viernes, 9 de octubre de 2009

Un espíritu tutelar. Capítulo 9º: El bibliotecario y su ayudante.

- Cuando se supo del asesinato del prior, cundió la confusión en el monasterio. Llevaba veinticinco años como superior y junto al anciano bibliotecario, fray Jorge de Brixen era el alma de la comunidad. Se convocó un cónclave y me eligieron para hacerme cargo interinamente de la abadía. Había mucha agitación entre los monjes. Unos querían que se solicitara una información a Aviñón para probar ante la iglesia que la comunidad de Sölden era respetuosa con la regla y el evangelio de Jesucristo. Otros encabezados por fray Jorge de Brixen se oponían tajantemente, y recordaban los funestos acontecimientos y el incendio provocados por las legaciones. Pero de eso hacía quince años, demasiados para la frágil memoria humana. Desde entonces habían profesado muchos monjes nuevos y triunfó la opinión de quienes querían solicitar la investigación papal. Me extrañó la intervención de fray Arnaldo, el ayudante de fray Jorge, un monje callado y taciturno, que por primera vez desde que profesó en el monasterio, tomó partido en contra del bibliotecario. Tal vez por esta razón, el anciano monje abandonó, el cónclave y con uno de sus arrebatos característicos, se encerró en la biblioteca. Nadie lo ha vuelto a ver desde entonces.
- ¿ Queréis decir que ha desaparecido?.
- Así es, sin dejar rastro.
- Continuad, padre.
- A las pocas semanas llegó el legado papal y su escolta. Se trataba de fray Bernardo de Caumont, un dominico francés, seco y resolutivo. Comenzó la encuesta el mismo día que llegó. Se interesó por las circunstancias de la muerte del prior y por la desaparición del bibliotecario. También me preguntó por fray Arnaldo, su ayudante.
- ¿Qué quería saber de él en concreto?, dijo fray Alberto.
- El tiempo que llevaba en el monasterio y en qué consistía su labor como ayudante de fray Jorge. Finalmente me pidió que lo acompañara a la biblioteca, donde se instaló con los galenos y botánicos de su séquito, sin que haya vuelto a recibir su visita hasta ayer mismo, por la tarde. Vinieron el legado y fray Arnaldo, parecían enojados. Me llamó la atención el grado de entendimiento que estos dos hombres secos y taciturnos habían alcanzado en apenas unas semanas. Ambos parecían actuar de común acuerdo. Me preguntaron si conocía a fray Agustín el herbolario de Orvieto, les dije que no. Luego preguntaron por fray Raimundo de Ailly, nuestro antiguo herbolario. Les dije que lo conocí hace años y que ya por entonces su fama de sabio trascendía el ámbito de estas montañas, pero que tenía entendido que hacia tiempo que había fallecido. Por último pretendieron interrogar por la fuerza a este muchacho; me negué. Entonces aparecisteis vos. Creo que si no lo han hecho, es porque desde entonces el muchacho permanece en vuestra compañía.
- Sin embargo, no se han privado de registrar nuestras celdas y nuestras pertenencias.
- Así parece ser, y no creo que vuestra inmunidad como legado del Emperador Carlos de Bohemia, los detenga por mucho más tiempo. De ahí mi ruego de que abandonarais, cuanto antes la abadía.
- Os lo agradecemos en lo que vale; sin embargo, dijo fray Alberto: ¿Creo que hay algo que os preocupa en mayor medida?.
- Así es, esta noche se han producido hechos de extrema gravedad. Una docena de monjes han enfermado, deliran y creen haber visto en sus celdas a Satanás. Se les ha presentado de diez maneras diferentes y todos juran por su salvación haber presenciado orgías que describen con todo lujo de detalles. Ha cundido el pánico en la comunidad, hay monjes que no se atreven a salir de la capilla. Creen que una gran calamidad caerá sobre nosotros en cuanto se ponga el sol.
- Y decidme padre, preguntó fray Alberto, ¿ Todos esos monjes cenaron anoche en una misma mesa?.
El prior puso cara de extrañeza y después de meditar un instante contesto que sí.
- Entonces, dijo fray Alberto, con una sonrisa de satisfacción:
Puede que todo esté resuelto y que no tengamos ya, nada que temer.
- ¡Por favor padre, explicaros, os lo ruego, todos tenemos los nervios a flor de piel!.
- Lo haré, pero dentro de un instante. ¡Ahora acompañadme, de inmediato a la cocina, no hay tiempo que perder!.

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