domingo, 12 de abril de 2009

La casa de Asterión.

"Asterión" es el nombre que recibe el rey de Creta en la mitología griega. Cuando Zeus hubo yacido con Europa, el rey la acogió en la isla y nombró herederos a los hijos que ésta, había tenido con Zeus.
"La Casa de Asterión" corresponde al título de un espléndido relato de Borges, donde se realiza una original interpretación del mito, como un símbolo del inconsciente humano.



"No habrá nunca una puerta. Estás adentro
Y el alcázar abarca el universo
Y no tiene ni anverso ni reverso
Ni externo muro ni secreto centro.
No esperes que el rigor de tu camino
Que tercamente se bifurca en otro,
Que tercamente se bifurca en otro,
Tendrá fin. Es de hierro tu destino
Como tu juez. No aguardes la embestida
Del toro que es un hombre y cuya extraña
Forma plural da horror a la maraña
De interminable piedra entretejida.
No existe. Nada esperes. Ni siquiera
En el negro crepúsculo la fiera".
J. L Borges.

El hombre es un ser trágico que vive desgarrándose entre su impulso innato por descifrar el misterio de la existencia y la imposibilidad fatal de conseguirlo. Dicho de otra manera, con la prosaica terminología de la genética: cada persona es un individuo irrepetible, condicionado, pero no hasta el punto de quedar liberado de tener que tomar sus propias decisiones.
En el principio de los tiempos, inventa un lenguaje a fin de nombrar a los seres y comunicarse con ellos; con el lenguaje pacta convenciones de convivencia o piensa y fabrica esquemas filosóficos o científicos o artísticos que asedien el Universo. El hombre, pues, fabrica una red cultural que es esencialmente ficticia puesto que ni la mente del hombre ni su lenguaje pueden descubrir y transmitir la realidad, sino tan sólo inventar, soñar, tejer la imagen de un mundo propio; esto es, su casa, su mito, su refugio. Fuera, más allá, persiste la creación divina, inconmensurable, incomprensible, laberinto de enigmas.
Esto es lo que expresa, según Borges, el mito de "La Casa de Asterión”: que uno, no es prisionero de puertas o cerrojos, sino prisionero de sí, de los grilletes de una individualidad insalvable. Su prisión es, pues, la más trágica, la definitiva: perderse sin remedio en el laberinto del propio yo.
"Es verdad que no salgo de mi casa, pero también es verdad que sus puertas (cuyo número es infinito) están abiertas día y noche a los hombres y también a los animales. Que entre el que quiera (...) Otra especie ridícula es que yo, Asterión, soy un prisionero ¿Repetiré que no hay una puerta cerrada, añadiré que no hay una cerradura ? Por lo demás, algún atardecer he pisado la calle”.

Vivir es recorrer sin remedio las galerías interminables de nuestro yo. Por sus sendas laberínticas moramos la mayor parte del tiempo, sin hallar la salida. Infelices, porque sabemos que sólo podemos sobrevivir, si logramos salir al exterior, y poner cuanto tenemos en común con los otros seres del universo. Ser soledad radical es sólo una parte de la esencia del hombre; paradójica y trágicamente, la otra es no poder soportarla y tender puentes desesperados de comunicación.

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