¡La alegría como la margarita de las nieves es sin porqué!.
A las seis el cielo se ha encapotado y de repente se ha hecho de noche. Un viento frío de poniente arrastra nubes oscuras sobre un cielo morado. He salido al balcón, porque de repente ha aparecido una gran luna llena. Me gusta mirar la luna de enero, es la más blanca y misteriosa del año. Me ha dado un escalofrío, quizá no debía haberme asomado. Se supone que me había quedado en casa para curarme del resfriado. Eso al menos, es lo que le he dicho a Carlota, cuando ha llamado. ¡Quiere, que el viernes vaya con ella al cumpleaños de Carlos!.
Esperaba encontrar en el correo o en el contestador algún mensaje del Caballero Invisible, pero ciertamente está haciendo honor a su nombre. ¿ Qué será de aquel tipo inverosímil?. ¡No está la temperatura como para pasar al raso las noches!.
Repasando mis cuadernos he encontrado el texto de la hermosa disertación que nos dio Jorge sobre la alegría. La tituló:Preparación para la alegría y me parece uno de los más bonitos discursos de nuestro amigo: " La alegría simplemente es la afirmación del vivir. Si entendemos la entraña del deseo humano nunca cambiaremos la alegría por ningún otro don o conquista, pues cuanto apetecemos o arrebatamos no nos motiva más que a fin de conseguir una experiencia de asentimiento de la vida. Esta experiencia del asentimiento del vivir está ligada a la felicidad y al placer.
La felicidad es el estado de afirmación vital. Su mayor ambición frente a la crudeza cambiante de la vida, nos hace dudar y hasta retroceder. Suponerse feliz es afirmar una intensidad positiva suprema, estable e invulnerable, no hay felicidad en el desasosiego de perderla. Por eso el momento de la felicidad es el pasado, donde ya nada, ni nadie nos la puede quitar, o el futuro, cuando aún nadie, ni nada la amenaza. El presente en cambio, está demasiado expuesto a lo eventual como para convertirse en sede de algo tan magnífico.
El placer es la sensación de esa afirmación de agrado por la vida. A la inversa de la felicidad, el placer es trágico porque está ligado al instante, al fugaz “aquí y ahora”. Todos los placeres son efímeros y vienen de la mano del dolor, que ya empezamos a sentir, apenas notamos su ausencia. De los tres aspectos de esta afirmación vital, frecuentemente entreverados, el sentimiento o “alegría” es sin duda el más preciado. La alegría es cosa del presente, puesto que nadie le impide sentirse alegre saber que dentro de un instante puede dejar de estarlo; pero también se nutre de la aceptación agridulce del pasado y del desafío euforizante del riesgo venidero. La alegría no pretende superar o abolir nuestro entrechocar trágico con el mundo; que nunca es a la medida de nuestros deseos. No pretende enmendar las cosas que no tienen enmienda. Quien goza de la alegría asume la visión trágica de la vida y no obra contra ella, sino a partir de ella. Por eso la alegría me parece más realista que la felicidad y más profunda que el placer.
Dijimos que la alegría sobreviene y no puede buscarse de propósito, pero puede propiciarse estando preparados para recibirla y para emplearla como el mayor de los dones. En este sentido sólo es sabiduría verdadera, la que enseña a conservar y ampliar la alegría.
La paradoja ética de la alegría, es que no es el final del camino moral o su recompensa, sino el comienzo, su inexcusable origen. La alegría no corona la virtud, sino que la crea como uno de sus modos de perpetuación".
Esperaba encontrar en el correo o en el contestador algún mensaje del Caballero Invisible, pero ciertamente está haciendo honor a su nombre. ¿ Qué será de aquel tipo inverosímil?. ¡No está la temperatura como para pasar al raso las noches!.
Repasando mis cuadernos he encontrado el texto de la hermosa disertación que nos dio Jorge sobre la alegría. La tituló:Preparación para la alegría y me parece uno de los más bonitos discursos de nuestro amigo: " La alegría simplemente es la afirmación del vivir. Si entendemos la entraña del deseo humano nunca cambiaremos la alegría por ningún otro don o conquista, pues cuanto apetecemos o arrebatamos no nos motiva más que a fin de conseguir una experiencia de asentimiento de la vida. Esta experiencia del asentimiento del vivir está ligada a la felicidad y al placer.
La felicidad es el estado de afirmación vital. Su mayor ambición frente a la crudeza cambiante de la vida, nos hace dudar y hasta retroceder. Suponerse feliz es afirmar una intensidad positiva suprema, estable e invulnerable, no hay felicidad en el desasosiego de perderla. Por eso el momento de la felicidad es el pasado, donde ya nada, ni nadie nos la puede quitar, o el futuro, cuando aún nadie, ni nada la amenaza. El presente en cambio, está demasiado expuesto a lo eventual como para convertirse en sede de algo tan magnífico.
El placer es la sensación de esa afirmación de agrado por la vida. A la inversa de la felicidad, el placer es trágico porque está ligado al instante, al fugaz “aquí y ahora”. Todos los placeres son efímeros y vienen de la mano del dolor, que ya empezamos a sentir, apenas notamos su ausencia. De los tres aspectos de esta afirmación vital, frecuentemente entreverados, el sentimiento o “alegría” es sin duda el más preciado. La alegría es cosa del presente, puesto que nadie le impide sentirse alegre saber que dentro de un instante puede dejar de estarlo; pero también se nutre de la aceptación agridulce del pasado y del desafío euforizante del riesgo venidero. La alegría no pretende superar o abolir nuestro entrechocar trágico con el mundo; que nunca es a la medida de nuestros deseos. No pretende enmendar las cosas que no tienen enmienda. Quien goza de la alegría asume la visión trágica de la vida y no obra contra ella, sino a partir de ella. Por eso la alegría me parece más realista que la felicidad y más profunda que el placer.
Dijimos que la alegría sobreviene y no puede buscarse de propósito, pero puede propiciarse estando preparados para recibirla y para emplearla como el mayor de los dones. En este sentido sólo es sabiduría verdadera, la que enseña a conservar y ampliar la alegría.
La paradoja ética de la alegría, es que no es el final del camino moral o su recompensa, sino el comienzo, su inexcusable origen. La alegría no corona la virtud, sino que la crea como uno de sus modos de perpetuación".
Me resulta desacostumbrada la definición que haces de los términos alegría, felicidad y placer. Pero estoy de acuerdo contigo.
ResponderEliminarEdison dijo: "Que la inspiración te pille trabajando". Creo que lo mismo puede decirse de la alegría. Es una emoción, y como tal no la podemos controlar directamente. Pero sí que está en nuestra mano prepararle el camino para propiciar su venida de manera decisiva.