sábado, 3 de enero de 2009

Donde se cuenta el origen del caballero Inexistente.



El hermoso sueño de Agilulfo, al que llamó "fusiones", no duró más que lo que tardó un desconocido gallo, en saludar a la aurora que ya asomaba sus rosados dedos por el horizonte. Las últimas brasas del fuego se reflejaban en la armadura y a nuestro caballero se le vino a la memoria, el primero de los recuerdos que tenía. ¡Sin duda, oculto en este suceso debía encontrarse el sentido de su solitaria existencia!. Lo había repasado miles de veces y pese a su asombrosa memoria, no conseguía recordar nada, antes de "esta su primera aparición".

También aquella noche el resplandor de cientos de antorchas se reflejaba en las corazas...
Bajo las rojas murallas de París se alineaba el ejército de Francia. Carlomagno debía pasar revista de los paladines. Llevaban allí más de tres horas; hacia calor; era una tarde de comienzos del verano, algo cubierta, nubosa; dentro de las armaduras se hervía como en sartenes a fuego lento. No hay que descartar que alguno de aquella inmóvil fila de caballeros no hubiera perdido ya el sentido o se hubiera adormilado, pero la armadura los mantenía erguidos en la silla, todos de la misma manera.
Eran cientos, y el emperador conocía a todos por las armas y el escudo de la familia, pero era la costumbre que fuesen los mismos caballeros los que descubriesen su nombre y su rostro. Quizá porque de no ser así alguien, con algo mejor que hacer que tomar parte en la revista, habría podido mandar allí su armadura con otro dentro.
El rey había llegado al final de la interminable formación cuando descubrió ante él un caballero de armadura completamente blanca. La armadura estaba limpia, incólume, sin un rasguño; el yelmo lo coronaba un penacho de quien sabe que raza oriental de gallo, cambiante en todos los colores. En el escudo había dibujado un manto drapeado y dentro del blasón se abría otro manto, y luego otro y otro. Se trataba de una sucesión de mantos drapeados que se abrían uno dentro de otro, hasta que el dibujo se volvía tan menudo que nada se conseguía divisar.

- Y vos ahí, con tan pulido atavío... -dijo Carlomagno, que cuanto mas duraba la guerra menos respeto por la limpieza veía en los paladines.

- ¡Yo soy, la voz llegaba metálica desde dentro del yelmo cerrado: Agilulfo Emo Bertrandino de los Guildivernos y de los Otros de Corbentraz y Sura, caballero de Selimpia Citerior y Fez!.

- Aaah... - dijo Carlomagno, y del labio inferior, algo salido le broto un ligero trompeteo, como diciendo: " si tuviera que acordarme de todos, ¡estaba fresco!.. Pero de inmediato frunció las cejas. - ¿ Y por qué no alzáis la celada y mostráis vuestro rostro?.

El caballero no hizo ningún gesto; su diestra enguantada con una férrea y bien engrasada manopla, apretó mas fuerte el arzón, mientras que el otro brazo que sostenía el escudo, pareció sacudido por un escalofrío.

- ¡Os hablo a vos paladín! - insistió Carlomagno- ¿ Cómo es que no mostráis la cara a vuestro rey?

La voz salio salio neta de la montonera:
- Porque yo no existo, Sire.
- ¡ Esta si que es buena!.- exclamo el emperador- ¡ Ahora tenemos entre nuestras fuerzas un caballero que no existe!. Dejad me ver.

Agilulfo pareció vacilar un momento, y después con mano firme pero lenta, levantó la celada, el yelmo estaba vacío. Dentro de la armadura blanca de iridescente cimera no había nadie.

- ¡ Vaya, vaya! ¡ lo que hay que ver!- dijo Carlomagno. - ¿ Y cómo os las arregláis para prestar servicio, si no existís?.

- ¡ Con fuerza de voluntad- dijo Agilulfo- y fe en nuestra santa causa!.

- Claro, claro, muy bien dicho, así es como se cumple con el deber. Bueno, para ser alguien que no existe, sois estupendo.

Agilulfo cerraba la fila. El emperador había pasado ya revista todos; dio media vuelta al caballo y se alejó hacia las tiendas reales. Era viejo, y tendía a alejar de su mente las cuestiones complicadas.*

(* Se trata de la presentación que del personaje hace Italo Calvino en " Nuestros Antepasados")

The King's Singers. ¡ Una maravilla!.



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