Cargamos con el agua, la comida en tabletas y el fonador portátil y nos adentramos en él. Al entrar en el bosque note una rara sensación, como si alguien nos observara con atención; Sofía también notó una presencia extraña. Pasamos un buen rato agazapados, tratando de detectarla, sin conseguirlo. El bosque parecía desierto, y reinaba un silencio absoluto.
El paraje era fresco con árboles de diferentes especies. El follaje sombrío de los cedros hacía perdurar el invierno, en pleno estío y los grupos de castaños, robles y encinas, que se hallaban entre los pinos, armonizaban entre sí por medio de bellas formas y colores. Todos los árboles eran ejemplares adultos y estaban dispuestos en avenidas de troncos apretados y rectos, con la copa a la misma altura, como si en lugar de encontrarnos en un bosque, estuviéramos en un jardín botánico.
Avanzamos un buen rato por la ancha senda de una de las avenidas, sin escuchar un solo sonido, como no fuera el del viento en las ramas o el sonido de nuestras pisadas en la hojarasca. Llegamos a lo que parecía un santuario, el templo se confundía con la selva, la cual penetraba en el templo. Estábamos en las gradas de un enorme pórtico, cuando oímos por primera vez un sonido, se trataba del canto de un pájaro. Al poco, otro le dio la réplica y vimos volar a los dos, desde las ramas horizontales, hasta los tejados de bronce verde del templo, las aves tenían un plumaje brillante de idéntico colorido.
Las murallas de laca encarnada y las cornisas doradas, en forma de serpiente, armonizaban con una especie de pequeños dragones que pasaban arrastrándose sigilosamente por los jardines. Apareció un gamo, venteó a la derecha y a la izquierda e inició una veloz huida, que quedó frustrada por un certero flechazo que le atravesó el corazón. Nos ocultamos, esperando ver llegar al cazador. Se trataba de una ágil amazona de cabellos largos y rasgos duros y orientales, que montaba una preciosa yegua blanca. Se cercioró de la muerte de su presa y espoleó su montura. La seguimos hasta una cascada; agazapados tras un muro de bambú, observamos seis muchachas idénticas tomando el baño. El rumor de la cascada se confundía con el de lejanas campanas y los troncos desnudos del bosque se confundían con el bambú de los muros del templo. Sonó un gong y justo detrás de nosotros, se abrió una puerta en el muro de bambú. Nos rodearon más amazonas idénticas, llevaban arcos y flechas y sus pies descalzos, no hacían ruido al andar. Fuimos conducidos al interior del santuario. Todo parecía dispuesto como en un cuadro. Aparecían a menudo dioses y diosas, sonrientes y adornados con flores; su situación de perfecta quietud, nos aturdía, era imposible distinguir si se trataba de personas o de estatuas. Por fin llegamos a una gran sala, que culminaba al pie de unas gradas de mármol rosa, sobre ellas había dos personas idénticas a nosotros.
El Caballero Inexistente
jueves, 14 de enero de 2010
La realidad pintada.Idílico
Nos desprendimos del traje neumático y de la escafandra con el tubo del oxígeno, abrimos la escotilla y respiramos el aire marino. Me parecía inconcebible y grandioso a la vez, vivir así a la intemperie, sin otra protección que el firmamento. En medio de aquella enorme extensión de agua, con el viento golpeándonos la cara, nos sentíamos admirados como niños. Respirábamos y no pasaba nada, seguíamos vivos; ninguna inhalación ponzoñosa nos intoxicaba. Teníamos ante nosotros un planeta nuevo y maravilloso. Dirigimos el bote neumático hacia la playa, el agua estaba templada, su contacto no era desagradable. Fuimos hacia una cueva de los acantilados para ocultar el bote y nos desnudamos para enfundarnos unos sencillos trajes militares de camuflaje. Yo temblaba, tenía lágrimas en los ojos, y no lograba disimular mi emoción. Sofía me abrazó y allí mismo, olvidando toda precaución, nos besamos y dejándonos caer sobre la arena, hicimos el amor.Cuando salimos, el sol estaba mucho más alto, a lo lejos se veía una elevada cordillera de aspecto majestuoso. Desde la falda de las montañas hasta el confín mismo de la playa se extendía el bosque.
miércoles, 13 de enero de 2010
La realidad pintada.En ruta.
El Nautilus se situó sobre la órbita terrestre y buscó la posición exacta del lanzamiento. Atendiendo a las condiciones climáticas y meteorológicas se eligió para el amerizaje un punto del Océano Pacífico en el hemisferio Norte, próximo a las costas del Japón. A las 22h, hora de a bordo, sin anuncios, ni despedidas, -la misión era secreta- Sofía y yo, provistos de escafandra y trajes neumáticos de astronautas, descendimos al foso de lanzamiento y ocupamos nuestros asientos en la ajustada cápsula de la sonda. Inflamos nuestras escafandras; por los auriculares, la voz de Sandra Pitterman, nos preguntó si estábamos listos. Respondimos afirmativamente. El dispositivo cerró herméticamente la sonda. Se oyó un chirrido y la cápsula osciló, casi involuntariamente apreté los músculos, miré a Sofía, tenía los ojos cerrados.
-¿Para cuando la salida?; pregunté.
-Estáis en ruta, -dijo Sandra Pitterman por los auriculares- No os preocupéis por nada, el Nautilus controla el vuelo y el amerizaje. Sincronicemos los relojes, el regreso para el jueves a las 22h. Hasta pronto. ¡Buena suerte¡.
Se abrió una ancha mirilla redonda como un ojo de buey, la sonda giraba lentamente para situarse detrás del Nautilus. Vi muchas estrellas, pero traté en vano de orientarme, no pude identificar una sola constelación. El Nautilus se alejaba siguiendo la orbita circular del planeta.
De repente se oyó un crujido, un ruido áspero, como el chirrido de una lamina de acero sobre el vidrio pulido. Y comenzó la caída; la cápsula hendía el espacio a una velocidad vertiginosa. Con el cuerpo rígido, oprimido en mi funda neumática, tenía la impresión de hallarme suspendido en el vacío. Desaparecieron todas las estrellas y por el ojo de buey solo se veía una claridad rojiza, la que producía el calor al contacto de la sonda con la atmósfera. Las cifras saltaban a gran velocidad en el cuadrante luminoso, una violenta sacudida estremeció al vehículo y enseguida otra, la cápsula se puso a vibrar, la vibración atravesó mi envoltura neumática y recorrió mi cuerpo de pies a cabeza. Ahora la fosforescencia invadía por completo la mirilla circular; habíamos alcanzado el umbral máximo de fricción con la atmósfera. Durante cinco largos minutos la comunicación con el Nautilus era imposible; a través de la radio solo se oía un rumor ronco y profundo. ¿ Sería la voz del planeta, el ruido de ese océano salado, inmenso y desconocido, en el que íbamos a posarnos y en el que hace millones de años surgió la vida?.
Ignoré el miedo. Mire a Sofía, seguía con los ojos cerrados, no movía un músculo de su cuerpo. ¿Habría utilizado su célebre técnica de relajación personal?. Sofía era famosa por su capacidad de autodominio. No me atreví preguntárselo. No quería interrumpirla, era tan hermosa.
A través de la mirilla, la luminiscencia se fue haciendo mucho menor, debíamos haber perdido velocidad. Por fin apareció el planeta; “La Tierra” se extendía ante mis ojos, una superficie inmensa completamente cubierta de agua de la que emergían los continentes. ¡Me sentía caer!. Ahora que la velocidad era mucho menor, sentía la caída hasta con los ojos cerrados. La esfera solar se mostró un momento a través del vidrio del ojo de buey y desapareció enseguida. Un velo blanquecino cubrió el cielo azulado y la ventana se oscureció, me acurruqué en la funda neumática; casi enseguida comprendí que atravesábamos las primeras capas de nubes. Descendimos durante algunos minutos, hasta que el océano se convirtió en un plano que como una inmensa pared se alzaba delante de nosotros y ocupaba toda la mirilla circular. Con un chasquido, el largo collar del paracaídas se desprendió del cono de la cápsula; desplegó con furor sus anillos, y el ruido que llegó hasta mí, me evocó irresistiblemente algo que había leído sobre la tierra y me resultaba fascinante, el rugido del viento.
Desde el Nautilus, Sandra Pitterman se puso en contacto con nosotros.
Dijo: - doscientos segundos para cero. E inició la cuenta atrás, su voz en los auriculares, se oía como un sonido de fondo, a través del viento
Sofía abrió los ojos y me cogió la mano, su expresión, era tranquila.
Hasta ese momento yo notaba que estaba cayendo ahora lo veía. Sobre la superficie del océano comenzaron a distinguirse las olas, con sus centelleantes crestas de espuma, que se estrellaban contra los acantilados de la costa.
Un golpe seco estabilizó la cápsula, los cabos de los paracaídas se soltaron de pronto y volaron llevados por el viento, más allá de las olas. Un amplio flotador se extendió bajo la sonda que amerizó suavemente. La cuenta desde el Nautilus había llegado a cero. En tres días no volveríamos a tener otro contacto con la nave.
-¿Para cuando la salida?; pregunté.
-Estáis en ruta, -dijo Sandra Pitterman por los auriculares- No os preocupéis por nada, el Nautilus controla el vuelo y el amerizaje. Sincronicemos los relojes, el regreso para el jueves a las 22h. Hasta pronto. ¡Buena suerte¡.
Se abrió una ancha mirilla redonda como un ojo de buey, la sonda giraba lentamente para situarse detrás del Nautilus. Vi muchas estrellas, pero traté en vano de orientarme, no pude identificar una sola constelación. El Nautilus se alejaba siguiendo la orbita circular del planeta.
De repente se oyó un crujido, un ruido áspero, como el chirrido de una lamina de acero sobre el vidrio pulido. Y comenzó la caída; la cápsula hendía el espacio a una velocidad vertiginosa. Con el cuerpo rígido, oprimido en mi funda neumática, tenía la impresión de hallarme suspendido en el vacío. Desaparecieron todas las estrellas y por el ojo de buey solo se veía una claridad rojiza, la que producía el calor al contacto de la sonda con la atmósfera. Las cifras saltaban a gran velocidad en el cuadrante luminoso, una violenta sacudida estremeció al vehículo y enseguida otra, la cápsula se puso a vibrar, la vibración atravesó mi envoltura neumática y recorrió mi cuerpo de pies a cabeza. Ahora la fosforescencia invadía por completo la mirilla circular; habíamos alcanzado el umbral máximo de fricción con la atmósfera. Durante cinco largos minutos la comunicación con el Nautilus era imposible; a través de la radio solo se oía un rumor ronco y profundo. ¿ Sería la voz del planeta, el ruido de ese océano salado, inmenso y desconocido, en el que íbamos a posarnos y en el que hace millones de años surgió la vida?.
Ignoré el miedo. Mire a Sofía, seguía con los ojos cerrados, no movía un músculo de su cuerpo. ¿Habría utilizado su célebre técnica de relajación personal?. Sofía era famosa por su capacidad de autodominio. No me atreví preguntárselo. No quería interrumpirla, era tan hermosa.
A través de la mirilla, la luminiscencia se fue haciendo mucho menor, debíamos haber perdido velocidad. Por fin apareció el planeta; “La Tierra” se extendía ante mis ojos, una superficie inmensa completamente cubierta de agua de la que emergían los continentes. ¡Me sentía caer!. Ahora que la velocidad era mucho menor, sentía la caída hasta con los ojos cerrados. La esfera solar se mostró un momento a través del vidrio del ojo de buey y desapareció enseguida. Un velo blanquecino cubrió el cielo azulado y la ventana se oscureció, me acurruqué en la funda neumática; casi enseguida comprendí que atravesábamos las primeras capas de nubes. Descendimos durante algunos minutos, hasta que el océano se convirtió en un plano que como una inmensa pared se alzaba delante de nosotros y ocupaba toda la mirilla circular. Con un chasquido, el largo collar del paracaídas se desprendió del cono de la cápsula; desplegó con furor sus anillos, y el ruido que llegó hasta mí, me evocó irresistiblemente algo que había leído sobre la tierra y me resultaba fascinante, el rugido del viento.
Desde el Nautilus, Sandra Pitterman se puso en contacto con nosotros.
Dijo: - doscientos segundos para cero. E inició la cuenta atrás, su voz en los auriculares, se oía como un sonido de fondo, a través del viento
Sofía abrió los ojos y me cogió la mano, su expresión, era tranquila.
Hasta ese momento yo notaba que estaba cayendo ahora lo veía. Sobre la superficie del océano comenzaron a distinguirse las olas, con sus centelleantes crestas de espuma, que se estrellaban contra los acantilados de la costa.
Un golpe seco estabilizó la cápsula, los cabos de los paracaídas se soltaron de pronto y volaron llevados por el viento, más allá de las olas. Un amplio flotador se extendió bajo la sonda que amerizó suavemente. La cuenta desde el Nautilus había llegado a cero. En tres días no volveríamos a tener otro contacto con la nave.
La realidad pintada:La misión.
Sofia Soloviev
Presenté el resumen en dirección y al poco, me convocaron a una reunión a la que asistieron el Comandante, los tres directores y los tres supervisores del Nautilus.
El Comandante explicó que según los datos de los sensores telescópicos, la atmósfera, la presión y la temperatura del planeta, eran las adecuadas para la vida humana. No se detectaba radioactividad, ni grandes emisiones de energía sobre la superficie. Lo que contrariamente a lo esperado, hacia presumir que la actividad humana sobre la tierra era mínima o inexistente. Precisamente, la confirmación de estos datos sobre el terreno, era la misión de la sonda. Se había diseñado una pequeña sonda tripulada con capacidad para dos personas, que sería dirigida desde el Nautilus. La recogida de datos, incluso los microbiológicos, se realizaría automáticamente.
Sin embargo, añadió:
-La parte de la misión que se encomienda a los tripulantes, es la localización de vida humana. Una misión que entraña sus peligros.
El comandante hizo una pausa observándome, tratando de advertir en mí una reacción. Y continuó:
- Quiero que sepan que, a pesar de su importancia, la misión no se aprobó, hasta que la persona más adecuada para ello, se ofreció voluntariamente para tripular la sonda. Concretamente me refiero a nuestra directora científica Sofía Soloviev, aquí presente.
Volví mis ojos hacia ella y noté que a pesar de su rubor, me devolvía una la mirada significativa.
- Ella te ha propuesto como su acompañante. Me espetó el comandante.
- Es un honor, contesté. Sin pensarlo.
- Quiero que sepáis que la misión es importante, de ella dependen nuestros proyectos en el planeta. ¡Buena suerte!. Fiel a su laconismo espartano, el comandante dio por terminada la reunión.
Así fue como sin pensarlo, mi curiosidad por el pasado o tal vez, mi pasión por averiguar qué se escondía tras la sugestiva mirada de Sofía, me llevó a tripular la sonda con destino a la Tierra.
El Comandante explicó que según los datos de los sensores telescópicos, la atmósfera, la presión y la temperatura del planeta, eran las adecuadas para la vida humana. No se detectaba radioactividad, ni grandes emisiones de energía sobre la superficie. Lo que contrariamente a lo esperado, hacia presumir que la actividad humana sobre la tierra era mínima o inexistente. Precisamente, la confirmación de estos datos sobre el terreno, era la misión de la sonda. Se había diseñado una pequeña sonda tripulada con capacidad para dos personas, que sería dirigida desde el Nautilus. La recogida de datos, incluso los microbiológicos, se realizaría automáticamente.
Sin embargo, añadió:
-La parte de la misión que se encomienda a los tripulantes, es la localización de vida humana. Una misión que entraña sus peligros.
El comandante hizo una pausa observándome, tratando de advertir en mí una reacción. Y continuó:
- Quiero que sepan que, a pesar de su importancia, la misión no se aprobó, hasta que la persona más adecuada para ello, se ofreció voluntariamente para tripular la sonda. Concretamente me refiero a nuestra directora científica Sofía Soloviev, aquí presente.
Volví mis ojos hacia ella y noté que a pesar de su rubor, me devolvía una la mirada significativa.
- Ella te ha propuesto como su acompañante. Me espetó el comandante.
- Es un honor, contesté. Sin pensarlo.
- Quiero que sepáis que la misión es importante, de ella dependen nuestros proyectos en el planeta. ¡Buena suerte!. Fiel a su laconismo espartano, el comandante dio por terminada la reunión.
Así fue como sin pensarlo, mi curiosidad por el pasado o tal vez, mi pasión por averiguar qué se escondía tras la sugestiva mirada de Sofía, me llevó a tripular la sonda con destino a la Tierra.
martes, 12 de enero de 2010
La realidad pintada: Utopos
Esto que ahora transcribo para vosotros desde mi fonador portátil, es el apresurado resumen que realicé ayer:
"El Nautilus, una enorme nave circular de una milla de diámetro se construyó a finales del pasado siglo XXIII. Se emplearon materiales superconductores de última generación -la pureza y resistencia del sílice, que entonces se extrajo de las profundidades del manto terrestre, nunca han podido ser igualadas-. Para la propulsión emplea la fisión nuclear y utiliza la propagación de enormes campos magnéticos (gravitadores) que garantizan su integridad material frente a la inercia. Es capaz de alcanzar velocidades próximas a la de la luz y en su interior reproduce la temperatura y condiciones ambientales de nuestro planeta.
Después de la guerra y de los grandes incendios, la vida humana sólo fue posible en algunas regiones apartadas del planeta donde la contaminación radioactiva fue menor. Los esfuerzos de la ciencia por preservar el cuerpo humano de las malformaciones y mutaciones radioactivas concluyeron en el desarrollo de la clonación genética y la biomecánica médica. En apenas unas generaciones, para lograr sobrevivir los seres humanos, tuvieron que transformar su esencia biológica.
Lo curioso es, que lo que en un principio pareció una mutilación, al cabo de un tiempo se vio mayoritariamente como un progreso. La biomecánica había logrado copiar eficientemente las creaciones biológicas. Nada justificaba el abandono del planeta como querían algunas minorías de privilegiados. “La teoría mediática” era que el espíritu humano liberado al fin, de sus apetitos irrefrenables se volvería más sereno, más pacífico y racional.
Sin embargo, para muchas personas esta “hibris”, no obtuvo un resultado satisfactorio: el aspecto del hombre-máquina podía ser el de un ser humano; pero su cerebro y su espíritu laminados por los automatismos maquinales habían dejado de ser los mismos. El racionalismo maquinal llevado a sus últimas consecuencias no toleró otra posición política que la sumisión, la búsqueda de mayor eficiencia degeneró en brutalidad y se persiguió con saña a quienes no aceptaban las implantaciones mecánicas.
El Nautilus representó el fruto tardío de una posición de rebeldía basada en una concepción idealista del hombre y de la vida. La nave se construyó en el más absoluto secreto en una apartada región de Nueva Zelanda. Intervinieron cientos de trabajadores y algunos de los científicos más destacados en tecnología de materiales, electromagnetismo, ingeniería espacial, navegación astronáutica, física nuclear y astronomía. Un elenco de sabios imbuidos de un pensamiento humanista, el teorizado por Félix Mnemo e implicados en un sueño milenario: la realización de la utopía social.
Para Mnemo la evasión en la nave permitiría salvaguardar la esencia biológica de la especie humana y realizar por primera vez en la historia el sueño de la “utopía”. Y este fue el ideal al que consagró su vida.
Para entender quienes somos, nuestra forma de ser y actuar, debo hacer una breve exposición de su obra. Mnemo pretendía conseguir dos difíciles metas: La parquedad material e imaginativa y una disciplinada afinación de los sentidos.
Conforme al principio inapelable de “lo justo es suficiente”, prescribió un catálogo de reglas detalladas sobre los nacimientos, las relaciones personales y las actividades culturales en el atrio circular de la nave. Para conseguir un perfecto equilibrio demográfico se determinó el número e incluso, la edad y el sexo de cada uno de los sesenta habitantes de la nave. De forma, que siempre había tres varones y tres mujeres, nacidos dentro de una misma década. A los noventa años se practicaba la eutanasia y en la reproducción, aunque no se usaba la clonación -que se miraba con repulsión- sí se intervenía para garantizar la calidad genética o determinar el sexo. Ello acabó propiciando una cierta homogeneidad física y psicológica; a pesar de que para garantizar la atracción entre los sexos se velaba por la diversificación racial y fisiológica entre los individuos.
Se estableció una ponderada organización de la vida a bordo, para conservar, a pesar del aislamiento en medio de las inmensas distancias siderales, los principios humanitarios de nuestra cultura. Por ejemplo la biblioteca muy amplia en libros de contenido científico o técnico quedó deliberadamente limitada en contenidos históricos, cuyos volúmenes se ceñían a los últimos tiempos de nuestra era y al inicio del viaje del Nautilus, dejando la descripción del tiempo anterior a los poetas, como si de un saber mítico se tratara.
Pero lo esencial en el pensamiento de Mnemo y lo que constituye el sello de nuestra “pequeña historia local” son “las disciplinas de control de los sentidos”. Una serie de técnicas depurativas de nuestras percepciones sensoriales, dirigidas a crear un modelo para conducir adecuadamente nuestras “ingobernables” emociones y dar confianza a los demás de que, “hasta cierto punto”, somos fiables y coherentes.
Partiendo de unas condiciones controladas y asépticas, como las existentes en la nave, se estableció “el modelo de vida lento”, basado en la potenciación del sueño y el descanso mental, del silencio, la mediatización de la expresividad y la postergación de toda decisión irrevocable. Un modelo cuyo triunfo se basa, en un importante logro alcanzado por primera vez en el Nautilus, la absoluta delegación de las tareas productivas en las máquinas.
Como predijo Félix Mnemo, la liberación del trabajo, trajo consigo la siempre aplazada revolución espiritual. Una revolución que ya no pretendía el desarrollo de las facultades racionales -igualadas e incluso superadas por los engendros mecánicos- sino la apuesta por la educación de los sentidos, por la potenciación de las capacidades sensoriales humanas, hasta convertirlas en formas depuradas del espíritu.
El sentido de la vista, ampliamente privilegiado durante la vida en el planeta, tuvo que encauzarse, para adaptarlo a las nuevas dimensiones de la nave. Desaparecidas las lejanas distancias del planeta, y no existiendo necesidad de anticipar la información mediante la visión para salvaguardar la propia integridad física, careció de sentido el abigarramiento de los colores y la excesiva efusión de las luces. La nebulosa oscuridad de las distancias espaciales, los destellos de las luminarias estelares, el aura brumosa de los planetas, no se correspondían con las anacrónicas imágenes que la filmoteca ofrecía del planeta.
Se acabó por abominar de la tiranía mediática de la imagen, de la fugaz ebullición sensible que comporta. Y para combatirla, se potenció la simplicidad cromática, limitando los colores, y jugando con las distintas intensidades de la luz artificial: Desde la oscuridad absoluta de la bóveda del planetario, a la intensidad lumínica del solarium y la huerta; de la penumbra de las habitaciones privadas, a la nacarada luz ambiental de las dependencias comunes, con paredes de tonos amarillos y mobiliario japonés lacado en negro en contraste con el blanco marmóreo del suelo. Incluso acabó por suprimirse el colorido en el vestido y la moda quedó limitada a prendas monócromas con la propia piel. Prendas de una sola pieza con cremallera, muy cómodas, que se ajustan completamente al cuerpo, resaltando las redondeces y el talle femenino y la fortaleza de la musculatura masculina. Lo que se valora en ellas no es el colorido o el diseño, sino las propiedades táctiles del tejido hipoalérgico, es decir la sensación que se percibe en la piel en el momento en que somos tocados.
El gusto, vinculado al arte de la gastronomía, se ha orientado sobre una nueva dieta a base de pescado, vegetales, leche y huevos. La preparación de la comida a cargo de profesionales es una de las artes más nobles y apreciadas. La cocina se inspira en las principales recetas tradicionales de la cocina internacional del siglo XX y sus dos reglas fundamentales son: el contraste de sabores y la parquedad. Resulta de buen gusto dejar con algo de apetito a los comensales, aunque esto, es objeto de aguda polémica en nuestros días.
El olfato, es el más primitivo y el menos conocido de nuestros sentidos. En parte, porque es objeto de investigaciones reservadas y para acceder a ellas es necesario un permiso especial del supervisor. Su asombrosa rapidez para transportarnos inadvertidamente a una sensación o a un recuerdo que creíamos olvidado ha sido un apasionante campo de estudio desde hace muchos años.
Es notorio, que las esencias de feromonas obtenidas por modificación genética, empleadas en un ambiente cerrado, son poderosos instrumentos de manipulación de la voluntad. Algunas de ellas como “el broma” y “el soma” han sido autorizadas y son usadas con efectos punitivos y en la potenciación de la memoria. La utilización de estos compuestos hormonales en experiencias lúdicas, o sexuales continua prohibida.
Pero los verdaderos avances en las disciplinas de afinación sensorial se han producido en torno al oído y al tacto. Las dos grandes capacidades postergadas durante la era planetaria, debido a la existencia de un umbral de ruido inconcebible para nosotros y al absoluto predominio de la imagen visual.
Transcribo primero de los postulados de Mnemo que se refiere a la parquedad en el hablar: “Las palabras desenvuelven el mundo, lo constituyen y lo complican. Nos muestran una realidad superlativa, desmesurada y patética. Me pregunto si la moderación en el hablar, por el contrario, derivaría en un mundo somero, mucho más sobrio y fácil de asimilar. Creo que en una realidad plegada, como la del Nautilus, en medio de la enigmática inmensidad del espacio, sería mucho más fácil actuar bien. Entre un pequeño y escogido grupo de personas y cosas, a las que nos une una indefinida afinidad, actuar es más fácil. No se precisan costosas explicaciones y la cualidad moral de nuestros actos parece aflorar todo el tiempo por la mansa superficie de la realidad. Una realidad plegada y enigmática como la que nos ofrece la mente cuando acabamos de despertar, un mundo pequeño y nuestro, en el que todo es explícito, porque está hecho de afecto, no de palabras. La palabra es el exceso, la orgullosa soberbia que lo desplegaría fatalmente hasta el infinito; y el infinito por definición es un laberinto. Pero este mundo es muy frágil, está hecho de pequeñas renuncias y en parte de la materia del último sueño; se quiebra en un instante -como una pompa de jabón- cuando perturbamos inútilmente el silencio. Dichoso quien habita el mundo desde dentro hacia fuera y sólo en contadas ocasiones rompe el silencio, para repartir las palabras cual monedas de plata, porque hallará la paz”.
Esta advocación constituye el núcleo de nuestra organización social y es observada en el Nautilus con auténtica devoción. Hasta el punto que la transmisión de conocimientos académicos o prácticos se realiza a través de la pantalla del fonador personal, un ingenio cibernético en red, capaz de explicitar y traducir cualquier código de comunicación y donde se transcribe caligráficamente el lenguaje oral y escrito.
La voz humana ha quedado reservada para momentos de especial trascendencia política o emotiva, como las relaciones sexuales o afectivas de cualquier tipo y para el canto.
La música es una de las grandes pasiones de nuestra cultura, todos la aprendemos desde muy pequeños, los mejores compositores e intérpretes gozan de gran prestigio. En el Nautilus se escucha música mientras se hace cualquier otra actividad, para ello se ha diseñado un diminuto dispositivo reproductor que siempre se lleva encima y una muestra de afecto y confianza entre nosotros es intercambiar música como regalo.
Por ultimo me ocuparé del sentido del tacto, que ha sido durante todos estos años, el origen de una verdadera revolución social en la nave. El laconismo en el hablar, hizo necesario un nuevo modo de compenetración interpersonal. El silencio no tenia suficiente valor como medio de expresión del afecto o de la aversión que el ser humano siente necesidad de expresar ante cada situación. Se abrió con ello un cauce al tocamiento, como el medio más directo de mantener un contacto personal con el semejante.
El proceso fue desarrollándose paulatinamente: Se introdujeron actividades lúdicas y deportivas de carácter obligatorio, como el baile, el tai chí, los deportes marciales de contacto y el masaje como terapia psicológica. Así fueron superándose los prejuicios sexuales planetarios que no admitían otras caricias que las producidas entre las parejas o entre padres e hijos y los contactos se extendieron poco a poco, primero entre los individuos heterosexuales de edad aproximada y finalmente, los tocamientos cariñosos de todo tipo o las presiones y pellizcos admonitorios eran comunes entre toda la tripulación.
La homogeneización física existente después de muchas generaciones utilizando técnicas de selección genética y de control de la natalidad, permitieron una libertad sexual desconocida en el planeta. La pareja monoparental resultó inconcebible y gracias a las técnicas hormonales de control de la natalidad, la práctica de la sexualidad nada tenía que ver con la procreación y sí con el placer y la comunicación entre las personas.
Las miradas, las sonrisas, los gestos, los roces y tocamientos, los besos, eran las formas habituales de aproximación entre las personas, cuya sensibilidad epidérmica había aumentado notablemente tras la aparición de las nuevas prendas táctiles, que imitaban la temperatura, la humedad y la textura de la piel. La comunicación racional por medio de la palabra acabó arrinconada, desarrollándose un complejísimo y rico lenguaje corporal, capaz de expresar sin usar una sola idea, una amplísima escala de sentimientos que van, desde la reprobación a la tolerancia, desde el enojo a la admiración más absoluta, desde la indiferencia a la más promiscua entrega sexual.
Para concluir este resumen debo decir, que a bordo del Nautilus se ha logrado un enorme grado de satisfacción personal y de armonía social. Las armas son desconocidas, apenas hay escenas violentas y los trastornos psicológicos producidos por ellas o por la tensión nerviosa debida a los accidentes, las enfermedades, el dolor y la muerte, se mitigan con técnicas psicológicas y biogenéticas de bastante eficacia.
En nuestra pequeña comunidad igualitaria, todas las tareas productivas se confían a las máquinas, realizándose únicamente tareas de supervisión en la construcción de nuevos artefactos cibernéticos y en la destrucción de los obsoletos. Se desconoce la codicia y el ánimo de lucro, y la participación de todos en la educación personal (muy amplia) -que consideramos la tarea humana por antonomasia y a la que dedicamos la mayor parte del día- asegura una buena distribución de las atribuciones directivas y de las responsabilidades sociales en la nave. Muchas de estas funciones que implican mando son rotatorias o vienen determinadas por la edad y otras, las que implican dificultades técnicas: como la navegación, la investigación biológica secreta, por las preferencias y habilidades que hemos mostrado desde pequeños".
"El Nautilus, una enorme nave circular de una milla de diámetro se construyó a finales del pasado siglo XXIII. Se emplearon materiales superconductores de última generación -la pureza y resistencia del sílice, que entonces se extrajo de las profundidades del manto terrestre, nunca han podido ser igualadas-. Para la propulsión emplea la fisión nuclear y utiliza la propagación de enormes campos magnéticos (gravitadores) que garantizan su integridad material frente a la inercia. Es capaz de alcanzar velocidades próximas a la de la luz y en su interior reproduce la temperatura y condiciones ambientales de nuestro planeta.
Después de la guerra y de los grandes incendios, la vida humana sólo fue posible en algunas regiones apartadas del planeta donde la contaminación radioactiva fue menor. Los esfuerzos de la ciencia por preservar el cuerpo humano de las malformaciones y mutaciones radioactivas concluyeron en el desarrollo de la clonación genética y la biomecánica médica. En apenas unas generaciones, para lograr sobrevivir los seres humanos, tuvieron que transformar su esencia biológica.
Lo curioso es, que lo que en un principio pareció una mutilación, al cabo de un tiempo se vio mayoritariamente como un progreso. La biomecánica había logrado copiar eficientemente las creaciones biológicas. Nada justificaba el abandono del planeta como querían algunas minorías de privilegiados. “La teoría mediática” era que el espíritu humano liberado al fin, de sus apetitos irrefrenables se volvería más sereno, más pacífico y racional.
Sin embargo, para muchas personas esta “hibris”, no obtuvo un resultado satisfactorio: el aspecto del hombre-máquina podía ser el de un ser humano; pero su cerebro y su espíritu laminados por los automatismos maquinales habían dejado de ser los mismos. El racionalismo maquinal llevado a sus últimas consecuencias no toleró otra posición política que la sumisión, la búsqueda de mayor eficiencia degeneró en brutalidad y se persiguió con saña a quienes no aceptaban las implantaciones mecánicas.
El Nautilus representó el fruto tardío de una posición de rebeldía basada en una concepción idealista del hombre y de la vida. La nave se construyó en el más absoluto secreto en una apartada región de Nueva Zelanda. Intervinieron cientos de trabajadores y algunos de los científicos más destacados en tecnología de materiales, electromagnetismo, ingeniería espacial, navegación astronáutica, física nuclear y astronomía. Un elenco de sabios imbuidos de un pensamiento humanista, el teorizado por Félix Mnemo e implicados en un sueño milenario: la realización de la utopía social.
Para Mnemo la evasión en la nave permitiría salvaguardar la esencia biológica de la especie humana y realizar por primera vez en la historia el sueño de la “utopía”. Y este fue el ideal al que consagró su vida.
Para entender quienes somos, nuestra forma de ser y actuar, debo hacer una breve exposición de su obra. Mnemo pretendía conseguir dos difíciles metas: La parquedad material e imaginativa y una disciplinada afinación de los sentidos.
Conforme al principio inapelable de “lo justo es suficiente”, prescribió un catálogo de reglas detalladas sobre los nacimientos, las relaciones personales y las actividades culturales en el atrio circular de la nave. Para conseguir un perfecto equilibrio demográfico se determinó el número e incluso, la edad y el sexo de cada uno de los sesenta habitantes de la nave. De forma, que siempre había tres varones y tres mujeres, nacidos dentro de una misma década. A los noventa años se practicaba la eutanasia y en la reproducción, aunque no se usaba la clonación -que se miraba con repulsión- sí se intervenía para garantizar la calidad genética o determinar el sexo. Ello acabó propiciando una cierta homogeneidad física y psicológica; a pesar de que para garantizar la atracción entre los sexos se velaba por la diversificación racial y fisiológica entre los individuos.
Se estableció una ponderada organización de la vida a bordo, para conservar, a pesar del aislamiento en medio de las inmensas distancias siderales, los principios humanitarios de nuestra cultura. Por ejemplo la biblioteca muy amplia en libros de contenido científico o técnico quedó deliberadamente limitada en contenidos históricos, cuyos volúmenes se ceñían a los últimos tiempos de nuestra era y al inicio del viaje del Nautilus, dejando la descripción del tiempo anterior a los poetas, como si de un saber mítico se tratara.
Pero lo esencial en el pensamiento de Mnemo y lo que constituye el sello de nuestra “pequeña historia local” son “las disciplinas de control de los sentidos”. Una serie de técnicas depurativas de nuestras percepciones sensoriales, dirigidas a crear un modelo para conducir adecuadamente nuestras “ingobernables” emociones y dar confianza a los demás de que, “hasta cierto punto”, somos fiables y coherentes.
Partiendo de unas condiciones controladas y asépticas, como las existentes en la nave, se estableció “el modelo de vida lento”, basado en la potenciación del sueño y el descanso mental, del silencio, la mediatización de la expresividad y la postergación de toda decisión irrevocable. Un modelo cuyo triunfo se basa, en un importante logro alcanzado por primera vez en el Nautilus, la absoluta delegación de las tareas productivas en las máquinas.
Como predijo Félix Mnemo, la liberación del trabajo, trajo consigo la siempre aplazada revolución espiritual. Una revolución que ya no pretendía el desarrollo de las facultades racionales -igualadas e incluso superadas por los engendros mecánicos- sino la apuesta por la educación de los sentidos, por la potenciación de las capacidades sensoriales humanas, hasta convertirlas en formas depuradas del espíritu.
El sentido de la vista, ampliamente privilegiado durante la vida en el planeta, tuvo que encauzarse, para adaptarlo a las nuevas dimensiones de la nave. Desaparecidas las lejanas distancias del planeta, y no existiendo necesidad de anticipar la información mediante la visión para salvaguardar la propia integridad física, careció de sentido el abigarramiento de los colores y la excesiva efusión de las luces. La nebulosa oscuridad de las distancias espaciales, los destellos de las luminarias estelares, el aura brumosa de los planetas, no se correspondían con las anacrónicas imágenes que la filmoteca ofrecía del planeta.
Se acabó por abominar de la tiranía mediática de la imagen, de la fugaz ebullición sensible que comporta. Y para combatirla, se potenció la simplicidad cromática, limitando los colores, y jugando con las distintas intensidades de la luz artificial: Desde la oscuridad absoluta de la bóveda del planetario, a la intensidad lumínica del solarium y la huerta; de la penumbra de las habitaciones privadas, a la nacarada luz ambiental de las dependencias comunes, con paredes de tonos amarillos y mobiliario japonés lacado en negro en contraste con el blanco marmóreo del suelo. Incluso acabó por suprimirse el colorido en el vestido y la moda quedó limitada a prendas monócromas con la propia piel. Prendas de una sola pieza con cremallera, muy cómodas, que se ajustan completamente al cuerpo, resaltando las redondeces y el talle femenino y la fortaleza de la musculatura masculina. Lo que se valora en ellas no es el colorido o el diseño, sino las propiedades táctiles del tejido hipoalérgico, es decir la sensación que se percibe en la piel en el momento en que somos tocados.
El gusto, vinculado al arte de la gastronomía, se ha orientado sobre una nueva dieta a base de pescado, vegetales, leche y huevos. La preparación de la comida a cargo de profesionales es una de las artes más nobles y apreciadas. La cocina se inspira en las principales recetas tradicionales de la cocina internacional del siglo XX y sus dos reglas fundamentales son: el contraste de sabores y la parquedad. Resulta de buen gusto dejar con algo de apetito a los comensales, aunque esto, es objeto de aguda polémica en nuestros días.
El olfato, es el más primitivo y el menos conocido de nuestros sentidos. En parte, porque es objeto de investigaciones reservadas y para acceder a ellas es necesario un permiso especial del supervisor. Su asombrosa rapidez para transportarnos inadvertidamente a una sensación o a un recuerdo que creíamos olvidado ha sido un apasionante campo de estudio desde hace muchos años.
Es notorio, que las esencias de feromonas obtenidas por modificación genética, empleadas en un ambiente cerrado, son poderosos instrumentos de manipulación de la voluntad. Algunas de ellas como “el broma” y “el soma” han sido autorizadas y son usadas con efectos punitivos y en la potenciación de la memoria. La utilización de estos compuestos hormonales en experiencias lúdicas, o sexuales continua prohibida.
Pero los verdaderos avances en las disciplinas de afinación sensorial se han producido en torno al oído y al tacto. Las dos grandes capacidades postergadas durante la era planetaria, debido a la existencia de un umbral de ruido inconcebible para nosotros y al absoluto predominio de la imagen visual.
Transcribo primero de los postulados de Mnemo que se refiere a la parquedad en el hablar: “Las palabras desenvuelven el mundo, lo constituyen y lo complican. Nos muestran una realidad superlativa, desmesurada y patética. Me pregunto si la moderación en el hablar, por el contrario, derivaría en un mundo somero, mucho más sobrio y fácil de asimilar. Creo que en una realidad plegada, como la del Nautilus, en medio de la enigmática inmensidad del espacio, sería mucho más fácil actuar bien. Entre un pequeño y escogido grupo de personas y cosas, a las que nos une una indefinida afinidad, actuar es más fácil. No se precisan costosas explicaciones y la cualidad moral de nuestros actos parece aflorar todo el tiempo por la mansa superficie de la realidad. Una realidad plegada y enigmática como la que nos ofrece la mente cuando acabamos de despertar, un mundo pequeño y nuestro, en el que todo es explícito, porque está hecho de afecto, no de palabras. La palabra es el exceso, la orgullosa soberbia que lo desplegaría fatalmente hasta el infinito; y el infinito por definición es un laberinto. Pero este mundo es muy frágil, está hecho de pequeñas renuncias y en parte de la materia del último sueño; se quiebra en un instante -como una pompa de jabón- cuando perturbamos inútilmente el silencio. Dichoso quien habita el mundo desde dentro hacia fuera y sólo en contadas ocasiones rompe el silencio, para repartir las palabras cual monedas de plata, porque hallará la paz”.
Esta advocación constituye el núcleo de nuestra organización social y es observada en el Nautilus con auténtica devoción. Hasta el punto que la transmisión de conocimientos académicos o prácticos se realiza a través de la pantalla del fonador personal, un ingenio cibernético en red, capaz de explicitar y traducir cualquier código de comunicación y donde se transcribe caligráficamente el lenguaje oral y escrito.
La voz humana ha quedado reservada para momentos de especial trascendencia política o emotiva, como las relaciones sexuales o afectivas de cualquier tipo y para el canto.
La música es una de las grandes pasiones de nuestra cultura, todos la aprendemos desde muy pequeños, los mejores compositores e intérpretes gozan de gran prestigio. En el Nautilus se escucha música mientras se hace cualquier otra actividad, para ello se ha diseñado un diminuto dispositivo reproductor que siempre se lleva encima y una muestra de afecto y confianza entre nosotros es intercambiar música como regalo.
Por ultimo me ocuparé del sentido del tacto, que ha sido durante todos estos años, el origen de una verdadera revolución social en la nave. El laconismo en el hablar, hizo necesario un nuevo modo de compenetración interpersonal. El silencio no tenia suficiente valor como medio de expresión del afecto o de la aversión que el ser humano siente necesidad de expresar ante cada situación. Se abrió con ello un cauce al tocamiento, como el medio más directo de mantener un contacto personal con el semejante.
El proceso fue desarrollándose paulatinamente: Se introdujeron actividades lúdicas y deportivas de carácter obligatorio, como el baile, el tai chí, los deportes marciales de contacto y el masaje como terapia psicológica. Así fueron superándose los prejuicios sexuales planetarios que no admitían otras caricias que las producidas entre las parejas o entre padres e hijos y los contactos se extendieron poco a poco, primero entre los individuos heterosexuales de edad aproximada y finalmente, los tocamientos cariñosos de todo tipo o las presiones y pellizcos admonitorios eran comunes entre toda la tripulación.
La homogeneización física existente después de muchas generaciones utilizando técnicas de selección genética y de control de la natalidad, permitieron una libertad sexual desconocida en el planeta. La pareja monoparental resultó inconcebible y gracias a las técnicas hormonales de control de la natalidad, la práctica de la sexualidad nada tenía que ver con la procreación y sí con el placer y la comunicación entre las personas.
Las miradas, las sonrisas, los gestos, los roces y tocamientos, los besos, eran las formas habituales de aproximación entre las personas, cuya sensibilidad epidérmica había aumentado notablemente tras la aparición de las nuevas prendas táctiles, que imitaban la temperatura, la humedad y la textura de la piel. La comunicación racional por medio de la palabra acabó arrinconada, desarrollándose un complejísimo y rico lenguaje corporal, capaz de expresar sin usar una sola idea, una amplísima escala de sentimientos que van, desde la reprobación a la tolerancia, desde el enojo a la admiración más absoluta, desde la indiferencia a la más promiscua entrega sexual.
Para concluir este resumen debo decir, que a bordo del Nautilus se ha logrado un enorme grado de satisfacción personal y de armonía social. Las armas son desconocidas, apenas hay escenas violentas y los trastornos psicológicos producidos por ellas o por la tensión nerviosa debida a los accidentes, las enfermedades, el dolor y la muerte, se mitigan con técnicas psicológicas y biogenéticas de bastante eficacia.
En nuestra pequeña comunidad igualitaria, todas las tareas productivas se confían a las máquinas, realizándose únicamente tareas de supervisión en la construcción de nuevos artefactos cibernéticos y en la destrucción de los obsoletos. Se desconoce la codicia y el ánimo de lucro, y la participación de todos en la educación personal (muy amplia) -que consideramos la tarea humana por antonomasia y a la que dedicamos la mayor parte del día- asegura una buena distribución de las atribuciones directivas y de las responsabilidades sociales en la nave. Muchas de estas funciones que implican mando son rotatorias o vienen determinadas por la edad y otras, las que implican dificultades técnicas: como la navegación, la investigación biológica secreta, por las preferencias y habilidades que hemos mostrado desde pequeños".
lunes, 11 de enero de 2010
La realidad pintada: presentación
Mi nombre es Marcus Wienner, tengo 40 años y soy por decirlo de alguna manera: “el historiador de la nave”-. Así se me conoce con cierta indulgencia, por mi interés en los acontecimientos del pasado. Aunque “La historia”, esa antigua disciplina humana, ya no resulta apasionante y ni siquiera se le reconoce rango académico. En una comunidad como la del Nautilus, que ha hecho del silencio un sacramento, mi locuacidad tiene mala fama, y tengo que reconocer que hasta ahora, mis trabajos historiográficos, no han sido demasiado bien considerados.
De ahí mi sorpresa, cuando ayer, la insigne directora científica, una exuberante rubia de incitantes ojos verdes, me pidió que redactara por escrito “un breve resumen de nuestra historia local. Dispones de un solo día ” –Dijo. Cuando le pregunté sobre el motivo de mi elección, se limitó a coger mis manos y susurrar junto a mi oído: “porque tú eres quien mejor puede hacerse entender, si es que queda alguien ahí abajo”. Y me besó. ¡Un beso inesperado, más persuasivo que el mejor halago¡.
De ahí mi sorpresa, cuando ayer, la insigne directora científica, una exuberante rubia de incitantes ojos verdes, me pidió que redactara por escrito “un breve resumen de nuestra historia local. Dispones de un solo día ” –Dijo. Cuando le pregunté sobre el motivo de mi elección, se limitó a coger mis manos y susurrar junto a mi oído: “porque tú eres quien mejor puede hacerse entender, si es que queda alguien ahí abajo”. Y me besó. ¡Un beso inesperado, más persuasivo que el mejor halago¡.
domingo, 10 de enero de 2010
La realidad pintada: Ubicación.
El Nautilus.
A las 19 horas, hora de a bordo, la pantalla del planisferio señalaba nuestra posición en los 357º de omega-alfa. Manteniendo el rumbo y la velocidad de crucero, en 48 horas atravesaríamos la constelación de Alfa Centauro y nos aproximaríamos a nuestro Sistema Solar.
“El Nautilus” con una ruta predeterminada, estaba a punto completar los trescientos sesenta grados de su periplo circular por la galaxia, con un radio estimado de 250 años luz. Un largo viaje en la noche sideral, en el que habían nacido treinta generaciones de seres humanos.
¡Creíamos que no tendría final!. No es de extrañar, que la noticia sobre la derivación de la nave hacia “alfa” la primera de las coordenadas, donde se encuentra “el punto cero”, produjera una fuerte conmoción entre nosotros.
Pese a que el comandante anunció repetidamente que no se trataba del final “del viaje” y que sólo nos aproximábamos al planeta de origen, a fin de enviar una sonda de rastreo, la inquietud continuó entre nosotros.
¡Y es que en apenas unos días, divisaremos la luz del sol y poco después, la azulada transparencia de la atmósfera de “La Tierra”, en cuyo océano se generó la vida, nuestra vida humana!.
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