“Los días y las noches están entretejidos de memoria y de miedo. De miedo que es un modo de la esperanza. De memoria, nombre que damos a las grietas del obstinado olvido”. ( J. L. Borges).
Crear la memoria, recrearla es el empeño milagroso de la literatura. ¿Será esta una de las formas tolerables de instalarse en la vida?. ¿Será la felicidad una de las formas de la memoria?.
Desde luego, lanzada hacia el futuro, la felicidad suena a hueco. Por radiante que parezca, la onerosa impostura de cualquier proyecto, se nos ofrece con solo mirar su final -“ y aunque la muerte, nos libra del sol y de la luna, del amor y del recuerdo; y lo que es todo tiene que ser nada”- .
No es cierto que el paso del tiempo se lleve la dicha, pues nos trae su nostalgia, única forma que tenemos de conocerla. “Solo me queda el goce de estar triste, esa vana costumbre que me inclina al Sur, a cierta puerta, a cierta esquina”. Nunca es grato prescindir de la felicidad, pero es mucho más difícil hacerlo de la felicidad pasada, que de la futura.
Pero también la memoria es movediza. No más que el nombre que damos a las grietas del obstinado olvido. Un músculo que solo a ratos controlamos y que al moverse destruye el pasado para tener que volver a construirlo. Todo lo que somos y lo que recordamos depende del éxito de unos enlaces neuronales. (La inexistencia de una simple vitamina, impide que se utilice un neurotransmisor).
“ A veces me da miedo la memoria. En sus cóncavas grutas y palacios – dijo San Agustín- hay tantas cosas. El infierno y el cielo están en ella. Para el primero basta lo que encierra el más común y tenue de tus días y cualquier pesadilla de tus noches; para el otro, el amor de los que aman, la frescura del agua en la garganta de la sed, la razón y su ejercicio, la tersura del ébano invariable.” ( J. L Borges).
No hay comentarios:
Publicar un comentario