viernes, 30 de enero de 2009

La huerta.


Jorge, nuestro profesor de literatura es un hombre peculiar. Cuando llegó lo primero que hizo fue comprarse una casita de una sola planta en las afueras, junto al río. Arregló la casa, el pozo y la antigua huerta que estaba abandonada.
Al jubilarse nos dijo:-Ahora puedo considerarme un hombre afortunado, porque por fín tengo el día entero para hacer lo que me gusta. No necesito trabajar por un sueldo y mientras conserve la salud y las fuerza en los brazos podría ganarme el sustento. Y se puso a trabajar con entusiasmo en la huerta: podando e injertando los frutales, construyendo un aljibe para el riego y un invernadero de aluminio con cristalera corredera en el techo. Pasó muchas horas excavando con pala y carretilla una zona de bancales profundos. Los bancales eran de una tierra negra riquísima en abono vegetal y sobre elevados un metro del suelo. Divididos en hileras por senderos que permitían el paso, no tenían más de un metro de ancho, jamás se pisaba sobre ellos. El riego era por aspersión desde el techo. Esta técnica permitía a Jorge cosechar en apenas unos cincuenta metros cuadrados y sin mucho esfuerzo, las hortalizas que consumía
Si alguno de nosotros lo visitaba durante la mañana, su inexorable destino era acompañarlo en las tareas de la huerta y en “sus largas conversaciones” con las acelgas, los ajos, las alcachofas, los apios, las berenjenas, los brócolis, las calabazas, los calabacines, los cardos, las cebollas y los cebollinos las coles en todas sus variedades, las coliflores, las endivias, las escarolas, las espinacas, las fresas, las frambuesas, los guisantes, las habas, las judías, las lechugas, los melones, los nabos, las patatas, los pepinos, los pimientos, los puerros, los rábanos, las remolachas, las sandías, sus majestades los tomates y las zanahorias. Amen de sus hierbas aromáticas, como la albahaca, el eneldo, los hinojos, el perejil, y el tomillo. Todas estas cosas buenas que existen por la gracia de Dios, eran el deleite de Jorge. Se recreaba en la larga enumeración en orden alfabético, en los comentarios sobre las siembras rotatorias para evitar el empobrecimiento del suelo, y la obtención del abono y del compost mediante el prensado de los residuos vegetales, el uso de los insecticidas naturales y todos los primorosos cuidados de la huerta, para alcanzar casi el éxtasis con su preparación gastronómica”

jueves, 29 de enero de 2009

Refinamiento del campo.




Las piedras colocadas sobre piedras
y encima de ese muro primitivo
algún olivo blanco.
No sé por qué será que ciertas cosas
que apenas dicen nada,
que bien analizadas no son cosas
dignas de nada,
causan sobre mi ánimo un influjo
de inextinguible paz.
Se diría que siento mis raíces
dentro de esos contornos depurados
que no son nada, dentro de esa vejez
de una humildad tan firme
cual si una incitación muy familiar
me retuviera allí.
Algo como una voz que me dijera
de dentro de mí mismo :esta fe encantadora
es la pobreza. (Juan Gil Albert)

miércoles, 28 de enero de 2009

La agricultura y el origen de la civilizacion.

Cincinato.
La agricultura era sin duda el medio de vida más importante de la antigua Roma: La palabra latina "cultura" significa en realidad trabajo de la tierra. Pero dedicarse a la agricultura y establecerse en un lugar aunque era la condición previa no bastaba para ser un pueblo civilizado. La cultura es el fruto del intercambio humano, y sólo en las ciudades se puede crear la cultura. En "La Ciudad" (que es como los romanos llamaban a Roma) se concentran los productos de los campesinos, y se cambian por los productos artesanales, es decir surge el comercio. y junto al comercio esas dos fabulosas e inigualadas palancas de la integración cultural: el Latín y el Derecho; Tambien las Magistraturas y El Ejército, que fueron los instrumentos de La Romanización (todavía el más importante proceso de civilización hasta nuestros días).
Pero el fermento de todo este proceso está, precisamente, en esa idea, que el campesino romano tenía, de que sus conquistas eran una ampliación de sus tierras, pagadas con sangre, en lugar de con dinero. Los vencidos se veían obligados a integrarse en la población romana o a ceder una parte de su suelo de cultivo.
"Muchos pueblos, escribió Teodoro Mommsen, han vencido a otros y han conquistado su territorio, pero ninguno como el romano supo hacer suyo y fecundar con sudor el terreno ocupado, ni ningún otro conquistó con el arado lo que apresó antes con la lanza: Lo que la guerra da otra guerra puede quitarlo, pero ello no rigió durante muchos siglos para con las victorias que el labrador romano consiguió sobre la tierra".
Es cierto que los romanos perdieron muchas batallas, pero nunca cedieron un palmo de terreno romano y debieron el acrecentamiento de su territorio al campesino. La fuerza del Estado residía en la posesión por los individuos de las tierras laborables conquistadas. La grandeza de Roma se basa en la posesión del suelo por los ciudadanos y en la gran fertilidad y homogeneidad de su población agrícola. La importancia de la familia numerosa bajo la férrea autoridad del “pater familias” y la afición por el trabajo pacifico y creador, es lo que explica, tanto o más que su profundo sentimiento nacional, el poderío que adquirieron los romanos en Italia primero y después en el mundo. En Roma el propietario libre conducía el mismo el arado, algo incomprensible para un pueblo como el espartano. Por eso los espartanos pese a su portentoso ejército, no pudieron crear una cultura, ni estuvieron capacitados para ejercer un largo dominio sobre los pueblos.

lunes, 26 de enero de 2009

Rechazo de la convivencia rutinaria


"El amor, esa grandiosa pasión capaz de resistir todas las pruebas, es incapaz de sobrevivir a la más anodina de todas: la convivencia diaria".

Habla Montse:
Ramón y yo, decidimos no convivir bajo un mismo techo. Seguimos siendo vecinos y nos visitamos a menudo, quedamos para comer, para salir...y hasta puede que nos vayamos a la cama de un modo furtivo, como piensa María; pero a nadie le hemos dado nunca a entender que somos una pareja.
Nos horroriza lo que conlleva la convivencia diaria:La rutina, el cansancio, la pesadumbre de tener que envejecer a la vista del otro, compartiendo las pequeñas miserias en el trato, el mal olor de la boca al despertar, el tedio de las tardes de domingo y los achaques de la edad.
Ese pasar los años, en una convivencia seca desatenta, que se manifiesta por lo general como un rechazo a toda conversación.Ese silencio en compañía, demasiado ostensible para pasar desapercibido, tan denso y opresivo como una afrenta. Nada tiene de sutil ese agrio mutismo, de soledades baldías como campos de espinas.
Añoramos el silencio de otras tardes, la tristeza interior de la persona solitaria, que invita a la reflexión, al extravío del espíritu, al temblor del alma, o cuando menos... a la rancia compasión por uno mismo.
¡Brindemos por las ligeras distracciones!. ¡Yo os invoco: El sueño, el ejercicio, la lectura, la música, la poesía. Que vuestro poder alado, haga más leve la vida!. ¡Para que cada vez que nos encontremos, tengamos siempre presente, las pautas de la buena conversación, las reglas de la afabilidad en el trato diario!. Ninguna convivencia íntima puede sobrellevarse si no está dulcificada por la cortesía.

domingo, 25 de enero de 2009

El pensamiento simbólico


El sábado por la tarde un viento huracanado convirtió las calles en un infierno. Sólo en España, la caída de árboles, y los derrumbamientos han causado 11 muertos. ¡Poco menos que un ciclón en el trópico!. Resulta un alivio saberse a resguardo, junto al samovar de Jorge, con una taza de té en la mano, mientras ahí fuera el viento enviste todo a su paso y continúa bramando como si se hubieran desatado todos los diablos. Contemplamos la vacilante llama en la chimenea, por la que se cuela, de vez en cuando alguna ráfaga, y se nos hace patente nuestra pequeñez ante la fuerza desatada de la naturaleza.
Posiblemnete fue esta sensación, lo que llevó Jorge a seleccionar la lectura que sigue; sin duda, muy apropiada para una tarde como la de hoy.


* "Hubo un tiempo cuando el mundo era un milenio más joven en que todos los sucesos tenían formas mucho más pronunciadas. La tierra era un enorme planeta y los hombres parecían aun mas desvalidos ante las grandes contingencias de la vida. El frío cortante y las pavorosas noches de invierno eran un mal mucho más grave y apenas había lenitivos para la miseria y la necesidad.El nacimiento, el emparejamiento, la enfermedad, los largos viajes tomaban el brillo de lo misterioso. El mundo estaba lleno de Dioses implacables y la naturaleza era cruel e inquietante".

A este tiempo corresponde una mentalidad dominada por el pensamiento simbólico. Una forma de pensar arcaica, trabada por el miedo y la superstición, que no se atiene a la causalidad, que en nuestro tiempo, nos resulta chocante y ajena.
Pero en definitiva, una mentalidad que en absoluto está erradicada entre nosotros
. Ya que por un lado, la composición emocional de nuestra inteligencia produce en nuestro pensamiento, frecuentes aboliciones en el orden mental lógico, que a duras penas nos atrevemos a reconocer. Y por otro, la miseria, la carencia de educación y el estado de precariedad de más de la mitad de la población mundial, que aún vive en los países pobres, aproxima al Medievo o incluso a la Prehistoria, la mentalidad de estos millones de necesitados.

Como escribió Johan Huizinga: “Nunca ha llegado a olvidarse que sería absurda cualquier cosa, si su significación se agotase en su función inmediata y en su forma de manifestarse; nunca se ha olvidado que todas las cosas penetran un buen pedazo en el mundo del más allá. Este saber nos es familiar como sentimiento no formulado que tenemos por momentos. Así por ejemplo cuando el rumor de la lluvia en las hojas de los árboles, o el resplandor de la lámpara sobre la mesa, en una hora de paz, se alarga a una percepción más profunda que la percepción habitual, que sirve al pensamiento práctico y a la acción.
Esta percepción puede aparecer en la forma de una obsesión morbosa, a la que las cosas le parecen preñadas de una amenazadora intención personal o de un enigma que sería indispensable conocer y sin embargo, resulta imposible descifrar. Pero más frecuentemente nos llena de la certeza serena y confortante de que también nuestra propia vida está entretejida en ese sentido misterioso del mundo”.

* El texto entrecomillado se corresponde con el comienzo y el capítulo correspondiente, del estupendo libro - hoy ya un clásico- del historiador holandés Johan Huizinga, titulado: " El Otoño de la Edad Media".

sábado, 24 de enero de 2009

Consejo.


"Sabe esperar, aguarda que la marea fluya.
Así en la costa un barco, sin que al partir te inquiete.
Todo el que aguarda sabe que la victoria es suya;
porque la vida es larga y el arte es un juguete.
Y si la vida es corta y no llega la mar a tu galera,
aguarda sin partir y siempre espera,
que el arte es largo y, además, no importa."



Antonio Machado. Consejos.





* Este poema copiado a mano, apareció, la mañana del sábado en el buzón de María

Amor a primera vista.

"Nada en la vida, parece estar más allá de la esperanza: la vida es una esperanza".


Habla Ramón:
Cuando reuní el valor suficiente para decirle a Montse que la quería, también le dije que me había prendado de ella desde la primera vez que la vi.
Después de llevar todo un curso como compañeros de clase, no fue hasta junio, cuando me dijo por primera vez que fuera su casa para preparar juntos un examen. Recuerdo que estaba preciosa y yo me moría de ganas de decírselo. Sin embargo, las horas de la noche fueron pasando y llegó la hora de dormir, sin que me hubiera atrevido a decirle una palabra. Por la mañana Montse abrió la puerta de mi habitación, llevaba un pijama blanco muy escotado . Yo estaba sentado en la cama con las piernas cruzadas una encima de la otra. Se me quedó mirando con curiosidad y me preguntó ¿qué hacía… o si me pasaba algo? . Le dije que sí y le conté "lo que me pasaba". Durante la noche, se me había venido a la cabeza una frase que había leído en alguna parte y que quizá me dio el valor para hacerlo: “ No creo que haya mujer en el mundo que no se sienta halagada, si uno le declara su amor. Eso es lo que hace a las mujeres tan irresistiblemente adorables”.
¡Temí no volver a verla… nunca me sentí digno del amor de una mujer tan alegre y hermosa como ella!. Mi alma temblaba, cuando Montse se acercó y me dio un beso largo en los labios. Luego ambos tratamos de mirar a otro lado... desayunamos en silencio y nos fuimos al examen.
A Montse, según me dijo, lo que le sorprendió de mi torpe declaración fue “lo del amor a primera vista”.
- Uno de nuestros más graves errores, dijo, es pasarnos los días y los años deseando ser amados por lo que somos y por como pensamos –debido a nuestras verrugas y no a pesar de ellas-. Y como la mayoría de las personas, muy sensatamente, somos incapaces de ofrecer este amor incondicional a primera vista, dudamos mucho que tengamos derecho a exigirlo; incluso a esperarlo…
- Todos jugamos un poco con la idea - dije- de que alguien nos conozca e inmediatamente nos acepte y nos quiera tal como somos. "Vivir es esperar y tener esperanza lo más humano".

viernes, 23 de enero de 2009

El espíritu agonístico.



"Únicamente si pudiéramos hacer lo que nuestros antepasados, pero prefiriésemos hacer otras cosas tendría sentido hablar de progreso".

En el origen de la civilización griega existió una concepción admirable: el valor de un individuo no se cifra en su poder o en la riqueza que acumula, sino en lo que es capaz de hacer.

La singularidad geográfica y demográfica de los griegos les impidió alcanzar una verdadera centralización política, y esto, que fue la causa de su decadencia, paradójicamente contribuyó a su grandeza cultural. Así la religión no fue obra de una casta sacerdotal, sino que fueron los cantores y los poetas los que le dieron vida. Los Dioses del Olimpo, los héroes y los hombres fueron cantados en numerosas leyendas que hablaban de la valentía y de la astucia, del esfuerzo y del sacrificio, del amor a la patria y a la familia. Valores, que de este modo, calaron profundamente en la sensibilidad de los griegos.
En una época tan tardía como el siglo V, en la Atenas del “Imperialismo” y de La Confederación de Delos, la acumulación de riqueza y los gastos suntuarios en el embellecimiento de la ciudad, no alteraron en lo sustancial, el modo de vida de los helenos.
La vida para los griegos transcurría la mayor parte del tiempo, tanto en verano como en invierno, al aire libre. Con una dieta frugal, a base de harina de trigo y cebollas, de almendras y aceitunas y de pescado; los productos mediterráneos. La carne solo en días señalados y el vino, que era de alta graduación, sólo se tomaba en ocasiones, mezclado con miel o rebajado con agua.
Las ciudades, no demasiado pobladas, preferentemente asentadas en la falda de las montañas, sin murallas, pero con acrópolis fortificadas en las cumbres, presididas por el santuario del dios, o la diosa, tutelar. Y al otro lado, una escarpada ladera que mira al mar, con una senda que conduce al puerto o al fondeadero.
No existía la vida privada, tal y como la concebimos hoy. La vida humana para los griegos sólo era tal, si se desarrollaba en pleno contacto con los semejantes. La vida de un griego sólo tenia sentido en la polis, por eso la pena más grave era la del ostracismo, y se conmutaba por la de muerte. La vida se desarrollaba en el gineceo, en el ágora, en el puerto, o en el teatro, era desconocido este afán moderno de acumulación, de goce en privado de la riqueza.
Este espíritu que Nietzsche llamó agonístico, implicaba el absoluto convencimiento de que el mayor bien que un ciudadano libre podía ofrecer a los demás era el mismo. Por eso, mientras otros pueblos ofrecían riquezas, y sacrificios a sus dioses, los griegos desde niños, ofrecían sus ejercicios físicos en el gimnasio, su esfuerzo en el estadio y los triunfos en los juegos, que por este motivo eran sagrados. Honraban a Zeus, a Apolo o a Atenea, con concursos de lucha, carreras, y con la exhibición en los concursos de belleza de sus armoniosos cuerpos. Si un joven quería causar respeto o convencer de sus opiniones a sus conciudadanos, debía poder despojarse de sus vestidos en su presencia, sin sentir vergüenza por ello, debía saber defender con una lanza la dignidad de su familia o de su patria. Una joven debía practicar en el gimnasio para mantenerse sana, concebir y sacar adelante su prole, y caso de enviudar, volver a tomar esposo y suplir las bajas en la guerra. Desde niños dedicaban muchas horas al ejercicio físico en el estadio, pues para los griegos la molicie o la indolencia eran tan vergonzosas como la ignorancia, e indicaban una total tosquedad, falta de cultura y educación.
No había pues, una ciudad griega sin estadio público, dotado de sombra y agua potable, para practicar los ejercicios durante largas horas. Este era el lugar donde adquirían aquella soltura, aquel dominio de sí mismos que caracterizaba a los hombres libres y los hacia aptos para participar en la vida publica, para dialogar entre iguales. Porque el objetivo del cuidado y del endurecimiento del cuerpo, nunca fue como ahora robustecer sus apetencias y aspiraciones, sino disciplinarlas, en provecho del equilibrio psíquico y de la realización de las tareas espirituales y morales relacionadas con la polis. Tareas que en definitiva eran las que los constituían como hombres, dotando de pleno sentido sus vidas.

El olvido de uno mismo y la concentracion en los objetos externos.

Leonardo Da Vinci.


Hace un día ventoso y desapacible. El ventarrón de poniente nos reseca la piel, la garganta y el espíritu. Temo que tampoco este fin de semana vamos a poder salir de excursión. Por la tarde acudimos a casa de Jorge, buscando en sus libros y en su conversación un consuelo para estas largas tardes de enero.
Jorge ha estado siguiendo nuestro blog y ha dejado escrita una entrada con su particular enfoque, sobre el amor: "El olvido de uno mismo y la concentración en los objetos externos, son según él, la senda más segura para mantener la alegría y para practicar el amor".
"La experiencia no es lo que le sucede al hombre, sino lo que el hombre hace con lo que le sucede". Quiero decir que sólo por medio de nuestra atención selectiva y de una personalísima interpretación (que es constante) convertimos las circunstancias en nuestra experiencia.
Para actuar con amor debemos esforzarnos en concentrar la atención en los objetos externos: la situación en el mundo, las diversas ramas del conocimiento, las personas que nos agradan. En no enfatizar lo que nos pasa a nosotros mismos...
El mundo es amplio y nuestros poderes limitados. Si toda nuestra alegría ha de depender exclusivamente de las circunstancias personales, es posible que pidamos más a la vida de lo que puede darnos. Y pedir demasiado es el mejor camino para obtener lo menos posible. El que pueda olvidar sus preocupaciones interesándose sinceramente en algo, notará que al volver de su excursión a ese mundo impersonal, ha adquirido un reposo y una calma que le capacitan para afrontar de buen humor toda molestia. Y al mismo tiempo habrá gozado de una felicidad genuina, aunque sea temporal.

martes, 20 de enero de 2009

El amor para Agilulfo.


“Que tus intereses sean los más amplios posibles y que tus reacciones hacia las personas y las cosas sean amistosas en vez de hostiles.” Este es el secreto de la alegría.

El interés amistoso por las personas es una variante del cariño, pero no del cariño que quiere poseer y busca siempre una correspondencia categórica; este último es casi siempre un motivo de desgracia. Lo que contribuye a la alegría es observar a la gente y encontrar placer en sus rasgos individuales, procurar ayudar en sus intereses a las personas con quienes nos ponemos en contacto, sin deseo de influir en ellos, ni de asegurarnos su entusiasta admiración. El querer a muchas personas espontáneamente y sin esfuerzo es, tal vez , el mejor medio de conservar y ampliar la alegría.

lunes, 19 de enero de 2009

Certidumbres.

Fotografía tomada por Teo, en Vicenza. Agosto 2008.

" Hemos llorado, porque no podíamos amar, porque no nos interesaba nada, no creíamos en nada, vivíamos por nada, porque somos libres, libres como las barcas perdidas en el mar" (John Dos Passos).

Anotaciones en el cuaderno de María:
Siempre hay quien en la vida parece llegar a certidumbres. Una de las supuestas “certidumbres” es la de que uno puede prescindir del amor.
Una solución drástica, (acaso motivada por fracasadas experiencias de pareja), que según dicen, es puesta en práctica por bastantes de nuestros conocidos. Gente de nuestro entorno, con muchas actividades y muchos amigos, que salen y entran y viajan, sin que en el horizonte de sus vidas parezca despuntar ninguna inquietud amorosa. Son personas, que (practiquen o no, el sexo), para no deprimirse hasta niveles desmesurados e inmanejables, gestionan su existencia a base de no hacer demasiado caso al amor, con la convicción de que prescindir del amor es justamente lo que les permite vivir.
Yo, que raramente me encuentro con certidumbres, me quedo con las ganas de preguntarles, ¿cómo se las arreglan con su cuerpo y con su alma?. ¿Y si en la soledad de sus camas de madrugada, no se dejarían arrastrar por un beso en los labios?. ¿Y Cómo, en los momentos difíciles pueden reconfortar su alma, sin otros ojos, sin un abrazo?. Nunca pregunto… es algo tan privado. ¿Cómo se las arreglan?.
Pero parecen arreglárselas muy bien, son gente serena, mucho más serena, desde luego, que aquellos que aún no hemos claudicado ante estas certidumbres.
Claro que no hay nada más sereno que un cadáver. El “rigor mortis” proporciona una tranquilidad definitiva.
¿Y si el malentendido consistiera en creer que el objetivo de la vida es la serenidad ?.

Carlota.

" Pocas cosas desearíamos ardientemente si conociéramos del todo lo que deseamos" La Rochefoucauld
Hoy sopla un fuerte viento de poniente, es seco y cálido y ha hecho subir la temperatura 10 grados.
Al salir del gimnasio, Carlota tenía ganas de hablar. Carlota es rubia, alta, de aspecto nórdico- su padre es noruego- y si no una belleza, aquí en el Mediterráneo, resulta una mujer bastante llamativa. No suele hablar mucho de sí misma y para quien no la conoce, quizá por su aspecto aguerrido -y cuando ejerce de médico, por su pose profesional - puede parecer un tanto reservada, incluso, arrogante. Entre sus amigas en cambio, goza de gran simpatía. Sabe mediar entre ellas y jamás se jacta de ningún triunfo ya sea profesional o personal.
Carlota es un alma cándida, de esas que se esfuerzan más en hacer creer a los demás que son felices y menos en ser felices de veras. Nunca se queja, ni cuenta sus males y muy raramente quiere hablar de lo que le pasa. ¡Por eso sé, que esta tarde es importante que la escuche!.
Nos hemos instalado tras la cristalera de una solitaria cafetería del centro, y mientras nos sirven, vemos pasar los remolinos de polvo, papeles y bolsas de plástico por las aceras.
Conociendo lo que ella llama "mis veleidades literarias", Carlota inició la conversación con una cita, que le permitía ir directa al grano
- Dicen que "los males comunicados, sino alcanzan sanidad causan alivio". Y sin embargo, a mi me cuesta mucho hablar de lo que siento. Tú eres mi mejor amiga, por eso acudo a ti y te pido de antemano un poco de paciencia.
- ¡Paciencia nos hace falta a todos!, dije- Y ya sabes, también lo que suele decirse, que : " Los males que no tienen fuerza para acabar la vida, tampoco han de tenerla para acabar la paciencia".
Carlota sonrío ante mi salida, y dijo:- Vaya parece que te inspira, la brisa favorable de tu quijotesco caballero.
- Ambas citas son del Quijote, dije, -algo picada y con expresión que pretendía ser cortante.
- Sí pero mi muchachote, quizá se un buen hombre, pero nada tiene de caballero andante.
- ¿ Qué quieres decir?.
- Me ha dicho que no se puede tomar en serio ninguna relación de pareja.
- ¿Y tú lo querías?.
- ¡Temo que sí, aunque a cualquier otra persona le juraría que con él, no pretendía sino un buen entretenimiento!.
- ¿ Y qué busca nuestro apuesto galán en esta vida?.
- No quiere compromisos y según dice "lo que más ama después de la libertad, es la serenidad".
Carlota no dijo nada más. ¿Acaso hay en la sangre escandinava una cierta propensión al laconismo?. Lo cierto, es que calló durante un largo rato, dando sorbitos al té y mirando de hito en hito a María, como esperando su veredicto.
María, se conocía y aunque trataba de evitarlo (se resistió sus buenos 5 minutos, hasta que su té se le enfrió) al final, fiel a su profesión, acabó por emitirlo:
- ¡Olvídalo eso es lo que puedo decirte !. ¡En este mundo hay dos tragedias dolorosas, la primera es no conseguir lo que se desea, la segunda es conseguirlo. Esta última es la peor!.

domingo, 18 de enero de 2009

Elogio y lamento de Inglaterra.



“Inglaterra es hermosa y melancólica. Es un país sumamente civilizado, en el que se ven resueltos con gran sabiduría los problemas más esenciales de la vida, como la enfermedad, la vejez, el desempleo, los impuestos. Es un país que sabe tener un buen gobierno y esto se nota en los mínimos detalles de la vida diaria, en el respeto al prójimo, en la acogida a los extranjeros, en el trato a los animales y en la construcción de las casas”.
Esto escribió Natalia Ginzburg, que vivió un par de años en Inglaterra, a comienzo de la década de los sesenta. La escritora italiana, que había sufrido en propia carne la represión del fascismo y había contemplado el horror de la destrucción europea en la Segunda Guerra Mundial, se congratulaba así del renacer de esta forma de ser, en la que habían aflorado los antiguos valores relacionados con el buen gusto, la libertad y la justicia social. Valores que durante la década de los cincuenta y gran parte de los sesenta del siglo XX, conformaron durante el largo periodo de reconstrucción y expansión económica el más perfecto de los logros humanos derivados de la Ilustración: el Estado Social de Derecho.
La imagen clásica de Inglaterra se formó durante el siglo XVIII y es la de los grandes terratenientes que en sus cotos rurales se dedican a cazar el zorro o el ciervo, vestidos con sus casacas rojas, la de los diputados de la Cámara de los Comunes, tan engreídos e incansables bebedores de oporto, la de los comerciantes emprendedores, siempre dispuestos a traficar -y a robar- en los más alejados países, la Inglaterra de las posadas, de los pícaros y aventureros, de los salteadores de caminos. Una sociedad agraria y satisfecha de si misma en la que un reducido número de familias disponía del poder político y de las rentas y la gente humilde vivía en una miseria indescriptible, sin que por ello se generase descontento social, ni existiese –como en Francia- clima revolucionario alguno.
Durante el S XIX, Gran Bretaña se transforma en una de las mayores potencias industriales, con un inmenso imperio que abarca toda la tierra, extendiendo su idioma, su sistema político y su idea de civilización al resto del mundo.
Este proceso continúa de manera menos idílica y civilizada, en la gran crisis política y económica de la primera mitad del Siglo XX que es consecuencia de la lucha por las colonias, y la eclosión de los nacionalismos y concluye con las dos terribles guerras de devastación a escala mundial. De las que saldrá un mundo completamente distinto, enfrentado en dos grandes bandos; el de los dos grandes linajes que hay en este mundo: los que tienen y los que no tienen.

Pese a los valiosos logros de la Europa de posguerra -jamás igualados en el transcurso de la historia- el Estado de derecho, la seguridad social, la sanidad pública universal, la educación gratuita y laica, la tolerancia religiosa, los impuestos progresivos y el reparto equitativo de la carga fiscal, que han sido llamados del Estado del Bienestar. Desde el lado de los que no tienen, ya nunca más será mirada Europa -ni su heredera América- como el foco de la civilización mundial, sino como el linaje poderoso de los que tienen a cuyo servicio está el mercado y la ideología en cualquiera de sus manifestaciones mediáticas.

sábado, 17 de enero de 2009

María completa el análisis psicologico de Agilulfo.



Al regresar a casa después de la excursión del domingo, María encontró la carta del Caballero Inexistente y el CD en su buzón. Se puso a escuchar la hermosa música de Wagner en la versión de Uri Caine; conocía la grabación porque la había oído alguna vez en casa de Jorge. La carta le alegró mucho, pues temía que El Caballero después de un primer arrebato se hubiera olvidado de ella. No era así, sino al contrario Agilulfo seguía teniéndola muy presente... como era obvio, por la despedida.Además ahora confirmaba una de las hipótesis de su análisis anterior. La obsesión compulsiva del personaje no estaba necesariamente unida a la ingente tarea de La Caballería Andante, de muy difícil realización en nuestros tiempos nefastos. Sino que era un tipo de delirio abierto; es decir, podía alternarse con alguna otra ocupación que persiguiera un ideal, por ejemplo, el artístico... ¡y el amoroso!.
De lo que contaba, se podía deducir que Agilulfo, en su fuero interno creía haberse transformado en un viajero del tiempo. Una presencia ignorada que asistía a los acontecimientos del pasado -y quizá del futuro- con la extenuante tarea de tratar de encontrales sentido. Y así, que al referirlos en el blog pudieran brotar unas gotas de belleza y comprensión o al menos tuvieran una dimensión humana. ¡Ese era el motivo por el que huía de ella!.

Montse y el proyecto del Camino de Santiago en primavera.


El domingo salió un día algo triste y nublado, pero no llovía, el viento había rolado del norte al sudoeste y hacía menos frío. Esto era suficiente para que Montse y Ramón ya vinieran a buscarme muy temprano a mi casa, para irnos de excursión por la sierra de al lado. Nada, decían, una cosa pequeña aquí a lado, para desentumecer las piernas. Subimos a varias de las las cumbres de un paraje cercano, un valle en la umbría de la montaña, con mucha vegetación y con las ruinas de un monasterio en el fondo, que todavía conserva- apoyada en unos contrafuertes de acero, una torre defensiva, construida en el siglo XVI para protegerse de los ataques de los berberiscos.
A la hora de almorzar, nos sentamos junto a una balsa de riego en la que nadaban carpas de colores y Montse aprovechó la ocasión para hablarnos del asunto al que le daba vueltas en su cabecita, desde que vino de vuelta de casa de su hermana
. Convencernos de que hiciéramos las primeras etapas del Camino de Santiago en las vacaciones de primavera.
-Es una época con mucho más aliciente que en verano, dijo. ¡Saldremos de Sant Jean de Pie de Port, que es la capital de la navarra francesa, y atravesaremos los Pirineos, posiblemente con nieve, hasta Roncesvalles. Luego dedicaremos otros 6 días a caminar por las hermosas tierras de Navarra, entraremos en La Rioja, y llegaremos hasta Logroño. Allí brindaremos a nuestra salud, con el vino de la cosecha de este año!. Su entusiasmo como siempre era contagioso.
- Mira, le decía a Ramón, al que tenía completamente engatusado, estas son las etapas :
La Primera, de San Jean a Roncesvalles
, por puerto de Cize, junto al monte Atobiskar, que era sagrado para los vascones, bajaremos por el hayedo a dormir al monasterio.
La segunda, de Roncesvalles a Larrasoaña, con algunos de los bosques de hayas y robles más hermosos de la península.
La tercera, De Larraosaña a Cizur Menor (al sur de Pamplona), para dormir en el albergue de los Caballeros de Malta, eso sí, después de haber pasado el día en la vieja ciudad.
La cuarta, de Cizur a Puente La Reina, que es la encrucijada con el camino que viene de Aragón y uno de los pueblos con buen ambiente jacobeo.
La quinta, de Puente La reina hasta Estella, que fue fundada en el Siglo XI por los comerciantes provenzales, con su hermoso casco antiguo y su plaza plantada de ginkos.
La sexta de Estella hasta Los Arcos, ya en La Rioja, una etapa por los inmensos trigales verdes. Y la séptima y última de Los Arcos a Logroño.

El samovar de Jorge.


El samovar es una especie de caldera de metal, dotada de una canilla y con una chimenea interior que se llena carbón, de modo que el agua que la rodea se mantiene hirviendo. En su parte superior se coloca una tetera con hojas de té, donde el calor prepara lentamente la infusión; ésta se va diluyendo con el agua del samovar, cada vez que se quiere beber una taza de té caliente.
Jorge decía que el té así obtenido resulta más intenso, ofreciendo además en cada taza distintos matices de sabores. Por ello había adquirido un sencillo samovar de cobre esmaltado de 5 litros, que alimentaba con el mismo carbón de la chimenea.
-Las maravillosas novelas de Turgueniev, de Tolstoy, de Dostoievsky, decia, describen el placer de estar sentado, con una taza té caliente entre las manos, alrededor de un samovar humeante, en medio la eterna noche del crudo invierno ruso. Entre la aristocracia terrateniente rusa existía todo un ritual para el servicio del té: los hombres bebían el té en vasos altos, con base de plata ornamentada. Las mujeres, en cambio, en delicadas tazas de porcelana. Según la hora se tomaba con carne, con pan blanco, o torta dulce y después de la cena, el té se acostumbraba a tomar solo.

viernes, 16 de enero de 2009

El viejo, Schopenhauer.


" Un ser humano puede elegir hacer lo que quiere, pero no puede elegir: -querer lo que no quiere-, o -no querer lo que quiere-".
La frase de atribuida a Schopenhauer, me impresionó desde joven, dijo Jorge.

El sábado por la tarde nos habíamos acercado a casa de Jorge. Después de coger unas cuantas cajas de naranjas de su huerta, de nuevo nos encontramos los tres- Montse, Ramón y yo- sentados en su cómodo sofá frente a la chimenea. El viejo filósofo salió a a colación a proposito de mis reflexiones sobre el efecto del atractivo chico de la fiesta.

Jorge se fue a la cocina y apareció con una gruesa tetera de metal llena de té verde aromatizado con manzana y canela y la depositó en el *samovar. Sacó su precioso juego de tacitas de porcelana china. Una porcelana tan fina que era casi transparente, y en cuyo fondo translúcido se podía ver la efigie de una joven oriental, con tocado, que era distinta en cada taza. El té esparcía su aroma y se enfriaba rápidamente al servirlo en tan elegante recipiente y había que beberselo casi de inmediato. Jorge solia comerse una naranja mientras se tomaba el té, y después de bebernos las primeras tazas, nos servía algunos de sus frutos exóticos, como los dátiles israelies, los pistachos iranies, los anacardos de la India, las pasas de Corinto, y los piñones, y avellanas que eran del terreno, con las que entreteníamos el estómago hasta la noche, durante las oscuras y agradables tardes del invierno que pasabamos en su compañía.

Retomando el asunto añadió:
- Arthur Schopenhauer es un pensador muy interesante. Su concepción del mundo minoritaria en Europa, fue pronto tildada de pesimista y de nihilista. Lo cierto es que en la primera mitad del siglo XIX inaugura una nueva actitud en el pensamiento occidental, de enorme repercusión social y cultural, la que da prevalencia a las funciones afectivo- inconscientes sobre las funciones intelectuales de la mente humana. Para Shopenhauer “El hombre no es nada más que voluntad, deseos encarnados, un compuesto de mil necesidades, que apenas satisfechas vuelven a renacer”. La naturaleza de este deseo inconsciente que aspira a satisfacerse a costa de todo es incolmable y ahí radica la defectuosidad constitutiva de nuestro ser, nuestro mal irremediable, que por encima de todas las utopías pensables carece de solución.
Detrás de la insatisfacción propia del deseo se esconde un secreto todavía más sombrío: las tendencias humanas, no son sólo imposibles de satisfacer, sino falsas. El fin que persiguen nuestros deseos es ilusorio, una pura intuición teatral. El análisis del querer revela una ausencia de finalidad en el origen mismo de todos los fines que sugiere. La desilusión acompaña siempre la satisfacción del deseo, el querer nada quiere salvo a sí mismo y utiliza todos los pretextos a su alcance para engendrarse una y otra vez en un esfuerzo absurdo de creación infinita. Y así la vida del hombre se encuentra atrapada en el círculo del querer, que hace alternar sin tregua, la espera, la satisfacción ilusoria, y de nuevo el dolor de la espera, sin que jamás se pueda salir de este círculo.
A su juicio la moral debe dirigirse a una auto- anulación de la voluntad; Schopenhauer fue uno de los primeros occidentales que estudió las religiones de la India. En su pensamiento se deja sentir la nostalgia del paraíso de la inacción que es el Nirvana del Budismo, un necesario contrapunto crítico frente a la actividad sin sentido de la racionalidad imperante en el pensamiento occidental. Pero el mismo reconoce la imposibilidad de lograr por completo este empeño: la ética para ser verdadera tiene que partir de la imposibilidad de la consecución de la felicidad, incluso en su forma negativa. “En lo que respecta a lo esencial una serie de deseos siempre satisfechos – es decir la felicidad – está tan vacía de significado como el mero tiempo vacío”. Con su estilo aforístico Schopenhauer propone practicar la cautela de quien se sabe arrojado a un mundo en guerra de todos contra todos. Su ética es el arte de la prudencia, el que busca el modo de sobrevivir en un mundo hostil con el menor dolor posible.

jueves, 15 de enero de 2009

El capricho de nuestros sentidos.


Para su fiesta de cumpleaños, Carlos había alquilado un local excepcional. Era una gran azotea acristalada, insonorizada y climatizada de un gran edificio, desde el que se contemplaba una panorámica nocturna de la ciudad. Había varias estancias independientes que permitían distintos ambientes con una distinta intensidad de la luz y una música diferente. La comida tipo “lunch”, se servía en plan autoservicio a horas predeterminadas, y el servicio apenas si se hacia notar. En fin todo resultaba muy “chic” como correspondía al trigésimo cumpleaños de uno de los chicos bien de la ciudad.

María llegó con Carlota, ambas habían sido invitadas en calidad de viejas amigas. La fiesta, estaba mucho más concurrida que las habituales en el chalet de los padres de Carlos. Pronto se hicieron varios grupos, que se correspondían con las conversaciones y el tipo de intereses de los concurrentes. Los casados con hijos pequeños se reconocieron de inmediato y ocuparon su estancia correspondiente; las parejas estables o recientes, ocuparon la pista de baile; y el tercer sector, el de los que venían sin pareja, que era el más amplio se repartió por el resto. Este grupo era una indefinida amalgama entre “la gente de siempre”, que para la ocasión, había adoptado un “look” más provocativo y los desconocidos. Sus señas de identidad consistian en no parar ni un momento de medirse con la mirada.
En el sector masculino de este grupo, había un ejemplar verdaderamente hermoso. Era un tipo alto y moreno, con un rostro afilado y varonil. Sus hombros eran anchos y poderosos, sus brazos musculosos, tenía el pecho de un atleta y pasaba, no menos de una cabeza en altura, a cualquiera de los otros muchachos de la fiesta. ¿Era lo que se dice “un buenorro”!. Y encima era dueño de una sonrisa preciosa, y de una forma de mirar, entre tímida y traviesa que provocaba explosiones en el corazón femenino.
María notaba que muchas de sus amigas no podían quitarle los ojos de encima y que ella, aunque trataba de evitarlo, también se contagiaba, poco a poco, de este influjo.
Supo por Carlota, que el muchachote acababa de llegar como médico al hospital, era por tanto compañero de Carlota, quien no esperaba encontrárselo en la fiesta. Era evidente, que todavía no conocía a mucha gente. ¡Aunque tal y como se le acercaban las mujeres en la fiesta parecía que esto no iba a ser un problema en su vida, sino al contrario!. Después de un mínimo de parloteo con los viejos amigos y en cuanto pudo, Carlota se acercó al atleta y sin presentárselo a nadie, se lo llevó, ante el estupor general, a lugar ignorado... ¡y probablemente algo más oscuro !. Ya no se supo más de ellos. ¡ Así era Carlota!.
La fiesta desde luego, se deslució mucho. María se reía para si misma, cuando escuchaba las puyas que las otras lanzaban contra Carlota.
Quedó María con la elegante compañía de Carlos, que bailó con ella, suelto, lento y agarrado hasta la extenuación y que volvió a tratar de seducirla, esta vez directamente con "la lírica de la vida en pareja" ( ¿la de ellos dos?) y a ponerse, como siempre de lo más cariñoso. Y así, una vez más, se fue agotando la velada.
A las 6 h de la mañana de regreso a su casa en el taxi, María se planteaba las mismas - estúpidas o muy importantes- preguntas que se hacía desde niña y que nunca había resuelto de manera convincente. ¿Por qué nos resulta atractivo un hombre por tener un palmo más de altura que los demás? ¿ Cuál es la relevancia de este favorable alargamiento del fémur?, ¿Ese tórax más abovedado y cóncavo que el del resto de los especímenes masculinos, qué tiene de irresistible para nosotras? ¿ Cuál es el encanto de tener unos bíceps como solomillos de ternera?. ¿Por qué vemos en unos buenos puños, en un robusto cráneo, con pómulos altos y mentón afilado el prototipo del hombre fuerte y arrojado? ¿Por qué nos excitamos cuando vemos a un hombre golpear a otro por nuestra causa? ¿Es que creemos que este hombre es más fuerte que los demás, más sólido, que servirá para defendernos si lo necesitamos, que será el mejor padre para nuestros hijos?. ¡Hasta ese punto estamos atadas a la figura del cazador paleolítico, tanto pesan nuestros instintos atávicos!.
Y sin embargo,- pensaba María-¡ yo tampoco podía dejar de mirar…!
¡ Y si el capricho de nuestros sentidos fuera todavía mas arbitrario que el de nuestra suerte!.

martes, 13 de enero de 2009

Con Wagner en Venecia.

Hay dos mundos: uno existe y nunca se habla de él, lo llamamos mundo real porque no necesitamos hablar de él para verlo. El otro es el mundo del arte: ¡ tenemos que hablar de éste, porque de lo contrario no existiría!. ( Oscar Wilde)



Uno de los lugares que siempre he preferido, desde el día que la visité hace unos mil años, es Venecia. Aún despues de extinguida la Serenísima República espejo de un aristocrático modo de entender el gobierno, opuesto a toda veleidad personal y claramente equitativo de puertas para dentro, sigue existiendo en la vieja ciudad de la laguna, una belleza artística y una melancolía que no he encontrado en ningún otro sitio.

Además en tiempos de Carnaval- por motivos obvios- Venecia es uno de los lugares a los que suelo acudir. Bajo una auténtica máscara de polichinela, cubierto de pies a cabeza con un capote y un sombrero de tres picos, son disfraces con los que puedo pasar completamente desapercibido.Y asi recobrar así por unos días, la posibilidad de tratar personalmente con mis amigos que tan limitadamente se me ha concedido.
Recuerdo una preciosa tarde de primavera y un café abierto al público en la Plaza de San Marcos. Allí me llevó hace unos años, mi viejo amigo el musicólogo veneciano Alvise Contarini . Asistíamos a la grabación de un disco a cargo del compositor Uri Caine, una atrevida versión de los preludios y oberturas de Wagner tocada con seis instrumentos- incluido el acordeón, como si de una orquestina callejera se tratara.
Los dos violines, el chelo, el contrabajo, el piano y el acordeón comenzaron sonar y extrajeron con asombrosa capacidad de síntesis, lo mejor de la música de Wagner, es decir sus magnéticas y espléndidas melodías. La exuberancia orquestal, la incontinencia y la sed de absoluto de la música de Wagner, aparecían contenidas, suavizadas y transformadas para dar lugar a las sensaciones de una belleza más serena y civilizada. Hasta en “La Cabalgata”, las Valquirias abandonaban sus aires guerreros y con humor adoptaban aires casi de clasicismo, como si hubieran sido compuestas para los elegantes salones del siglo XVIII y su habitat ya no fueran los tenebrosos lagos rodeados de bosques y todo ese brumoso espejismo en el que se abismó el nacionalismo alemán.
- Una vez más acato con admiración tu sabio parecer, amigo Alvise: “la belleza suele habitar antes en lo simple que en lo rebuscado”.


Alvise en su crónica periodística del día siguiente, decia lo siguiente:" En un local del siglo XVIII, donde siempre se ha interpretado música, donde el propio Wagner podría haberse preguntado si llegaría un tiempo en que allí se interpretara su música; se nos presenta un Wagner enemigo de cualquier retórica, refinado y deliciosamente popular al mismo tiempo. Un Wagner lleno de lirismo, incluso melancólico, que resulta mucho más atractivo para nuestro tiempo".


Querida María como no puedo visitarte por el momento, he dejado el CD en tu buzón. Como verás la grabación se abre con las voces de la gente, con sus pisadas sobre la plaza, mientras el acordeón y el violín nos revelan los primeros compases de La Muerte de amor del final de Tristan e Isolda. Una orquestina callejera a la que el piano de Uri Caine se limita a servir de modesto acompañante. A medida que vamos escuchando, comprendemos que queda lejos el clima del Tristan, los arrebatos románticos, las penalidades de la tragedia, aquí todo es gozo, hasta la música más solemne adquiere un aire festivo. Tanto es así que cuando al final de “Los Maestros Cantores” se retoma en su máximo apogeo el tema principal, comienzan a sonar las campanas de alguna iglesia -pensamos que las mismísimas de San marcos- y acaban siendo ellas la verdadera conclusión, más allá de los aplausos. ¡Los sonidos de la ciudad permanecen en la grabación por encima de la propia música!.
Te quiere, Agilulfo.

Preparación para la alegría


¡La alegría como la margarita de las nieves es sin porqué!.

A las seis el cielo se ha encapotado y de repente se ha hecho de noche. Un viento frío de poniente arrastra nubes oscuras sobre un cielo morado. He salido al balcón, porque de repente ha aparecido una gran luna llena. Me gusta mirar la luna de enero, es la más blanca y misteriosa del año. Me ha dado un escalofrío, quizá no debía haberme asomado. Se supone que me había quedado en casa para curarme del resfriado. Eso al menos, es lo que le he dicho a Carlota, cuando ha llamado. ¡Quiere, que el viernes vaya con ella al cumpleaños de Carlos!.
Esperaba encontrar en el correo o en el contestador algún mensaje del Caballero Invisible, pero ciertamente está haciendo honor a su nombre. ¿ Qué será de aquel tipo inverosímil?. ¡No está la temperatura como para pasar al raso las noches!.

Repasando mis cuadernos he encontrado el texto de la hermosa disertación que nos dio Jorge sobre la alegría. La tituló:Preparación para la alegría y me parece uno de los más bonitos discursos de nuestro amigo: " La alegría simplemente es la afirmación del vivir. Si entendemos la entraña del deseo humano nunca cambiaremos la alegría por ningún otro don o conquista, pues cuanto apetecemos o arrebatamos no nos motiva más que a fin de conseguir una experiencia de asentimiento de la vida. Esta experiencia del asentimiento del vivir está ligada a la felicidad y al placer.
La felicidad
es el estado de afirmación vital. Su mayor ambición frente a la crudeza cambiante de la vida, nos hace dudar y hasta retroceder. Suponerse feliz es afirmar una intensidad positiva suprema, estable e invulnerable, no hay felicidad en el desasosiego de perderla. Por eso el momento de la felicidad es el pasado, donde ya nada, ni nadie nos la puede quitar, o el futuro, cuando aún nadie, ni nada la amenaza. El presente en cambio, está demasiado expuesto a lo eventual como para convertirse en sede de algo tan magnífico.
El placer es la sensación de esa afirmación de agrado por la vida. A la inversa de la felicidad, el placer es trágico porque está ligado al instante, al fugaz “aquí y ahora”. Todos los placeres son efímeros y vienen de la mano del dolor, que ya empezamos a sentir, apenas notamos su ausencia. De los tres aspectos de esta afirmación vital, frecuentemente entreverados, el sentimiento o “alegría” es sin duda el más preciado. La alegría es cosa del presente, puesto que nadie le impide sentirse alegre saber que dentro de un instante puede dejar de estarlo; pero también se nutre de la aceptación agridulce del pasado y del desafío euforizante del riesgo venidero. La alegría no pretende superar o abolir nuestro entrechocar trágico con el mundo; que nunca es a la medida de nuestros deseos. No pretende enmendar las cosas que no tienen enmienda. Quien goza de la alegría asume la visión trágica de la vida y no obra contra ella, sino a partir de ella. Por eso la alegría me parece más realista que la felicidad y más profunda que el placer.
Dijimos que la alegría sobreviene y no puede buscarse de propósito, pero puede propiciarse estando preparados para recibirla y para emplearla como el mayor de los dones. En este sentido sólo es sabiduría verdadera, la que enseña a conservar y ampliar la alegría.
La paradoja ética de la alegría, es que no es el final del camino moral o su recompensa, sino el comienzo, su inexcusable origen. La alegría no corona la virtud, sino que la crea como uno de sus modos de perpetuación".

lunes, 12 de enero de 2009

La alegría.


María trabajaba en el gabinete psicológico de los servicios sociales del Ayuntamiento. Sabía guardarse para sí, sus devaneos pesimistas y " siendo de hermosura espléndida e índole suave" alcanzaba logros de integración social que a otros les hubieran supuesto mayor tiempo y esfuerzo. La fortaleza de una mujer juiciosa, se decía para sí misma, no es más que el arte de encerrar el propio desasosiego dentro del corazón. Y escuchaba... con paciencia afable lo que el paciente maltratado por la vida tenía a bien contarle. ¡María sabía escuchar...!
Era plenamente consciente de que no dependía de ella la solución de la mayoría de los problemas económicos, culturales o de salud de sus pacientes. Pero ejercía su labor psicológica atendiendo a un principio ético inquebrantable. La sabiduría que quería transmitir tenia que ser "práctica". Es decir un saber que se practica por medio de la alegría y el amor. La alegría vendría así, a ser el medio por el que realizar este tipo de “ saber “ y el objetivo y fin de toda sabiduría. Spinoziana sin saberlo, trataba de trasmitir a sus pacientes esta alegría. La alegría les decía, “es sin porqué". Esa capacidad inexplicable para obtener de la vida una especie de suplemento subjetivo que la hace notoriamente deseable, no puede ser buscada, sobreviene o no. Nada en la vida es causa necesaria de alegría para nadie, nada en la vida, ni en la muerte es obstáculo definitivo para la alegría. Y ciertamente quizá no podamos cambiar el mundo, les decía, pero si podemos cambiar de actitud, y una actitud adecuada es la base para preparar la alegría.

domingo, 11 de enero de 2009

La música. Aparece el Caballero Invisible.


¡ Si al cerrar los ojos sois de los que habéis llegado a Bagdad en el siglo X - me da igual si habéis acertado con la respuesta al enigma-; entonces sois de los que no pondréis en duda mi existencia.!.Para el simple pensamiento, no existe el tiempo y el espacio, por eso al abandonar la armadura he roto las amarras con el presente y aunque percibo a mis amigos a través de este blog, mi alma deambula por los siglos, sin que se lo impidan los límites del pasado y el futuro.

¡He observado tantas cosas...!. De entre las dignas de contarse, comenzaré con las que por proximidad me parecen más afines y una de ellas sin duda alguna es la música.
Platón escribió que la música era un cosa divina y alada, un arte en el había que ejercitarse desde jóvenes. Yo no creo que la naturaleza de la música admita definición. Ni que el propósito de la música sea otro que el de crear la belleza, ¿ No será acaso la música el más alto grado de armonía al que la limitada naturaleza humana puede aspirar?.

Pero yo soy "un alma sensible", no un intelectual al uso desde comienzos del Romanticismo y por eso prefiero describir que disertar.
Durante el siglo XVII la composición musical corría a cargo de una serie de virtuosos de un solo instrumento.Estos crearon un repertorio personal e íntimo pensado para su interpretación en solitario y ajeno por completo a la disciplina de una orquesta. Florecieron entonces, ciertos instrumentos de una sonoridad e intensidad inigualada: la thiorba y el laud, la viola de gamba, el arpa y el clave. Instrumentos hoy caídos en desuso que en la interpretación de estos maestros parecían hablar al corazón directamente.
Clavecinistas como Chambonnières, D’Anglebert o Louis Couperin; laudistas como Mouton o los Gaultier, violagambistas como Du Buisson, De Machy o Sainte-Colombe, fascinaban a quienes les escuchaban no sólo por el valor de sus composiciones, sino también por la sutileza de su toque, sus juiciosas ornamentaciones, su refinamiento para aprovechar la resonancia del instrumento, su sensibilidad para ir de un gesto retórico al siguiente y por esa rara musicalidad que les permitía obtener la máxima belleza de cada efecto o detalle particular. Yo he escuchado en Basilea el laúd de Silvius Leopold Weiss y en Ca Mocenigo en Venecia, la thiorba de Giovanni Girolanno Kapsberger, " Il tedesco". Supiereron aprovechar las máximas posibilidades del instrumento y elevar, entre un publico exigente de aficionados y entendidos, el arte de la interpretación a un lugar que jamás podríais imaginar.

Llegado el siglo XVIII, cuando la burguesía fue accediendo al poder, el arte íntimo y poético de estos solistas no fue entendido. Hacia 1740 el Barroco estaba llegando a su fin; un noble francés anotó en su diario: "En estos momentos, la Música no es más que un ruido excesivo, siempre con un gran número de instrumentos y voces que tocan al mismo tiempo, como la conversación de un grupo de plebeyos. Casi todos los instrumentos Nobles han caído en desuso, y ya no hay quien sepa emocionarme con el sonido profundo de una Viola, o la melancolía de un Laúd. La vieja Música es demasiado buena para el mal gusto de ahora, y es siempre pobremente considerada entre la multitud de mal juicio, pero yo digo que ninguna época o Nación la superarán jamás".

Gaelic Raga. Vicenzo Zitello. ¡Solo de arpas!.


Una adivinanza por correo.


Ramón se levantó algo más tarde la mañana del domingo, seguía lloviendo y el día no estaba para salir de excursión. Por eso se alegró cuando en el buzón de correos, encontró la siguiente adivinanza.El sobre no traía remite, pero sin duda alguna,la paradoja obedecía al estilo antiguo e inconfundible de Jorge: Se titulaba: LA ELECCIÓN DEL VISIR, y comenzaba, ¡como no!, con una cita:


"Un egoísta es aquel que no piensa en mi” ( Boris Vian)
Esta fría mañana de enero quiero que cerréis los ojos, y os olvidéis del presente y como el vagabundo de Jack London, vengáis conmigo a Bagdad. No al Bagdad actual, sino al del Siglo X, al Bagdad eterno de las Mil y Una Noches. Llegamos en buena hora, acaba de atardecer y se ofrece una agradable y perfumada noche de primavera (Aprovechemos que nadie nos ve y entremos en el dormitorio de la princesa. Justo a tiempo… la hermosa Zubayda, acaba de salir del baño, la piel morena y reluciente de esencias de aceite perfumado, el pelo mojado y suelto le cae sobre una fina bata de seda, que resalta las redondeadas formas de su cuerpo joven y esbelto. La custodia un hercúleo eunuco negro como el ébano, que le calza dos chapines de terciopelo verde.
Llaman a la puerta y aparece su padre el Sultán acompañado de la guardia abisinia.
-Querida hija, hoy se cumple el mes desde que hicimos la proclama. Tal como dijiste, publicamos que los pretendientes tendrían que afrontar una prueba, cuyo éxito les concedería tu mano y su fracaso la decapitación en el acto. Pese a que no les sirve de mucho, mis súbditos cada vez aprecian más su cabeza; quieres creer que sólo tres pretendientes se han presentado en palacio.
- Hazlos pasar padre. Quiero que sepas que estos tres voluntarios, son perfectamente admisibles, pues sin duda poseen la primera virtud que debe adornar al Califa de los Creyentes: la valentía.
Entran tres varones de mediana edad y parecida apariencia, la princesa a primera vista, los juzga capaces de procrear hijos y de desenvainar la cimitarra si es preciso, para vender cara su vida.
La suave voz de Zubayda, los cautiva de inmediato: -Quiero que confiéis en mí. Voy a vendaros los ojos un momento, mientras pongo en un pañuelo y prendidas sobre vuestras cabezas una bola de las de este collar que llevo sobre mi pecho. Como veis son cinco esferas, dos maravillosas perlas blancas que extrajo Simbad de las profundidades del Mar Rojo, y tres preciadas esferas de azabache que trajo de su viaje a los confines del océano. Cada uno portará sobre su cabeza una bola, las otras se quedarán en esta bolsa de cuero de gacela. Quien manifieste acertadamente el color de la que porta, se quedará con la gema para el anillo de compromiso. Quien por hablar, se equivoque, será decapitado en el acto. El silencio, no otorga, premio ni castigo.
La hermosa Zubayda, mujer al cabo y cuyo caprichoso corazón, ya había elegido en secreto, dispuso las gemas de tal modo que correspondió a uno, una perla blanca y a los otros una negra. Cuando la princesa les retiró la venda de los ojos un silencio espeso se hizo en la habitación.

Al cabo de unos instantes en los que ninguno se atrevía a hablar, pensando en la terrible suerte de quien incurriera en una equivocación - como ella esperaba -habló el elegido. Mi señora, la gema que llevo sobre la cabeza es negra, de eso estoy completamente seguro.

La princesa Zubayda y “su mozo” contrajeron de inmediato matrimonio y el reinado del Califa de Bagdad fue un periodo de dicha para su pueblo, pues el califa poseía dos de las más extrañas y desconocidas virtudes en la raza humana: *la de ponerse en el lugar de los demás antes de formular un juicio y la defender este juicio con valentía, incluso frente a lo desconocido.

(Nota: La solución del enigma está en la frase subrayada).

sábado, 10 de enero de 2009

El destino es cruel y los seres humanos míseros...


Como de costumbre Jorge, había madrugado, y nos había preparado el desayuno. Mientras dábamos cuenta del café y de las tostadas con aceite, nos leyó, el cuento que antecede. Chesterton era uno de sus autores predilectos y por eso, pese a su conocida aversión a los derechos de autor, lo mencionaba con agrado, siempre que podía.
Para poder llegar al trabajo tuvimos que ponerle las cadenas al coche, el día seguía frío y nublado, aunque no nevaba y para ser viernes transcurrió con mucha más pena que gloria.

Son las seis de la tarde, y con las piernas junto al brasero de la mesa camilla, miro por la ventana , de nuevo empieza a caer agua nieve . Debo haber pescado un buen resfriado, me duele la cabeza demasiado para seguir con la lectura. Pongo un momento la televisión, para ver las noticias. El ejército de Israel masacra a la población de la franja de Gaza. En plena ola de frío, el gobierno ruso deja sin calefacción y agua caliente a la población de 13 países en Europa del Este. Las cifras del paro en Estados Unidos, son las peores desde la Segunda Guerra Mundial. En España se produce la enésima mujer asesinada por la violencia machista. Mueren de frío en la patera que ha llegado a la isla de Alborán, varios de los sub-saharianos ... Apago, un poco asqueada, el dichoso aparato.
Opto por la mejor solución en estos casos,me tomo un vaso de leche caliente con una aspirina y me voy a la cama. Llevo ya un buen rato a oscuras viendo caer la nieve silenciosa por los cristales de la ventana. En la calle la nieve refleja una extraña claridad como de ensueño ¿o será la fiebre?. Antes de dormirme trato de pensar en algo reconfortante. Se me viene a la cabeza la siguiente frase, "El destino es cruel y lo seres humanos míseros. En un mundo hecho de este modo, quien tiene muchas cosas en sí mismo se parece a la clara, templada y alegre habitación navideña en medio de la nieve y el hielo de la noche de diciembre".

viernes, 9 de enero de 2009

Uno de mis cuentos favoritos: Los tres jinetes del apocalipsis.G.K Chesterton.



La singular y a veces inquietante impresión que Mr. Pond me causaba, a pesar de su cortesía trivial y de su corrección, se vinculaba tal vez a alguno de mis primeros recuerdos y a la vaga sugestión verbal de su nombre. Era un viejo amigo de mi padre, un funcionario; y sospecho que mi imaginación infantil había mezclado de algún modo el nombre de Mr. Pond con el estanque del jardín. Pensándolo bien, se parecía extrañamente al estanque. Era, en general, tan sereno, tan regular y tan claro en sus habituales reflejos de la tierra, del cielo y de la luz del día como aquél. Y yo sabía, sin embargo, que había algunas cosas raras en el estanque del jardín. Una o dos veces al año el estanque parecía un poco distinto: una sombra fugaz o un destello interrumpía su lisa tranquilidad, y un pez o un sapo o alguna criatura más grotesca se mostraba al cielo. Y yo sabía que también en Mr. Pond había monstruos: monstruos mentales que emergían un instante a la superficie y luego se perdían. Tomaban las formas de observaciones monstruosas en medio de sus observaciones inofensivas y razonables. Algunos interlocutores pensaban que en la mitad de un diálogo juicioso se volvía loco. Pero también reconocían que regresaba a la cordura inmediatamente.
Una tarde, hablaba muy juiciosamente con Sir Hubert Watton, el conocido diplomático; estaban sentados bajo enormes quitasoles, mirando el estanque, en nuestro jardín. Hablaban de una parte del mundo que ambos conocían y que en Europa Occidental se conoce
muy poco: las vastas llanuras anegadizas que se deshacen en pantanos y ciénegas en los confines de Pomerania y de Polonia y de Rusia, y que se dilatan acaso hasta los desiertos siberianos. Y Mr. Pond recordó que en una región de profundas ciénegas, cortadas por lagunas y lentos ríos, hay un solo camino en un estrecho terraplén empinado: una senda no peligrosa para el peatón, pero escasa para que dos jinetes pasen a un tiempo. Este es el principio del cuento. Se refiere a un tiempo no muy lejano, a un tiempo en el que aún se usaban tropas de caballería, aunque más para correos que para combates. Baste decir que esto ocurrió en una de las muchas guerras que han arrasado a esa parte del mundo, si es posible arrasar un desierto. Esa guerra entrañaba la presión del sistema prusiano sobre la nación polaca, pero es innecesario formular la política del asunto o discutir el pro y el contra. Digamos ligeramente que Mr. Pond divirtió a los presentes con un ugma.
Espero que ustedes recordarán -dijo Pond- el revuelo que produjo Pablo Petrovski, el poeta de Cracovia, que hizo dos cosas bastante peligrosas en aquel tiempo: mudarse de Cracovia a Poz-nam y ser a la vez poeta y patriota. La ciudad en que vivía estaba ocupada en ese momento por los prusianos; estaba situada exactamente en el término oriental del largo camino; pues, como es de imaginarse, el comando prusiano se había apresurado a ocupar la cabeza de puente, de ese puente tan solitario, sobre ese mar de ciénegas. Pero su base estaba en el término occidental del camino: el célebre mariscal von Grock tenía el comando supremo; y su antiguo regimiento, que seguía siendo su regimiento predilecto, los Húsares Blancos, estaba acampado cerca del extremo occidental del alto camino. Por supuesto, todo era impecable, hasta el menor detalle de los espléndidos uniformes blancos, atravesados por el tahalí llameante -esto era anterior al empleo de los colores del barro y de la arcilla para todos los uniformes del mundo-. No los repruebo. A veces pienso que el tiempo de la heráldica era más hermoso que el tiempo del mimetismo que trajo la historia natural y el culto de los camaleones y de los escarabajos. Sea lo que fuere, este regimiento de caballería prusiana usaba su propio uniforme; y, como verán ustedes, ése fue otro elemento del fiasco; pero no sólo eran los uniformes; era la uniformidad. Todo fracasó, porque había demasiada disciplina. Los soldados de Grock le obedecían demasiado; de modo que no podía hacer lo que quería.
Eso debe ser una paradoja -dijo Watton, con un suspiro-. Será muy ingenioso y todo lo que quieran; pero realmente es un desatino. Ya sé que la gente suele decir que hay demasiada disciplina en el ejército alemán. Pero en un ejército no puede haber demasiada disciplina.
Pero no lo digo de una manera general -dijo Pond, quejumbrosamente-. Lo digo refiriéndome a este caso particular. Grock fracasó porque sus soldados le obedecieron. Claro que si uno de los soldados le hubiera obedecido, las cosas no hubieran ido tan mal. Pero como dos de sus soldados le obedecieron, el hombre fracasó. Watton se rió guturalmente.
Me encanta su nueva teoría militar. Usted permite la obediencia a un soldado en un regimiento; pero que dos soldados obedezcan, ya es un exceso de la disciplina prusiana.
No tengo ninguna teoría militar, hablo de un hecho militar -contestó Mr. Pond plácidamente-. Es un hecho militar que Grock fracasó porque dos de sus soldados le obedecieron. Es un hecho militar que hubiera tenido éxito si uno de ellos hubiera desobedecido. Encárguese usted de las teorías militares.
No soy aficionado a las teorías -dijo Watton con cierta sequedad, como alcanzado por un insulto trivial. En ese momento se vio la vasta y fanfarrona figura del capitán Gahagan, el incongruente amigo y admirador del apacible Mr. Pond. Tenía una fogosa malva en el ojal y un sombrero de copa atesado sobre la roja cabellera; y aunque era relativamente joven, había en su andar un contoneo que sugería la época de los dandies y de los duelistas. Alto y de espaldas al sol, parecía el emblema de la arrogancia. Sentado, cara al sol, atenuaban la impresión anterior los ojos pardos, muy suaves, tristes y un poco ansiosos.
Mr. Pond interrumpió su monólogo y se perdió en un torrente de disculpas:
Estoy hablando demasiado, como de costumbre; la verdad es que hablo de ese poeta, Petrovski, que casi fue ejecutado en Poz-nam, hace ya tiempo. Las autoridades militares vacilaban; iban a dejarlo en libertad, si no recibían órdenes directas del mariscal von Grock; pero el mariscal había decidido que muriera el poeta; y mandó la sentencia de ejecución, esa misma tarde. Después mandaron un indulto; pero como el portador del indulto murió en el camino, el prisionero fue puesto en libertad.
Pero cómo ... -repitió mecánicamente Watton.
Naturalmente, el prisionero fue puesto en libertad -observó Gahagan, con una voz fuerte y feliz-. Es claro como la luz del día. Cuéntanos otro cuento.
Es una historia estrictamente cierta -protestó Mr. Pond-, y ocurrió exactamente como les digo. No es una paradoja. Claro,si se ignoran los hechos, todo puede parecer complicado.
Sí -convino Gahagan-, necesitaremos muchos detalles para comprender que esa historia es simple.
Cuéntela de una vez -dijo Watton.
Pablo Petrovski era uno de esos hombres nada prácticos, que son de prodigiosa importancia en la política práctica. Su poder estaba en el hecho de que era un poeta nacional, pero también un cantor internacional. Es decir, tenía una bella voz poderosa con la que cantaba sus himnos en todas las salas de concierto del mundo. En su patria, naturalmente, era una antorcha y un clarín de esperanzas revolucionarias, especialmente entonces, en aquella crisis internacional en que el lugar de los políticos prácticos había sido ocupado por hombres mucho más o menos prácticos. Porque el verdadero idealista y el verdadero realista comparten el amor de la acción. Y el político práctico vive de formular objeciones prácticas a cualquier acción. La obra del idealista podrá ser impracticable; la del hombre de acción, inescrupulosa; pero en ninguno de los dos casos puede un hombre ganar una reputación por no hacer nada. Es raro que esos dos tipos extremos estuvieran en los dos extremos de ese largo camino entre los pantanos: el poeta polaco, prisionero, en la ciudad, a un extremo; el soldado prusiano, comandando el campamento, al otro.
"Porque el mariscal von Grock era un verdadero prusiano, no sólo enteramente práctico, sino enteramente prosaico. Jamás había leído un verso, pero no era un imbécil. Poseía el sentido de la realidad, propio de los soldados; este sentido le impedía incurrir en el error asnal del político práctico. No se burlaba de las visiones; se limitaba a detestarlas. Sabía que un poeta, o un profeta, podían ser peligrosos como un ejército. Y había resuelto que el poeta muriera. Era su único tributo a la poesía, y era sincero. "Estaba sentado ante una mesa, en su tienda; el yelmo con punta de acero, que siempre usaba en público, estaba a su izquierda; y su cabeza maciza parecía calva, aunque sólo estaba rapada. También la cara entera estaba rapada y nada la cubría, salvo unos anteojos muy fuertes, que daban un aire enigmático al rostro pesado y caído. Se volvió a un teniente que estaba firme a su lado, un alemán de los de cara indefinida y cabello pálido, cuyos redondos ojos azules miraban como ausentes.
"-Teniente von Hocheimer -preguntó-, ¿dijo usted que su alteza llegaría esta noche al campamento?
"-A las siete y cuarenta y cinco, mi general -respondió el teniente, que parecía poco dispuesto a hablar, como un gran animal que apenas dominase esa habilidad.
"-Estamos justo a tiempo -dijo Grock- para mandarlo a usted con la sentencia de muerte, antes que llegue. Debemos servir a su alteza de todas formas, pero especialmente ahorrándole molestias inútiles. Ya tendrá bastante con revistar a las tropas; cuide que todo esté a disposición de su alteza. A las ocho y cuarenta y cinco su alteza partirá para el próximo puesto avanzado.
"El teniente volvió parcialmente a la vida e hizo un esbozo de saludo.
"-Es claro, mi general, todos debemos obedecer a su alteza.
"-He dicho que todos debemos servir a su alteza -dijo el mariscal.
"Con un movimiento más brusco que de costumbre se quitó los anteojos y los arrojó sobre la mesa. Si los vagos ojos azules del teniente hubieran sido perspicaces, se hubieran dilatado todavía más ante la transformación operada por ese gesto. Fue como la remoción de una máscara de hierro. Un segundo antes, el mariscal von Grock se parecía extraordinariamente a un rinoceronte, con sus pesados pliegues de coriácea mandíbula y mejilla. Ahora era una nueva clase de monstruo: un rinoceronte con ojos de águila. El frío resplandor de sus ojos viejos hubiera dicho casi a cualquiera que algo había en él que no era solamente pesado; que algo había en él, hecho de acero y no sólo de hierro. Porque todos los hombres viven por un espíritu, aunque sea un espíritu malvado, o uno tan extraño a la comunidad de los hombres cristianos, que éstos apenas saben si es bueno o malo.
"-He dicho que todos debemos servir a su alteza -repitió Grock-. Hablaré con más claridad y diré que todos debemos salvar a su alteza. ¿No basta a nuestros reyes ser nuestros dioses? ¿No les basta que los sirvan y que los salven? Nosotros somos quienes debemos servir y salvar.
"El mariscal von Grock raramente hablaba o pensaba (tal como entienden el pensamiento las personas intelectuales). Los hombres como él, cuando se ponen a pensar en voz alta, prefieren dirigirse a su perro. Les complace ostentar palabras difíciles y complicados argumentos ante el perro. Sería injusto comparar al teniente Ho-cheimer con un perro. Sería injusto para el perro, que es una criatura sensitiva y vigilante. Sería más exacto decir que el mariscal von Grock, en ese raro momento de reflexión, tenía la comodidad y la tranquilidad de sentir que estaba reflexionando en voz alta en presencia de una vaca o de una legumbre.
"-Una y otra vez, en la historia de nuestra casa real, el sirviente ha salvado al amo -continuó Grock- sin lograr otro premio que sinsabores, a lo menos de parte de la opinión pública, que siempre gime contra el afortunado y el fuerte. Pero hemos sido afortunados y hemos sido fuertes. Maldijeron a Bismarck por haber engañado a su amo, con el telegrama de Ems; pero convirtió a su amo en amo del mundo. París fue capturada; destronada Austria; y nosotros quedamos a salvo. Esta noche Pablo Petrovski habrá muerto, y otra vez estaremos a salvo. Por eso lo mando con esta inmediata sentencia de muerte. ¿Entiende usted que lleva la orden para la inmediata ejecución de Petrovski y que no debe regresar hasta que la cumplan?
"El inexpresivo Hocheimer saludó; entendía muy bien esa orden. Al fin de cuentas tenía algunas de las virtudes del perro: era valiente como un bull-dog y podía ser fiel hasta la muerte.
"-Debe usted montar a caballo y partir sin tardanza -continuó Grock- y cuidar que nada lo demore, o impida su misión. Me consta que ese imbécil de Arnheim libertará a Petrovski esta noche, si no recibe mensaje alguno. Apresúrese.
"Y el teniente volvió a saludar y entró en la noche; y después de montar uno de los soberbios corceles blancos que eran parte del esplendor de ese regimiento espléndido, empezó a galopar por el alto y estrecho terraplén, casi como el filo de una muralla, que dominaba el sombrío horizonte, los difusos contornos y los apagados colores de aquellos pantanos enormes.
"Cuando el último eco del caballo retumbó en el camino, el mariscal se incorporó, se puso el casco y los lentes y salió a la puerta de la tienda; pero por otra razón. El Estado Mayor, con uniforme de gala, ya le esperaba; y, desde las profundas filas, se oían los saludos rituales y las voces de mando. Había llegado el príncipe.
"El príncipe era algo así como un contraste, al menos en lo externo, con los hombres que lo rodeaban; y aun en otras cosas era una excepción en su mundo. También usaba yelmo con punta de acero, pero de otro regimiento, negro con reflejos de acero azul; y había algo semiincongruente y semiapropiado, por alguna anticuada razón, en la combinación de ese yelmo con la larga y oscura barba fluida, entre aquellos prusianos bien rasurados. Como para hacer juego con la larga y oscura barba, usaba un largo y oscuro manto azul con una estrella resplandeciente, de la más alta orden real; y bajo el manto azul vestía uniforme negro. Aunque tan alemán como los otros, era un tipo distinto de alemán; y algo en su rostro absorto y orgulloso confirmaba la leyenda de que la única pasión de su vida era la música.
"En verdad, el adusto Grock creyó poder vincular con esa remota excentricidad el hecho fastidioso y exasperante de que el príncipe no procediera inmediatamente a revisar las tropas, formadas ya en todo el orden laberíntico de la etiqueta militar de su nación; y que inmediatamente abordara el tema que el mariscal quería evitar: el tema de ese polaco informal, su popularidad y su peligro; porque el príncipe había oído las canciones de este hombre en los teatros de toda Europa.
"-Hablar de ejecutarlo es una locura -dijo el príncipe, sombrío bajo su casco negro-. No es un polaco vulgar. Es una institución europea. Sería lamentado y divinizado por nuestros aliados, por nuestros amigos, hasta por nuestros compatriotas. ¿Quiere usted convertirse en las mujeres locas que asesinaron a Orfeo?
"-Alteza -dijo el mariscal-, sería lamentado; pero estaría muerto. Sería divinizado; pero estaría muerto. De los actos que anhela ejecutar, no ejecutaría uno solo. Todo lo que hace ahora, cesaría para siempre. La muerte es un hecho irrefutable, y me gustan los hechos.
¿No sabe usted nada del mundo? -preguntó el príncipe.
"-Nada me importa del mundo -contestó Grock- más allá de los jalones de la frontera.
"-¡Dios del cielo! -gritó el príncipe-. Usted hubiera fusilado a Goethe por una indisciplina con Weimar.
"-Por la seguridad de su casa real -contestó Grock- no hubiera vacilado un instante.
"Hubo un breve silencio, y el príncipe dijo con una voz seca y distinta:
"-¿Qué quiere usted decir?
"-Quiero decir que no he vacilado un instante -dijo el mariscal, con firmeza-. Ya he enviado órdenes para la ejecución de Petrovski.
"El príncipe se irguió como una gran águila oscura; su capa ondeó como en un vértigo de alas; y todos los hombres supieron que una ira más allá del lenguaje había hecho de él un hombre de acción. Ni siquiera se dirigió al mariscal; a través de él, con voz alta, habló al jefe de Estado Mayor, general von Zenner, un hombre opaco, de cuadrada cabeza, que había permanecido en segundo término, quieto como una piedra.
"-¿Quién tiene el mejor caballo de su división? ¿Quién es el mejor jinete?
"-Arnold von Schacht tiene un caballo que vencería a los de carrera -respondió en seguida el general-. Y es un admirable jinete. Es de los Húsares Blancos.
"-Muy bien -dijo el príncipe, con la misma decisión en su voz-. Que inmediatamente salga en persecución del hombre con esa orden absurda, y que lo detenga. Yo le daré una autorización que el eminente mariscal no discutirá. Traigan papel y tinta.
"Sentóse, desplegando la capa; le trajeron lo pedido, escribió firmemente y rubricó la orden que anulaba todas las otras y aseguraba el indulto y la libertad de Petrovski, el polaco.
"Después, en un silencio de muerte, que von Grock aguantó sin pestañear, como un ídolo bárbaro, el príncipe salió de la estancia, con su capa y su espada. Estaba tan disgustado, que nadie se atrevió a recordarle la revista de las tropas. Arnold von Schacht, un muchacho ágil, de aire de niño, pero con más de una medalla en su blanco uniforme de húsar, juntó los talones, recibió la orden del príncipe y, afuera, saltó a caballo y se perdió por el alto camino, como, una exhalación .o como una flecha de plata.
"Con lenta serenidad el viejo mariscal volvió a la tienda; con lenta serenidad se quitó el casco y los anteojos y los puso en la mesa. Luego llamó a un asistente y le ordenó buscar al sargento Schwarz, de los Húsares Blancos. "Un minuto después se presentó ante el mariscal un hombre cadavérico y alto, con una cicatriz en la mandíbula, muy moreno para alemán, como si el color de su tez hubiera sido oscurecido por años de humo, de batallas y de tormentas. Hizo la venia y se cuadró mientras el mariscal alzaba lentamente los ojos. Y aunque era muy vasto el abismo entre el mariscal del imperio, con generales a sus órdenes, y aquel sufrido suboficial, lo cierto es que de todos los hombres que han hablado en este cuento, sólo estos dos se miraron y se comprendieron sin palabras.
"-Sargento -dijo secamente el mariscal-, ya lo he visto dos veces. Una, creo, cuando ganó el primer premio del Ejército en el certamen de tiro.
"El sargento hizo la venia, silencioso.
"-La otra -continuó el mariscal- cuando lo acusaron de matar de un tiro a esa vieja que se negó a informar sobre la emboscada. El incidente dio mucho que hablar, aun en nuestros círculos. Sin embargo, se movió una influencia en su favor, sargento. Mi influencia.
"Otra vez el sargento hizo la venia. El mariscal prosiguió hablando de un modo frío, pero extrañamente sincero.
"-Su alteza el príncipe ha sido engañado en un punto esencial a su propia seguridad y a la de la Patria, y ahora acaba de mandar una orden para que pongan en libertad a Petrovski, que debe ser ejecutado esta noche. Repito: que debe ser ejecutado esta noche. Tiene usted que salir inmediatamente en pos de von Schacht, que lleva la orden, y detenerlo.
"-Me será muy difícil alcanzarlo, mi general -dijo el sargento-. Tiene el caballo más veloz del regimiento y es el mejor jinete.
"-Yo no dije que lo alcanzara. Dije que lo detuviera -dijo Grock. Luego habló más despacio-. Un hombre puede ser detenido de muchos modos: por gritos o disparos -se hizo más lenta y más pesada su voz, pero sin una pausa-. La descarga de una carabina podría llamarle la atención.
"El sombrío sargento hizo la venia por tercera vez, y no despegó los labios.
"-El mundo cambia -dijo Grock-, no por lo que se dice o por lo que se reprueba o alaba, sino por lo que se hace. El mundo nunca se repone de un acto. El acto necesario en este momento es la muerte -dirigió al otro sus brillantes ojos de acero y agregó-: Hablo, claro está, de Petrovski.
"El sargento Schwarz sonrió ferozmente; y también él, después de alzar la lona que cubría la entrada de la tienda, montó a caballo y se fue.
"El último de los tres jinetes era aún más invulnerable a la fantasía que el primero. Pero, como también era humano (siquiera de un modo imperfecto), no dejó de sentir, en esa noche y con esa misión, el peso de ese paisaje inhumano. Al cabalgar por ese terraplén abrupto, infinitamente se dilataba en derredor algo más inhumano que el mar. Porque nadie podía nadar ahí, ni navegar, ni hacer nada humano; sólo podía hundirse en el lodo, y casi sin lucha. El sargento sintió con vaguedad la presencia de un fango primordial, que no era sólido, ni líquido, ni capaz de una forma; y sintió su presencia en el fondo de todas las formas.
"Era ateo, como tantos miles de hombres sagaces, obtusos, del norte de Alemania; pero no era de esos paganos felices que ven en el progreso humano un florecimiento natural de la tierra. El mundo para él no era un campo en que las cosas verdes o vivientes surgían y se desarrollaban y daban frutos; era un mero abismo donde todas las cosas vivientes se hundirían para siempre; este pensamiento le daba fuerza para todos los extraños deberes que le incumbían en un mundo tan detestable. Las manchas grises de la vegetación aplastada, vistas desde arriba como en un mapa, parecían el gráfico de una enfermedad; y las incomunicadas lagunas parecían de veneno, no de agua. Recordó algún escrúpulo humanitario contra los envenenadores de lagunas. "Pero las reflexiones del sargento, como casi todas las reflexiones de los hombres que no suelen reflexionar, tenían su raíz en alguna tensión subconsciente sobre sus nervios y su inteligencia práctica. El recto camino era no sólo desolado, sino infinitamente largo. Imposible creer que había corrido tanto sin divisar al hombre que perseguía. Sin duda, el caballo de von Schacht debía ser muy veloz para haberse alejado tanto, porque sólo había salido un rato antes. Schwarz no esperaba alcanzarlo; pero un justo sentido de la distancia le había indicado que muy pronto lo divisaría. Al fin, cuando empezaba a desesperarse, lo divisó.
"Un punto blanco, que fue convirtiéndose muy despacio en una forma blanca, surgió a lo lejos, en una furiosa carrera. Se agrandó, porque Schwarz espoleó y fustigó a su caballo; llegó a un tamaño suficiente la raya anaranjada sobre el uniforme blanco que distinguía al uniforme de los húsares. El ganador del premio de tiro de todo el ejército había dado en el centro de blancos más pequeños que aquél. "Enfiló la carabina, y un disparo violento espantó, por leguas a la redonda, las aves salvajes de los pantanos. Pero el sargento Schwarz no pensó en ellas. Su atención estaba en la erecta y remota figura blanca, que se arrugó de pronto como si el fugitivo se deformara. Pendía sobre la montura como un jorobado; y Schwarz, con su exacta visión y con su experiencia, estaba seguro de que su víctima había sido alcanzada en el cuerpo; y, casi indudablemente, en el corazón. Entonces, con un segundo balazo, derribó al caballo; y todo el grupo ecuestre resbaló y se derrumbó y se desvaneció en un blanco relámpago dentro del oscuro pantano.
"El sargento estaba seguro de haber cumplido su obra. Los hombres como él se aplican mucho en sus actos; por ese motivo suelen ser tan erróneos sus actos. Había ultrajado la camaradería, que es el alma de los ejércitos; había matado a un oficial que estaba cumpliendo con su deber; había engañado y desafiado a su príncipe y había cometido un asesinato vulgar sin la excusa de una pendencia, pero había acatado la orden de un superior y había ayudado a matar a un polaco. Estas dos circunstancias finales ocuparon su mente, y emprendió el regreso para dar su informe. No dudaba de la perfección de la obra cumplida, indudablemente, el hombre que llevaba el perdón estaba muerto; y, si por un milagro, sólo estuviera agonizando, era inconcebible que llegara a la ciudad a tiempo de impedir la ejecución. No; en suma, lo más práctico era volver a la sombra de su protector, el autor del desesperado proyecto. Con todas sus fuerzas se apoyaba en la fuerza del gran mariscal.
"Y, en verdad, el gran mariscal tenía esta grandeza: después de la monstruosidad que había cometido, o que había ordenado cometer, no temió afrontar los hechos o las comprometedoras posibilidades de mostrarse con su instrumento. Una hora después, él y Schwarz, cabalgaban por el largo camino; en un determinado sitio desmontó el mariscal, pero le dijo al otro que prosiguiera. Quería que el sargento llegara a la ciudad, y viera si todo estaba tranquilo después de la ejecución, o si persistía algún peligro de agitación popular.
"-¿Aquí es, mi general? -interrogó el sargento en voz baja-. Hubiera jurado que era más adelante; pero la verdad es que este camino infernal se estiraba como una pesadilla.
"-Aquí es -dijo Grock, y con lentitud se apeó del caballo. Se acercó al borde del parapeto y miró hacia abajo. "Se había levantado la luna sobre los pantanos y su esplendor magnificaba las aguas oscuras y la escoria verdosa; y en un cañaveral, al pie del terraplén, yacía, en una especie de luminosa y radiante ruina, todo lo que quedaba de uno de los soberbios caballos blancos y jinetes blancos de su antiguo regimiento. La identidad no era dudosa; la luna destacaba el cabello rubio del joven Arnold, el segundo jinete, y el mensajero del indulto; brillaban también el tahalí y las medallas que eran su historia, y los galones y los símbolos de su grado. Grock se había sacado el yelmo; y aunque ese gesto era tal vez la vaga sombra de un sentimiento funeral de respeto, su efecto visible fue que el enorme cráneo rapado y el pescuezo de paquidermo resplandecieron pétreamente bajo la luna como los de un monstruo antediluviano. Rops, o algún grabador de las negras escuelas alemanas, podría haber dibujado ese cuadro: una enorme bestia, inhumana corno un escarabajo, mirando las alas rotas y la armadura blanca y de oro de algún derrotado campeón de los querubines.
"Grock no expresó piedad y no dijo ninguna plegaria; pero de un modo oscuro se conmovió como en algún instante se conmueve la vasta ciénega; y, casi defendiéndose, trató de formular su única fe y confrontarla con el universo desnudo y con la luna insistente.
"-Antes y después del hecho, la voluntad alemana es la misma. No la destruyen las vicisitudes y el tiempo, como, la de quienes se arrepienten. Está fuera del tiempo, como una cosa de piedra que mira hacia atrás y hacia adelante con una sola cara.
"El silencio duró lo bastante para halagar su fría vanidad con una sensación de prodigio; como si una figura de piedra hubiera hablado en un valle de silencio. Pero la soledad volvió a estremecerse con un remoto susurro que era el redoble de un galope; poco después llegó el sargento y su cara oscura y marcada no sólo era severa, sino fantasmal en la luz de la luna.
"-Mi general -dijo, haciendo la venia con una singular rigidez-, he visto a Petrovski, el polaco.
"-¿No lo enterraron todavía? -preguntó el mariscal sin levantar los ojos.
"-Si lo enterraron -dijo Schwarz-, ha removido la lápida y ha resucitado de entre los muertos.
"Schwarz seguía mirando la luna y la ciénega; pero, aunque no era un visionario, no veía lo que miraba, sino más bien las cosas que había visto. Había visto a Pablo Petrovski, recorriendo la iluminada avenida de esa ciudad polaca; imposible confundir la esbelta figura, la melena romántica y la barba francesa que figuraban en tantos álbumes y revistas. Y detrás había visto la ciudad encendida en banderas y en antorchas y al pueblo entero adorando al héroe, festejando su libertad.
"-¿Quiere decir -exclamó Grock con estridencia repentina en la voz- que han desafiado mi orden?
"Schwarz hizo la venia y dijo:
"-Ya lo habían puesto en libertad y no habían recibido ninguna orden.
"-¿Pretende usted hacerme creer -dijo Grock- que del campamento no llegó ningún mensajero?
"-Ningún mensajero -dijo el sargento.
"Hubo un silencio mucho más largo, y por fin dijo Grock, roncamente:
"-¿Qué ha ocurrido, en nombre del infierno? ¿Puede usted explicarlo?
"-He visto algo -dijo el sargento- que me parece que lo explica.
Cuando Mr. Pond llegó a este punto, se detuvo con una placidez irritante.
¿Y usted puede explicarlo? -dijo Gahagan.
Me parece que sí -dijo Mr. Pond, tímidamente-. Como usted sabe, yo tuve que aclarar el asunto cuando el ministerio intervino. Todo fue motivado por un exceso de obediencia prusiana. También fue motivado por un exceso de otra debilidad prusiana: el desdén. Y de todas las pasiones que ciegan y enloquecen y desvían a los hombres, la peor es la más fría: el desdén. Grock había hablado con demasiada libertad ante el perro y ante la legumbre. Desdeñaba a los imbéciles, aun en su regimiento: había tratado a von Hochei-mer, el primer mensajero, como si fuera un mueble, sólo porque parecía un imbécil. Pero Hocheimer no era tan imbécil como parecía: había entendido, tanto como el sargento, lo que el gran mariscal quería decir; había comprendido la ética del mariscal, la que afirma que un acto es irrefutable, aunque sea indefendible. Sabía que lo que su jefe deseaba era el cadáver de Petrovski; que lo deseaba de todos modos, a costa de cualquier engaño de príncipes o muertes de soldados. Y cuando oyó que lo perseguía un veloz jinete, comprendió inmediatamente que éste traía un indulto del príncipe. Von Schacht, muy joven pero muy valiente oficial, que era como un símbolo de esa más noble tradición de Alemania, que este relato ha descuidado, merecía la circunstancia que lo convirtió en heraldo de una política más noble. Llegó con la rapidez de esa equitación que ha legado a Europa el nombre mismo de caballerosidad, y ordenó al otro, con un tono como la trompeta de un heraldo, que se detuviera y se volviera. Von Hocheimer obedeció. Se detuvo, sujetó el caballo y se volvió en la silla; pero la carabina estaba en su mano, y una bala atravesó la frente de von Schacht. Luego se volvió y prosiguió, con la sentencia de muerte del polaco. A su espalda el caballo y el jinete se desmoronaron por el terraplén, y quedó despejado todo el camino; por ese camino despejado y abierto avanzó el tercer mensajero, maravillándose de la longitud de su viaje; hasta que divisó el uniforme inconfundible de un húsar que desaparecía como una estrella blanca en la distancia; pero no mató al segundo jinete: mató al primero. Por eso no llegó ningún mensaje a la ciudad polaca. Por eso el prisionero fue libertado. ¿Me equivocaba yo al decir que el mariscal von Grock fracasó porque dos hombres lo sirvieron fielmente? .
G. K. Chesterton.

Gilbert Keith Chesterton (1874-1936), inglés, uno de los escritores más populares y leídos en su época, y permanentemente por sus narraciones en las que creó un personaje célebre en la novela policial, el padre Brown, con cuatro libros dedicados a él. Su fama en vida tuvo mucho que ver con su carácter polémico, cáustico, paradójico, particularmente en el periodismo, en el cual publicó, con su gran amigo Hilaire Belloc, la revista New Witness, desde la cual zahirió y combatió la corrupción política, difundiendo un humanitarismo como utópico programa de reforma social que denominó "distribucionismo". Liberal, después de largas dudas y meditaciones, se hizo católico en 1922. Chesterton es autor de un cuento magistral, Los tres jinetes del Apocalipsis, incluido en esta compilación, y descubierto al idioma español por Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, que lo tradujeron y anexaron a su antología Los mejores cuentos policiales, diciendo de Chesterton que ejerció y renovó la novela, la crítica, la lírica, la biografía, la polémica y las ficciones policiales.