Al regresar a casa después de la excursión del domingo, María encontró la carta del Caballero Inexistente y el CD en su buzón. Se puso a escuchar la hermosa música de Wagner en la versión de Uri Caine; conocía la grabación porque la había oído alguna vez en casa de Jorge. La carta le alegró mucho, pues temía que El Caballero después de un primer arrebato se hubiera olvidado de ella. No era así, sino al contrario Agilulfo seguía teniéndola muy presente... como era obvio, por la despedida.Además ahora confirmaba una de las hipótesis de su análisis anterior. La obsesión compulsiva del personaje no estaba necesariamente unida a la ingente tarea de La Caballería Andante, de muy difícil realización en nuestros tiempos nefastos. Sino que era un tipo de delirio abierto; es decir, podía alternarse con alguna otra ocupación que persiguiera un ideal, por ejemplo, el artístico... ¡y el amoroso!.
De lo que contaba, se podía deducir que Agilulfo, en su fuero interno creía haberse transformado en un viajero del tiempo. Una presencia ignorada que asistía a los acontecimientos del pasado -y quizá del futuro- con la extenuante tarea de tratar de encontrales sentido. Y así, que al referirlos en el blog pudieran brotar unas gotas de belleza y comprensión o al menos tuvieran una dimensión humana. ¡Ese era el motivo por el que huía de ella!.
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