domingo, 15 de febrero de 2009

El entusiasmo

Jorge
El domingo salió un día nublado, húmedo y desapacible. Acudimos a nuestra cita en casa de Jorge, a quien estuvimos ayudando a plantar ajos en su exquisita huerta. Jorge se llenaba de entusiasmo cuando comentaba cada uno de los pormenores de las tareas de la huerta a las que dedicaba una buena parte de su día. Según él, le mantenían en contacto con el flujo de las cosas terrenales: con la lluvia, el viento, el sol, la luna y sus fases, la tierra, la germinación de las semillas,el crecimiento de las plantas, las cosechas de los frutos; y además estas tareas constituían un ejercicio suave, ideal para su edad.
El entusiasmo por la vida nos dijo, tiene una doble faceta: el entusiasmo por las personas- el amor- del que ya hemos hablado y nunca nos cansaremos de hablar, porque es el asunto principal de nuestra vida; y el entusiasmo por las cosas que es de lo que hoy quiero tratar.
Tomó "uno de sus libros iguales" y nos leyó el siguiente comentario: El cerebro es una extraña máquina que puede combinar los materiales que se le ofrecen de las más asombrosas maneras; pero sin materiales del mundo externo es impotente. Pues, los acontecimientos se convierten en experiencias, sólo cuando nos interesamos en ellos; si no nos interesan, no nos sirven de nada.
Las variantes del interés son innumerables, ( recordemos la capacidad de observación de Sherlock Holmes, tras encontrar un sombrero en la calle). Sin embargo, en una vida saludable debe existir equilibrio entre actividades diferentes y ninguna de ellas debe exacerbarse hasta el punto de impedir el desarrollo de las demás. Todos nuestros gustos y deseos para producir alegría deben ser compatibles con la salud, con el cariño de las personas que queremos y con el respeto de los deberes sociales perentorios.
El entusiasmo por la vida persigue el placer. Es contrario a la abstinencia, no a la moderación. Porque todo placer tiene su límite en el dolor, con el que va entreverado y que es preciso admitir, si queremos disfrutar. La templanza es el arte de disfrutar de los placeres, sin embotar la sensibilidad y sin anular la bendita y frágil corporeidad que nos sustenta.
Este arte en una sociedad de consumo posee dos reglas: “Gustos sencillos y una mente compleja”. Justo lo contrario de lo que vemos a nuestro alrededor, donde abundan las personas sumamente sofisticadas en cuanto a sus caprichos, que todo lo quieren más abundante, más duradero, más frío, más caliente o con más prestaciones electrónicas y de una simplicidad casi reptiliana en sus ideas: bueno-malo, amigo-enemigo, blanco-negro.



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