Mohamed nació en La Meca a finales del siglo VI, su madre que era viuda murió cuando el pequeño tenía seis años. El niño fue acogido bajo la hospitalidad de unos parientes, que eran caravaneros. La Meca era una pequeña ciudad en un valle que no tenía agua, surgida junto a un santuario donde se adoraba una piedra negra, “ La Caaba”, un meteorito que cayó del cielo. La inmensa península de Arabia era entonces un desierto, poblado de nómadas, dedicados al pastoreo y a combatirse entre sí. Las ciudades escaseaban y el nivel cultural de las tribus era muy primitivo. Su religión se limitaba a una vaga creencia en un dios llamado Alá, y la idolatría estaba muy extendida, los beduinos adoraban los astros, creían en demonios, y en el siglo VI todavía practicaban sacrificios humanos rituales. Los comerciantes de La Meca vivían del almacenaje y la venta de las provisiones que vendían cada año, cuando el santuario era visitado por una enorme cantidad de peregrinos durante los periodos de tregua sagrada. La pobreza y la crudeza de la vida en el desierto eran extremas.
A los veinticinco años Mohamed se casa con Kadicha, una rica viuda de un comerciante, quince años mayor que él. Se dedica de lleno al oficio de las caravanas, recorre el desierto desde La Meca a Damasco. Allí tiene algunos contactos con los judíos y los cristianos de Siria, oye los rudimentos de sus religiones. En sus viajes con las caravanas, en el silencio infinito del desierto, Mohamed se forjó la convicción de que sólo existe un Dios, al que el hombre deberá rendir cuentas un día, siendo recompensado o castigado en la vida eterna según sus actos terrenos. Hay una pregunta que le obsesiona: ¿ Cómo puede un hombre escapar del castigo eterno, del que oyó hablar a los ascetas cristianos?.
Se retiró como ellos a la soledad del desierto y vivió durante algún tiempo, en una gruta. Una noche soñó que se le aparecía el Arcángel Gabriel y le ordenaba predicar. “Oh Mahoma tú eres el profeta de Alá, anúncialo” ¿Qué debo anunciar? preguntó Mahoma. ¡Predica la existencia de Alá el todopoderoso que ha creado el mundo!”. Desde ese momento sintió la vocación de anunciar a su pueblo la grandeza de Alá y poner fin al culto de los ídolos.
La prédica de Mahoma apela a los mejores sentimientos de un pueblo rudo y violento como el de los beduinos de Arabia. Su descripción del juicio final, las emotivas visiones del infierno y del paraíso, donde los creyentes vivirán en medio de manantiales, frutas y ardientes vírgenes amorosas creadas para ellos, conecta a la perfección con los anhelos poéticos de belleza y excelsitud de las tribus del desierto. Mahoma contó pronto con gran número de seguidores y los comerciantes de La Meca se percataron de que la existencia de la ciudad estaba amenazada por una doctrina que pretendía debilitar la creencia en los dioses de La Caaba. La huida o “ Hejira” de la meca a Medina, donde predominaban sus partidarios ocurrió en el año 622 y es el punto de partida de la era musulmana.
Mahoma se constituyó en cabeza de una comunidad político-teocrática y como profeta y gobernante, no se limitó a predicar una fe, sino que organizó su comunidad bajo el Islam (que significa sumisión) llamada a sistematizar y guiar toda la conducta personal del fiel y la actitud publica de la comunidad.
Para los beduinos de Arabia el Islam fue el paso entre la oscuridad y la luz, la lengua, la cultura, el sentimiento de unidad, surgieron a la vida gracias a una fe. Un pueblo de pastores dispersos, que vagaba desconocido por los desiertos, se hace protagonista histórico.
El Islam es una fe integral, su profesión implica el sometimiento de todos los aspectos de la vida, afecta de manera especial a la conducta pública del creyente. Que aparece obligado a las cincos prescripciones coránicas: La oración, el ayuno, la limosna, la peregrinación y la guerra santa. La oración islámica cinco veces al día, es la repetición memorística de las palabras del Corán hasta el infinito. La cadencia poética de estas palabras ha formado el arquetipo de “Verdad” en el inconsciente colectivo de millones de creyentes.
Para los musulmanes el Corán no es una mera obra de Dios, como las almas de los hombres o el universo, es uno de los atributos del Dios. Cuando en el año 653 de nuestra era el piadoso Zaid ben Tabit concluyó la redacción definitiva del Corán, se mandó destruir todas las demás copias del libro. Con ello se significaba que aquel libro era perfecto, la madre del libro quedaba depositada en el cielo.
El Corán, el libro para ser leído y recitado en el momento de la oración, se convirtió en el supremo código de conducta para millones de hombres. Libro a la vez de teología, jurisprudencia, ciencia y superior modelo dietario para todos los musulmanes.
Es así como el poder “poético” de la palabra revelada, es decir basado en la sugestión psicológica del oyente y la proclamación repetida de la fe, -repetida diariamente hasta la extenuación-, han dado fundamento a la unidad lingüística y cultural de una quinta parte de la humanidad.
Las posibilidades de éxito del nuevo estado musulmán han estado siempre relacionadas con la viveza o vaguedad de este sentimiento de unidad religiosa, y cultural, frente a las disensiones tribales o de intereses.
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