viernes, 16 de enero de 2009

El viejo, Schopenhauer.


" Un ser humano puede elegir hacer lo que quiere, pero no puede elegir: -querer lo que no quiere-, o -no querer lo que quiere-".
La frase de atribuida a Schopenhauer, me impresionó desde joven, dijo Jorge.

El sábado por la tarde nos habíamos acercado a casa de Jorge. Después de coger unas cuantas cajas de naranjas de su huerta, de nuevo nos encontramos los tres- Montse, Ramón y yo- sentados en su cómodo sofá frente a la chimenea. El viejo filósofo salió a a colación a proposito de mis reflexiones sobre el efecto del atractivo chico de la fiesta.

Jorge se fue a la cocina y apareció con una gruesa tetera de metal llena de té verde aromatizado con manzana y canela y la depositó en el *samovar. Sacó su precioso juego de tacitas de porcelana china. Una porcelana tan fina que era casi transparente, y en cuyo fondo translúcido se podía ver la efigie de una joven oriental, con tocado, que era distinta en cada taza. El té esparcía su aroma y se enfriaba rápidamente al servirlo en tan elegante recipiente y había que beberselo casi de inmediato. Jorge solia comerse una naranja mientras se tomaba el té, y después de bebernos las primeras tazas, nos servía algunos de sus frutos exóticos, como los dátiles israelies, los pistachos iranies, los anacardos de la India, las pasas de Corinto, y los piñones, y avellanas que eran del terreno, con las que entreteníamos el estómago hasta la noche, durante las oscuras y agradables tardes del invierno que pasabamos en su compañía.

Retomando el asunto añadió:
- Arthur Schopenhauer es un pensador muy interesante. Su concepción del mundo minoritaria en Europa, fue pronto tildada de pesimista y de nihilista. Lo cierto es que en la primera mitad del siglo XIX inaugura una nueva actitud en el pensamiento occidental, de enorme repercusión social y cultural, la que da prevalencia a las funciones afectivo- inconscientes sobre las funciones intelectuales de la mente humana. Para Shopenhauer “El hombre no es nada más que voluntad, deseos encarnados, un compuesto de mil necesidades, que apenas satisfechas vuelven a renacer”. La naturaleza de este deseo inconsciente que aspira a satisfacerse a costa de todo es incolmable y ahí radica la defectuosidad constitutiva de nuestro ser, nuestro mal irremediable, que por encima de todas las utopías pensables carece de solución.
Detrás de la insatisfacción propia del deseo se esconde un secreto todavía más sombrío: las tendencias humanas, no son sólo imposibles de satisfacer, sino falsas. El fin que persiguen nuestros deseos es ilusorio, una pura intuición teatral. El análisis del querer revela una ausencia de finalidad en el origen mismo de todos los fines que sugiere. La desilusión acompaña siempre la satisfacción del deseo, el querer nada quiere salvo a sí mismo y utiliza todos los pretextos a su alcance para engendrarse una y otra vez en un esfuerzo absurdo de creación infinita. Y así la vida del hombre se encuentra atrapada en el círculo del querer, que hace alternar sin tregua, la espera, la satisfacción ilusoria, y de nuevo el dolor de la espera, sin que jamás se pueda salir de este círculo.
A su juicio la moral debe dirigirse a una auto- anulación de la voluntad; Schopenhauer fue uno de los primeros occidentales que estudió las religiones de la India. En su pensamiento se deja sentir la nostalgia del paraíso de la inacción que es el Nirvana del Budismo, un necesario contrapunto crítico frente a la actividad sin sentido de la racionalidad imperante en el pensamiento occidental. Pero el mismo reconoce la imposibilidad de lograr por completo este empeño: la ética para ser verdadera tiene que partir de la imposibilidad de la consecución de la felicidad, incluso en su forma negativa. “En lo que respecta a lo esencial una serie de deseos siempre satisfechos – es decir la felicidad – está tan vacía de significado como el mero tiempo vacío”. Con su estilo aforístico Schopenhauer propone practicar la cautela de quien se sabe arrojado a un mundo en guerra de todos contra todos. Su ética es el arte de la prudencia, el que busca el modo de sobrevivir en un mundo hostil con el menor dolor posible.

1 comentario:

  1. El nirvana, la felicidad perfecta, ya la alcanzaremos cuando nos desprendamos de este cuerpo terrenal. Pero de momento podemos aumentar mucho nuestra felicidad si nos damos cuenta de que el mecanismo de los deseos, lejos de hacernos felices, nos llena de insatisfacción. Así nos resultará más fácil la tarea no de reprimir o suprimir los deseos, sino de relativizar su importancia de tal manera que lleguemos a poder vivir cómodamente junto a ellos, tanto si se ven satisfechos como si no.

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