Este celebrado cuento de Francis Bret Harte, fue calificado, por Borges, de "joya de la narración épica"; es uno de mis cuentos preferidos.
Cuando Mr John Ohakhurst, jugador profesional, puso el pie en la calle Mayor de Poker-Flat, en la mañana del día 22 de noviembre de 1850, tuvo el presentimiento de que desde la noche anterior, se había efectuado un cambio en la atmósfera moral. Dos o tres hombres que conversaban entre si gravemente, callaron cuando se acercó, al tiempo que cambiaron miradas significativas. Reinaba en el aire una tranquilidad dominguera, y esto en un campamento poco acostumbrado a la influencia del domingo, parecía de mal agüero. Sin embargo, la cara tranquila y hermosa de Oakhurst no reveló el menor interés por estos síntomas. ¿Tenía conciencia acaso de alguna causa que lo determinaba? Esa ya era era otra cuestión.
—Deduzco que van tras de alguno—pensó;—tal vez tras de mí.
metió en su bolsillo el pañuelo con que había sacudido de sus botas el rojizo polvo de Poker-Flat, y con entera calma desechó de su mente toda conjetura.
Y es cierto que Poker-Flat andaba tras de alguno.Recientemente había sufrido la pérdida de algunos miles de pesos, de dos caballos de valor y de un ciudadano preeminente, y en la actualidad pasaba por una crisis de virtuosa reacción, tan ilegal y violenta como cualquiera de los actos que la provocaron. El comité secreto había resuelto liberar a la ciudad de todas las personas indeseables. esto se hizo de un modo irrevocable , respecto a dos hombres que colgaban ya de las ramas de un sicomoro, en la hondonada, y de un modo temporal con el destierro de otras varias personas poco gratas. Siento tener que decir que algunas de éstas eran señoras; pero en descargo del sexo, debo advertir que su inmoralidad era profesional y que sólo ante un vicio tal y tan patente se atrevía Poker-Flat a erigirse en juez.
Razón tenia Oakhurst al suponer que estaba él incluido en la sentencia. Algunos miembros del comité había insinuado la idea de ahorcarlo, como medida ejemplar y procedimiento seguro de reembolsarse, a costa de su bolsillo, de las sumas que les había ganado.
—No es justo —decía Sim Wheeler— dejar que ese joven de Roaring Camp, extranjero por sus cuatro costados, se lleve nuestros ahorros.
Pero un imperfecto sentimiento de equidad, emanado de los que habían tenido la buena suerte de limpiar en el juego a Oakhurst , acalló las mezquinas preocupaciones locales.
Mr Oakhurts recibió el fallo con filosófica calma, tanto más meritorio por cuanto sospechaba de las vacilaciones de sus jueces. Era demasiado buen jugador para no someterse a la fatalidad. para él , la vida era un juego de azar y reconocía el tanto por ciento en favor del que daba las cartas.
—Deduzco que van tras de alguno—pensó;—tal vez tras de mí.
metió en su bolsillo el pañuelo con que había sacudido de sus botas el rojizo polvo de Poker-Flat, y con entera calma desechó de su mente toda conjetura.
Y es cierto que Poker-Flat andaba tras de alguno.Recientemente había sufrido la pérdida de algunos miles de pesos, de dos caballos de valor y de un ciudadano preeminente, y en la actualidad pasaba por una crisis de virtuosa reacción, tan ilegal y violenta como cualquiera de los actos que la provocaron. El comité secreto había resuelto liberar a la ciudad de todas las personas indeseables. esto se hizo de un modo irrevocable , respecto a dos hombres que colgaban ya de las ramas de un sicomoro, en la hondonada, y de un modo temporal con el destierro de otras varias personas poco gratas. Siento tener que decir que algunas de éstas eran señoras; pero en descargo del sexo, debo advertir que su inmoralidad era profesional y que sólo ante un vicio tal y tan patente se atrevía Poker-Flat a erigirse en juez.
Razón tenia Oakhurst al suponer que estaba él incluido en la sentencia. Algunos miembros del comité había insinuado la idea de ahorcarlo, como medida ejemplar y procedimiento seguro de reembolsarse, a costa de su bolsillo, de las sumas que les había ganado.
—No es justo —decía Sim Wheeler— dejar que ese joven de Roaring Camp, extranjero por sus cuatro costados, se lleve nuestros ahorros.
Pero un imperfecto sentimiento de equidad, emanado de los que habían tenido la buena suerte de limpiar en el juego a Oakhurst , acalló las mezquinas preocupaciones locales.
Mr Oakhurts recibió el fallo con filosófica calma, tanto más meritorio por cuanto sospechaba de las vacilaciones de sus jueces. Era demasiado buen jugador para no someterse a la fatalidad. para él , la vida era un juego de azar y reconocía el tanto por ciento en favor del que daba las cartas.
Una piquete de hombres armados acompañó a la deportada maldad de Poker-Flat hasta las afueras del campamento. Además de Mr Oakhurst, reconocido como hombre decididamente resuelto, y para intimidar al cual se había tenido cuidado de armar el la escolta, formaban la partida de los expulsados una joven conocida familiarmente por "la Duquesa", otra mujer que se había ganado el título de "madre Shipton", y el tío Billy, sospechoso de robar filones y borracho empedernido. La cabalgata no motivó comentario alguno de los espectadores, ni la escolta dijo la menor palabra. Sólo cuando alcanzaron la hondonada que marcaba el último límite de Poker-Flat, el jefe habló brevemente en relación con el caso: quedaba prohibido el regreso a los expulsados bajo pena de muerte.
Después cuando ya se alejaba la escolta, los sentimientos reprimidos se manifestaron en algunas lágrimas histéricas por parte de la Duquesa, en injurias por la de la "madre Shipton" y en blasfemias que, como dardos envenenados, lanzaba el tío Billy. Tan sólo el filosófico Oakhurst permanecía silencioso. oyo con tranquilidad los deseos de la madre Shipton de sacar el corazón a alguien, las repetidas afirmaciones de la Duquesa de que se moriría en el camino, y también las alarmantes blasfemias que al tío Billy parecían arrancarle las sacudidas de su cabalgadura. Con la obligada galantería de los de su clase, insistió en trocar su propio caballo, llamado El Cinco, por la mala mula que montaba la Duquesa; pero ni aun esta acción despertó simpatía alguna entre los de la partida. La joven arregló sus ajadas plumas con cansada coquetería; la madre Shipton miró de reojo con malevolencia a la posesora de "El Cinco", y el tío Billy no perdonó a ninguno de la partida con sus diatribas.
El camino de Sandy-Bar, campamento que en razón de no haber experimentado aún la regeneradora influencia de Poker-Flat, parecía ofrecer algún aliciente a los emigrantes, atravesaba una escarpada cadena de montañas, y exigía a los viajeros una larga jornada. En aquella avanzada estación, la partida pronto salió de las regiones húmedas y templadas de las colinas, al aire seco, frío y vigoroso de las sierras. la senda era estrecha y dificultosa; hacia el mediodía, la Duquesa, dejándose caer de la silla de su caballo al suelo, manifestó su resolución de no continuar más allá y la partida hizo un alto.
El lugar era singularmente salvaje e imponente. Un anfiteatro poblado de bosques, cerrado en tres de sus lados por rocas cortadas a pico en el desnudo granito, se inclinaba suavemente sobre la cresta de otro precipicio que dominaba la llanura. Sin duda alguna, era el punto más a propósito para un campamento, si hubiera sido prudente el acampar. Pero Mr Oakhurst, sabía que apenas habían hecho la mitad del viaje a Sandy-Bar, y la partida no estaba equipada ni aprovisonada para detenerse. Recordó esta circunstancia a sus compañeros acompañándola de un comentario filosófico sobre la locura de tirar las cartas antes de acabar el juego. Pero estaban provistos de licores, que en esta contingencia suplieron la comida y todo lo que les faltaba. A pesar de su protesta, no tardaron en caer en mayor o menor grado bajo la influencia de la bebida.
El camino de Sandy-Bar, campamento que en razón de no haber experimentado aún la regeneradora influencia de Poker-Flat, parecía ofrecer algún aliciente a los emigrantes, atravesaba una escarpada cadena de montañas, y exigía a los viajeros una larga jornada. En aquella avanzada estación, la partida pronto salió de las regiones húmedas y templadas de las colinas, al aire seco, frío y vigoroso de las sierras. la senda era estrecha y dificultosa; hacia el mediodía, la Duquesa, dejándose caer de la silla de su caballo al suelo, manifestó su resolución de no continuar más allá y la partida hizo un alto.
El lugar era singularmente salvaje e imponente. Un anfiteatro poblado de bosques, cerrado en tres de sus lados por rocas cortadas a pico en el desnudo granito, se inclinaba suavemente sobre la cresta de otro precipicio que dominaba la llanura. Sin duda alguna, era el punto más a propósito para un campamento, si hubiera sido prudente el acampar. Pero Mr Oakhurst, sabía que apenas habían hecho la mitad del viaje a Sandy-Bar, y la partida no estaba equipada ni aprovisonada para detenerse. Recordó esta circunstancia a sus compañeros acompañándola de un comentario filosófico sobre la locura de tirar las cartas antes de acabar el juego. Pero estaban provistos de licores, que en esta contingencia suplieron la comida y todo lo que les faltaba. A pesar de su protesta, no tardaron en caer en mayor o menor grado bajo la influencia de la bebida.
La madre Shipton se echó a roncar; el tío Billy pasó rápidamente del estado belicoso al de estupor y la Duquesa quedó como aletargada. Sólo Mr Ohakhurst permaneció en pie, apoyado contra una roca, contemplándolos con tranquilidad. Mr. Oakhurst no bebía; esto hubiera perjudicado a una profesión que requiere cálculo, impasibilidad y sangre fría; en fin, para valernos de su propia frase, no «podía permitirse este lujo».
Mientras contemplaba sus compañeros de destierro ,el aislamiento nacido de su oficio, y de las costumbres de su vida y sobre sus mismos vicios, le oprimió profundamente por vez primera . Se apresuró a quitar el polvo de su traje negro, a lavarse las manos y cara y a practicar otros actos característicos de sus hábitos de extremada limpieza, y por un momento olvidó su situación. Ni por un instante se le ocurrió la idea de abandonar a sus compañeros, más débiles y dignos de lástima; pero, sin embargo, echaba de menos aquella excitación que, extraño es decirlo, era el la que determinaba la tranquila impasibilidad por la que era conocido. Contemplaba las tristes murallas que se elevaban a mil pies de altura, cortadas a pico, por encima de los pinos que lo rodeaban; el cielo cubierto de amenazadoras nubes, y más abajo el valle que se hundía ya en la sombra, cuando oyó de repente que lo llamaban por su propio nombre.
Mientras contemplaba sus compañeros de destierro ,el aislamiento nacido de su oficio, y de las costumbres de su vida y sobre sus mismos vicios, le oprimió profundamente por vez primera . Se apresuró a quitar el polvo de su traje negro, a lavarse las manos y cara y a practicar otros actos característicos de sus hábitos de extremada limpieza, y por un momento olvidó su situación. Ni por un instante se le ocurrió la idea de abandonar a sus compañeros, más débiles y dignos de lástima; pero, sin embargo, echaba de menos aquella excitación que, extraño es decirlo, era el la que determinaba la tranquila impasibilidad por la que era conocido. Contemplaba las tristes murallas que se elevaban a mil pies de altura, cortadas a pico, por encima de los pinos que lo rodeaban; el cielo cubierto de amenazadoras nubes, y más abajo el valle que se hundía ya en la sombra, cuando oyó de repente que lo llamaban por su propio nombre.
Un jinete ascendía poco a poco por la senda. No tardó mucho en reconocer en la franca y animada cara del recién venido reconoció a Tom Simson, llamado el Inocente de Sandy-Bar. Lo había encontrado hacía algunos meses en una partidita, donde con la mayor legalidad ganó al cándido joven toda su fortuna, que ascendía a unos cuarenta dólares. Después que hubo terminado la partida, Mr Oakhurst se retiró con el joven especulador detrás de la puerta, y allí le dijo la palabra
—Tom, eres un buen muchacho, pero no sabes jugar ni por valor de un centavo; no lo pruebes otra vez.
Le devolvió su dinero, lo empujó suavemente fuera de la sala de juego, y así hizo de Tom, un amigo incondicional.
Le devolvió su dinero, lo empujó suavemente fuera de la sala de juego, y así hizo de Tom, un amigo incondicional.
El entusiasta saludo que Tom dirigió a Mr Oakhurst, recordaba esta acción. Según dijo, iba a tentar fortuna en Poker-Flat.
—¿Solo?
—Completamente solo, no: a decir verdad (aquí se rió), se había escapado con Piney Woodds. ¿No recordaba ya don Jorge a Piney Woods , la que servía la mesa en el Hotel de la Templanza? Hacía tiempo que tenía en relaciones con ella, pero el padre, Jake Woods, se opuso; de manera que se escaparon e iban a Poker-Flat a casarse, ¡y aquí estaban! ¡Qué fortuna la suya en encontrar un sitio donde acampar en tan grata compañía .
—¿Solo?
—Completamente solo, no: a decir verdad (aquí se rió), se había escapado con Piney Woodds. ¿No recordaba ya don Jorge a Piney Woods , la que servía la mesa en el Hotel de la Templanza? Hacía tiempo que tenía en relaciones con ella, pero el padre, Jake Woods, se opuso; de manera que se escaparon e iban a Poker-Flat a casarse, ¡y aquí estaban! ¡Qué fortuna la suya en encontrar un sitio donde acampar en tan grata compañía .
Mientras dijo todo esto El Inocente, Piney woods muchacha de quince años, rolliza y de buena presencia; salía de entre los pinos, donde se ocultaba ruborizándose y adelantó su caballo hasta ponerse al lado de su novio.
Poco solía preocuparse Mr Oakhurst de las cuestiones sentimentales y aún menos de las de conveniencia social, pero instintivamente comprendió las dificultades de la situación. Tuvo suficiente aplomo para largar un puntapié al tío Billy que ya iba a soltar una de las suyas, y el tío Billy estaba bastante sereno para reconocer en el puntapié de don Jorge un poder superior que no toleraría bromas. Después se esforzó en disuadir a Tom de que acampara allí; pero fue inútil. Le objetó que no tenían provisiones ni medios para establecer un campamento; pero, por desgracia, el Inocente desechó estas razones asegurando a la partida que iba provisto de un mulo cargado de víveres, y descubriendo además una tosca imitación de choza abierta al lado de la senda.
—Piney podrá ocuparla con Mrs Oakhurst—dijo el Inocente, señalando a la Duquesa.
—Yo ya me las compondré.
Pronunciadas estas palabras, le fue preciso a Mr Oakhurst toda su energía para impedir que estallase la risa del tío Billy, que aún así hubo de retirarse a la hondonada para recobrar la seriedad. Allí confió el chiste a los altos pinos, golpeándose repetidas veces los muslos con las manos, entre las muecas, contorsiones y blasfemias que le eran propias. A su regreso encontró a sus compañeros sentados en amistosa conversación alrededor del fuego, pues el aire había refrescado en extremo y el cielo se encapotaba. Piney estaba hablando animadamente con la Duquesa, que la escuchaba con un interés y una atención que desde hacía mucho tiempo no había mostrado.
El Inocente discurría con igual éxito junto a Mr Oakhurst y a la madre Shipton, que se mostraba amable.
—¿Acaso es esto una estúpida excursión al campo? —dijo el tío Billy para sus adentros con desprecio, contemplando el silvestre grupo, las oscilaciones de la llama y las caballerías atadas.
De pronto, una idea se mezcló con los vapores alcohólicos que enturbiaban su cabeza. La idea sería seguramente chistosa, pues se golpeó otra vez los muslos y se metió un puño en la boca para contener la risa.
poco a poco las sombras se deslizaron por la montaña arriba, una ligera brisa cimbreó las copas de los pinos y aulló a través de sus largas y tristes avenidas. La cabaña en ruinas, toscamente reparada y cubierta con ramas de pino, fue cedida a las señoras. Al separarse, los novios, cambiaron un beso tan puro y apasionado, que el eco pudo repetirlo por encima de los oscilantes pinos. La frágil Duquesa y la cínica madre Shipton estaban, probablemente, demasiado asombradas para burlarse de esta última prueba de candor, y se dirigieron sin decir palabra hacia la choza. Avivaron otra vez el fuego; los hombres se tendieron delante de la puerta, y pocos momentos después dormían todos.
Poco solía preocuparse Mr Oakhurst de las cuestiones sentimentales y aún menos de las de conveniencia social, pero instintivamente comprendió las dificultades de la situación. Tuvo suficiente aplomo para largar un puntapié al tío Billy que ya iba a soltar una de las suyas, y el tío Billy estaba bastante sereno para reconocer en el puntapié de don Jorge un poder superior que no toleraría bromas. Después se esforzó en disuadir a Tom de que acampara allí; pero fue inútil. Le objetó que no tenían provisiones ni medios para establecer un campamento; pero, por desgracia, el Inocente desechó estas razones asegurando a la partida que iba provisto de un mulo cargado de víveres, y descubriendo además una tosca imitación de choza abierta al lado de la senda.
—Piney podrá ocuparla con Mrs Oakhurst—dijo el Inocente, señalando a la Duquesa.
—Yo ya me las compondré.
Pronunciadas estas palabras, le fue preciso a Mr Oakhurst toda su energía para impedir que estallase la risa del tío Billy, que aún así hubo de retirarse a la hondonada para recobrar la seriedad. Allí confió el chiste a los altos pinos, golpeándose repetidas veces los muslos con las manos, entre las muecas, contorsiones y blasfemias que le eran propias. A su regreso encontró a sus compañeros sentados en amistosa conversación alrededor del fuego, pues el aire había refrescado en extremo y el cielo se encapotaba. Piney estaba hablando animadamente con la Duquesa, que la escuchaba con un interés y una atención que desde hacía mucho tiempo no había mostrado.
El Inocente discurría con igual éxito junto a Mr Oakhurst y a la madre Shipton, que se mostraba amable.
—¿Acaso es esto una estúpida excursión al campo? —dijo el tío Billy para sus adentros con desprecio, contemplando el silvestre grupo, las oscilaciones de la llama y las caballerías atadas.
De pronto, una idea se mezcló con los vapores alcohólicos que enturbiaban su cabeza. La idea sería seguramente chistosa, pues se golpeó otra vez los muslos y se metió un puño en la boca para contener la risa.
poco a poco las sombras se deslizaron por la montaña arriba, una ligera brisa cimbreó las copas de los pinos y aulló a través de sus largas y tristes avenidas. La cabaña en ruinas, toscamente reparada y cubierta con ramas de pino, fue cedida a las señoras. Al separarse, los novios, cambiaron un beso tan puro y apasionado, que el eco pudo repetirlo por encima de los oscilantes pinos. La frágil Duquesa y la cínica madre Shipton estaban, probablemente, demasiado asombradas para burlarse de esta última prueba de candor, y se dirigieron sin decir palabra hacia la choza. Avivaron otra vez el fuego; los hombres se tendieron delante de la puerta, y pocos momentos después dormían todos.
Mr. Ohakhurst tenía el sueño ligero; antes de apuntar el día, despertó aterido de frío. Mientras removía con un tizón el moribundo fuego, el viento que soplaba entonces con fuerza, llevó a sus mejillas algo que le heló la sangre: la nieve. Se dirigió sobresaltado a los que dormían con intención de despertarlos, pues no había tiempo que perder; pero al volverse hacia donde debía estar tendido el tío Billy, vio que éste había desaparecido.
Cruzó rápidamente por su mente una idea desagradable, y una maldición salió de sus labios. Voló hacia donde habían atado a los mulos: ya no estaban allí.
Las sendas desaparecían rápidamente bajo la nieve .
Por un momentoMr Oakhurst quedó aterrado , pero pronto se volvió hacia el fuego, con su serenidad habitual. No despertó a los dormidos. El Inocente descansaba tranquilamente, con una apacible sonrisa en su rostro cubierto de pecas, y la virginal Piney dormía entre sus frágiles hermanas, como custodiada por guardianes celestes. Mr Oakhurst, echándose la manta sobre los hombros, se atusó el bigote y esperó la luz de la mañana.Vino ésta poco a poco, envuelta en neblina y en un torbellino de copos de nieve que cegaba y confundía. Lo poco que podía ver del paisaje parecía transformado como por encanto. Tendió la vista por el valle y resumió el presente y el porvenir en cuatro palabras: "Atrapados por la nieve".
El detenido examen de las provisiones, que, afortunadamente para la partida estaban almacenadas en la choza, por lo que escaparon a la rapacidad del tío Billy, les dio a conocer que, con cuidado y prudencia, podían sostenerse aún diez días más.
—Eso —dijo Mrs Oakhurst sotto voce al Inocente, —con tal que nos quiera usted tomar a pupilaje; si no (y tal vez hará usted mejor en ello), esperaremos que el tío Billy regrese con las nuevas provisones.
Por algún motivo desconocido Mr Oakhurst no dio a conocer la infamia del tío Billy, y expuso la hipótesis de que éste se había extraviado del campamento, cuando salio en busca de los animales que se habían escapado sin duda.
Echó una indirecta acerca de lo mismo a la Duquesa y a la madre Shipton, que, como es natural, comprendieron la defección de su asociado
—Dándoles el más pequeño indicio, descubrirán también la verdad respecto de todos nosotros —añadió con intención, —y no conviene asustarles por ahora.
Tom Simson no sólo puso a disposición de Mr Oakhurst todo lo que llevaba, sino que parecía disfrutar ante la perspectiva de una obligada reclusión.
—Habremos pasado una semana de campamento, después se derretirá la nieve, y partiremos cada cual por su lado.
El franco optimismo del joven y la serenidad de don Jorge, se comunicó a los demás. El Inocente, por medio de ramas de pino, improvisó un techo para la choza, que no lo tenía, y la Duquesa contribuyó al arreglo del interior con un gusto y tacto que hicieron abrir grandes ojos de asombro a la joven provinciana.
—Ya se conoce que está acostumbrada a casas hermosas en Poker-Flat —dijo piney.
Cruzó rápidamente por su mente una idea desagradable, y una maldición salió de sus labios. Voló hacia donde habían atado a los mulos: ya no estaban allí.
Las sendas desaparecían rápidamente bajo la nieve .
Por un momentoMr Oakhurst quedó aterrado , pero pronto se volvió hacia el fuego, con su serenidad habitual. No despertó a los dormidos. El Inocente descansaba tranquilamente, con una apacible sonrisa en su rostro cubierto de pecas, y la virginal Piney dormía entre sus frágiles hermanas, como custodiada por guardianes celestes. Mr Oakhurst, echándose la manta sobre los hombros, se atusó el bigote y esperó la luz de la mañana.Vino ésta poco a poco, envuelta en neblina y en un torbellino de copos de nieve que cegaba y confundía. Lo poco que podía ver del paisaje parecía transformado como por encanto. Tendió la vista por el valle y resumió el presente y el porvenir en cuatro palabras: "Atrapados por la nieve".
El detenido examen de las provisiones, que, afortunadamente para la partida estaban almacenadas en la choza, por lo que escaparon a la rapacidad del tío Billy, les dio a conocer que, con cuidado y prudencia, podían sostenerse aún diez días más.
—Eso —dijo Mrs Oakhurst sotto voce al Inocente, —con tal que nos quiera usted tomar a pupilaje; si no (y tal vez hará usted mejor en ello), esperaremos que el tío Billy regrese con las nuevas provisones.
Por algún motivo desconocido Mr Oakhurst no dio a conocer la infamia del tío Billy, y expuso la hipótesis de que éste se había extraviado del campamento, cuando salio en busca de los animales que se habían escapado sin duda.
Echó una indirecta acerca de lo mismo a la Duquesa y a la madre Shipton, que, como es natural, comprendieron la defección de su asociado
—Dándoles el más pequeño indicio, descubrirán también la verdad respecto de todos nosotros —añadió con intención, —y no conviene asustarles por ahora.
Tom Simson no sólo puso a disposición de Mr Oakhurst todo lo que llevaba, sino que parecía disfrutar ante la perspectiva de una obligada reclusión.
—Habremos pasado una semana de campamento, después se derretirá la nieve, y partiremos cada cual por su lado.
El franco optimismo del joven y la serenidad de don Jorge, se comunicó a los demás. El Inocente, por medio de ramas de pino, improvisó un techo para la choza, que no lo tenía, y la Duquesa contribuyó al arreglo del interior con un gusto y tacto que hicieron abrir grandes ojos de asombro a la joven provinciana.
—Ya se conoce que está acostumbrada a casas hermosas en Poker-Flat —dijo piney.
La Duquesa dio media vuelta rápidamente, para ocultar el rubor que teñía sus mejillas, aun a través del colorido postizo de las de su profesión, y la madre Shipton rogó a Piney que no dijese aquellas cosas. Al regresar Mr Oakhurst de su penosa e inútil exploración en busca del camino, oyó el sonido de una alegre risa que el eco repitió varias veces. Algo alarmado, se paró pensando en el aguardiente que había escondido prudentemente.
—Esto no suena a aguardiente —dijo el jugador.
Pero hasta que a través del temporal vio la fogata y en torno de ella el grupo, no se convenció de que todo ello era una broma de buen género. Yo no sé si Mr Oakhurst había ocultado su baraja con el aguardiente como objeto prohibido a la comunidad, lo cierto es que, valiéndome de las propias palabras de la madre Shipton, «no se habló una sola vez de cartas» durante aquella noche. Menos mal que pudo matarse el tiempo con un acordeón que Tom Simson sacó solemnemente de su equipaje.
A pesar de algunas dificultades en el manejo de este instrumento, piney logró arrancarle una melodía recalcitrante, acompañándola el Inocente con unas castañuelas. Pero la pieza que coronó la velada fue un rudo himno de misa campestre que los novios, entrelazadas las manos, cantaron con gran entusiasmo y vehemencia. Creo que el tono de desafío, del coro y aire del Covenanter y no motivos religiosos que pudiera encerrar, fueron la causa de que acabaran todos por tomar parte en el estribillo:
Estoy orgulloso de servir al Señor,
y me obligo a morir en su ejército.
Los pinos crujían, la tempestad se desencadenaba sobre el miserable grupo y las llamas de la hoguera se lanzaban hacia el cielo como testimonio del voto.
A medianoche calmó la tempestad; los grandes nubarrones se corrieron y las estrellas brillaron centelleando sobre el dormido campamento. Mr Oakhurst, a quien sus costumbres profesionales permitían vivir, durmiendo lo menos posible, compartió la guardia con Tom Simson de modo tan desigual, que cumplió casi por sí solo esta obligación. Se disculpó con el Inocente, diciendo que muy a menudo se había pasado sin dormir una semana entera.
—¿Pero haciendo qué?—preguntó Tomás.
—El poker —contestó Mr Oakhurst, gravemente.
- Cuando un hombre llega a tener una suerte loca, antes se cansa la suerte que uno. No hay cosa más extraña que la suerte. Todo lo que se sabe de ella es que forzosamente debe cambiar. Y el descubrir cuándo va a cambiar, es lo que nos forma. Desde que salimos de Poker-Flat hemos dado con una vena de mala suerte. os reunís con nosotros y os pilla también de lleno. El que tiene ánimo para conservar los naipes hasta el fin, puede que se salve.
—Esto no suena a aguardiente —dijo el jugador.
Pero hasta que a través del temporal vio la fogata y en torno de ella el grupo, no se convenció de que todo ello era una broma de buen género. Yo no sé si Mr Oakhurst había ocultado su baraja con el aguardiente como objeto prohibido a la comunidad, lo cierto es que, valiéndome de las propias palabras de la madre Shipton, «no se habló una sola vez de cartas» durante aquella noche. Menos mal que pudo matarse el tiempo con un acordeón que Tom Simson sacó solemnemente de su equipaje.
A pesar de algunas dificultades en el manejo de este instrumento, piney logró arrancarle una melodía recalcitrante, acompañándola el Inocente con unas castañuelas. Pero la pieza que coronó la velada fue un rudo himno de misa campestre que los novios, entrelazadas las manos, cantaron con gran entusiasmo y vehemencia. Creo que el tono de desafío, del coro y aire del Covenanter y no motivos religiosos que pudiera encerrar, fueron la causa de que acabaran todos por tomar parte en el estribillo:
Estoy orgulloso de servir al Señor,
y me obligo a morir en su ejército.
Los pinos crujían, la tempestad se desencadenaba sobre el miserable grupo y las llamas de la hoguera se lanzaban hacia el cielo como testimonio del voto.
A medianoche calmó la tempestad; los grandes nubarrones se corrieron y las estrellas brillaron centelleando sobre el dormido campamento. Mr Oakhurst, a quien sus costumbres profesionales permitían vivir, durmiendo lo menos posible, compartió la guardia con Tom Simson de modo tan desigual, que cumplió casi por sí solo esta obligación. Se disculpó con el Inocente, diciendo que muy a menudo se había pasado sin dormir una semana entera.
—¿Pero haciendo qué?—preguntó Tomás.
—El poker —contestó Mr Oakhurst, gravemente.
- Cuando un hombre llega a tener una suerte loca, antes se cansa la suerte que uno. No hay cosa más extraña que la suerte. Todo lo que se sabe de ella es que forzosamente debe cambiar. Y el descubrir cuándo va a cambiar, es lo que nos forma. Desde que salimos de Poker-Flat hemos dado con una vena de mala suerte. os reunís con nosotros y os pilla también de lleno. El que tiene ánimo para conservar los naipes hasta el fin, puede que se salve.
llegó el tercer día y el sol, a través de las blancas colgaduras del valle, vio a los desterrados repartirse las reducidas provisiones para el desayuno. Por una singularidad de aquel montañoso clima, los rayos del sol difundían benigno calor sobre el paisaje de invierno, como compadeciéndose de lo pasado; pero, al mismo tiempo, descubrían la nieve apilada en grandes montones alrededor de la cabaña. Un mar de blancura, sin confines, desconocido, sin senda,tendíase al pie del peñasco en que se acogían estos náufragos de nueva especie. y A través de un aire maravillosamente claro, se elevaba el humo de la rústica aldea de Poker-Flat ,a muchas millas de distancia. Lo observó la madre Shipton, y desde lo más alto de la torre de su fortaleza de granito lanzó hacia aquella una maldición. Fue su última blasfemia y tal vez por aquel motivo revestía cierto carácter sublime.
—Me siento mejor—dijo confidencialmente a la Duquesa. Prueba a salir allí y maldecirlos, y te convencerás.
Después se impuso la tarea de distraer a la criatura, como ella y la Duquesa tuvieron a bien llamar a Piney ; la novia del Inocente no era una polluela, pero las dos mujeres se explicaban de esta manera consoladora y original que no blasfemara y fuese honesta.
Otra vez vino la noche a cubrir el valle con sus sombras.
Las quejumbrosas notas del acordeón se elevaban y descendían junto a la vacilante fogata del campamento con prolongados gemidos y frecuentes intermitencias. Pero como la música no alcanzaba a llenar el penoso vacío que dejaba la insuficiencia de alimento, Piney propuso una nueva distracción: contar cuentos. No tenían ganas Mr Oakhurst ni sus compañeras de relatar las aventuras personales, y el plan hubiera fracasado también a no ser por el Inocente. Algunos meses antes había encontrado por casualidad un tomo desparejado de la ingeniosa traducción de la Ilíada, por Mr. Pope. propuso la tarea de relatar en el lenguaje corriente de Sandy-Bar, los principales incidentes de aquel poema, cuyo argumento dominaba, aunque con olvido de los versos. Aquella noche los semidioses de Homero volvieron a pisar la tierra. El pendenciero troyano y el astuto griego lucharon entre el viento, y los inmensos pinos del cañón y parecían inclinarse ante la cólera del hijo de Peleo. Mr Oakhurst escuchaba con apacible fruición; pero se interesó especialmente por la suerte de As-quiles, como el Inocente persistía en denominar a Aquiles, el de los pies ligeros.
De este modo, con poca comida, mucho Homero y el acordeón, transcurrió una semana sobrelas cabezas de los desterrados.Otra vez les abandonó el sol, y otra vez los copos de nieve de un cielo plomizo, cubrieron la tierra. dia tras dia les estrechó cada vez más el círculo de nieves, hasta que los muros deslumbrantes de blancura se levantaron a veinte pies por encima de la cabaña. El fuego fue cada vez más difícil de alimentar; los árboles caídos a su alcance, estaban sepultados ya por la nieve. Y no obstante, nadie se quejaba. Los novios, olvidando tan triste perspectiva, se miraban en los ojos uno de otro, y eran felices, y Mr Oakhurst se resignó tranquilamente al mal juego que se le presentaba ya como perdido. La Duquesa, más alegre que de costumbre, se dedicó a cuidar a piney; sólo la madre Shipton, antes la más fuerte de la caravana, parecía enfermar y acabarse poco a poco. A media noche del décimo día, llamó a Oakhurst a su lado :
—Me voy—dijo con voz de quejumbrosa debilidad- Pero no digais nada a los corderitos; tome el lío que está bajo mi cabeza y ábralo.
Oalhurst vio que contenían intactas las raciones recibidas por la madre Shipton durante los últimos ocho días.
—Delas a la criatura —dijo, señalando a la dormida Flora.
— ¡Se ha dejado morir de hambre! —dijo el jugador con sorpresa.
—Así se llama esto—repuso la mujer con voz apagada.
Se acostó de nuevo, y volviendo la cara hacia la pared, entró en una rápida agonía.
Aquel día enmudecieron el acordeón y las castañuelas, y se olvidó a Homero.
Al ser entregado el cuerpo de la madre Shipton a la nieve, Mr Oakhurst llamó aparte al Inocente y le mostró un par de zuecos para nieve, que había fabricado con los fragmentos de una vieja albarda.
—Hay todavía una probabilidad contra ciento de salvarla; pero es hacia allí —añadió señalando a Poker-Flat.
—Si puedes llegar en dos días, cantaremos victoria.
—¿Y usted?—preguntó Tomás.
—Yo me quedo—contestó secamente.
Los novios se despidieron con un largo abrazo.
De este modo, con poca comida, mucho Homero y el acordeón, transcurrió una semana sobrelas cabezas de los desterrados.Otra vez les abandonó el sol, y otra vez los copos de nieve de un cielo plomizo, cubrieron la tierra. dia tras dia les estrechó cada vez más el círculo de nieves, hasta que los muros deslumbrantes de blancura se levantaron a veinte pies por encima de la cabaña. El fuego fue cada vez más difícil de alimentar; los árboles caídos a su alcance, estaban sepultados ya por la nieve. Y no obstante, nadie se quejaba. Los novios, olvidando tan triste perspectiva, se miraban en los ojos uno de otro, y eran felices, y Mr Oakhurst se resignó tranquilamente al mal juego que se le presentaba ya como perdido. La Duquesa, más alegre que de costumbre, se dedicó a cuidar a piney; sólo la madre Shipton, antes la más fuerte de la caravana, parecía enfermar y acabarse poco a poco. A media noche del décimo día, llamó a Oakhurst a su lado :
—Me voy—dijo con voz de quejumbrosa debilidad- Pero no digais nada a los corderitos; tome el lío que está bajo mi cabeza y ábralo.
Oalhurst vio que contenían intactas las raciones recibidas por la madre Shipton durante los últimos ocho días.
—Delas a la criatura —dijo, señalando a la dormida Flora.
— ¡Se ha dejado morir de hambre! —dijo el jugador con sorpresa.
—Así se llama esto—repuso la mujer con voz apagada.
Se acostó de nuevo, y volviendo la cara hacia la pared, entró en una rápida agonía.
Aquel día enmudecieron el acordeón y las castañuelas, y se olvidó a Homero.
Al ser entregado el cuerpo de la madre Shipton a la nieve, Mr Oakhurst llamó aparte al Inocente y le mostró un par de zuecos para nieve, que había fabricado con los fragmentos de una vieja albarda.
—Hay todavía una probabilidad contra ciento de salvarla; pero es hacia allí —añadió señalando a Poker-Flat.
—Si puedes llegar en dos días, cantaremos victoria.
—¿Y usted?—preguntó Tomás.
—Yo me quedo—contestó secamente.
Los novios se despidieron con un largo abrazo.
-¿También se va usted?—preguntó la Duquesa cuando vio a Mr Oakhurst que parecía aguadar a Tom para acompañarle.
—Hasta el cañón —contestó.
Y, diciendo esto, besó a la Duquesa, dejando encendida su blanca cara y rígidos de asombro sus entumecidos nervios.
Volvió la noche pero no Mr Oakhurst. Trajo otra vez la tempestad y la nieve arremolinada. Avivando el expirante fuego, vio la Duquesa que alguien había apilado silenciosamente contra la choza, leña para algunos días más. Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero las ocultó a Piney.
las mujeres durmieron poco aquella noche. Al amanecer, al contemplarse cara a cara comprendieron su común destino.No hablaron pero Piney, sintiéndose la más fuerte, se acercó a la Duquesa y la enlazó con su brazo, en cuya disposición se mantuvieron todo el resto de la jornada. La tempestad llegó aquella noche a su mayor furia, destrozó los pinos protectores e invadió la misma cabaña.
Hacia el amanecer no pudieron ya avivar el fuego, que se extinguió lentamente.
A medida que las cenizas se fueron apagando, la Duquesa se acurrucó junto a Piney, y por fin rompió aquel silencio que parecía eterno:
—piney; ¿puedes rezar aún?
—No, hermana... —respondió Piney dulcemente.
La Duquesa, sin saber por qué, se sintió aliviada, y apoyando su cabeza sobre el hombro de Piney no dijo más. Y así, reclinadas, prestando la más joven y pura su pecho como apoyo a su pecadora hermana, quedaron dormidas. El viento, como si temiera despertarlas, cesó. Copos de nieve, arrancados a las largas ramas de los pinos, volaron como pájaros de blancas alas y se posaron sobre ellas que ya dormian su sueño eterno. La luna a través de las desgarradas nubes contempló lo que hasta entonces habia sido un campamento humano. Toda impureza humana, todo rastro de dolor terreno habia desaparecido bajo el inmaculado manto tendido misericordiosamente desde lo alto.
Durmieron todo aquel día su apacible sueño, y al siguiente ya no despertaron, cuando voces y pasos humanos rompieron el silencio de aquella soledad. Y cuando una manos piadosa separó la nieve de sus marchitas caras, apenas podía decirse, por la paz igual que ambas traslucian cuál fuera la que se había pecado. La misma ley de Poker-Flat lo reconoció así y se retiró, dejándolas todavía enlazadas una en brazos de otra.
En la entrada de la garganta , sobre uno de los mayores pinos, se encontró un dos de bastos clavado en la corteza, con un cuchillo de monte. Contenía la siguiente inscripción, hecha con vigorosos trazos de lápiz:
AL PIE DE ESTE ÁRBOL YACE EL CUERPO DE
JOHN OAKHURST
QUE DIO CON UNA VENA DE MALA SUERTE
EL 23 DE NOVIEMBRE 1850
Y ENTREGÓ SUS FICHAS EL 7 DE DICIEMBRE 1850.
Y, frío y sin pulso, con un revólver a su lado y una bala en el corazón,todavía tranquilo como había sido en vida, yacía bajo la nieve el que a la vez había sido el más fuerte y el más débil de los expulsados de Poker-Flat.
—Hasta el cañón —contestó.
Y, diciendo esto, besó a la Duquesa, dejando encendida su blanca cara y rígidos de asombro sus entumecidos nervios.
Volvió la noche pero no Mr Oakhurst. Trajo otra vez la tempestad y la nieve arremolinada. Avivando el expirante fuego, vio la Duquesa que alguien había apilado silenciosamente contra la choza, leña para algunos días más. Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero las ocultó a Piney.
las mujeres durmieron poco aquella noche. Al amanecer, al contemplarse cara a cara comprendieron su común destino.No hablaron pero Piney, sintiéndose la más fuerte, se acercó a la Duquesa y la enlazó con su brazo, en cuya disposición se mantuvieron todo el resto de la jornada. La tempestad llegó aquella noche a su mayor furia, destrozó los pinos protectores e invadió la misma cabaña.
Hacia el amanecer no pudieron ya avivar el fuego, que se extinguió lentamente.
A medida que las cenizas se fueron apagando, la Duquesa se acurrucó junto a Piney, y por fin rompió aquel silencio que parecía eterno:
—piney; ¿puedes rezar aún?
—No, hermana... —respondió Piney dulcemente.
La Duquesa, sin saber por qué, se sintió aliviada, y apoyando su cabeza sobre el hombro de Piney no dijo más. Y así, reclinadas, prestando la más joven y pura su pecho como apoyo a su pecadora hermana, quedaron dormidas. El viento, como si temiera despertarlas, cesó. Copos de nieve, arrancados a las largas ramas de los pinos, volaron como pájaros de blancas alas y se posaron sobre ellas que ya dormian su sueño eterno. La luna a través de las desgarradas nubes contempló lo que hasta entonces habia sido un campamento humano. Toda impureza humana, todo rastro de dolor terreno habia desaparecido bajo el inmaculado manto tendido misericordiosamente desde lo alto.
Durmieron todo aquel día su apacible sueño, y al siguiente ya no despertaron, cuando voces y pasos humanos rompieron el silencio de aquella soledad. Y cuando una manos piadosa separó la nieve de sus marchitas caras, apenas podía decirse, por la paz igual que ambas traslucian cuál fuera la que se había pecado. La misma ley de Poker-Flat lo reconoció así y se retiró, dejándolas todavía enlazadas una en brazos de otra.
En la entrada de la garganta , sobre uno de los mayores pinos, se encontró un dos de bastos clavado en la corteza, con un cuchillo de monte. Contenía la siguiente inscripción, hecha con vigorosos trazos de lápiz:
AL PIE DE ESTE ÁRBOL YACE EL CUERPO DE
JOHN OAKHURST
QUE DIO CON UNA VENA DE MALA SUERTE
EL 23 DE NOVIEMBRE 1850
Y ENTREGÓ SUS FICHAS EL 7 DE DICIEMBRE 1850.
Y, frío y sin pulso, con un revólver a su lado y una bala en el corazón,todavía tranquilo como había sido en vida, yacía bajo la nieve el que a la vez había sido el más fuerte y el más débil de los expulsados de Poker-Flat.
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