domingo, 11 de enero de 2009

La música. Aparece el Caballero Invisible.


¡ Si al cerrar los ojos sois de los que habéis llegado a Bagdad en el siglo X - me da igual si habéis acertado con la respuesta al enigma-; entonces sois de los que no pondréis en duda mi existencia.!.Para el simple pensamiento, no existe el tiempo y el espacio, por eso al abandonar la armadura he roto las amarras con el presente y aunque percibo a mis amigos a través de este blog, mi alma deambula por los siglos, sin que se lo impidan los límites del pasado y el futuro.

¡He observado tantas cosas...!. De entre las dignas de contarse, comenzaré con las que por proximidad me parecen más afines y una de ellas sin duda alguna es la música.
Platón escribió que la música era un cosa divina y alada, un arte en el había que ejercitarse desde jóvenes. Yo no creo que la naturaleza de la música admita definición. Ni que el propósito de la música sea otro que el de crear la belleza, ¿ No será acaso la música el más alto grado de armonía al que la limitada naturaleza humana puede aspirar?.

Pero yo soy "un alma sensible", no un intelectual al uso desde comienzos del Romanticismo y por eso prefiero describir que disertar.
Durante el siglo XVII la composición musical corría a cargo de una serie de virtuosos de un solo instrumento.Estos crearon un repertorio personal e íntimo pensado para su interpretación en solitario y ajeno por completo a la disciplina de una orquesta. Florecieron entonces, ciertos instrumentos de una sonoridad e intensidad inigualada: la thiorba y el laud, la viola de gamba, el arpa y el clave. Instrumentos hoy caídos en desuso que en la interpretación de estos maestros parecían hablar al corazón directamente.
Clavecinistas como Chambonnières, D’Anglebert o Louis Couperin; laudistas como Mouton o los Gaultier, violagambistas como Du Buisson, De Machy o Sainte-Colombe, fascinaban a quienes les escuchaban no sólo por el valor de sus composiciones, sino también por la sutileza de su toque, sus juiciosas ornamentaciones, su refinamiento para aprovechar la resonancia del instrumento, su sensibilidad para ir de un gesto retórico al siguiente y por esa rara musicalidad que les permitía obtener la máxima belleza de cada efecto o detalle particular. Yo he escuchado en Basilea el laúd de Silvius Leopold Weiss y en Ca Mocenigo en Venecia, la thiorba de Giovanni Girolanno Kapsberger, " Il tedesco". Supiereron aprovechar las máximas posibilidades del instrumento y elevar, entre un publico exigente de aficionados y entendidos, el arte de la interpretación a un lugar que jamás podríais imaginar.

Llegado el siglo XVIII, cuando la burguesía fue accediendo al poder, el arte íntimo y poético de estos solistas no fue entendido. Hacia 1740 el Barroco estaba llegando a su fin; un noble francés anotó en su diario: "En estos momentos, la Música no es más que un ruido excesivo, siempre con un gran número de instrumentos y voces que tocan al mismo tiempo, como la conversación de un grupo de plebeyos. Casi todos los instrumentos Nobles han caído en desuso, y ya no hay quien sepa emocionarme con el sonido profundo de una Viola, o la melancolía de un Laúd. La vieja Música es demasiado buena para el mal gusto de ahora, y es siempre pobremente considerada entre la multitud de mal juicio, pero yo digo que ninguna época o Nación la superarán jamás".

Gaelic Raga. Vicenzo Zitello. ¡Solo de arpas!.


2 comentarios:

  1. La música es belleza y armonía puras, es un lenguaje universal que entienden personas de cualquier idioma y cultura: la entienden incluso los bebés que no hablan, los animales y hasta las plantas.

    Quizá algunas piezas del rock duro del siglo XX sean ruido excesivo, pero no creo que la música clásica del siglo XVIII, como por ejemplo la de Mozart, no sea más que un ruido excesivo por el mero hecho de empelar varios instrumentos. Para mí, la música de Mozart es la más sublime de todos los tiempos.

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  2. Ya ves Pau así pensaba la aristocracia del "ancien regimen", tal vez por eso se hizo necesaria la Revolucion Francesa y hasta la guillotina.

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