jueves, 31 de diciembre de 2009

Alvaro Cunqueiro.

Nuestros argumentos, como nuestros días son cortos y limitados. Por eso merecen ser breve y elegantemente expuestos.





Posee Alvaro Cunqueiro una gracia singular en el modo de narrar, me refiero al arte de la evocación; un raro poder hoy en desuso, que sin embargo, conforma la esencia de la buena literatura.


A Cunqueiro no le gusta describir hechos, prefiere construir sus historias simplemente por evocación. Esboza la trama o el personaje con brevedad desde diferentes ángulos, con el trazo ágil y la seguridad de un buen dibujante que los expone ante un público culto y exigente. No le importa abandonar trama y personajes para acudir a sus disquisiciones eruditas. Su ritmo temporal no es el del cine. Describe escenas como si tratara de pintarlas, de evocarlas de una manera fija en nuestra imaginación. Lo que importa es ganar la complicidad del lector. La trama puede esperar, y de hecho desde un presente intemporal, la trae una y otra vez de nuevo a colación. Sus obras parecen la apasionada continuación de una crónica del excelente periodista, que siempre fue.
Tiene Cunqueiro dos impresionantes novelas: "Vida y Fugas del condotiero italiano Fanto Fantini de la Gherardesca" y "Las Crónicas del Sochantre", en ambas le bastan las dos primeras páginas, para hacernos sentir, parte de ese público distinguido y sumirnos vertiginosamente en la fascinación del Renacimiento toscano en siglo XV o en el mágico mundo de las almas en pena que pululan burlescas por los bosques y aldeas de Bretaña en la época de la Revolución Francesa.
¡Los primeros capítulos de ambas novelas, son obras maestras de la literatura universal, comparables al comienzo de la Metamorfosis de Kafka, y no exagero!
No me atrevo siquiera, a resumirlos, y no digo mas: Os invito a la lectura de estas breves paginas. Su lenguaje un tanto arcaizante, pero preciso, lleno de evocaciones poéticas, se degusta como el aroma de un buen vino; ni una sola de las "inevitables" alusiones culturales al uso. Un relato dispuesto a maravillarnos con la relevancia de los sucesos que contiene, no a repetirnos los sempiternos clisés de la llamada literatura histórica.

jueves, 10 de diciembre de 2009

Janis Joplin: Little girl blues

Hay canciones que nos conmueven, que se nos meten muy adentro. ¿Cómo es posible que esa "cosa leve" que es la música, tenga sobre nosotros ese extraño poder?. Sentimos el ligero aletazo de una divinidad capaz remover nuestro hartazgo, de hacernos olvidar el cansancio y concitar en nuestra apelmazada alma todos esos anhelos , de renovación espiritual, de compasión, de amor a la belleza que tenemos y por los que vivimos.
Pensábamos que era mejor tener encerradas en un cofre "esas canciones de nuestra vida, esas melodías que nos pueden matar o dar la vida". Algo tan íntimo, es prudente tenerlo a buen recaudo y a salvo, tan solo en nuestra memoria. No nos gusta que se nos note esa agridulce emoción que se nos cuela, cuando por azar, recuperamos una de estas canciones que ya no escuchábamos y que creíamos perdida para siempre. Y una vez más, vienen delatarnos públicamente nuestros ojos, que imprevisiblemente se nos llenan de lágrimas. Y es que la vieja melodía nos produce una emoción viva, hecha de todos los recuerdos que nos despierta; como si de golpe abriera para nosotros, las ventanas de una casa oscura y por fin, viéramos las cosas como son, a plena luz del sol. Tal ha sido en mi caso, el reencuentro con la voz de Janis Joplin, y sus olvidadas canciones yacentes en los mudos discos de vinilo, desde los años 80 .
Esa hippie, de aspecto aniñado y rebelde que murió víctima de las drogas y de la soledad sin haber llegado a cumplir los 37 años, poseía un don, era dueña de una voz apasionada y desgarrada, como no ha habido otra para cantar blues. La mezcla del blues y del rock nacida en las revoltosas universidades californianas de los años 60, dio lugar a esta suerte de música, repetitiva que se canta con voz gutural, gritando, llorando, o gimiendo. Como un largo lamento que se va contagiando al que la oye, hasta hacerlo partícipe de esa enorme tristeza, de ese dolor, de ese desamparo.
La leyenda dice que Janis era una chica miope y no muy atractiva, que tenía facilidad para la música. Una niña tierna y sensible, a la que gustaba tratar a los negros, con los que aprendió a cantar y que fue marginada por sus compañeras debido los prejuicios raciales de la América profunda. Una adolescente solitaria que huye de casa con una amiga hacia el Oeste con la esperanza de cantar y que se gana la vida en los bares. Una joven enamoradiza que sufre por amor, se emborracha y se engancha a las drogas. Una chica con talento que triunfa con los pocos discos que logra grabar, porque su voz expresa mejor que ninguna el patetismo de esas historias, que hablan de deseos insatisfechos, de rupturas y despedidas, de sufrimiento y desconsuelo.

Una de estas maravillosas canciones es Little Girl Blues, uno de los blues más hermosos que he escuchado. Os pongo un enlace en Youtube, a pesar de no ser el de mejor sonido, porque tiene la letra traducida al castellano. Se trata una de las pocas apariciones de Janis Joplin en televisión. La grabación es de finales de 1969, apenas unos meses antes de su trágica muerte por sobredosis de heroína. Aparece una mujer, todavía joven, con el pelo largo, que acerca titubeando su frágil figura al escenario y mira a los focos guiñando un poco los ojos, algo desconcertada, mientras sujeta el micrófono con inseguridad. Suenan los lentos acordes de una guitarra, un bajo y un órgano eléctrico, y brota su inolvidable voz, insuperable para expresar este llanto universal que es el blues. La letra -fijaros en la traducción- se refiere a si misma, a su propia vida… ¿ hay quien lo duda?. La canción quiere ser un bálsamo,un leve consuelo, para esa niña pequeña que sigue siendo... y que ya nunca dejará de ser. ¡Es tan hermosa, es tan triste que se hace difícil contener la emoción! ¡Escuchad!





martes, 8 de diciembre de 2009

Baruch, segun Borges.


Baruch Espinosa


"Bruma de oro, el Occidente alumbra
la ventana. El asiduo manuscrito
aguarda, ya cargado de infinito.
Alguien construye a Dios en la penumbra.
Un hombre engendra a Dios. Es un judío
de tristes ojos y de piel cetrina;
lo lleva el tiempo como lleva el río
una hoja en el agua que declina.
No importa. el hechicero insiste y labra
a Dios con geometría delicada;
desde su enfermedad, desde su nada,
sigue erigiendo a Dios con la palabra.
El más prodigo amor le fue otorgardo,
el amor que no espera ser amado".

lunes, 7 de diciembre de 2009

Espinosa y la explicación de la realidad como un todo

Afirmar la existencia del "cosmos" como algo organizado y humanamente comprensible, frente al "caos", fue el punto de partida de la filosofía griega. Desde entonces, las antiguas interpretaciones míticas o religiosas han sido relegadas por las representaciones racionales sobre nosotros y cuanto nos rodea.



Estas representaciones han seguido lo que parece una linea dominante a lo largo de la historia de la filosofía; la que enfatiza lo individual y concreto, como el modo más adecuado de conseguir interpretar de una manera racional lo más universal. La realidad es lo concreto, el yo, el individuo, al que se le atribuye un carácter autónomo respecto del todo. Y es que la explicación racional de la realidad concebida como un todo, al modo de la antigua concepción mítica, siempre ha resultado mucho más problemática y difícil. Intentada por algunos pensadores del siglo XIX Shopenhauer, Nietzsche, Freud, cuyos planteamientos fueron tildados por ello de irracionalistas, es ahora reivindicada por las ruidosas divulgaciones abstractas de la teoría científica moderna.


Su expresion mejor lograda se encuentra en el pensamiento de Baruch Espinosa, quien exacerbando la idea de sustancia cartesiana -paradójicamente uno de los presupuestos del racionalismo filosófico- llegó a esta indigesta conclusión para su tiempo: "Lo que verdaderamente existe y es real es el todo y no las partes".

Sustancia es aquello que es en sí y se concibe por sí, esto es, aquello cuyo concepto para formarse no precisa del concepto de otra cosa”. Sustancia es pues, lo que existe por sí mismo y es conocido por sí mismo.
Las dos implicaciones de esta metafísica racionalista en estado puro, son: Primera, la idea de que una sustancia creada es contradictoria, pues en tanto que sustancia ha de ser definida y conocida por sí misma, sin necesidad de recurrir a la idea de otra sustancia. Y segunda, la exclusión de cualquier otra sustancia, la definición de sustancia incluye necesariamente la idea de Dios y de todo lo existente. No hay pues pluralidad de sustancias, existe una sustancia única infinita que se identifica con la totalidad de lo real: las partes no son autosuficientes solamente lo es el todo.

No somos más que una parte del gran todo de la naturaleza, una parte que no puede ser concebida por si misma, sino que sólo se comprende en relación con el resto de la realidad, y en este sentido, debemos asumirnos como pasivos. No dictamos nuestras determinaciones a la naturaleza, sino que padecemos las que nos impone y a partir de las cuales estamos configurados.
Cada uno de nosotros existimos, sin ningún propósito distinto a la simple inmanencia de nuestro ser y en ello coincidimos con Dios o la Naturaleza, de cuya sustancia única formamos parte. Todos los ¿por qué? referidos a las opciones de nuestro comportamiento desembocan en la misma respuesta: a fin de ser del modo más pleno y fuerte posible, colmando ese deseo, que "no tenemos" sino que "nos tiene constitutivamente".
Para la pregunta ¿por qué queremos ser?, no hay respuesta racional, porque no se trata de una verdadera pregunta, sino de la ilusión imaginativa que pretende apoyar la realidad como tal, en otra realidad aún más real y así indefinidamente. " Lo único cierto es que nadie se esfuerza en conservar su ser a causa de otra cosa".

Agnosticismo

De que nada se sabe.

"La luna ignora que es tranquila y clara
y ni siquiera sabe que es la luna;
la arena, que es la arena. No habrá una
cosa que sepa que su forma es rara.
Las piezas de marfil son tan ajenas
al abstracto ajedrez, como la mano
que las rige. Quizá el destino humano
de breves dichas y de largas penas
es instrumento de Otro. Lo ignoramos;
Darle nombre de Dios no nos ayuda.
Vanos también son el temor, la duda
y la trunca plegaria que iniciamos.
¿ Qué arco habrá arrojado esta saeta
que soy? ¿ Qué cumbre pude ser la meta?".

J. L. Borges ( La Rosa Profunda).

jueves, 3 de diciembre de 2009

La chica del McDonald.

A veces una simple estampa, cuando está bien escrita, alcanza la intensidad de un buen cuento, vease en este artículo que escribió hace algunos años en "El Semanal", Arturo Perez Reverte. ¡Maestro consumado del género!


Era viernes por la noche, casi la hora de entrada de los cines. El Mac Donald estaba lleno hasta los topes y ella llevaba puesta una espantosa gorra de visera y se movía con aire cansado entre la cocina, el mostrador y el micrófono par los pedidos. Un “big Mac”, un menú de pollo con patatas, uno de jamón y queso, repetía con voz monocorde, yendo y viniendo como una autómata, la mirada ausente y agotada. La imaginé levantándose muy temprano, allá en cualquier barrio, a una hora de metro, o de autobús del centro de la ciudad. Era una más de esas jornadas laborales de invierno, que terminaban de noche; se le notaba en los ojos con cercos de fatiga, en la forma en que preguntaba, qué va a tomar, sin mirarte siquiera a la cara. ¿ Cuantas hamburguesas habría despachado aquel día?.
Creo que en otro lugar, en otro momento, vestida de otra forma, sin aquel cansancio asomándole a los ojos, habría parecido bonita. En la cola, pidiendo hamburguesas y cocacola, veinteañeras de su edad, comentaban la película que iban a ver dentro de un rato. Ropa y zapatos de marca, tejanos de los que salen en la tele y risas. Y ella allí echándole horas al otro lado del mostrador, con aquel ridículo gorro en la cabeza, sirviéndoles hamburguesas, para que luego puedan ir a la película de moda.
Total que pagué mi hamburguesa, cobró mirándome sin verme -tenía mordidas las uñas- respondió con un mecánico “a usted” a mis gracias y salí de su vida, sin haberme asomado siquiera a ella.
Decidí sentarme en la mesa de un bar que había enfrente; traté de leer, pero no podía concentrarme. La desolada mirada de la chica me angustiaba el alma. Al rato la vi salir, debía haber terminado su turno, porque vestía con ropa de calle. Se detuvo un instante en la acera, mirando a su alrededor; el chico estaba apoyado en una jardinera. Llevaba el pelo largo y revuelto y una cazadora de cuero, botas y una moto de mensajero. Entonces ella fue hacia él y se le abrazó como un náufrago puede abrazarse a un salvavidas. Y se besaron.
Después en la mesa de al lado alguien dijo algo sobre la juventud y sobre los ideales y sobre la falta de no sé qué. Yo cerré el libro y miré hacia el tráfico que se había tragado media hora antes a la pareja. Me hubiera gustado volverme hacia la mesa de al lado y decir: ¿ De qué juventud habla usted señora?. De esa que sale en los anuncios de la tele, en las encuestas sobre universitarios y en la ruta del bacalao o de esos jóvenes que trabajan y luchan o quieren hacerlo, de los miles de jóvenes estafados, engañados en un empleo basura, de las parejas que tienen veinte años y ya parieron hijos que solo heredarán la cola del paro.

Aquella tarde me hubiera vuelto hacia la mesa de al lado para decir todo eso, pero me callé. Al menos me dije, la chica y el mensajero de la moto, se besaban en la boca despacio, con infinita ternura y eso era algo que nadie les podía quitar. Tal vez en ese momento, se acariciaban el uno al otro, abrazados, en algún lugar de las afueras de la ciudad, y por un momento, la hamburguesería, la moto, el resto del jodido mundo, estaban muy lejos, a miles de años luz. Entonces pedí otra cerveza, les dediqué una sonrisa cómplice y continué con lo que estaba haciendo.

martes, 1 de diciembre de 2009

Apariencias

Hay tanta gente pretenciosa revestida con su coraza de energía y diligencia, que anda por el mundo aparentando ser buena, que aparentar ser "malo", frágil , incluso algo pusilánime, es muestra de un modo de ser dulce y modesto.