martes, 12 de mayo de 2009

Misión a Irlanda

“En muchos aspectos, los celtas me recuerdan a los griegos de la época homérica. Se halla en ambos pueblos idéntico ardor y el mismo amor a la poesía y al canto. Los bates griegos se asemejan a los bardos celtas: los héroes y los simples mortales de la Iliada, habrían podido ser descritos, según modelos celtas. Ambos pueblos pueden compararse a dos hermanos desarrollados con distinto ritmo. Los griegos se anticiparon porque vivían en un clima favorable y se mantenían en contacto con pueblos civilizados e inteligentes. Los celtas que habitaban regiones más rudas y frías y tenían por vecinos pueblos menos evolucionados, quedaron atrás y se desarrollaron con mayor lentitud”. Carl Grimberg.


Según cuenta San Patricio, en sus "Confesiones",(escritas en el Siglo IV) fue vástago de una familia bretona de origen romano, asentada en Escocia y convertida al cristianismo. Su padre un legionario de fuertes convicciones religiosas, le inculcó desde pequeño un fervor apasionado por la fe de Cristo. Apenas un muchacho, Patricio, fue secuestrado por piratas y vendido como esclavo en la lejana Irlanda, donde pastoreó ovejas en el norte de la isla durante seis años. Allí, en la vastedad de las verdes colinas, aprendió el gaélico y concibió un gran amor por los rudos habitantes de la isla. Los celtas en su milenaria migración desde Asia a Europa, ante el empuje de otros pueblos (griegos, latinos, germanos) habían ido cediendo territorios, hasta encontrar por fin, una morada propia, en la remota Isla del Occidente. Guerreros, pastores y campesinos, organizados en una gran variedad de clanes, practicaban el culto a la naturaleza bajo la dirección de una casta sacerdotal dirigente: los Druidas. Un pueblo que construía pequeños poblados fortificados -castros- lejos de las grandes rutas comerciales en lugares de singular belleza, siempre en permanente contacto con las fuerzas de la naturaleza.
La simpatía de Patricio por esta enigmática cultura fue inmediata. Una noche soñó con una voz que le decía que huyera hasta el mar. Caminó durante muchos días, hasta que llegó a una zona de enormes acantilados que ya había visto en su sueño. Abajo en un pequeño fondeadero, lo estaba esperando un barco. Nunca lo dudó: ¡Aquel barco alejado de toda ruta, extraviado en medio de los rompientes del occidente irlandés, lo estaba esperando a él, porque así lo había dispuesto el Señor!.
Fueron largos años de preparación, profesó el monacato en San Germán de Auxerre en el sur de Francia; fue a Roma, donde se ordenó sacerdote y luego obispo. Todas las noches en sus sueños, seguía oyendo las voces en gaélico que le recordaban su misión, nunca se olvidó de Irlanda, de su idioma, de su gente. Con energía inquebrantable, exponiendo mil veces su vida, pasó treinta años, recorriendo Irlanda de una a otra parte. Enseñaba un cristianismo sencillo, que cautivó desde el principio al pueblo celta con su amor ancestral por la poesía y la naturaleza. Patricio aparecía por todas partes, con su aura de misterio, como un santo vagabundo que explicaba el misterio de la Trinidad Divina, sosteniendo un trébol en la mano, en una suerte de panteísmo lírico, muy arraigado desde hacia siglos en las creencias de los celtas. Publicando milagros y vidas ejemplares, consagrando obispos y sacerdotes, elaborando y fundando monasterios. Cada Obispo de la región era al mismo tiempo el Abad o superior del monasterio con lo que tenía asegurada la ayuda de sus monjes para enseñar la religión al pueblo. "La Crónica de Muirchu" -escrita un siglo más tarde- detalla que San Patricio consiguió la evangelización de Irlanda y su Obispado de Armagh, centralizó desde entonces la autoridad eclesiástica de los distintos monasterios de la isla.
La costumbre irlandesa del vagabundeo, fue el comienzo de la más notable labor misionera de la iglesia primitiva a la que debe mucho la Europa cristiana. Hacia ese tiempo, la segunda mitad del siglo V, el quebrantamiento de la autoridad romana era total. Las ciudades habían sido arrasadas y los monasterios destruidos en toda Europa por las invasiones germánicas. Estos monasterios irlandeses, a salvo de las destrucciones, se convirtieron a partir del siglo V, en verdaderos centros de expansión del cristianismo. Desde ellos, unos años más tarde, un continuo peregrinaje misionero, procuraría la evangelización de los pueblos germánicos.*

* Para algunos iconoclastas, sin embargo, la principal contribución de los monjes peregrinos irlandeses, no fue la conversión de los bárbaros, sino la difusión en Europa , del secreto de la fabricación de la cerveza. ¡ Ah, la buena cerveza irlandesa!.

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