sábado, 3 de enero de 2009

La sombra de Carlomagno. Consideraciones sobre "La Historia".



Atender a la historiografía, que es el arte de narrar la historia, es una buena forma de entender y de interpretar la historia.
El legado de un historiador, no puede comprenderse correctamente, sin examinar en que medida su propia época ha contribuido en esta formalización de su “ testimonio”.

Como esto resulta especialmente relevante en los grandes hitos y personajes del pasado, hemos pensado en Carlomagno, pues pocos personajes han sido centro de mitos, leyendas y creaciones poéticas, tan reiterada y persistentemente como el emperador.

De la persona de carne y hueso que vivió entre los años 742 y 814, conocemos la descripción física hecha por su primer biógrafo Eginhardo, cortesano de palacio, que veinte años después de su muerte, lo describe como un germano corpulento, de vientre prominente y elevada talla. (Un metro noventa de estatura, conocemos sus proporciones por una estatuilla ecuestre del S IX, encontrada en el tesoro de la catedral de Metz). Sabemos de su afición a la caza y a las carnes asadas, de su parquedad en la bebida y de su preferencia por vestir a la usanza de los francos.
Su actividad política y militar suscita en nosotros inmediatamente, la imagen del vigoroso jefe, del victorioso conquistador que integró en el Reino Franco, la mayor parte de Europa Central y Oriental.
También sabemos, que pese a la importancia cultural y política de su obra, pasados apenas treinta años de su muerte se disgregó la unidad de la monarquía franca, la dignidad imperial subsistió como mera apariencia y la pretendida génesis del Imperio Cristiano Occidental, se hundió durante siglos en las pantanosas aguas del feudalismo.

Sin embargo la figura del Emperador estaba llamada a proyectar su sombra sobre cada uno de los siglos que jalonan la historia del Occidente europeo. Distintas circunstancias harían la aureola de su reinado, como una edad de oro. Carlomagno encarnará uno de los mitos recurrentes de toda civilización: la recuperación de la perdida felicidad del pasado. Las sucesivas generaciones irán formulando la valoración ética y política de su obra, hasta formar un amplio abanico historiográfico, que surgido nada menos que en el Siglo IX, llega hasta nuestros días.


Este proceso historiográfico es el que nos proponemos analizar, porque da cuenta, más que de la significación real de Carlomagno, de cuales eran las aspiraciones y las verdaderas convicciones de las distintas épocas que lo fueron formulando. Y así ejemplificar cual puede ser el sentido de esta suerte de saber, que llamamos conocimiento histórico y en el que ocupamos nuestro tiempo.

La elaboración de la imagen de Carlomagno se inicia pocos años después de su muerte. El Siglo IX es un periodo de profunda decadencia, en la adversidad, la figura del emperador se idealiza, su reinado aparece como una etapa de esplendor y seguridad. Tal empeño comienza con “La vida de Carlomagno”, del propio Eginhardo, ya citado y continua en ”in crescendo” durante los terrores del año mil.

En el siglo XII la figura de Carlomagno sufre un proceso de poetización: Occidente vive una época de renacimiento económico y demográfico: hasta el Siglo XV, el emperador será uno de los temas más frecuentes de la literatura francesa y alemana. Este proceso comenzó con la “La chanson de Roland” y su imitación alemana “ la rolandslied” cuyo auténtico héroe es el emperador.
La leyenda de Carlomagno se convirtió en la epopeya de las cruzadas y su imagen en el modelo del emperador cristiano, protector de la iglesia y propagador de la fe.

Durante los siglos XV y XVI la figura de Carlomagno fue sacada a colación para respaldar las reclamaciones fronterizas. La monarquía francesa sobre todo, hizo de él un precedente de su actitud política frente al feudalismo. Comenzó entonces la polémica sobre la nacionalidad y el idioma hablado por Carlomagno.

En la época de la Reforma y de las guerras de religión, fueron sus creencias religiosas las que constituyeron el punto de mira principal. Se centraron entonces las investigaciones en su relación con el Papado, la querella de las imágenes, la misión en tierra de sajones y los tribunales que instituyó en materia religiosa para perseguir “los delitos” contra la ortodoxia.

El Siglo del estado absolutista, se hizo de Carlomagno, nada menos que el garante de la fundamentación del poder absoluto del monarca. El Obispo Bossuet, que vivió bajo Luís XIV parangonaba al Rey Sol con el monarca de los francos, “ que por medio de sus conquistas extendió por todo Occidente el cristianismo y el reino de Dios, otorgó al Papado el poder temporal, fomentó la cultura y aseguró el orden del Estado”.

Todavía a mediados del siglo XVIII, Carlos conservaba la poderosa aureola del ideal milenarista. Así para Montesquieu, el rey medieval se trasmutó en un monarca constitucional que limitó el poder de la nobleza y defendió la libertad del pueblo.

La Ilustración fue la primera en abordar una visión crítica de su figura. En clara ruptura de la imagen idealizada. Voltaire negó a Carlomagno los méritos atribuidos por Montesquieu. Esta valoración negativa dejaba entrever el ideario y las aspiraciones de la nueva sociedad en ascenso, la de la burguesía. El emperador, aparece entonces como el fundador de una Edad Media tenebrosa, dominador de millones de esclavos bautizados y represor de todo impulso a favor de la libertad.

Durante el siglo XIX para los historiadores del nacionalismo alemán. Carlos se convierte en el precursor de la unidad alemana. El nacionalismo llega a exaltarlo con grandilocuencia como “el realizador de la historia universal”.

Ya el Siglo XX. Carlomagno es objeto de la propaganda ideológica del III Reich alemán. El nazi Alfred Rosenberg lo calificaba de “exterminador de sajones” y habla de que sojuzgó la religión de la raza nórdica. Curiosamente apenas unos años después, tras la victoria hitleriana sobre Francia, se convertía a Carlomagno en el primer configurador del ordenamiento de Europa por las Gran Alemania.

En nuestros días el premio que otorga el mayor reconocimiento en la construcción poética de la unidad europea, lleva el nombre de Carlomagno. También en nuestra época la imagen de Carlomagno es asociada un ideal el logro de la unidad política de la Europa desarrollada, dentro del respeto a las distintas singularidades nacionales. Su figura vuelve a invocarse en la fundamentación de los valores y aspiraciones de la Europa contemporánea: el ordenamiento democrático y la solidaridad social, la moralidad cristiana y la cultura clásica, la tradición vinculante y la libertad seductora.

Este breve recorrido historiográfico nos ha servido para mostrar en que medida cada época ha enunciado la figura de Carlomagno, de acuerdo con sus propias coordenadas políticas, económicas y culturales. Hemos visto como la fabulación de su figura, ha tenido una notable influencia – a veces trágica- sobre las convicciones culturales y políticas de cada época. El devenir por la historia de las imágenes de Carlomagno nos ha servido sobre todo, para resaltar una de las peculiaridades de ese conocimiento que llamamos Historia: su carácter cambiante.



Los hechos históricos no están gobernados por leyes, o al menos, esas leyes no han sido descubiertas. El reino del historiador es el de los casos particulares y los hechos irrepetibles. Cada época ha evocado al historiador la relevancia de uno u otro tipo de hechos. La selección de series de acontecimientos, su reducción a tendencias y la extracción de sus consecuencias está teñida por los ideales del momento en que se vive. La reconstrucción de los sucesos y personajes del pasado que hace el historiador no es arbitraria. Es como si la misma historia cooperara secretamente en la producción de su propia narración.
Por su mutabilidad permanente, la historia no es en rigor ninguna ciencia. Cierto que el historiador busca la coherencia histórica –modesto equivalente del orden de la naturaleza- pero la forma en que se manifiesta esa coherencia no es la de la ciencia, sino la de la representación literaria: fábula poética, drama, epopeya épica.

En el caso del historiador como en el del poeta, la propia biografía juega un papel predominante en el descubrimiento de las relaciones ocultas entre las cosas.
Cuando deslumbrado por su propia conveniencia el historiador pierde de vista la pluralidad de perspectivas de los hechos, la historia aparece sesgada por la servidumbre de los intereses particularistas. Sin voluntad de objetividad y sin rigor empírico, la historia no es más que ideología.

El siglo XX ha sido pródigo en estas maneras de narrar la historia: generalizaciones autosuficientes, simplificaciones extremas que desprecian la investigación real de las fuentes y documentos.

Que el conocimiento histórico es cambiante, que la historia no es una ciencia, no implica negar la validez de esta forma de conocimiento. La galería de retratos de Carlomagno que cada época ha ido realizando, muestra la apremiante necesidad que toda sociedad ha tenido de investigar el pasado y extraer sus propias consecuencias (acertadas o no).
Los hombres siempre han tratado de identificarse mediante el conocimiento de su pasado. Cada sociedad, cada época son algo más que un conjunto de ideas dispares. La sincera preocupación por el conocimiento histórico es uno de los ejes más valiosos del pensamiento occidental.
Como escribió Octavio Paz: “ Situada entre la etnografía ( descripción de sociedades) y la poesía ( imaginación), la historia es rigor empírico, simpatía estética, piedad, ironía. Más que un saber es una sabiduría. Esa es la verdadera tradición histórica de Occidente, de Herodoto a Michelet y de Tácito a Henry Adams”.

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