlos de Bohemia y solicitaré autorización para examinar los libros de la biblioteca.
A los redactores de esa carta les llevará más de una semana comprobar lo que digo. Pensarán que llegado el caso, es fácil deshacerse de un rival tan necio, como para presentarse sin escolta. Su punto débil es que no saben exactamente qué buscan; estoy seguro de que mientras ellos crean, que yo sí lo sé, mi vida no correrá peligro. Pronto trabaremos relación íntima, esto les pondrá nerviosos y hará que se precipiten. Disponemos de una semana para completar nuestra misión.
Es hora de separarnos, aún nos queda una legua para llegar a la abadía.

Dicho esto, fray Alberto se apartó del camino y ocultándose entre unos abetos se dispuso a dormir plácidamente una siesta. Caminé más de una hora por aquella senda cubierta de nieve, esa noche debía haber estado nevando hasta la madrugada. Así fue como, con apenas dieciséis años y con el corazón en un puño, una helada mañana de noviembre, me vi llamando a la puerta de la Abadía.

sábado, 26 de septiembre de 2009

El Maestro Eckhart

"Quien quiera alcanzar la paz del alma, no lo conseguirá huyendo de las contingencias y retirándose a la soledad; hay que abandonarse a sí mismo, pues toda inquietud depende de nuestro propio querer. No ha dicho Jesus: "Quien quiera seguirme, debe renunciar a si mismo. He aquí lo que importa. Dejad que Dios destierre poco a poco, al hombre viejo que hay en vosotros y vuestra vida será santificada: entonces, cada una de vuestras acciones, por insignificantes que sean, se convertirá en bendición, pues Dios mismo es quien las realiza. Quienes en cambio, no están llenos de Dios, sino de ellos mismos, no hacen nada bueno, por muy grandes que puedan parecer sus acciones. Quien lleva a Dios ha encontrado la paz y el reposo del alma, este reposo le gustará con todos y en todos los lugares, en la calle, en el desierto o en la celda del convento. Nada puede perturbar esta calma del espíritu". (Maestro Eckhart. Erfurt 1300)

La hermosa cita, de hace setecientos años, describe la ruta del amor intelectual a Dios a través de la ascética y la mística. Un camino que hoy sigue plenamente vigente y que curiosamente se compagina por igual, con el mensaje de todas las religiones, porque está en la misma esencia del sentimiento religioso.

miércoles, 23 de septiembre de 2009

Un espíritu tutelar.Capítulo 5º: Planteamiento de la trama

Por desgracia, la celebridad que alcanzaron las excelentes obras de botánica que llevamos a París, hizo sospechar al Papa, que de alguna forma, habíamos sacado del monasterio el remedio secreto contra la peste. Al poco tiempo, sufrimos el registro de nuestras habitaciones en la universidad. Por suerte habíamos previsto esta posibilidad, y en Bolzano, decidimos cambiar la encuadernación, y el título, del “Tratado sobre los Venenos.” Yo era el más joven de los tres, así que me correspondió volver sobre mis pasos y trasladarlo al lugar que creíamos más seguro del mundo: su lugar de origen. Regresé a la abadía unos días después del incendio; al principio dudé del acierto de nuestra iniciativa, pero luego reflexionando, llegué a la conclusión de que volver a ubicar este libro en la biblioteca ya expoliada, era una buena jugada.
No pudiendo acceder al Abad de Sölden, la inquisición sometió a proceso a mi maestro el padre Germán. Una mañana encontraron su cuerpo flotando en el Sena. Fue en ese momento, cuando el padre Agustín, cuyo nombre entonces era Raimundo de Ailly y yo mismo, decidimos abandonar París. Desde entonces hemos llevado una existencia de prófugos, tratando de no desvelar nuestra verdadera identidad. Y en el fondo, agradecidos a la Providencia que nos brindaba la oportunidad de llevar la vida retirada que elegimos al profesar como monjes.

Pasaron quince años, Clemente VI había muerto, y ahora gobernaba en Aviñón el Papa Urbano V, del que se decía que era mucho más humano. Santa Catalina de Siena predicaba contra “la cautividad del papado en Babilonia”; creíamos que había pasado la amenaza. Por otra parte el Tratado sobre los venenos continuaba encerrado en el cofre inexpugnable del monasterio de Sölden, camuflado entre los veinte mil volúmenes de la biblioteca, bajo la custodia de fray Jorge de Brixen el bibliotecario. Sólo tres personas conocíamos de su existencia: el bibliotecario, el padre Agustín y yo mismo. Todo parecía olvidado. ¿ Qué podíamos temer?. Y sin embargo...
- ¿Sin embargo... qué?. ¡ Continuad padre, no me dejéis así!.

- ¡Calla un momento¡. ¿No escuchas allá abajo un extraño ruido?.
- Sí, es como si estuvieran trabajando la tierra.
- Asómate sin que te vean a ese barranco; ¿Ves algo?.
- No padre, está demasiado profundo; pero es extraño ponerse a trabajar la tierra después de la helada de esta noche, el suelo estará duro como una piedra.
- Aguarda, fíjate en esas huellas sobre la nieve, Fabián. No hace mucho, por el resbaladizo sendero que desciende al barranco han bajado dos monturas. Uno de ellos debe ser un excelente jinete pues lo ha hecho sin desmontar.
- Parece que se han detenido. Acaso también han escuchado los pasos de nuestras mulas.
- Continuemos... aún nos queda un rato para llegar. Acércate un poco más Fabián, para que pueda terminar de contarte esta historia.
Al final de la vendimia el padre Agustín muy preocupado me hizo llamar. El medio convenido, era enviar un muchacho a mi localidad en busca de miel. Aún recordarás cuando llegué al monasterio de Orvieto, elegí un día de lluvia para poder entrar completamente encapuchado. Me mostró una carta firmada por fray Jorge de Brixen, el bibliotecario de la Abadía de Sölden, comunicaba que el abad, fray Guillermo de Guggisberg había muerto en circunstancias sin aclarar, y manifestaba su estupor ante la decisión del nuevo abad, de autorizar a extraños el acceso al monasterio y a los tesoros de la biblioteca.
El hecho era preocupante, pero era mucho más grave que fray Jorge hubiera hecho constar por escrito como destinatario de esa carta la dirección y la nueva identidad de su amigo el padre Agustín, pues lo descubría, poniéndolo en un grave peligro.
La carta sorprendentemente no contenía ninguna de las claves acordadas para referirnos al libro, lo que nos hizo sospechar, que su autor no era el Padre Jorge, sino alguien, que desconocía la existencia del mismo, y por algún motivo trataba de atraer al padre Agustín hacia la abadía. Nada podíamos conjeturar sobre la suerte de fray Jorge de Brixen, pero de una cosa estábamos seguros, aunque hubiera hablado bajo tortura, los redactores de la carta no habían encontrado el libro, pues de otro modo no la hubieran remitido.

Solo nos quedaba una cosa por hacer: “desaparecer”. ¡El Padre Agustín, yo mismo y el libro debíamos desaparecer!. Decidimos que el padre Agustín demasiado viejo para volver a andar de aquí para allá, ocuparía mi lugar y yo el suyo. Por eso, en el largo rodeo que hemos dado por los monasterios del norte de Italia me viste hacerme pasar por él. Por suerte no estuve presente en la reunión, que hace quince años, el abad convocó en la biblioteca; pocos de quienes asistieron conservan todavía la vida. Ni siquiera se menciona mi nombre en la carta. ¡Y eso, con la ayuda de Dios, tal vez me permita concluir esta misión que no es otra que destruir el libro antes de que sea demasiado tarde!. ¡Un libro tan peligroso que nunca debimos haberlo salvado!.

lunes, 21 de septiembre de 2009

Barroquismo

Hoy gusta lo directo e inmediato, se presume de vivir en el presente "y a menudo se confunde andar con prisa, con ir al grano". No son tiempos muy dados al barroquismo.
Pero el verdadero arte y la belleza requieren su tiempo y tal vez por eso, algunas de las cimas de la pintura, de la escultura y muchas de la música pertenecen al Barroco.
En literatura también el Barroco atesora sus joyas.Una, es esa grandiosa obra teatral, de Pedro Calderón de la Barca. titulada " La vida es sueño".
Escuchad:

" Rendid las armas y vidas
o aquesta pistola, aspid
de metal, escupirá
el veneno penetrante
de dos balas, cuyo fuego
será escándalo del aire".
Hoy, esto quedaría reducido a un : "Alto, arriba las manos".

También el barroquismo en la escritura puede resultar superfluo, y cargante. Un ejemplo
de este tipo, es el que que ejemplifica Antonio Machado en "Juan de Mairena:"
- " Darete el dulce fruto del peral, sazonado en la rama ponderosa".
- ¿ Quires decir, que me darás una pera?.
- Eso mismo.

sábado, 19 de septiembre de 2009

Un espiritu tutelar. Capítulo 4ª: Rumores sobre "el maligno".

Los legados disputaban continuamente por la preeminencia en la oración y en la mesa, y los soldados se enzarzaban por cualquier pretexto. Los galenos pretendían disponer del herbolario y expoliar a su antojo la valiosa biblioteca. Durante tres semanas, el monasterio, un lugar consagrado al trabajo y al estudio, se convirtió en un corral. Por las noches se producían altercados entre uno y otro bando, hubo asesinatos, hasta el punto que nadie se atrevía a salir de su celda.
Por fin el abad tomó una difícil decisión. Convocó en la biblioteca a ambos legados y a los galenos y alquimistas de cada bando. A la reunión asistieron el hermano bibliotecario, el herbolario y el médico, tres de los monjes más sabios de la abadía. El herbolario, tomó la palabra y les hizo saber que en la abadía nunca se había hallado ningún remedio contra la peste. Y que las curaciones, no eran tales, pues quienes sanaron padecían otro tipo de infecciones que respondieron a los antisépticos comunes. El bibliotecario mostró algunos de los libros de la biblioteca conventual y explicó que la mayoría de los volúmenes versaban sobre plantas y sus efectos curativos. El médico negó que se realizaran disecciones anatómicas que era una práctica prohibida por la Iglesia. Finalmente tomó la palabra el abad, quien recordó los desagradables incidentes protagonizados, reprobó el comportamiento de la soldadesca, y vedó el uso de la biblioteca. Conminando a ambas legaciones a que abandonaran el monasterio en el plazo de una semana.
Los legados callaron y decidieron ganar por la mano la ocasión, pues continuaban convencidos de que en la biblioteca se hallaba el remedio contra la peste.
-¿ Y vos qué pensabais?. Dije.
- Que de ser cierto lo mismo podría predicarse de todo el valle, incluso del valle vecino, tampoco allí nadie se había visto afectado por la enfermedad. Por aquel entonces, ya era obvio que la vida al aire libre, la higiene, y el aislamiento dificultaban el contagio.
Por otra parte la longevidad de estos monjes despertaba tal recelo entre los galenos de las legaciones, que esperaban encontrar entre los manuscritos el secreto de la eterna juventud. Y lo paradójico es que aunque llegaron a tenerlo entre sus manos, no supieron reconocerlo y lo abandonaron. Me refiero a una pequeña obra en la que el Padre Germán, mi maestro, explicaba las causas de esta longevidad: la vida tranquila y saludable, la pureza del agua y el consumo en ayunas de leche fermentada con un hongo que crece en estas montañas.
- ¿ De leche fermentada?.
- Sí, quizá el libro, todavía se encuentre en la biblioteca del monasterio. Son asombrosos los beneficios para el organismo del consumo diario de este alimento.
Pero no quiero desviarme de la historia: temiendo por la integridad de sus mejores obras de botánica, el abad comisionó a dos de los asistentes a la reunión: el Padre Germán- mi maestro de medicina- y al padre Agustín -a quien conoces- y a un tercero, yo mismo - que por entonces era un muchacho - para trasladar algunos libros de excepcional valor. Esa misma noche en compañía del bibliotecario seleccionamos los mejores libros de botánica, algunos eran copias de traducciones del árabe procedentes de Bizancio. Y con el mayor secreto, las llevamos, como parte de nuestro equipaje a la Universidad de París. Muchas de estas obras sobre botánica eran desconocidas en Occidente. Pensamos, no sin razón, que divulgándolas desde la cátedra ya nunca se podrían perder. Sin embargo, había uno de aquellos libros de gran belleza y de indudable valor científico, cuyo contenido no se podía difundir; me refiero al “Tratado sobre la Ciencia de los Venenos Secretos Áureos y Térmicos”, que decidimos apartar de manos irresponsables.
La noche siguiente a nuestra partida, los miembros de las legaciones forzaron la puerta de la biblioteca, y comenzó el expolio de los libros. Se entabló una reñida lucha entre ambos bandos, declarándose un incendio, que por suerte y con la providencial ayuda de la lluvia, pudo ser sofocado antes de que ardiera la biblioteca. El abad como tantas otras veces en el pasado, solicitó la ayuda de los habitantes del valle. Al amanecer las legaciones fueron expulsadas por la fuerza. Los aldeanos no dudaron en emplear las armas y arrojaron por las ventanas a quienes se resistieron.
La expulsión aunque motivada era una afrenta difícil de perdonar. Por ello, el abad despachó inmediatamente a la corte imperial y a la papal, sendas cartas explicativas de lo ocurrido y se dispuso a afrontar lo peor. El Emperador Carlos IV de Bohemia, un hombre práctico, no lo tomó a mal, y contestó la misiva lamentando las pérdidas humanas y las materiales producidas en el incendio. Pero el Papa Clemente VI desdeñó contestar y su respuesta fue el interdicto contra el abad, Guillermo de Guggisberg. Al poco tiempo, los frailes mendicantes proclamaban en sus prédicas por la comarca que era el diablo quien moraba en la abadía. Así pues, fue obra del mismo Papa, la difusión de los rumores sobre la presencia de Satanás en el monasterio.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

El remordimiento



"He cometido el peor de los pecados
que un hombre puede cometer. No he sido
feliz. Que los glaciares del olvido
me arrastren y me pierdan, despiadados.
Mis padres me engendraron para el juego
arriesgado y hermoso de la vida,
para la tierra, el agua, el aire, el fuego.
Los defraudé. No fui feliz. Cumplida
no fue su joven voluntad. Mi mente
se aplicó a las simétricas porfías
del arte, que entreteje naderías.
Me legaron valor. No fui valiente.
No me abandona. Siempre está a mi lado
La sombra de haber sido un desdichado."
J.L. Borges

domingo, 13 de septiembre de 2009

Un espíritu tutelar. Capítulo 3º: El monasterio.

A lo lejos, sobre una enorme peña, cortada a pico por tres de sus lados, y situada sobre un profundo desfiladero se divisaba la abadía. La imponente mole defensiva era del mismo color que la roca y en la lejanía, sus muros apenas se distinguían de las paredes de la peña que le servía de albergue.
- Desde aquí parece invisible, dije.
- Esa peculiaridad, dijo fray Alberto, es lo que más ha contribuido al aislamiento de este antiguo cenobio benedictino del Siglo IX. En épocas de conmociones y peligros la población de esta comarca siempre encontró refugio seguro, entre sus inexpugnables muros.

En presencia de la abadía fray Alberto parecía haber recuperado la locuacidad, continuó:
- El monasterio se ha mantenido siempre al margen de las vicisitudes sufridas por la orden de San Benito y por la propia Iglesia. Nunca se ha negado la acogida a nadie, ni a los enviados del Papa, ni a los del Emperador. Tampoco a quien buscaba aislamiento o protección siempre que estuviera dispuesto a contribuir al trabajo productivo. Jamás importó la regla o la obediencia que profesara. Durante cuatrocientos años el monasterio funcionó como una unidad autónoma, de economía cerrada. Los monjes vivieron, rezaron y trabajaron en sus cobertizos y huertos ajenos a cualquier contacto con la vida exterior. Sin embargo, los viajeros que se aventuraban por esta montañosa región podían guarecerse de las copiosas nevadas y de los ladrones de camino y los enfermos eran atendidos con caridad. La abadía alcanzó fama de albergar algunos de los hombres con conocimientos sanitarios más avanzados de la época y su biblioteca, fruto de la labor de copia y traducción de generaciones de monjes, fue reputada como la mejor en obras de medicina y de botánica, de cuantas existían en Europa.
Aquí se interrumpió fray Alberto y se quedó un tanto ensimismado, como meditando el alcance de su discurso.

Le pregunté por qué se refería al monasterio en pasado.
- Hace años que abandoné el lugar, y las cosas en la abadía han cambiado bastante desde entonces. Ahora, según tengo entendido –dijo sonriendo- parece que es gobernada por el mismo diablo. En la abadía han ocurrido hechos terroríficos y extraños, que las gentes de la comarca atribuyen a obra del maligno. ¿ Tú crees en estas cosas?.
- No, padre. Pero me gustaría saber, por qué se propalan estos rumores
- Siempre hubo una leyenda sobre la longevidad de los monjes de esta abadía; pero el rumor sobre la presencia del diablo, se extendió hace pocos años, cuando la peste se detuvo ante sus muros. Durante aquella época terrible, fueron muchos quienes acudieron al monasterio en busca de auxilio para sus males. Se produjeron algunas curaciones y se difundió la falsa noticia de que se había encontrado el remedio contra la enfermedad.
El año de tu nacimiento la plaga hacía estragos por todas partes. En Aviñón el contagio fue tan masivo, que las gentes huyeron de la corte papal. Perecieron dos tercios de la curia y la obsesión del Papa Clemente VI, llegó hasta el punto, de encerrarse durante meses en su cámara y hacerse rodear de grandes hogueras que ardían día y noche.
Llegó a Aviñón la noticia de que en un monasterio perdido de Los Alpes, se habían producido algunas curaciones; y el Papa dispuso de inmediato que partiera una legación en la que iban sus galenos y botánicos para averiguar que había de cierto. Igual proceder observó el Emperador. Y así a principios del verano siguiente, fray Guillermo de Guggisberg, el abad, se encontró en la tesitura de tener que albergar y atender simultáneamente a dos legaciones, que eran enemigas irreconciliables.

sábado, 12 de septiembre de 2009

El mundo como representación.

Para los demás, nuestra vida es una mera representación, que solo pueden comprender guiándose por nuestra actitud. En sus relaciones, cada cual se ve obligado a adoptar una actitud y una apariencia que lo identifiquen y lo puedan hacer comprensible a los demás. El resto de lo que nos sucede, existe directamente sólo para nuestra conciencia. Aunque precisamente, es de la calidad de esta conciencia - del éxito que tengamos en sacrificar nuestras más bajas pasiones a otras más elevadas- de lo que depende que nuestra representación sea elegante y resulte agradable a los demás.

martes, 8 de septiembre de 2009

Un espíritu tutelar. Capítulo 2º: El Viaje

Fray Alberto, se dejó crecer el pelo, se tiñó la barba de blanco. Al llegar a un monasterio se servía de mí como lazarillo, y haciéndose pasar por el hermano Agustín de Orvieto, acudía a presentar sus respetos al abad. Nunca pasamos más de una noche en un monasterio, y después de casi dos semanas de viaje, de repente dejamos de frecuentarlos. Nuestro rumbo, hasta entonces tan errante, se decantó al Nordeste. Y a primeros de noviembre comenzamos a ascender las empinadas sendas de Los Alpes. No era la mejor época para transitar por estos parajes; llegó el frío, un viento cortante nos helaba el rostro y las manos y cada mañana se hacía más penosa nuestra travesía.
Un día, fray Alberto, se cortó el pelo y se rasuró la barba, su rostro volvía a ser el mismo con el que se presentó. Dijo que debíamos aprovisionarnos, para las dos próximas jornadas, pues íbamos a internarnos en la región más despoblada de Los Alpes y el camino era especialmente abrupto. De madrugada comenzamos a trepar por una estrecha senda que atravesaba un bosque de abetos, entre enormes paredes de roca ascendimos a los glaciares. En lo alto del puerto el aire se hizo más denso y desde la inmensa mole del Schalf comenzó a soplar un viento tocado por la mano de la nieve. Un turbante de nubes negras cubría la cumbre amenazando tormenta. Todo se volvió oscuro, y tuvimos mucha suerte en encontrar unos pastores que se afanaban en recoger el ganado. Aquella buena gente, nada más vernos, nos ofreció su hospitalidad. Me sorprendió, el modo afectuoso, casi familiar como fray Alberto los saludó, dirigiéndoseles en alemán. Tuve la impresión de que los conocía, o al menos, de que no ignoraba la existencia de esta cabaña. Nos acomodaron un lecho y nos hicieron sitio en su mesa. Fuera estalló la tormenta, fuertes ráfagas de viento cargadas de agua nieve golpeaban la cabaña. Nos sirvieron un caldo caliente, un trozo de carne asada, queso y un vaso de cerveza. Entre ellos y fray Alberto se entabló una animada conversación junto al fuego. Yo me dispuse a dormir, acurrucado en el blando lecho de lana. Mientras escuchaba el pavoroso zumbido del viento helado entre las rocas, pensaba en el valor de la comida, del abrigo y de la compañía, “bienes absolutos”, que por desgracia sólo apreciamos en su justa medida, cuando verdaderamente los necesitamos. Antes de caer en un profundo sueño, di gracias a Dios por cuanto nos había brindado aquella tarde.
Cuando me desperté era de día, el viento había cesado y un manto blanco cubría el paisaje. La nieve no desanimó a fray Alberto, que se despidió muy afectuosamente de los pastores. Estaba muy locuaz y parecía de buen humor. Me contó que había crecido en estas montañas y que ahora llegaríamos a un valle muy profundo, acaso el más apartado y aislado de Los Alpes. Sus habitantes eran hospitalarios y todas sus tierras muy fértiles pertenecían a la abadía de Sölden. Nos dirigíamos a la abadía, en la que siendo casi un niño, fray Alberto había profesado como monje; pero de todo esto, dijo, debes guardar absoluto secreto.
Así por perdidas sendas de montaña, nos fuimos internando en un profundo valle glaciar. Encontramos algunas casas de pastores y en una aldea, unas mujeres de edad avanzada se le quedaron mirando como queriendo reconocerlo. Fray Alberto, callaba y no levantaba la mirada. Poco antes del medio día comenzamos a subir por una senda de piedra que afrontaba directamente una fortísima pendiente y avanzaba colgada de una inmensa pared de roca que parecía poner término al valle. El peligro de tropezar y caer al vacío era tan evidente, que decidimos desmontar de las mulas. Después de un buen rato, la senda viró en escuadra y por un camino pedregoso llegamos a un collado, que resultaba invisible desde donde veníamos.
- Mira hacia el Norte, ¿ Distingues algo?.
A lo lejos, sobre una enorme peña, cortada a pico por tres de sus lados, y situada sobre un profundo desfiladero se divisaba la abadía. La imponente mole defensiva era del mismo color que la roca y en la lejanía, sus muros apenas se distinguían de las paredes de la peña que le servía de albergue.

domingo, 6 de septiembre de 2009

Prelaciones

La persona que escojas debería tener siete virtudes: salud, cordura y alegría. En segundo lugar: belleza, talento, cultura y un medio apropiado para ganarse la vida.