"Únicamente si pudiéramos hacer lo que nuestros antepasados, pero prefiriésemos hacer otras cosas tendría sentido hablar de progreso".
En el origen de la civilización griega existió una concepción admirable: el valor de un individuo no se cifra en su poder o en la riqueza que acumula, sino en lo que es capaz de hacer.
La singularidad geográfica y demográfica de los griegos les impidió alcanzar una verdadera centralización política, y esto, que fue la causa de su decadencia, paradójicamente contribuyó a su grandeza cultural. Así la religión no fue obra de una casta sacerdotal, sino que fueron los cantores y los poetas los que le dieron vida. Los Dioses del Olimpo, los héroes y los hombres fueron cantados en numerosas leyendas que hablaban de la valentía y de la astucia, del esfuerzo y del sacrificio, del amor a la patria y a la familia. Valores, que de este modo, calaron profundamente en la sensibilidad de los griegos.
En una época tan tardía como el siglo V, en la Atenas del “Imperialismo” y de La Confederación de Delos, la acumulación de riqueza y los gastos suntuarios en el embellecimiento de la ciudad, no alteraron en lo sustancial, el modo de vida de los helenos.
La vida para los griegos transcurría la mayor parte del tiempo, tanto en verano como en invierno, al aire libre. Con una dieta frugal, a base de harina de trigo y cebollas, de almendras y aceitunas y de pescado; los productos mediterráneos. La carne solo en días señalados y el vino, que era de alta graduación, sólo se tomaba en ocasiones, mezclado con miel o rebajado con agua.
Las ciudades, no demasiado pobladas, preferentemente asentadas en la falda de las montañas, sin murallas, pero con acrópolis fortificadas en las cumbres, presididas por el santuario del dios, o la diosa, tutelar. Y al otro lado, una escarpada ladera que mira al mar, con una senda que conduce al puerto o al fondeadero.
No existía la vida privada, tal y como la concebimos hoy. La vida humana para los griegos sólo era tal, si se desarrollaba en pleno contacto con los semejantes. La vida de un griego sólo tenia sentido en la polis, por eso la pena más grave era la del ostracismo, y se conmutaba por la de muerte. La vida se desarrollaba en el gineceo, en el ágora, en el puerto, o en el teatro, era desconocido este afán moderno de acumulación, de goce en privado de la riqueza.
Este espíritu que Nietzsche llamó agonístico, implicaba el absoluto convencimiento de que el mayor bien que un ciudadano libre podía ofrecer a los demás era el mismo. Por eso, mientras otros pueblos ofrecían riquezas, y sacrificios a sus dioses, los griegos desde niños, ofrecían sus ejercicios físicos en el gimnasio, su esfuerzo en el estadio y los triunfos en los juegos, que por este motivo eran sagrados. Honraban a Zeus, a Apolo o a Atenea, con concursos de lucha, carreras, y con la exhibición en los concursos de belleza de sus armoniosos cuerpos. Si un joven quería causar respeto o convencer de sus opiniones a sus conciudadanos, debía poder despojarse de sus vestidos en su presencia, sin sentir vergüenza por ello, debía saber defender con una lanza la dignidad de su familia o de su patria. Una joven debía practicar en el gimnasio para mantenerse sana, concebir y sacar adelante su prole, y caso de enviudar, volver a tomar esposo y suplir las bajas en la guerra. Desde niños dedicaban muchas horas al ejercicio físico en el estadio, pues para los griegos la molicie o la indolencia eran tan vergonzosas como la ignorancia, e indicaban una total tosquedad, falta de cultura y educación.
No había pues, una ciudad griega sin estadio público, dotado de sombra y agua potable, para practicar los ejercicios durante largas horas. Este era el lugar donde adquirían aquella soltura, aquel dominio de sí mismos que caracterizaba a los hombres libres y los hacia aptos para participar en la vida publica, para dialogar entre iguales. Porque el objetivo del cuidado y del endurecimiento del cuerpo, nunca fue como ahora robustecer sus apetencias y aspiraciones, sino disciplinarlas, en provecho del equilibrio psíquico y de la realización de las tareas espirituales y morales relacionadas con la polis. Tareas que en definitiva eran las que los constituían como hombres, dotando de pleno sentido sus vidas.
La vida para los griegos transcurría la mayor parte del tiempo, tanto en verano como en invierno, al aire libre. Con una dieta frugal, a base de harina de trigo y cebollas, de almendras y aceitunas y de pescado; los productos mediterráneos. La carne solo en días señalados y el vino, que era de alta graduación, sólo se tomaba en ocasiones, mezclado con miel o rebajado con agua.
Las ciudades, no demasiado pobladas, preferentemente asentadas en la falda de las montañas, sin murallas, pero con acrópolis fortificadas en las cumbres, presididas por el santuario del dios, o la diosa, tutelar. Y al otro lado, una escarpada ladera que mira al mar, con una senda que conduce al puerto o al fondeadero.
No existía la vida privada, tal y como la concebimos hoy. La vida humana para los griegos sólo era tal, si se desarrollaba en pleno contacto con los semejantes. La vida de un griego sólo tenia sentido en la polis, por eso la pena más grave era la del ostracismo, y se conmutaba por la de muerte. La vida se desarrollaba en el gineceo, en el ágora, en el puerto, o en el teatro, era desconocido este afán moderno de acumulación, de goce en privado de la riqueza.
Este espíritu que Nietzsche llamó agonístico, implicaba el absoluto convencimiento de que el mayor bien que un ciudadano libre podía ofrecer a los demás era el mismo. Por eso, mientras otros pueblos ofrecían riquezas, y sacrificios a sus dioses, los griegos desde niños, ofrecían sus ejercicios físicos en el gimnasio, su esfuerzo en el estadio y los triunfos en los juegos, que por este motivo eran sagrados. Honraban a Zeus, a Apolo o a Atenea, con concursos de lucha, carreras, y con la exhibición en los concursos de belleza de sus armoniosos cuerpos. Si un joven quería causar respeto o convencer de sus opiniones a sus conciudadanos, debía poder despojarse de sus vestidos en su presencia, sin sentir vergüenza por ello, debía saber defender con una lanza la dignidad de su familia o de su patria. Una joven debía practicar en el gimnasio para mantenerse sana, concebir y sacar adelante su prole, y caso de enviudar, volver a tomar esposo y suplir las bajas en la guerra. Desde niños dedicaban muchas horas al ejercicio físico en el estadio, pues para los griegos la molicie o la indolencia eran tan vergonzosas como la ignorancia, e indicaban una total tosquedad, falta de cultura y educación.
No había pues, una ciudad griega sin estadio público, dotado de sombra y agua potable, para practicar los ejercicios durante largas horas. Este era el lugar donde adquirían aquella soltura, aquel dominio de sí mismos que caracterizaba a los hombres libres y los hacia aptos para participar en la vida publica, para dialogar entre iguales. Porque el objetivo del cuidado y del endurecimiento del cuerpo, nunca fue como ahora robustecer sus apetencias y aspiraciones, sino disciplinarlas, en provecho del equilibrio psíquico y de la realización de las tareas espirituales y morales relacionadas con la polis. Tareas que en definitiva eran las que los constituían como hombres, dotando de pleno sentido sus vidas.
Este texto me ha parecido interesantísimo, una auténtica joya. Y he aprendido muchas cosas que no sabía sobre el tema.
ResponderEliminarPau