sábado, 28 de febrero de 2009
Continuación de "Una tertulia".
- Hace ya bastantes años, con motivo de la llegada al poder del entonces joven Sultán Otomano el Consejo de la Serenísima decidió enviar a Estambul una galera, “La Santa Croce”. Iba repleta de regalos, con el manifiesto propósito de lograr la paz entre ambas naciones; Sin embargo, “La Santa Croce” nunca llegó a Estambul. Quizá recordareis que un pirata renegado llamado Said “el tiñoso”- al que el mismo sultán había puesto precio a su cabeza- la capturó en alta mar, se apoderó del cargamento y vendió a la tripulación y al pasaje como esclavos por los más remotos lugares del norte de África.
- Recuerdo haber oído comentar a mi padre, dijo el comerciante, que la hermandad organizó una colecta para socorrer a algunos de estos desdichados que llegaron a Venecia muchos años después, en un estado físico deplorable.
- Pues bien, aunque nunca os lo he contado, yo era uno de los pasajeros de la galera. Como sabéis en el año 1708 quedé huérfano a causa de la gran epidemia de peste. Fui recogido por las monjas del Hospital de la Piedad, que en aquellos días de tanto sufrimiento, multiplicaron su caridad atendiendo a los enfermos y los huérfanos menesterosos. Yo tenía ocho años, era un niño delgado de aspecto enfermizo, con la piel muy blanca llena de pecas y el pelo de un rojo muy brillante. Como mi constitución física no me permitía hacer trabajos de fuerza, las monjas me encargaron que colaborara con el capellán, un cura menudito y de pelo completamente rojo como el mío, a quien cariñosamente llamaban “Il Prete Rosso”. El padre Antonio era el alma de la pequeña orquesta de cuerdas del hospital, integrada en su mayor parte por las propias monjas, para la que componía sus obras. Una música delicada y hermosa, que ha sido reconocida por toda Europa, hasta el punto que hoy, aquellas composiciones, son reputadas obras maestras. El padre Antonio, se fijó en mí, y acabé siendo su discípulo preferido de violín. De forma que a los dieciséis años yo me había convertido en un joven virtuoso del violín, con un extraño parecido físico, con uno de los compositores venecianos más consagrados. El Consejo, adquirió este violín que contempláis, una perfecta obra de arte, que el maestro Guarnieri, como secreto homenaje a “Il Prete Rosso", pintó con un extraño barniz de color rojo; y me mandó embarcar en “la Santa Croce”, con la obligación de instruir al joven Sultán por un periodo de tiempo que no se especificó. No hace falta que me detenga a explicaros cual era mi estado de ánimo, al separarme de las monjas y el padre Antonio, que para mi habían sido como mis padres. Por entonces yo no era mas que un desvalido adolescente, de aspecto aniñado con las piernas muy flacas y las manos muy delicadas, que nunca había salido del hospital de las monjas.
Aún recuerdo la expresión de asombro del “tiñoso” ante mi aspecto, examinó el violín del que yo nunca me desprendía, con cara de no haber visto en su vida nada que se le pareciera y decidió incluirme en el lote de las mujeres y los niños. Fui vendido en Orán, y pasé a poder de Ofir, un despiadado comerciante judío, que me adquirió junto con el violín como un producto exótico. Este era el género de su comercio, es decir mercancías de poco peso y mucho valor, entre las que se incluían las armas sofisticadas, las gemas, los perfumes, los afrodisíacos, que cambiaba por oro y diamantes a los reyes y jefes de tribales del África Occidental. No descartaba sin embargo, el tráfico de esclavos, siempre que se tratara de mujeres o niños de piel blanca y cabellos rubios.
Embarcamos en un hondo bajel y costeamos durante varias semanas todo el litoral norteafricano, navegando de noche y pasando el día, anclados al abrigo de pequeñas calas, para evitar cualquier encuentro con otra nave, ya fuera turca o española. Por fin una madrugada llegamos a un inaccesible acantilado de la costa mauritana, donde con mucha dificultad y en medio de la más absoluta oscuridad, nos desembarcaron en una pequeña playa de rocas. Nos esperaba la escolta, unos veinte soldados de piel oscura y fuertemente armados. Nos pusimos en marcha al amanecer por una antigua pista caravanera que recorre aquel peligroso litoral. Una senda que cruza regiones desérticas y se empina por altas dunas y abruptos acantilados. Poco antes del mediodía llegamos a un extraño paraje donde la montaña avanza sobre el mar en forma de media luna. Allí el sendero corre sobre el abismo a lo largo de una gigantesca pared vertical. La piedra tiene el color del acero y es extremadamente resbaladiza. La anchura del sendero apenas alcanza los dos palmos, el espacio justo para asentarse el pie del hombre y el casco de un animal de carga, a condición de que su paso sea seguro y desconozcan el vértigo. La mirada no puede dirigirse hacia el abismo, donde brilla el rosario de las rompientes que ejercen una funesta atracción, ni hacia arriba, donde giran los cormoranes, sino que tiene que mantenerse fija en la roca, mientras la mano busca a tientas un apoyo.
Esta montaña inexpugnable se prolonga lejos en el interior del desierto. Son varias jornadas, por un territorio de dunas batidas por el Siroco, no hay un solo pozo de agua y extraviar el camino equivale a una muerte segura; de no ser así las caravanas darían con gusto un rodeo antes que afrontar el terrible desfiladero.
Estos acantilados perdidos en el confín del mundo están casi siempre desiertos; en definitiva separan un mar turbulento, de los desiertos sin agua. Por eso apenas cabe imaginar que haya dos grupos de gentes que se aventuren por el paso a un mismo tiempo y en direcciones contrarias. Pero el destino, cada hombre lo lleva escrito; y al mediodía de aquella jornada de junio sucedió lo improbable. Nuestra caravana estaba llegando al punto en que más tenso es el arco del desfiladero, cuando nos encontramos con otra que iba en sentido contrario. Eran bereberes en camino hacia el interior del desierto y portaban en sus bestias un cargamento de sal. Iban armados y se trataba de un grupo de hombres endurecidos por el desierto y acostumbrados a los encuentros violentos. La caravana se detuvo, yo iba en penúltimo lugar, solo podía ver por detrás de mí, a un gigantesco soldado de piel oscura, que venía cerrando la fila, era uno de los escoltas africanos de Ofir, respecto del que guardaba una fidelidad casi perruna. Sin embargo, podía escuchar las voces de los jefes que negociaban; estuvieron tratando durante horas, las amables palabras pronunciadas al mediodía, se convirtieron en amenazas a medida que avanzaba la tarde. Después de varias horas sin poder movernos en un espacio tan estrecho, las piernas se nos entumecieron y empezaron a dolernos, la inquietud de los animales era tan grande que algunos se precipitaron al vacío con su carga. Al caer la tarde, un ominoso silencio se apoderó de ambos grupos, observé que desde la cabeza de nuestra caravana, los hombres venían pasando hasta la cola un trozo de papel escrito. Estaba firmado por Ofir, y en el se podía leer: “ Este es el ultimátum que he dado a los bereberes: Debéis dejar vía libre del modo que mejor os parezca en el plazo de una hora”.
Nada más leerlo comprendí la inminencia del desastre. Pensé: los bereberes recelarán del plazo, pues son conscientes de que dentro de una hora, el sol estará hundiéndose en el mar y les dará en la frente cegándolos. Una ventaja que esta gente raramente concede al enemigo. Tuve el presentimiento de que su ataque desesperado se produciría en cuestión de minutos, tal vez de segundos y que nos conduciría a todos a la aniquilación.
Traté de colocarme en cuclillas para poder escribir, saqué mi grueso lápiz de música y con esa presteza que la mente parece adquirir en los momentos de peligro, garabatee un mensaje sobre el mismo papel. Hacia ver a Ofir la inminencia del ataque de los bereberes y sabiendo que su cargamento era mucho más valioso, le propuse que comprara a un precio generoso la sal y las bestias de los bereberes y que después de vendarles los ojos a los animales, procediera a empujarlos al vacío. De esta forma los bereberes podrían, con las precauciones debidas, girar media vuelta sobre sus talones y regresar por donde habían venido, quedando el camino libre para Ofir y para nuestra caravana. Una vez abandonada aquella senda de muerte, solo tendría que pagar el precio prometido. De esta forma, aunque hubiera que pagar un precio y sacrificar a algunos animales, todos los hombres podrían salvarse.
Doblé el papel y escribí en latín “Solo para Ofir”, y lo envié hacia delante, con muchas dudas de que Ofir, un traficante de piel humana, tuviera la generosidad necesaria para salvar aquella terrible situación. Se necesitaba un hombre de alma grande, un espíritu que se sintiera responsable absoluto de la vida de todos los hombres, incluso de la de los enemigos. El destino había situado a Ofir, como la única persona, que por su riqueza y pos su posición predominante, era dueña de un espacio interior lo suficientemente ancho, para contrarrestar la angostura exterior en la que todos nos encontrábamos. Pero algo me decía que el alma de Ofir era la de un avaro, y sería incapaz de utilizar esta superioridad táctica, que el destino había querido poner en sus manos. Intuía que con ella no haría otra cosa que colocar a sus adversarios en una situación de desesperación; una situación en la que ningún enemigo es pequeño y hasta el enemigo más débil es poderoso.
Transcurrieron unos minutos de silencio, que me parecieron eternos, solo se oía allá en el fondo del abismo el sordo zumbido de las rompientes. Ni siquiera sé, si Ofir llegó a leer el escrito; si lo tiró o lo guardó entre sus ropas, para castigar posteriormente mi atrevimiento. Permanecí en cuclillas, y agucé el oído cuanto pude, hasta que una serie de golpes y espantosos alaridos me anunciaron la embestida de la muerte. Todo transcurrió muy deprisa; recuerdo, que el gigante que cerraba la fila, me hizo un gesto para que lo siguiera; que me dio el tiempo justo de tomar el violín de la alforja del animal que me precedía, antes de que presa del pánico, se precipitara por el por acantilado y que junto al soldado africano retrocedí, lo más rápidamente que pude, sin mirar para atrás. Al cabo de una media hora, llegamos a un lugar donde la senda se ensanchaba en una cavidad. Allí aguardamos un buen rato, pues a pesar de haberse hecho el silencio, no nos atrevíamos a salir. No sabíamos qué hacer, ni donde ir. En la dirección de donde veníamos andando desde antes del amanecer, no había ningún lugar habitado, y ni tan siquiera un pozo de agua; sin embargo, continuar por el desfiladero comportaba el riesgo de encontrarnos con el enemigo. Mi compañero, que sólo hablaba su propio dialecto, debió comprender mis dudas, tomó la lanza y trazó en el suelo una especie de mapa, en el que al final del acantilado, dibujó unas cabañas. Antes de que el sol terminara por ocultarse en el mar y con el corazón encogido, salimos del abrigo; yo rogaba a Dios que nos protegiera de cualquier mal encuentro. Llegamos de nuevo al lugar más tenso del arco y lo doblamos sin encontrarnos a nadie, tuve por cierto el presentimiento de que todos habían sucumbido. En la parte final de la senda la luz empezó a decrecer, me costaba trabajo distinguir el sendero; en algunos lugares la roca se había desmoronado y había que tomar carrerilla, para dar un salto sobre el vacío.
Cuando finalizó la travesía estuvimos mucho tiempo tendidos, incapaces de mover un músculo. Parecía que la bóveda del cielo, iluminada por la última luz de la tarde, daba vueltas y que las nubes venían a nuestro encuentro. Nos había rozado el ala de la aniquilación.
El músico se quedó callado, como si se hubiera marchado de repente a aquel lugar, y estuviera reviviendo aquella experiencia de su juventud. En su fuero interno dio por terminada la historia. De nada sirvió que el comerciante le preguntara tratando de averiguar, si llegaron al pueblo junto al acantilado, qué fue del soldado de la escolta, o cómo logró salir de allí y regresar a Venecia. El músico estaba decidido a guardar para sí, todos estos datos biográficos, y como saliendo de un sueño profundo se limitó a decir:
- ... A veces es mejor confiar a la razón, la defensa de lo que queremos, en lugar de a nuestra supuesta superioridad sobre el enemigo.
Y tomando el violín rojo de la mesa comenzó a tocar una hermosa gavotta del “Prete Rosso”.
Una tertulia.
Los tres caballeros ya entrados en años visten con sobria elegancia la moda del siglo XVIII: pantalón corto, media de seda, camisa y lazo del mismo color, casaca bordada, puños de encaje, zapatos con hebilla, la espada al cinto y un sombrero triangular, al que hoy han añadido una gruesa capa pluvial.
Él más alto y de complexión más fuerte de los tres, tiene la nariz aguileña propia de la nobleza veneciana, de su casaca roja, pende una condecoración militar. A su lado se encuentra un hombre grueso, de corta estatura, cara redonda y aspecto rubicundo, viste una casaca azul turquesa con llamativos bordados de oro. Y el tercero, sentado en el extremo de la mesa, es un individuo muy delgado con el pelo rojo y un rostro demacrado de fuertes rasgos verticales; lleva una chaqueta dorada y acaricia un violín entre sus manos.
Los tres hablan en voz muy baja y de manera sosegada, haciendo cada poco tiempo, pausas de cortesía y demorándose en los silencios en espera del asentimiento o la matización del interlocutor. A veces esas pausas son tan largas que en el soñoliento salón se abre camino el silencio y solo se oye el golpeteo de la lluvia sobre los cristales.
El último de estos silencios es demasiado largo, se diría que los contertulios han olvidado la conversación. El caballero más grueso, que es comerciante, se ha puesto a fumar su pipa y mientras expulsa el humo a grandes bocanadas, contempla con el mayor interés el anillo de oro con piedra azul que lleva en su mano. Por su parte, el militar se ha quedado completamente absorto, la mirada perdida tras el ventanal, como un velero que un día como el de hoy, se atreviera a surcar las turbulentas aguas del Gran canal. El músico en cambio parece concentrado en afinar el violín en sordina. De improviso una nota aguda atraviesa el local, completamente desierto a esas horas. La afilada nota ha despertado al comerciante, quien después de mirar hacia uno y otro lado, para cerciorarse de que continúan solos en el salón, tomó la palabra, y como si reanudara la misma conversación dijo:
- Desde que los turcos tomaron Corinto, no hay un solo veneciano que arriesgue su nave en un viaje a Oriente. El Adriático, nunca ha dado más que para comer y es impensable que el prestigio de la Señoría, se mantenga al menos tal y como lo conocieron nuestros abuelos y nuestros padres.
- Venecia se consume en intrigas intestinas, dijo el militar, y es incapaz de dar una respuesta adecuada al avance de los musulmanes. Ya sabéis que las mazmorras de los castillos de Verona, de Brescia y de Friule están llenas de jóvenes venecianos con nuevas ideas sobre el censo de reclutamiento, sobre el reparto de impuestos para la armada o sobre la elección del Consejo.
- Todos los tesoros acumulados durante quinientos años por la República, no bastarían para enfrentarse a un imperio pujante como el Otomano, dijo el comerciante, porque desde que perdimos Creta, que era la tierra de promisión, nuestra población está en declive.
- Y sin embargo- dijo, el militar- a nadie parece importarle esta decadencia y media Europa, se pasea por aquí, con ganas de diversión. No hace falta esperar a carnaval, para ver repleta la plaza de San Marcos, las tabernas atestadas de austriacos y de franceses, disfrutando de la hermosura de nuestra ciudad, de la calidad de nuestro arte y sobre todo “del de nuestras cortesanas”.
- A menudo las épocas de decadencia, son también las de mayor felicidad, dijo el músico, que hasta ese momento se ocupaba en la afinación del violín. Ante la expresión extrañada de sus amigos, aclaró: Convendréis conmigo, en que el estado renuncia entonces a sus objetivos últimos. Raramente el proyecto de un estado en pleno apogeo, coincide con el proyecto de felicidad individual de sus súbditos. Fijaos en la vida de Francesco Morosini y quienes el siglo pasado le siguieron en la conquista del Peloponeso; su heroica vida llena de privaciones y de sacrificios todavía es puesta como ejemplo a la juventud en las escuelas. ¿ Y qué queda de tanta gloria, de tanta sangre derramada?. Un busto de bronce con su efigie en el Senado. Nunca se ha vivido en Venecia con tanta alegría, con tanto desenfado y libertad de costumbres como en estos días. Y todo lo que tiene que decir al respecto el gobierno de la Serenísima, se resumió el otro día con la frase escogida por su portavoz para terminar el pregón del carnaval: “No os metáis en política y haced lo que os dé la gana”.
- Pero esa libertad de acción, esa independencia, de la que habláis, dijo el comerciante, es flor de un día. La riqueza se sustenta en el comercio y quien no puede defender lo que tiene, no es digno de tenerlo.
-¡Quién lo duda!, dijo, el músico, así ha sido siempre. Pero para poder enfrentar una situación es preciso que se den un mínimo de condiciones. Sabéis tan bien como yo que el comercio con levante estaba herido de muerte por el auge del comercio trasatlántico antes de la agresión de los turcos. Toda guerra, por pasional que sea, se basa en una premisa racional, la creencia en nuestra superioridad sobre el enemigo. Y ese, convendréis queridos amigos, no es el caso de la República.
- Admitir nuestra posición de debilidad, dijo el militar, implica que pronto seremos atacados por nuestros enemigos, que de esta forma perciben con mucha más claridad su superioridad.
- Así sería si nuestros enemigos pertenecieran todos a la misma potencia, dijo el músico recogiéndose la roja cabellera, con un lazo, pero no es el caso. Pues las potencias europeas y los turcos son enemigos entre ellos. Por otro lado, cuando se pone a una potencia entre la espada y la pared, resulta muy difícil calcular como influirá la desesperación colectiva en una resistencia encarnizada; recordad, que la toma de Creta, costó al Imperio Otomano ochenta largos años de guerra, más de cien mil muertos, y hay quien añade, tras la hazaña de Morosini, un siglo de retraso en su expansión por los Balcanes.
- Pero a largo o incluso a medio plazo nuestra independencia, y nuestras riquezas dejaran de existir, a favor de una u otra potencia, sean los turcos o los europeos - dijo el militar-.
- Así es en verdad, pero esa misma es la suerte que se vislumbra para todas las pequeñas naciones del continente, y nuestra condición de reliquia histórica, de hermosa curiosidad artística y cultural, constituye un privilegio en este siglo, que a muy pocas naciones le ha sido concedido.
- ¿Abogáis entonces querido Antonio, por la inacción, por el despilfarro de nuestras últimas fuerzas, y la entrega sin resistencia al enemigo?. Dijo, el comerciante.
- Abogo por la neutralidad de nuestra política exterior, por asumir que nuestra tradición política y comercial ha dejado de tener sentido en el mundo, por hacer conforme la vieja prosapia veneciana en los negocios las concesiones imprescindibles a las potencias y por el fomento de las artes y el embellecimiento de nuestra ciudad. Vienen tiempos en lo que las islas serán el último reducto de la felicidad, de lo que se trata es de convencer diplomáticamente a las potencias, que solo queremos defender nuestra insularidad política y cultural. Por otra parte, me parece que la felicidad de los individuos no siempre está directamente relacionada con un suceso político concreto; a menudo la vida es más alegre, en las colonias, incluso en una ciudad ocupada, sin derramamiento de sangre por ejércitos extranjeros, que en los períodos de esfuerzo desgarrador.
- Vos creéis acaso, que los enemigos consideran digno de respeto a quien no se defiende, ¿qué impediría el exterminio de la población, el abuso de nuestras mujeres, el saqueo de los palacios, el expolio de los tesoros de nuestra ciudad?. Dijo, el militar.
- Lo impediría la costumbre, la familiaridad en el trato que ya tienen con nosotros, ¡y por qué no: con nuestras cortesanas!. Nadie destruye lo que considera hermoso o superior, nadie saquea la ciudad que años antes lo ha acogido como huésped. Por otro lado, no siempre es cierto, que sea preferible utilizar la fuerza para defender la vida, que confiar su defensa a la razón. Y si tenéis la paciencia de escucharme os relataré un episodio de mi juventud, que resulta muy ilustrativo en tal sentido.
- ¡Contad, contad –dijo, el comerciante- que la tarde es larga!.
El amor en su forma más pura.
“Enamorarse es crear una mitología privada y hacer del universo una alusión a la única persona indudable”
Agilulfo pensaba que sólo por amor, podría ser encarnado en un cuerpo humano. Concebía el amor en su forma más pura: como atención y cuidado. También ahora él podría sentir y comportarse como un hombre de carne y hueso, acariciar y cuidar a una mujer, tal vez hacerla su esposa, darle hijos… Pero ¡Ay! bastaban unos instantes de sueño, una distracción, un olvido por mi parte, para que su cuerpo comenzara a difuminarse. Estaba convencido de que su existencia corporal dependía por completo de mí; de mi capacidad de entrega y de concentración en el objeto amado.
- Entre nosotros sólo tiene sentido el amor, si es fuerte y auténtico. Tu amor es como una llama en mi pecho; una llama que el viento apagará, si sólo ha prendido en una vela, o por el contrario avivará, si se trata de un verdadero fuego.
jueves, 26 de febrero de 2009
La palabra es plata, la memoria oro.
miércoles, 25 de febrero de 2009
El caballero borroso.
martes, 24 de febrero de 2009
La esperanza.
Esta entrada se inicia donde terminó la titulada: "Un laberinto".
- No temas, dijo una voz profunda, que me resultó conocida. Y a la pálida luz del móvil, vi brillar una pulsera como la que me habían dado en prenda.
Salimos a una calle iluminada, a mi lado se encontraba un hombre alto, ataviado con el tradicional disfraz del carnaval veneciano: el tricornio, la capa y la bauta. Reconocí al caballero silencioso que acompañaba a nuestro anfitrión Contarini.
- Te seguí cuando saliste de casa, hasta el momento en que te arrastró la multitud. No ha sido fácil encontrarte. Pero caí en la cuenta de que eres una mujer perspicaz... entonces comencé a buscar por las calles más oscuras. ¿ Quieres que te lleve a la Plaza de San Marcos junto a los jóvenes?.
- No- contesté- quiero quedarme esta noche contigo y disfrutar de cuanto de bueno tiene el carnaval, Agilulfo.
Tomamos una góndola; el gondolero nos obsequió con dos tazas del chocolate caliente que llevaba en un termo. Le pedimos que hiciera un trayecto tranquilo, seguía haciendo mucho frío, así que nos juntamos como una pareja de enamorados, y nos cubrimos con la capota, para abrigarnos. La primera noche de carnaval Venecia lucía magnífica, con los fuegos artificiales que se reflejaban en la laguna y los palacios engalanados, llenos de luz y animación, el colorido de los disfraces, las calles llenas de músicas y de gente bailando, por todas partes se oía el alboroto de la fiesta . Pero nosotros atendíamos otro alboroto aun más intenso, el que en ese momento sentíamos en nuestro propio corazón.
- No quise hablar contigo en casa de Contarini, por pudor. Temía ser inoportuno, inmiscuirme en tus asuntos sentimentales. ¡Yo no existo!. ¿Cómo hacer por pura fuerza de voluntad, para enamorar a una mujer como tu y convencerla de que ese amor tiene sentido?.
- ¡Agilulfo, no digas eso!. Yo no he hecho otra cosa que pensar en ti, desde la primera entrada de este blog. Tu existencia es lo que puede dar sentido a mi vida, porque te quiero. ¡ Me oyes , te quiero desde la primera vez que te vi, cuando, te saqué de aquel riachuelo en que caíste con tu armadura!. ¿ Cuál es el motivo de que huyas de mi?.
- ¡Sólo me oculto, no huyo!. No hay nada visible dentro de la armadura, sin ella, puedo pensar, y sentir... pero no actuar. El disfraz cumple la misma función, por eso siempre vengo a Venecia, a casa de mi viejo amigo Alvise Contarini, en carnaval . Es triste, pero pese a mi fe en la causa del amor, fuera de un envoltorio, no existo. Sólo soy imaginación, un deseo en estado puro, el deseo de amar y el deseo de ser amado...
- ¡Es carnaval, y a nadie se le puede exigir que se descubra!. Pero cuando has puesto tu mano en la mía, me ha dado un vuelco el corazón. Puedo asegurarte que no era un simple guante lo que sujetaba mi mano. En mi alma suena una campana, tan fuerte y ardiente como tu fe: si consigo amarte con toda mi alma, nada impedirá que lo haga con los cinco sentidos, de mi cuerpo.
Observa, hace un momento, has sentido el frío por primera vez y no te has dado cuenta, has sido tu, quien ha echado la capota para abrigarnos. Pienso que porr medio del amor, de una pobre mujer como yo, se te ha otorgado un cuerpo para que así puedas darle sentido a tu existencia. ¡Agilulfo, bajo esta capota que nos cubre, bajo esa gran capa negra que te envuelve, estoy escuchando latir tu corazón enamorado!.
lunes, 23 de febrero de 2009
Colombina
A menudo se trata del único personaje sensato del escenario. Colombina ayuda a su señora, la innamorata, a ganarse el afecto de su verdadero amor.
Brighella
Pierrot
Polichinela
Pantalone
Arlequin
El Doctor Peste.
domingo, 22 de febrero de 2009
Un laberinto.
Por la callejuela, comenzaron a pasar a oleadas, grupos de enmascarados, que hablaban a gritos, esgrimiendo alguna botella en la mano. Algunos se percataron de mi presencia y comenzaron a increparme con gestos obscenos. A tientas en la oscuridad, por paredes llenas de humedad, logré escabullirme en el lóbrego interior de un sotoportego,(un pasaje cubierto) que se abría al final en un pequeño espacio exterior común a varias casas, muy oscuro y sin salida. Sin otra iluminación que la luz de la luna, me senté en el tranco de la puerta de una casa.Paradójicamente la oscuridad que siempre me había dado miedo, era esta vez, mi aliada. No sabía donde estaba, pero temía moverme a la zona iluminada más concurrida, para tratar de dar con el nombre de la calle. No podía hacer otra cosa que esperar y aguantar el frío, hasta que Miguel y sus amigos terminaran el desfile.Entonces los llamaría para que vinieran a por mí.
¡ Qué situación tan absurda! pensé. Me preguntaba por qué, sin apenas conocer a Miguel, me decidí venir al carnaval sin ninguna precaución, ni cautela. ¿Hasta qué punto había sido sensato afrontar el reto de atravesar Venecia en pleno carnaval con la sola compañía de dos desconocidas ?. Venir a Venecia, acceder a los deseos inmaduros de mi joven amigo, adularlo, acudiendo a verlo mostrar sus habilidades en la Comparsa... Sentirme obligada a demostrarle , que no me da miedo la multitud, cuando no la soporto. Que no me atemoriza la oscuridad, ni reparo en el peligro, en las aviesas intenciones -que quien sabe- ocultan algunos enmascarados. ¡Aquí estoy sola, sentada en la oscuridad en un lugar que no conozco, temblando de frío y de miedo!. ¡Ay, como se me pudo pasar por la imaginación que si esta noche lograba atravesar el laberinto de Venecia en Carnaval, también podría despejar todas mis fundadas dudas, en ese otro laberinto personal no menos temible! El laberinto de mantener una relación satisfactoria con una persona tan distinta a mí, como es Miguel. ¡Cuanta vanidad hay en mi!. ¡Cuántos errores puede una llegar a cometer por culpa de ella!.
Allí sentada tenía un frío insoportable, el aire húmedo de la laguna empezaba a traspasar mi capa impermeable y me calaba los huesos. Como no sabía muy bien la hora que era, abrí un momento el móvil para iluminar en la oscuridad y mirarla. Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Alguien silencioso como una sombra se había deslizado junto a mi y me había cogido de la mano.
viernes, 20 de febrero de 2009
Una prenda de identidad.
- "No puede perder su alma quien no la tiene, como por desgracia ocurre a muchos en el mundo en que vivimos". Dijo nuestro anfitrión.
Pero lo que si se suelen perder,con absoluta impunidad, en medio de toda esa marea humana, son los estribos . Para eso se han tapado muchos la cara y se han puesto el disfraz, para alcanzar el más completo anonimato en medio de una multitud anónima. Sin revelar en muchos casos, ni el sexo, proliferan los disfraces, como los de dominó, un auténtico habito de monje, donde los espesos pliegues negros ocultan incluso los contornos del cuerpo, ni caderas, ni pecho, ni rostro. Solo unos ojos que bajo la capucha y detrás de la sombra de un negro antifaz, brillan en la oscuridad de la calle como los de un oso. Y bajo ese habito de carnaval, consciente de su impunidad, se esconde una tentación irresistible que para un alma humana es un deseo criminal. Pero que entre las personas sin alma, es interpretado como un deseo de libertad, de hacer lo que de otra manera nunca se hubieran atrevido a hacer por si mismos. Los peores crímenes de la ciudad, los casos más trágicos de confusión de identidades, y la mayoría de las aventuras amorosas empiezan y terminan durante el carnaval. Una vez en el interior de la capa y el capuchón de terciopelo, la mujer pierde a su marido, el marido a su mujer, el amante a su amada. En aire húmedo de los canales cruje el salitre de las enemistades y las locuras, la furia de las peleas y las angustiosas búsquedas nocturnas y las desesperaciones. Después de un rato entre la marea de gente que te empuja por los estrechos puentes hacia las plazas, uno no sabe si baila con una mujer o con un hombre.
Vosotras tres esta noche teneis que desafiar un verdadero reto. ¡ Alzaros un momento las máscaras, para que os conozcáis !
Así lo hicimos y nuestro anfitrión nos presentó, llamándonos por nuestros nombres.Resultó que las dos mujeres eran bastante agraciadas y de mi edad. La más alta Francesca, morena y con unos rasgos hermosos, era la novia de Alvise y la otra Paola, también tenía su amigo en la comparsa de los Arditi. Las tres se supone, que queríamos cumplir la tradición de ir a recibir las ultimas canciones de homenaje amoroso de la comparsa en la Plaza de San Marcos.
- Habrá muchas mujeres -y hasta de travestidos- ataviadas como vosotras. Pero hay un lugar del cuerpo por el que los amigos pueden reconoceros: las manos. ¡Si ese vestido que lleváis termina sus estrechas mangas en el codo, no es por casualidad!. Os daré un distintivo único, es una sencilla pulsera trenzada con hilo de pescar, donde se representan los principales hitos del cristianismo. Llevándola prendida en la muñeca izquierda, os podréis reconocer con facilidad.
Os espero en nuestra fiesta privada a partir de las 12h . Id enhorabuena en busca de vuestros enamorados. Pero andad con cuidado y recordad el proverbio: “El enamorado teme al carnaval”.
jueves, 19 de febrero de 2009
Otra visión:el carnaval para Contarini
Desde la *altana se divisaba el insólito paisaje de los tejados, con sus antenas llenas de herrumbre y las chimeneas venecianas en forma de embudo. Se ponía el sol y desde el Norte, donde ya se difuminaban en sombras azules las montañas, comenzó a soplar un aire muy frío. Era hora de vestirse y bajé a la planta principal de la casa para ataviarme con el disfraz que me tocara en suerte. Miguel y Alvise hacia un rato que se habían ido al desfile de su comparsa. Entré en una sala amueblada a la antigua y caldeada con una estufa de hierro fundido. Allí reunidos había cuatro enmascarados, dos varones y dos mujeres que al parecer me aguardaban. El que presidía la mesa, se dirigió a mi en castellano, y me indicó que me sirviera un tazón de menestrone, una sopa de verdura caliente, con muchos tropezones de pasta, que resultó un excelente modo de entrar en calor. *Los dos varones iban ataviados con el tradicional sombrero negro de tres picos , máscara blanca que les cubría por completo la cara, larga túnica de terciopelo hasta los tobillos, un gran capote de tafetán negro y un manto impermeable. Las dos mujeres que parecían de mi edad, me condujeron por un pasillo hasta un guardarropa en el que colgaban multitud de disfraces y eligieron para mi, uno exactamente igual al que llevaban ellas. Se trataba de un vestido blanco aterciopelado y de corte muy ajustado en la cintura, con generoso escote, y mangas hasta el codo y *una enorme mantelina de tafetán del mismo color, con capucha que caía sobre los hombros y se cruzaba por delante, y por detrás quedaba sujeta graciosamente de un nudo, cuyos extremos llegaban casi hasta el talón. Los zapatos de tacón estaban forrados de tela blanca y las medias blancas eran de una seda tupida y abrigada. El disfraz se completaba con una máscara de cuero, color oro como la que suelen usar los actores de *la comedia del arte y un gracioso sombrero nacarado de ala corta, con plumas de colores anaranjados y un abanico.
Cuando después de vestirme regresamos a la mesa, ya había anochecido y la estancia aparecía en ligera penumbra iluminaba solo con la luz de las velas de unos antiguos candelabros. En un campanario cercano se oyeron la siete, nadie decía nada y yo miraba un poco turbada por el silencio en el espejo del gran aparador del salón, nuestras cinco figuras de aspecto un poco fantasmagórico.
Por fin, el caballero que parecía ser el anfitrión, se dirigió a todos en castellano, al parecer, pese al obstinado silencio de mis compañeros venecianos, todos lo entendían:
-Es la primera vez que nuestra amiga María visita Venecia tiene la oportunidad de vivir el carnaval. El carnaval veneciano ha sido siempre, algo distinto de otros carnavales posteriores. Desde antiguo, los venecianos han sentido la necesidad de enmascararse para superar por un periodo, las diferencias de estado y condición que en una sociedad tan jerarquizada como la de la República, separa a las gentes en función de su condición familiar, su estado y sus bienes. Durante el carnaval el disfraz, que oculta la identidad de la persona, permitía al pueblo acercarse a los nobles y a todos dar rienda suelta a suelta a sus pasiones y a sus intrigas. Y así junto a la hermosa creatividad artística, de los disfraces y atuendos, la música y las canciones, el baile y el teatro en las calles, en el carnaval se urdían las más procaces intrigas amorosas y las locuras más desvergonzadas por el simple afán de entretenerse, de exhibirse, o de vengarse. Eran días y noches de regocijo y fiesta permanente, donde “casi todo” está permitido y donde las ligerezas y las ofensas solían quedar impunes.
El caballero hizo una larga pausa, como meditando lo que venía a continuación.
- Aunque ahora ha perdido su esencia y su razón de ser. Desde que resurgió públicamente en 1980, no es más que otro espectáculo turístico que se ofrece al viajero de clase media. La mayor parte de lo que se puede ver en la calle forma parte de una especie de espectáculo global, donde el público, demasiado numeroso y en su mayoría foráneo, asiste como mero espectador a una representación visual bastante simplona. ¿ Acaso hay algún misterio en tener una relación esporádica del tipo que sea, con un desconocido?¿ Nos jugamos algo al burlarnos de quien ya nunca volveremos a ver?.Si aunque se quite la mascara, para nosotros nunca va dejar de ser un desconocido. Qué interés podemos tener en él, si dentro de unos días, nos habremos ido a nuestra tierra y nos habremos olvidado de todo. Esta es la condición del mundo actual.
Los mismos organizadores del Carnaval 2009, parecen promocionar este carácter puramente superfluo de espectáculo. lo que mejor se vende es lo que coincide con ese modo de diversión receptivo que cuadra a una mayoría y por eso han escogido como lema: “Sensation: 6 sensi per 6 sestieri” , (Sensación: 6 sentidos para 6 barrios). Se proponen, algo a todas luces imposible: que la masa de consumidores además de los cinco sentidos comunes a todos, pongan a punto un sexto, que desgraciadamente la mayoría tiene embotado: la imaginación.
Algunas precisiones terminológicas:
* La altana es una especie de prolongación del tejado en forma azotea, generalmente de madera, donde las venecianas se teñían el pelo con agua oxigenada, el famoso rubio veneciano y usaban de todos sus afeites, mientras contemplaban y eran contempladas desde las calles.
* El tricornio de fieltro negro con adornos de charol, el tabarco la capa negra muy larga hasta casi los tobillos y la bauta, la máscara blanca que cubre todo el rostro, era el disfraz masculino por excelencia, el preferido por los venecianos ya que no revelaba absolutamente nada sobre la identidad del sujeto.
* La Mantelina, una mantilla con capucha abierta por delante, era la prenda femenina más selecta y las mujeres pudientes, en vez del tafetán, solían llevarla de seda,combinada con el terciopelo y los encajes. En la forma de abrochársela, dejando o no al descubierto los hombros, al igual que en los movimientos del abanico que se llevaba en la mano, había todo un código de significación erótica.
* La Comedia del Arte italiana. Surge durante el siglo XVI y es representada por compañías ambulantes que interpretan música por las calles, combinándola con una gesticulación muy especial, sobre temas siempre relacionados con los engaños amorosos y los celos. Lo característico de ella es que el texto no esta escrito; con lo que una gran parte de la obra, queda al arbitrio de la improvisación del actor. Al referirse siempre a la misma temática acaban por estereotiparse los personajes . Estos estereotipos, usan como signos distintivos el disfraz y la media máscara de cuero, que al dejar libre la boca, les permite gesticular, declamar o cantar. Son los personajes de la Comedia del Arte: el Doctor Peste, Pantalón, Arlequín, Polichinela, Pierrot, Colombina, y Brighella, los que se usarán profusamente, a partir de entonces, en el Carnaval Veneciano.
miércoles, 18 de febrero de 2009
El carnaval desde "la altana".
Mientras contemplaba la vieja ciudad desde “la Altane” en la azotea de la casa de Contarini, me pareció que Venecia en Carnaval era como una mujer madura de belleza legendaria, que encubre con su mascara, el inevitable paso del tiempo y atrae por su encanto tanto a los fieles admiradores como a otros muchos principiantes que ansían conocerla. Cierto que el inexorable, paso de los años, produce manchas bajo sus ojos, algunas arrugas en torno a los labios, la pérdida de tersura de sus pómulos, pero eso no nos impide reconocer, la belleza inmortal de sus calles y canales, de sus plazas y sus iglesias, de sus pinturas en el Museo de la Accademia. (En decenas de museos, de iglesias, en sus scuolas de las cofradías y en las casas señoriales). Ya no existe la soberbia de otros tiempos, cuando ella, era el asombro del mundo. La máscara encubre una melancólica decadencia, que le presta toda la magia de las cosas eternas e inaprensibles.
Venecia existe gracias a la laguna.
Venecia existe gracias a la laguna. Las aguas pantanosas del Brenta, del Sile, del Piave, y más al sur, las del propio Po, constituyeron el único refugio para la población romana, en el momento las crueles invasiones de los pueblos Godos, y luego más tarde de los Hunos. La tradición cuenta que la ciudad de Venecia se funda once años después de que Alarico, rey de los Ostrogodos, saqueara Roma . Eran las doce menos cuarto, del mediodía del viernes 25 de marzo del año 421. (¡Mira que es detallada la tradición y sin embargo nada cuenta sobre si ese día estaba nublado o hacía sol!).
La laguna ocupa unas doscientas millas cuadradas, el agua es salobre. Habrás visto desde el barco, que hay muchos postes de madera y pilastras, es porque hay zonas en la laguna, donde el agua es lo bastante superficial para que un hombre pueda vadearla sin mojarse más allá de la cintura. Pero en otros lugares, las aguas son atravesadas por profundos canales, tachonados de peligrosos bajíos, formados por el légamo pegajoso de los ríos, de tal suerte, que sólo el profundo conocimiento, de los pilotos de las naves venecianas, les permitía la entrada o la salida desde el mar.
Ninguna ciudad ha estado tan comprometida, desde su fundación con el mantenimiento de su entorno acuático. El control de los ríos que afluyen, el drenaje de los canales, la contención de las olas y las fuertes mareas marinas, la limpieza de la laguna y el mantenimiento del ecosistema eran desde siempre, cuestiones vitales para el Estado. La República, debía conservar a toda costa ese aislamiento, que le había permitido prosperar fuera del alcance de sus enemigos. Sobre este medio acuático único en el mundo, tambien sobre la enorme cohesión de sus habitantes y de sus instituciones, Venecia va a ir creciendo desde los simples palafitos aislados, hasta el poblamiento masivo de todas las islas y extendiendose a lo largo de la costa adriática. La Serenisima República supo cimentar sobre fuertes pilares las construcciones, a pesar del terreno fangoso del archipiélago, y supo también consolidar su exclusivo comercio con Oriente, a través de Constantinopla y Egipto y un poderío naval sin igual, que serán al fin y al cabo los dos fundamentos su riqueza y de su grandeza.
martes, 17 de febrero de 2009
Llegamos a Venecia.
El barrio de Dorsoduro no sufre las grandes aglomeraciones del turismo, que únicamente asoman a la punta externa, para contemplar la fastuosa mole barroca de La Salute, el edifico de mayor altura de Venecia. Dorsoduro conserva en sus edificaciones cierto aire de pueblo dentro de la ciudad. Posee una larguisima riva o paseo marítimo, junto al Canal de la Judecca, con unas preciosas vistas a esta isla y la de San Giorgio Maggiore, y ya desde primera hora de la tarde del martes de carnaval se pobló de un gentío enmascarado alegre y bullicioso...
Consideración histórica del viaje.
"El mensajero de los Dioses"
representa "otra" concepción del viaje.
No pude reprimirme por más tiempo y comenté a mis amigos que a mediados de esta semana, pediría un permiso en el trabajo para acudir unos dias con un amigo al Carnaval de Venecia. De inmediato, fui hábilmente interrogada por Montse y Ramón sobre todas las circunstancias, muy en particular las relativas el chico en cuestión.
Jorge que permanecía en silencio tomó entonces la palabra y mirándome con un especial brillo en los ojos, como si las palabras fueran dirigidas especialmente a mi dijo:
Un viaje comienza mucho antes de la fecha señalada para la partida o no comienza.El ajetreo de la preparación, la salida, el trayecto, la locomoción, la estancia en el lugar de vacaciones, suelen ser penosas situaciones, "cuando uno no sabe dónde va" a pesar de la guía ilustrada que lleva en el bolsillo.
El viaje en un sentido más profundo exige una estrategia de aproximación que sólo se encuentra en el mapa moral que uno sea capaz de confeccionarse antes de partir. El viaje como el amor, exige una condición mental, es una dimensión del alma que se estropea cuando se codifica.
Del mismo modo que las malas películas y las novelas rosas han banalizado el amor en pareja con los resultados que todos conocemos, las oficinas de turismo han trivializado el sentimiento viajero, despojándolo de todo significado trascendente.
El viaje como institución aparece a mediados del siglo pasado, convertido en la industria del turismo, que a través de una gran planificación económica se ha extendido, durante la segunda mitad del siglo XX a la gran masa de la población en el mundo occidental. Hasta el punto de convertirse en la principal fuente de ingresos para muchos países. El mercado del ocio, del que forma parte el turismo, ha producido las más grandes fortunas del planeta.
El hombre "necesita" la evasión; trasladarse de un lugar a otro, para dar la sensación de que así se recorre a si mismo.
domingo, 15 de febrero de 2009
Reseña de Los Buddenbrook. .
Thomas Mann nació en Lübeck en 1875 en una acaudalada familia de comerciantes. Allí vivió hasta que en 1891 se trasladó a Munich. Cuando sólo contaba con 25 años escribió Los Buddenbrook, una deliciosa novela en la que describe la decadencia económica de una familia de Lübeck entre 1835 y 1877, que probablemente sea una transposición de sus propios recuerdos autobiográficos. La obra con una prosa cuidada y una elegancia exquisita, no pasó desapercibida en Alemania ni en el resto de Europa. Al parecer en 1918 ya se habían vendido más de cien mil ejemplares. En medio de las turbulencias ideológicas de la Europa de comienzos del siglo XX, en esta novela no hay una proclama política novedosa o una tesis antropológica al uso, como quizá cabía esperar en un joven idealista en la convulsa Alemania de pre-guerra. Sino por el contrario una equilibrada descripción de la vida de una familia de la alta burguesía en una ciudad alemana, antes de la Unión Aduanera y durante el proceso que la llevaría a formar parte de la Alemania Unida.
La saga de la familia Buddenbrook abarca cuatro generaciones. La del abuelo un hombre todavía un poco a la usanza del Siglo XVIII, que funda el negocio de importación de cereales y representa el máximo grado de esplendor de la familia en la ciudad y en el seno de la antigua forma de vida . La de su hijo el cónsul de los Países Bajos, con su ferviente religiosidad como única arma contra la fatalidad y que parece ya, no adecuada a los tiempos de la revolución social de 1848 y del ascenso de la pequeña burguesía al poder político. La tercera generación es la de sus hijos: el senador Thomas y su hermanos Tony y Christian, auténticos protagonistas de la acción de la novela, y finalmente, la cuarta generación es la del bisnieto del fundador, Hanno: un personaje torturado de una sensibilidad artística y enfermiza.
La razón de ser de la propia ciudad de Lübeck, -capital de la Hansa durante la Edad Media- es el ideal del buen comerciante que sostiene con su esfuerzo la prosperidad de la comunidad. Del mismo modo, el sentido del deber y del sacrificio personal en aras de la prosperidad material, implícito en la ética protestante, es también la razón de ser de la familia Buddenbrook. Cada personaje de esta larga saga familiar (la novela tiene casi 800 páginas), y describe 42 años en la vida de la familia, se ve forzado a adoptar una posición personal, sobre este particular, en atención a sus circunstancias, a su sexo y al tiempo que le ha tocado vivir. En un esfuerzo continuo contra la realidad cambiante, los miembros de las nuevas generaciones de la familia verán como los mismos valores que propiciaron el éxito del negocio, se convertirán en el motivo de asfixia de las vidas individuales, y el mismo afán de distinción que los animaba, en el caldo de cultivo para una sensibilidad que se aleja de la disposición necesaria para el éxito mercantil.
El entusiasmo
Las variantes del interés son innumerables, ( recordemos la capacidad de observación de Sherlock Holmes, tras encontrar un sombrero en la calle). Sin embargo, en una vida saludable debe existir equilibrio entre actividades diferentes y ninguna de ellas debe exacerbarse hasta el punto de impedir el desarrollo de las demás. Todos nuestros gustos y deseos para producir alegría deben ser compatibles con la salud, con el cariño de las personas que queremos y con el respeto de los deberes sociales perentorios.
El entusiasmo por la vida persigue el placer. Es contrario a la abstinencia, no a la moderación. Porque todo placer tiene su límite en el dolor, con el que va entreverado y que es preciso admitir, si queremos disfrutar. La templanza es el arte de disfrutar de los placeres, sin embotar la sensibilidad y sin anular la bendita y frágil corporeidad que nos sustenta.
Este arte en una sociedad de consumo posee dos reglas: “Gustos sencillos y una mente compleja”. Justo lo contrario de lo que vemos a nuestro alrededor, donde abundan las personas sumamente sofisticadas en cuanto a sus caprichos, que todo lo quieren más abundante, más duradero, más frío, más caliente o con más prestaciones electrónicas y de una simplicidad casi reptiliana en sus ideas: bueno-malo, amigo-enemigo, blanco-negro.
sábado, 14 de febrero de 2009
Del pasado efímero
En mi memoria se agolpan todos los recuerdos de aquellos primeros años. Son el producto de relatos familiares mil veces evocados y finalmente asumidos como propios. Recordar es como extender sucesivas capas de pintura sobre una superficie cambiante: la memoria. El pasado, eso que nos parece tan estable, no es más que una fortuita selección de hechos imaginarios, que al cabo de un tiempo son como animales extinguidos.
En el silencio germinal del pasado nos esforzamos vanamente por oír las semillas que se remueven en la mente. Quisiéramos sacarlas a la luz del auto-reconocimiento. Pero nuestra visión de la realidad, como la de nuestra propia historia está condicionada por nuestra posición en el espacio y en el tiempo. No por nuestra personalidad como nos empeñamos en creer. Dos pasos al Este o al oeste, un accidente, una enfermedad y todo el cuadro cambió.
No se me oculta que las reliquias de la sensación, el esbozo de unos hechos pueden existir durante un tiempo indefinido en estado latente, en el mismo orden en que han sido impresos en nuestra memoria. Cada psiquis es en realidad un semillero de predisposiciones antagónicas. ¿Cómo y por qué brotan nuestros recuerdos?.
La personalidad, el auto-reconocimiento como una entidad con atributos fijos es una ilusión a la que no tenemos más remedio que agarrarnos, si queremos vivir. Admitir lo contrario sería resbalar por una peligrosa pendiente hacia la esquizofrenia.
¡Creer en San Valentín!
-María: Sabes, el chico mono del gimnasio me invitó ayer a cenar.
- Carlota:¡ No fastidies!. Me alegro por ti y por él, ese jovencito iba a acabar desperdiciado a causa de su timidez, hasta parecía que le daba vergüenza hablar.
- María: Pues habla y muy bien. Se llama Miguel, es algo más joven que yo, pero ha terminado los estudios que ha hecho en Italia y pretende sacar adelante un pequeño negocio, para dar satisfacción a su verdadera pasión, fabricar artesanalmente instrumentos musicales para cuerda.
-Carlota: ¡Pero si parece que no llega a la mitad de la veintena!.
-María: Tiene 27 años y mucho empuje. Me ha pedido que salgamos... y le he dicho que sí. La semana que viene tiene que ir a Venecia a comprar el material para confeccionar unas réplicas de no se que famosos violines llamados Guarnieri, que le han encargado. Dice que se aproxima el carnaval y me ha propuesto que lo acompañe. A eso también le dicho que sí. ¿ Crees que he hecho bien?
-Carlota: ¡Estoy pasmada…! ¡Cariño, tendré que volver a creer en san Valentín!.
viernes, 13 de febrero de 2009
El dolor como germen poético.
El poeta Ovidio nació en al año 43 A.J. en Sulmona, una pequeña localidad de los Abruzzos.Tuvo un padre rico que le preparó al hijo la carrera de los honores y lo envió a Roma a estudiar retórica. Pero Ovidio no tenía otra vocación que la de las Musas. “¿ Por qué buscar la gloria en las batallas o en vociferar en el ingrato foro? Yo quiero que mi gloria sea inmortal ”. Por otra parte le sobraba dinero para vivir a su antojo.
El amor le proporcionó un interesante asunto de estudio psicológico. Ovidio estaba inspirado por la musa frívola de los versos amorosos. Digo frívola, porque Ovidio reconoce no haber vivido lo que escribe, sus versos amorosos son una fantasía, un juego erótico, un placentero entretenimiento. Sus poemas son un bello artificio de elegantes palabras, con imágenes picantes, de doble sentido, a veces chocantes, inspiradas en la cultura griega. Sin embargo, carecen de ese aliento de autenticidad que tienen las pasiones violentas sentidas en la propia carne.
Al contrario que Virgilio y Horacio que dependían económicamente de Mecenas, es decir del círculo político de Augusto, y contribuían con su poesía a la tarea moralizadora emprendida por el Emperador. Ovidio era independiente y se sentía imbuido del júbilo y de la frivolidad de costumbres de la que hacía gala la clase aristocrática. En el año 8 A J, el mismo en que Octavio con profundo dolor, veíase obligado a desterrar a su hija Julia, por desafiar con su conducta sexual, los decretos paternos, Ovidio tuvo la ocurrencia de publicar “El Ars Amandi”. Una especie de manual sobre estrategia amorosa para uso de ambos sexos, en el que con sugestivas imágenes eróticas, se canta el gozo del amor sensual, y la libertad de costumbres por encima de cualquier otra consideración. La inmensa popularidad que el libro alcanzó, evidenció ante todos, el fracaso absoluto del emperador en su intento de reformar las costumbres e imponer normas de moralidad pública. En consecuencia Augusto consideró a Ovidio un corruptor de la juventud.
La pequeña colonia romana estaba aislada entre inmensas estepas, rodeada de bárbaras tribus escitas. Ovidio escribió a sus amigos de Roma, un montón de cartas llenas de súplicas, tratando de calmar la cólera de Augusto. “Los único artículos que producen los escitas son las flechas con las que matan de vez en cuando a algún colono”. En ellas, Tomi aparece como un pobre poblado insoportable para quien ha gozado del lujo y las comodidades de Roma. Describe la crudeza de los inviernos, durísimos para quien ha estado acostumbrado al sol y al clima cálido de Italia. El desterrado se lamenta de su destino, tratando de sobrevivir y dedicado escribir melancólicos versos " Los tristes" y cientos de cartas a su mujer y a sus amigos, pidiéndoles que intercedan ante Augusto."Las Epistulae ex Ponto” son cuatro libros de cartas poéticas, llenas de la autenticidad y de la fuerza poética, que sólo conoce, quien tiene el alma atormentada.Ovidio ya nada tiene que ver con aquel joven patricio, que escribía frivolidades amorosas.
jueves, 12 de febrero de 2009
Desconsuelo amoroso
Carlota ha venido esta tarde bastante descompuesta. ¿De dónde - se pregunta desconsolada- ha sacado ella, ese deseo repentino de hacer eterno lo pasajero?.
- Qué me autoriza a poner en una cara hermosa, en un cuerpo sexi, ese caudal tan enorme de emociones y expectativas. El amor es como el fuego que devora los leños de los que nace, la concentración en el objeto amado y el afán de posesión, son siempre los venenos que terminan por matarlo.
- Cuando no la agitan las pasiones mi vida es aburrida, incluso insulsa. Pero cuando la agitan, tarda bien poco en volverse dolorosa. Temo que las únicas personas felices, sois aquellas a las que os ha correspondido una demasía de intelecto. Sobre todo, si las circunstancias os permiten llevar, junto a la vida real, una vida intelectual o artística, que os ocupa y entretiene continuamente de manera no dolorosa y sin embargo muy viva.