Esto que ahora transcribo para vosotros desde mi fonador portátil, es el apresurado resumen que realicé ayer:
"El Nautilus, una enorme nave circular de una milla de diámetro se construyó a finales del pasado siglo XXIII. Se emplearon materiales superconductores de última generación -la pureza y resistencia del sílice, que entonces se extrajo de las profundidades del manto terrestre, nunca han podido ser igualadas-. Para la propulsión emplea la fisión nuclear y utiliza la propagación de enormes campos magnéticos (gravitadores) que garantizan su integridad material frente a la inercia. Es capaz de alcanzar velocidades próximas a la de la luz y en su interior reproduce la temperatura y condiciones ambientales de nuestro planeta.
Después de la guerra y de los grandes incendios, la vida humana sólo fue posible en algunas regiones apartadas del planeta donde la contaminación radioactiva fue menor. Los esfuerzos de la ciencia por preservar el cuerpo humano de las malformaciones y mutaciones radioactivas concluyeron en el desarrollo de la clonación genética y la biomecánica médica. En apenas unas generaciones, para lograr sobrevivir los seres humanos, tuvieron que transformar su esencia biológica.
Lo curioso es, que lo que en un principio pareció una mutilación, al cabo de un tiempo se vio mayoritariamente como un progreso. La biomecánica había logrado copiar eficientemente las creaciones biológicas. Nada justificaba el abandono del planeta como querían algunas minorías de privilegiados. “La teoría mediática” era que el espíritu humano liberado al fin, de sus apetitos irrefrenables se volvería más sereno, más pacífico y racional.
Sin embargo, para muchas personas esta “hibris”, no obtuvo un resultado satisfactorio: el aspecto del hombre-máquina podía ser el de un ser humano; pero su cerebro y su espíritu laminados por los automatismos maquinales habían dejado de ser los mismos. El racionalismo maquinal llevado a sus últimas consecuencias no toleró otra posición política que la sumisión, la búsqueda de mayor eficiencia degeneró en brutalidad y se persiguió con saña a quienes no aceptaban las implantaciones mecánicas.
El Nautilus representó el fruto tardío de una posición de rebeldía basada en una concepción idealista del hombre y de la vida. La nave se construyó en el más absoluto secreto en una apartada región de Nueva Zelanda. Intervinieron cientos de trabajadores y algunos de los científicos más destacados en tecnología de materiales, electromagnetismo, ingeniería espacial, navegación astronáutica, física nuclear y astronomía. Un elenco de sabios imbuidos de un pensamiento humanista, el teorizado por Félix Mnemo e implicados en un sueño milenario: la realización de la utopía social.
Para Mnemo la evasión en la nave permitiría salvaguardar la esencia biológica de la especie humana y realizar por primera vez en la historia el sueño de la “utopía”. Y este fue el ideal al que consagró su vida.
Para entender quienes somos, nuestra forma de ser y actuar, debo hacer una breve exposición de su obra. Mnemo pretendía conseguir dos difíciles metas: La parquedad material e imaginativa y una disciplinada afinación de los sentidos.
Conforme al principio inapelable de “lo justo es suficiente”, prescribió un catálogo de reglas detalladas sobre los nacimientos, las relaciones personales y las actividades culturales en el atrio circular de la nave. Para conseguir un perfecto equilibrio demográfico se determinó el número e incluso, la edad y el sexo de cada uno de los sesenta habitantes de la nave. De forma, que siempre había tres varones y tres mujeres, nacidos dentro de una misma década. A los noventa años se practicaba la eutanasia y en la reproducción, aunque no se usaba la clonación -que se miraba con repulsión- sí se intervenía para garantizar la calidad genética o determinar el sexo. Ello acabó propiciando una cierta homogeneidad física y psicológica; a pesar de que para garantizar la atracción entre los sexos se velaba por la diversificación racial y fisiológica entre los individuos.
Se estableció una ponderada organización de la vida a bordo, para conservar, a pesar del aislamiento en medio de las inmensas distancias siderales, los principios humanitarios de nuestra cultura. Por ejemplo la biblioteca muy amplia en libros de contenido científico o técnico quedó deliberadamente limitada en contenidos históricos, cuyos volúmenes se ceñían a los últimos tiempos de nuestra era y al inicio del viaje del Nautilus, dejando la descripción del tiempo anterior a los poetas, como si de un saber mítico se tratara.
Pero lo esencial en el pensamiento de Mnemo y lo que constituye el sello de nuestra “pequeña historia local” son “las disciplinas de control de los sentidos”. Una serie de técnicas depurativas de nuestras percepciones sensoriales, dirigidas a crear un modelo para conducir adecuadamente nuestras “ingobernables” emociones y dar confianza a los demás de que, “hasta cierto punto”, somos fiables y coherentes.
Partiendo de unas condiciones controladas y asépticas, como las existentes en la nave, se estableció “el modelo de vida lento”, basado en la potenciación del sueño y el descanso mental, del silencio, la mediatización de la expresividad y la postergación de toda decisión irrevocable. Un modelo cuyo triunfo se basa, en un importante logro alcanzado por primera vez en el Nautilus, la absoluta delegación de las tareas productivas en las máquinas.
Como predijo Félix Mnemo, la liberación del trabajo, trajo consigo la siempre aplazada revolución espiritual. Una revolución que ya no pretendía el desarrollo de las facultades racionales -igualadas e incluso superadas por los engendros mecánicos- sino la apuesta por la educación de los sentidos, por la potenciación de las capacidades sensoriales humanas, hasta convertirlas en formas depuradas del espíritu.
El sentido de la vista, ampliamente privilegiado durante la vida en el planeta, tuvo que encauzarse, para adaptarlo a las nuevas dimensiones de la nave. Desaparecidas las lejanas distancias del planeta, y no existiendo necesidad de anticipar la información mediante la visión para salvaguardar la propia integridad física, careció de sentido el abigarramiento de los colores y la excesiva efusión de las luces. La nebulosa oscuridad de las distancias espaciales, los destellos de las luminarias estelares, el aura brumosa de los planetas, no se correspondían con las anacrónicas imágenes que la filmoteca ofrecía del planeta.
Se acabó por abominar de la tiranía mediática de la imagen, de la fugaz ebullición sensible que comporta. Y para combatirla, se potenció la simplicidad cromática, limitando los colores, y jugando con las distintas intensidades de la luz artificial: Desde la oscuridad absoluta de la bóveda del planetario, a la intensidad lumínica del solarium y la huerta; de la penumbra de las habitaciones privadas, a la nacarada luz ambiental de las dependencias comunes, con paredes de tonos amarillos y mobiliario japonés lacado en negro en contraste con el blanco marmóreo del suelo. Incluso acabó por suprimirse el colorido en el vestido y la moda quedó limitada a prendas monócromas con la propia piel. Prendas de una sola pieza con cremallera, muy cómodas, que se ajustan completamente al cuerpo, resaltando las redondeces y el talle femenino y la fortaleza de la musculatura masculina. Lo que se valora en ellas no es el colorido o el diseño, sino las propiedades táctiles del tejido hipoalérgico, es decir la sensación que se percibe en la piel en el momento en que somos tocados.
El gusto, vinculado al arte de la gastronomía, se ha orientado sobre una nueva dieta a base de pescado, vegetales, leche y huevos. La preparación de la comida a cargo de profesionales es una de las artes más nobles y apreciadas. La cocina se inspira en las principales recetas tradicionales de la cocina internacional del siglo XX y sus dos reglas fundamentales son: el contraste de sabores y la parquedad. Resulta de buen gusto dejar con algo de apetito a los comensales, aunque esto, es objeto de aguda polémica en nuestros días.
El olfato, es el más primitivo y el menos conocido de nuestros sentidos. En parte, porque es objeto de investigaciones reservadas y para acceder a ellas es necesario un permiso especial del supervisor. Su asombrosa rapidez para transportarnos inadvertidamente a una sensación o a un recuerdo que creíamos olvidado ha sido un apasionante campo de estudio desde hace muchos años.
Es notorio, que las esencias de feromonas obtenidas por modificación genética, empleadas en un ambiente cerrado, son poderosos instrumentos de manipulación de la voluntad. Algunas de ellas como “el broma” y “el soma” han sido autorizadas y son usadas con efectos punitivos y en la potenciación de la memoria. La utilización de estos compuestos hormonales en experiencias lúdicas, o sexuales continua prohibida.
Pero los verdaderos avances en las disciplinas de afinación sensorial se han producido en torno al oído y al tacto. Las dos grandes capacidades postergadas durante la era planetaria, debido a la existencia de un umbral de ruido inconcebible para nosotros y al absoluto predominio de la imagen visual.
Transcribo primero de los postulados de Mnemo que se refiere a la parquedad en el hablar: “Las palabras desenvuelven el mundo, lo constituyen y lo complican. Nos muestran una realidad superlativa, desmesurada y patética. Me pregunto si la moderación en el hablar, por el contrario, derivaría en un mundo somero, mucho más sobrio y fácil de asimilar. Creo que en una realidad plegada, como la del Nautilus, en medio de la enigmática inmensidad del espacio, sería mucho más fácil actuar bien. Entre un pequeño y escogido grupo de personas y cosas, a las que nos une una indefinida afinidad, actuar es más fácil. No se precisan costosas explicaciones y la cualidad moral de nuestros actos parece aflorar todo el tiempo por la mansa superficie de la realidad. Una realidad plegada y enigmática como la que nos ofrece la mente cuando acabamos de despertar, un mundo pequeño y nuestro, en el que todo es explícito, porque está hecho de afecto, no de palabras. La palabra es el exceso, la orgullosa soberbia que lo desplegaría fatalmente hasta el infinito; y el infinito por definición es un laberinto. Pero este mundo es muy frágil, está hecho de pequeñas renuncias y en parte de la materia del último sueño; se quiebra en un instante -como una pompa de jabón- cuando perturbamos inútilmente el silencio. Dichoso quien habita el mundo desde dentro hacia fuera y sólo en contadas ocasiones rompe el silencio, para repartir las palabras cual monedas de plata, porque hallará la paz”.
Esta advocación constituye el núcleo de nuestra organización social y es observada en el Nautilus con auténtica devoción. Hasta el punto que la transmisión de conocimientos académicos o prácticos se realiza a través de la pantalla del fonador personal, un ingenio cibernético en red, capaz de explicitar y traducir cualquier código de comunicación y donde se transcribe caligráficamente el lenguaje oral y escrito.
La voz humana ha quedado reservada para momentos de especial trascendencia política o emotiva, como las relaciones sexuales o afectivas de cualquier tipo y para el canto.
La música es una de las grandes pasiones de nuestra cultura, todos la aprendemos desde muy pequeños, los mejores compositores e intérpretes gozan de gran prestigio. En el Nautilus se escucha música mientras se hace cualquier otra actividad, para ello se ha diseñado un diminuto dispositivo reproductor que siempre se lleva encima y una muestra de afecto y confianza entre nosotros es intercambiar música como regalo.
Por ultimo me ocuparé del sentido del tacto, que ha sido durante todos estos años, el origen de una verdadera revolución social en la nave. El laconismo en el hablar, hizo necesario un nuevo modo de compenetración interpersonal. El silencio no tenia suficiente valor como medio de expresión del afecto o de la aversión que el ser humano siente necesidad de expresar ante cada situación. Se abrió con ello un cauce al tocamiento, como el medio más directo de mantener un contacto personal con el semejante.
El proceso fue desarrollándose paulatinamente: Se introdujeron actividades lúdicas y deportivas de carácter obligatorio, como el baile, el tai chí, los deportes marciales de contacto y el masaje como terapia psicológica. Así fueron superándose los prejuicios sexuales planetarios que no admitían otras caricias que las producidas entre las parejas o entre padres e hijos y los contactos se extendieron poco a poco, primero entre los individuos heterosexuales de edad aproximada y finalmente, los tocamientos cariñosos de todo tipo o las presiones y pellizcos admonitorios eran comunes entre toda la tripulación.
La homogeneización física existente después de muchas generaciones utilizando técnicas de selección genética y de control de la natalidad, permitieron una libertad sexual desconocida en el planeta. La pareja monoparental resultó inconcebible y gracias a las técnicas hormonales de control de la natalidad, la práctica de la sexualidad nada tenía que ver con la procreación y sí con el placer y la comunicación entre las personas.
Las miradas, las sonrisas, los gestos, los roces y tocamientos, los besos, eran las formas habituales de aproximación entre las personas, cuya sensibilidad epidérmica había aumentado notablemente tras la aparición de las nuevas prendas táctiles, que imitaban la temperatura, la humedad y la textura de la piel. La comunicación racional por medio de la palabra acabó arrinconada, desarrollándose un complejísimo y rico lenguaje corporal, capaz de expresar sin usar una sola idea, una amplísima escala de sentimientos que van, desde la reprobación a la tolerancia, desde el enojo a la admiración más absoluta, desde la indiferencia a la más promiscua entrega sexual.
Para concluir este resumen debo decir, que a bordo del Nautilus se ha logrado un enorme grado de satisfacción personal y de armonía social. Las armas son desconocidas, apenas hay escenas violentas y los trastornos psicológicos producidos por ellas o por la tensión nerviosa debida a los accidentes, las enfermedades, el dolor y la muerte, se mitigan con técnicas psicológicas y biogenéticas de bastante eficacia.
En nuestra pequeña comunidad igualitaria, todas las tareas productivas se confían a las máquinas, realizándose únicamente tareas de supervisión en la construcción de nuevos artefactos cibernéticos y en la destrucción de los obsoletos. Se desconoce la codicia y el ánimo de lucro, y la participación de todos en la educación personal (muy amplia) -que consideramos la tarea humana por antonomasia y a la que dedicamos la mayor parte del día- asegura una buena distribución de las atribuciones directivas y de las responsabilidades sociales en la nave. Muchas de estas funciones que implican mando son rotatorias o vienen determinadas por la edad y otras, las que implican dificultades técnicas: como la navegación, la investigación biológica secreta, por las preferencias y habilidades que hemos mostrado desde pequeños".
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