Nada más hermoso que ese instante de suprema humildad frente al mar. Olvidado de todo, habiéndolo olvidado todo.Las zapatillas de lona, el bañador, la toalla, la crema. La silueta ondulante del cuerpo femenino, la robustez del masculino, la infinita variedad de la especie humana. Tumbarse sobre la arena y escuchar las olas junto a la orilla en su murmullo de ininterrumpida cadencia desde el comienzo de los tiempos.
Contemplar el horizonte, el cielo brillante y la brumosa línea del mar allí a lo lejos, donde al atardecer alguna vela ligera se confunde con el pensamiento.
El aroma dulzón de la crema para la piel, el hedor de las algas, el olor rancio del alquitrán, que sin saber porqué nos recuerdan la infancia. De vez en cuando una racha de levante con su hálito de profundidades... y nos recorre un escalofrío.
Cerramos los ojos; cara al sol la oscuridad es roja. El rumor del viento y el de las olas se van acallando poco a poco, en el silencio. Nada deseamos, sólo estar aquí y dejar pasar las horas. Desechar cualquier ambición. El mundo se percibe como un eco apagado: los gritos lejanos de unos niños que juegan a la pelota. Como si ante la inmensidad del mar todo careciera de importancia y estuviéramos “ desnudos como los hijos de la mar”.
miércoles, 27 de mayo de 2009
miércoles, 20 de mayo de 2009
Sobre el amor a la sabiduría
Lo que aquí escribo no es para cultos, ni para aquellos que únicamente pretenden resolver problemas prácticos. Anoto mis pensamientos y los de mis ilustres interlocutores, porque no tengo con quien hablar de estas cosas a diario. Son asuntos- que al menos a mi- me “dan que pensar”. Yo no sé si estas notas abordan problemas de profunda filosofía y desde luego, no pretenden ningún tipo de erudición. En todo caso, a mí me sirven para entretenerme y al fin y al cabo, forman una especie de “registro íntimo” donde acudir en los no demasiado infrecuentes momentos de extravio personal.
Decía Spinoza que “ lo que el hombre busca es el contento consigo mismo”, tanto en la actividad como en el reposo .Lograr el contento implica una gestión adecuada del deseo evitando el desasosiego, la impaciencia y la frustración.
Nadie puede transitar esa vía más que por su propio pie, pues toda existencia humana es única e irrepetible. Y aunque el diario de viaje de quienes han visto con mayor claridad el camino puede ayudar y estimular a otros en el suyo.Ninguno puede ser sustituido en su esfuerzo,ni en su compromiso reflexivo con la propia vida. Es por eso, que la meta principal de la sabiduría no es el conocimiento desinteresado y neutralmente objetivo del mundo, sino la liberación subjetiva del hombre. Es decir, que toda sabiduría es esencialmente una ética.
Para establecer el “ mapa básico del universo real” no podemos refugiarnos en el escepticismo y sus inacabables cautelas. Porque lo que parece prudencia científica, cuando se trata de establecer una observación sobre un aspecto puntual de la realidad, se convierte en esterilidad suicida, cuando lo que consideramos es el conjunto absoluto de la realidad misma. Este mapa básico lo necesitamos, de modo que estamos autorizados para solicitarlo de las facultades lógicas de nuestra inteligencia.
Si renunciamos a este ejercicio, el vacio dejado por nuestras dudas intelectuales será ocupado por desvarios imaginativos, adoptados de las supersticiones reinantes o dictados por nuestra ceguera pasional.
La fe en algo, suele ser un motivo de felicidad para gran número de gentes.No pienso sólo en las personas religiosas o en los revolucionarios de los paises oprimidos, sino en convicciones bastantes más insignificantes. Hay quien estuvo convencido de formar parte del baluarte espiritual de Occidente, quien en nuestros días cree ser miembro de una raza superior a la de sus vecinos; Hay quien cree ser el salvador de la patria o del mundo, incluso quien se cree descendiente directo de las Doce Tribus de Efrain y Manases. ¡La dicha no conoce límites!.
Sin embargo, yo no puedo creer estas cosas, ni abogar con mis palabras para que nadie defienda lo que me parecen creencias falsas. Y ello por la misma razón, que no puedo inducir a mi interlocutor a creer que los hombres deben vivir solo de nueces (aunque según tengo entendido esta creencia asegura invariablemente una perfecta felicidad).
“ La ignorancia es la ignorancia y no es posible derivar de ella la facultad de creer en algo”. Y resulta cuanto menos chocante, que en la vida cotidiana un hombre razonable se conduzca tan ligeramente, ni que base sus juicios y opiniones en fundamentos tan pobres, como cuando lo hace respecto de las cosas más elevadas y sagradas.
A mi me parece que las mejores promesas emancipadoras que se hallan en las profecías religiosas, pueden ser asumidas como parte de los proyectos racionales sobre lo que los hombres merecen compartir. Y ello, sin necesidad de renunciar a la voluntad de verdad ilustrada, dimitir de la cual humilla a la dignidad intelectual de cualquier hombre moderno.
Nuestro propósito es encontrar algún incentivo que no sea fantástico, conscientes de que quienes lo consiguen y se interesan verdaderamente por él, tienen una ocupación para sus horas de ocio y un completo antídoto contra la idea de que la vida no tiene sentido. En ese esfuerzo racional consiste la preocupación ética. En tratar de transformar la conciencia de nuestro deseo en “el saber “ de lo que realmente deseamos . En afirmar que ese deseo, que no es libre, puesto que es caprichoso, y no depende del albedrío incondicional de nuestro yo, puede llegar a serlo. Sobreponiéndose por el esfuerzo racional a las fantasías que lo subyugan a influencias externas modificables. Transformándose en sabiduría.
Decía Spinoza que “ lo que el hombre busca es el contento consigo mismo”, tanto en la actividad como en el reposo .Lograr el contento implica una gestión adecuada del deseo evitando el desasosiego, la impaciencia y la frustración.
Nadie puede transitar esa vía más que por su propio pie, pues toda existencia humana es única e irrepetible. Y aunque el diario de viaje de quienes han visto con mayor claridad el camino puede ayudar y estimular a otros en el suyo.Ninguno puede ser sustituido en su esfuerzo,ni en su compromiso reflexivo con la propia vida. Es por eso, que la meta principal de la sabiduría no es el conocimiento desinteresado y neutralmente objetivo del mundo, sino la liberación subjetiva del hombre. Es decir, que toda sabiduría es esencialmente una ética.
Para establecer el “ mapa básico del universo real” no podemos refugiarnos en el escepticismo y sus inacabables cautelas. Porque lo que parece prudencia científica, cuando se trata de establecer una observación sobre un aspecto puntual de la realidad, se convierte en esterilidad suicida, cuando lo que consideramos es el conjunto absoluto de la realidad misma. Este mapa básico lo necesitamos, de modo que estamos autorizados para solicitarlo de las facultades lógicas de nuestra inteligencia.
Si renunciamos a este ejercicio, el vacio dejado por nuestras dudas intelectuales será ocupado por desvarios imaginativos, adoptados de las supersticiones reinantes o dictados por nuestra ceguera pasional.
La fe en algo, suele ser un motivo de felicidad para gran número de gentes.No pienso sólo en las personas religiosas o en los revolucionarios de los paises oprimidos, sino en convicciones bastantes más insignificantes. Hay quien estuvo convencido de formar parte del baluarte espiritual de Occidente, quien en nuestros días cree ser miembro de una raza superior a la de sus vecinos; Hay quien cree ser el salvador de la patria o del mundo, incluso quien se cree descendiente directo de las Doce Tribus de Efrain y Manases. ¡La dicha no conoce límites!.
Sin embargo, yo no puedo creer estas cosas, ni abogar con mis palabras para que nadie defienda lo que me parecen creencias falsas. Y ello por la misma razón, que no puedo inducir a mi interlocutor a creer que los hombres deben vivir solo de nueces (aunque según tengo entendido esta creencia asegura invariablemente una perfecta felicidad).
“ La ignorancia es la ignorancia y no es posible derivar de ella la facultad de creer en algo”. Y resulta cuanto menos chocante, que en la vida cotidiana un hombre razonable se conduzca tan ligeramente, ni que base sus juicios y opiniones en fundamentos tan pobres, como cuando lo hace respecto de las cosas más elevadas y sagradas.
A mi me parece que las mejores promesas emancipadoras que se hallan en las profecías religiosas, pueden ser asumidas como parte de los proyectos racionales sobre lo que los hombres merecen compartir. Y ello, sin necesidad de renunciar a la voluntad de verdad ilustrada, dimitir de la cual humilla a la dignidad intelectual de cualquier hombre moderno.
Nuestro propósito es encontrar algún incentivo que no sea fantástico, conscientes de que quienes lo consiguen y se interesan verdaderamente por él, tienen una ocupación para sus horas de ocio y un completo antídoto contra la idea de que la vida no tiene sentido. En ese esfuerzo racional consiste la preocupación ética. En tratar de transformar la conciencia de nuestro deseo en “el saber “ de lo que realmente deseamos . En afirmar que ese deseo, que no es libre, puesto que es caprichoso, y no depende del albedrío incondicional de nuestro yo, puede llegar a serlo. Sobreponiéndose por el esfuerzo racional a las fantasías que lo subyugan a influencias externas modificables. Transformándose en sabiduría.
lunes, 18 de mayo de 2009
In memoriam de un seductor
Ayer murió Mario Benedetti.
"Cuando las personas dejamos de decir lo que es seductor, dejamos de pensar en lo que es seductor". ( Oscar Wilde)
"Compañera, usted sabe puede contar conmigo, no hasta dos o hasta diez sino contar conmigo. Si alguna vez advierte que la miro a los ojos y una veta de amor reconoce en los míos; no alerte sus fusiles ni piense qué delirio. A pesar de la veta, o tal vez porque existe, usted puede contar conmigo. Si otras veces me encuentra huraño sin motivo, no piense qué flojera, igual puede contar conmigo. Pero hagamos un trato, yo quisiera contar con usted; es tan lindo saber que usted existe, uno se siente vivo. Y cuando digo esto, quiero decir contar, aunque sea hasta dos, aunque sea hasta cinco; no ya para que acuda presurosa en mi auxilio, sino para saber a ciencia cierta, que usted sabe que puede contar conmigo".
domingo, 17 de mayo de 2009
Madurar
Madurar es aprender, que a partir de cierta edad, adelgazar la vida es lo que más cuadra con nuestra situación. Experimentar que es posible vivir con menos, comer menos, proponer menos, hablar menos...
A cierta edad es prudente abandonar esa locuacidad con la que se disfraza el afán de protagonismo y ejercitarnos en la contención y en el silencio. Aprender a prodigar el silencio de manera suave, no ominosa, sin que se haga nunca patente, como la sombra de una persona durante el día.
martes, 12 de mayo de 2009
Misión a Irlanda
“En muchos aspectos, los celtas me recuerdan a los griegos de la época homérica. Se halla en ambos pueblos idéntico ardor y el mismo amor a la poesía y al canto. Los bates griegos se asemejan a los bardos celtas: los héroes y los simples mortales de la Iliada, habrían podido ser descritos, según modelos celtas. Ambos pueblos pueden compararse a dos hermanos desarrollados con distinto ritmo. Los griegos se anticiparon porque vivían en un clima favorable y se mantenían en contacto con pueblos civilizados e inteligentes. Los celtas que habitaban regiones más rudas y frías y tenían por vecinos pueblos menos evolucionados, quedaron atrás y se desarrollaron con mayor lentitud”. Carl Grimberg.
Según cuenta San Patricio, en sus "Confesiones",(escritas en el Siglo IV) fue vástago de una familia bretona de origen romano, asentada en Escocia y convertida al cristianismo. Su padre un legionario de fuertes convicciones religiosas, le inculcó desde pequeño un fervor apasionado por la fe de Cristo. Apenas un muchacho, Patricio, fue secuestrado por piratas y vendido como esclavo en la lejana Irlanda, donde pastoreó ovejas en el norte de la isla durante seis años. Allí, en la vastedad de las verdes colinas, aprendió el gaélico y concibió un gran amor por los rudos habitantes de la isla. Los celtas en su milenaria migración desde Asia a Europa, ante el empuje de otros pueblos (griegos, latinos, germanos) habían ido cediendo territorios, hasta encontrar por fin, una morada propia, en la remota Isla del Occidente. Guerreros, pastores y campesinos, organizados en una gran variedad de clanes, practicaban el culto a la naturaleza bajo la dirección de una casta sacerdotal dirigente: los Druidas. Un pueblo que construía pequeños poblados fortificados -castros- lejos de las grandes rutas comerciales en lugares de singular belleza, siempre en permanente contacto con las fuerzas de la naturaleza.
La simpatía de Patricio por esta enigmática cultura fue inmediata. Una noche soñó con una voz que le decía que huyera hasta el mar. Caminó durante muchos días, hasta que llegó a una zona de enormes acantilados que ya había visto en su sueño. Abajo en un pequeño fondeadero, lo estaba esperando un barco. Nunca lo dudó: ¡Aquel barco alejado de toda ruta, extraviado en medio de los rompientes del occidente irlandés, lo estaba esperando a él, porque así lo había dispuesto el Señor!.
Fueron largos años de preparación, profesó el monacato en San Germán de Auxerre en el sur de Francia; fue a Roma, donde se ordenó sacerdote y luego obispo. Todas las noches en sus sueños, seguía oyendo las voces en gaélico que le recordaban su misión, nunca se olvidó de Irlanda, de su idioma, de su gente. Con energía inquebrantable, exponiendo mil veces su vida, pasó treinta años, recorriendo Irlanda de una a otra parte. Enseñaba un cristianismo sencillo, que cautivó desde el principio al pueblo celta con su amor ancestral por la poesía y la naturaleza. Patricio aparecía por todas partes, con su aura de misterio, como un santo vagabundo que explicaba el misterio de la Trinidad Divina, sosteniendo un trébol en la mano, en una suerte de panteísmo lírico, muy arraigado desde hacia siglos en las creencias de los celtas. Publicando milagros y vidas ejemplares, consagrando obispos y sacerdotes, elaborando y fundando monasterios. Cada Obispo de la región era al mismo tiempo el Abad o superior del monasterio con lo que tenía asegurada la ayuda de sus monjes para enseñar la religión al pueblo. "La Crónica de Muirchu" -escrita un siglo más tarde- detalla que San Patricio consiguió la evangelización de Irlanda y su Obispado de Armagh, centralizó desde entonces la autoridad eclesiástica de los distintos monasterios de la isla.
La costumbre irlandesa del vagabundeo, fue el comienzo de la más notable labor misionera de la iglesia primitiva a la que debe mucho la Europa cristiana. Hacia ese tiempo, la segunda mitad del siglo V, el quebrantamiento de la autoridad romana era total. Las ciudades habían sido arrasadas y los monasterios destruidos en toda Europa por las invasiones germánicas. Estos monasterios irlandeses, a salvo de las destrucciones, se convirtieron a partir del siglo V, en verdaderos centros de expansión del cristianismo. Desde ellos, unos años más tarde, un continuo peregrinaje misionero, procuraría la evangelización de los pueblos germánicos.*
* Para algunos iconoclastas, sin embargo, la principal contribución de los monjes peregrinos irlandeses, no fue la conversión de los bárbaros, sino la difusión en Europa , del secreto de la fabricación de la cerveza. ¡ Ah, la buena cerveza irlandesa!.
Según cuenta San Patricio, en sus "Confesiones",(escritas en el Siglo IV) fue vástago de una familia bretona de origen romano, asentada en Escocia y convertida al cristianismo. Su padre un legionario de fuertes convicciones religiosas, le inculcó desde pequeño un fervor apasionado por la fe de Cristo. Apenas un muchacho, Patricio, fue secuestrado por piratas y vendido como esclavo en la lejana Irlanda, donde pastoreó ovejas en el norte de la isla durante seis años. Allí, en la vastedad de las verdes colinas, aprendió el gaélico y concibió un gran amor por los rudos habitantes de la isla. Los celtas en su milenaria migración desde Asia a Europa, ante el empuje de otros pueblos (griegos, latinos, germanos) habían ido cediendo territorios, hasta encontrar por fin, una morada propia, en la remota Isla del Occidente. Guerreros, pastores y campesinos, organizados en una gran variedad de clanes, practicaban el culto a la naturaleza bajo la dirección de una casta sacerdotal dirigente: los Druidas. Un pueblo que construía pequeños poblados fortificados -castros- lejos de las grandes rutas comerciales en lugares de singular belleza, siempre en permanente contacto con las fuerzas de la naturaleza.
La simpatía de Patricio por esta enigmática cultura fue inmediata. Una noche soñó con una voz que le decía que huyera hasta el mar. Caminó durante muchos días, hasta que llegó a una zona de enormes acantilados que ya había visto en su sueño. Abajo en un pequeño fondeadero, lo estaba esperando un barco. Nunca lo dudó: ¡Aquel barco alejado de toda ruta, extraviado en medio de los rompientes del occidente irlandés, lo estaba esperando a él, porque así lo había dispuesto el Señor!.
Fueron largos años de preparación, profesó el monacato en San Germán de Auxerre en el sur de Francia; fue a Roma, donde se ordenó sacerdote y luego obispo. Todas las noches en sus sueños, seguía oyendo las voces en gaélico que le recordaban su misión, nunca se olvidó de Irlanda, de su idioma, de su gente. Con energía inquebrantable, exponiendo mil veces su vida, pasó treinta años, recorriendo Irlanda de una a otra parte. Enseñaba un cristianismo sencillo, que cautivó desde el principio al pueblo celta con su amor ancestral por la poesía y la naturaleza. Patricio aparecía por todas partes, con su aura de misterio, como un santo vagabundo que explicaba el misterio de la Trinidad Divina, sosteniendo un trébol en la mano, en una suerte de panteísmo lírico, muy arraigado desde hacia siglos en las creencias de los celtas. Publicando milagros y vidas ejemplares, consagrando obispos y sacerdotes, elaborando y fundando monasterios. Cada Obispo de la región era al mismo tiempo el Abad o superior del monasterio con lo que tenía asegurada la ayuda de sus monjes para enseñar la religión al pueblo. "La Crónica de Muirchu" -escrita un siglo más tarde- detalla que San Patricio consiguió la evangelización de Irlanda y su Obispado de Armagh, centralizó desde entonces la autoridad eclesiástica de los distintos monasterios de la isla.
La costumbre irlandesa del vagabundeo, fue el comienzo de la más notable labor misionera de la iglesia primitiva a la que debe mucho la Europa cristiana. Hacia ese tiempo, la segunda mitad del siglo V, el quebrantamiento de la autoridad romana era total. Las ciudades habían sido arrasadas y los monasterios destruidos en toda Europa por las invasiones germánicas. Estos monasterios irlandeses, a salvo de las destrucciones, se convirtieron a partir del siglo V, en verdaderos centros de expansión del cristianismo. Desde ellos, unos años más tarde, un continuo peregrinaje misionero, procuraría la evangelización de los pueblos germánicos.*
* Para algunos iconoclastas, sin embargo, la principal contribución de los monjes peregrinos irlandeses, no fue la conversión de los bárbaros, sino la difusión en Europa , del secreto de la fabricación de la cerveza. ¡ Ah, la buena cerveza irlandesa!.
domingo, 10 de mayo de 2009
Reseña de La metamorfosis de Kafka.
"El argumento y el ambiente son lo esencial, no las evoluciones de la fábula, ni la penetración psicológica: De ahí la primacía de sus cuentos sobre sus novelas". Jorge Luis Borges, sobre la obra Kafka.
Las tres primeras lineas de “La Metamorfosis” ponen al lector ante una situación inverosimil y angustiosa: “Cuando una mañana Gregorio Samsa se despertó después de un sueño intranquilo, se encontró en su cama transformado en un espantoso insecto”.
Desde un principio la obra despertó un extraordinario interés y se tradujo a las principales lenguas europeas. El término “ Kafkiano” se acuñó para significar esas situaciones absurdas y terroríficas en las que por desgracia ha sido pródigo el siglo XX. Las dos Guerras Mundiales, el surgimiento de los estados totalitarios, el Holocausto, las devastaciones y exterminios masivos de la primera mitad de siglo, convirtieron “ La Metamorfosis” en un símbolo.
Sobre ella han abundado las interpretaciones políticas, psicológicas y hasta biográficas. Como si ante la quiebra de la racionalidad, el pensamiento alegórico,capaz de enlazar “de un salto” con el sentido y la finalidad de las cosas fuera el único modo posible de expresar lo trágico.
Con independencia de su carácter simbólico, lo primero que llama la atención en “La Metamorfosis” es su condición de pesadilla. La etimología de la palabra pesadilla que en Griego era “Efialtes” y en Latín “Incubus”, alude al “demonio” que oprime al durmiente y le inspira un sueño aflictivo. Cada párrafo de “La Metamorfosis” contiene esa opresión que nos invade cuando sufrimos la desgracia súbita, la pérdida irreparable.
El protagonista no acepta la condición de bicho, que sin advertirlo, se ha apoderado de él. Para tratar de ignorarla intenta instalarse en la única realidad a su alcance, la de lo más inmediato y cotidiano. El arranque del relato que es el fluir mental de Gregorio Samsa, tendido en el lecho, sobre el que planea la terrible extrañeza de no poder despertar, es a mi parecer uno de los pasajes cumbre de la literatura universal.
Este continuo debartirse en la incertidumbre sobre la consistencia de la vigilia y la del sueño que es precisamente el aspecto más aflictivo de las pesadillas, nos plantea un dilema metafísico.
En la vida corriente nos figuramos que el sueño es una continuación de la vigilia. Así parece convenir a la necesidad práctica y a las reglas de la cordura. Los acontecimientos de los sueños no son secuenciales, ni se atienen a la lógica. Por eso aunque los recordemos y nos esforcemos en relatarlos e interpretarlos, tenemos por fuerza que admitir, que no podemos explicarlos; pues en ningún caso se ajustan a las pautas del pensamiento causal.
Sin embargo, ocurre que a veces, la propia realidad se transforma. Se nos hace extraña e incomprensible, los hechos no parecen ajustarse a las leyes de la causa y el efecto. En estas ocasiones, no es infrecuente la figuración opuesta: La realidad es otra, los sueños ya no nos parecen parte de la vigilia, sino como creen los niños y dicen los poetas, toda la vigilia es sueño.
Lo cierto es que la medición de las ondas cerebrales durante la vigilia y el sueño, revela pocas diferencias. Podemos estar despiertos o podemos dormir y soñar, nuestra actividad mental objetivamente es la misma. Recuerdo la famosa frase de Shakespeare: “ Estamos hechos de la misma madera que nuestros sueños”.
Desde un principio la obra despertó un extraordinario interés y se tradujo a las principales lenguas europeas. El término “ Kafkiano” se acuñó para significar esas situaciones absurdas y terroríficas en las que por desgracia ha sido pródigo el siglo XX. Las dos Guerras Mundiales, el surgimiento de los estados totalitarios, el Holocausto, las devastaciones y exterminios masivos de la primera mitad de siglo, convirtieron “ La Metamorfosis” en un símbolo.
Sobre ella han abundado las interpretaciones políticas, psicológicas y hasta biográficas. Como si ante la quiebra de la racionalidad, el pensamiento alegórico,capaz de enlazar “de un salto” con el sentido y la finalidad de las cosas fuera el único modo posible de expresar lo trágico.
Con independencia de su carácter simbólico, lo primero que llama la atención en “La Metamorfosis” es su condición de pesadilla. La etimología de la palabra pesadilla que en Griego era “Efialtes” y en Latín “Incubus”, alude al “demonio” que oprime al durmiente y le inspira un sueño aflictivo. Cada párrafo de “La Metamorfosis” contiene esa opresión que nos invade cuando sufrimos la desgracia súbita, la pérdida irreparable.
El protagonista no acepta la condición de bicho, que sin advertirlo, se ha apoderado de él. Para tratar de ignorarla intenta instalarse en la única realidad a su alcance, la de lo más inmediato y cotidiano. El arranque del relato que es el fluir mental de Gregorio Samsa, tendido en el lecho, sobre el que planea la terrible extrañeza de no poder despertar, es a mi parecer uno de los pasajes cumbre de la literatura universal.
Este continuo debartirse en la incertidumbre sobre la consistencia de la vigilia y la del sueño que es precisamente el aspecto más aflictivo de las pesadillas, nos plantea un dilema metafísico.
En la vida corriente nos figuramos que el sueño es una continuación de la vigilia. Así parece convenir a la necesidad práctica y a las reglas de la cordura. Los acontecimientos de los sueños no son secuenciales, ni se atienen a la lógica. Por eso aunque los recordemos y nos esforcemos en relatarlos e interpretarlos, tenemos por fuerza que admitir, que no podemos explicarlos; pues en ningún caso se ajustan a las pautas del pensamiento causal.
Sin embargo, ocurre que a veces, la propia realidad se transforma. Se nos hace extraña e incomprensible, los hechos no parecen ajustarse a las leyes de la causa y el efecto. En estas ocasiones, no es infrecuente la figuración opuesta: La realidad es otra, los sueños ya no nos parecen parte de la vigilia, sino como creen los niños y dicen los poetas, toda la vigilia es sueño.
Lo cierto es que la medición de las ondas cerebrales durante la vigilia y el sueño, revela pocas diferencias. Podemos estar despiertos o podemos dormir y soñar, nuestra actividad mental objetivamente es la misma. Recuerdo la famosa frase de Shakespeare: “ Estamos hechos de la misma madera que nuestros sueños”.
jueves, 7 de mayo de 2009
Profesión metafísica machadiana
¡Oh tiempo, oh todavía
preñado de inminencias!.
Tú me acompañas en la senda fría
tejedor de esperanzas y de impaciencias.
Antonio Machado.
preñado de inminencias!.
Tú me acompañas en la senda fría
tejedor de esperanzas y de impaciencias.
Antonio Machado.
Vivir es esperar.Nuestra vida es tiempo y nuestra sola cuita son las desesperantes posturas que tomamos para aguardar.
"Creo en la libertad y en la esperanza y en una fe que nace cuando se busca a Dios y no se alcanza y en el dios que se lleva y que se hace".
miércoles, 6 de mayo de 2009
El silencio ominoso
"Hablar siempre en voz baja es algo que poco a poco disuelve las palabras y reduce las conversaciones a un intercambio de gestos y miradas. El miedo, como la voz queda, desdibuja los sonidos porque el lado oscuro de las cosas solo puede expresarse con silencio”.
Alberto Méndez. "Los girasoles ciegos"
martes, 5 de mayo de 2009
Sensación de silencio.
Aquella tarde pensaba en el ruido grave y solitario del viento en las ramas del pinar. El rumor del viento en los pinos hace el efecto de que alguien nos mira invisible. El reloj de pared caminaba lentamente, fuera entre las acacias se oían los gorriones, el gorjeo de estos pájaros parecía aumentar el silencio. El silencio siempre sorprende, es una cosa insólita, que tiene un punto de misterio. Pasa un rato, el viento hincha y deshincha las cortinas.
lunes, 4 de mayo de 2009
La muerte.
Afirma Heidegger que la muerte, es la posibilidad más propia del Dasein (del hombre como ser- ahí). Ya que la muerte es la única posibilidad que lo afecta en su totalidad (“ la muerte es la posibilidad de la imposibilidad de toda posibilidad”, traduce con esfuerzo Adolfo Carpio).
Reconocerlo, nos encamina a una existencia auténtica, pues es en la anticipación de la muerte, donde se manifiestan todas las otras posibilidades en su naturaleza de puras posibilidades. Hace presente la temporalidad del Dasein, es decir el verdadero sentido del pasado, del presente y del futuro.
Traducido a un lenguaje más poético, la vida sólo cobra sentido, si nuestro entusiasmo es como el del niño, que construye su castillo de arena en la orilla del mar, consciente de la inmensidad del oleaje, pero indiferente ante los tropezones en la playa.
domingo, 3 de mayo de 2009
Heidegger y la anticipacion " de nuestra única posibilidad cierta"
¿ Acaso puede haber algo más estimulante que un pensamiento que obliga a enfocar los asuntos desde una perspectiva que pone increibles dificultades a la nuestra propia?. José María Herrera. El Imparcial digital, de hoy.
Considerar nuestra propia muerte, como algo real y cercano, es algo a lo que no estamos habituados. Sólo pensarlo, nos polariza afectivamente de modo tan intenso que nos produce una momentánea obnubilación del entendimiento. Como si ante esa tirantez inaguantable, huyéramos del rigor racional y buscáramos refugio, ya se sabe… en todos esos tópicos culturales al uso, el sentimiento de pérdida, la despedida etc.
En las sociedades Occidentales, la vida se desenvuelve como si la muerte no existiera. Se prefiere no prestar la más mínima atención a ese suceso inabordable. Encerrándola en el sarcófago de una serie de ritos precisos y férreos, creemos conjurar el peligro de que nos alcance. Fingimos que se trata de una anomalía extraña, de una “enfermedad” en la que cierto día, probablemente todavía bastante lejano, caeremos. Para muchos, hasta el momento mismo de la senilidad mental predomina la equiparación psicológica entre la muerte y el accidente (lo accidental, siempre nos parece excepcional). Como si la ineludible fatalidad que nos acecha, pudiera explicarse como producto de un error o de una deficiencia evitable. Producto de esta aberración es la proclamación de la salud, como el criterio de lo éticamente correcto y previsible, la desgracia que nos violenta como algo accidental, un factor azaroso, con mínimos porcentajes de probabilidad, que hay que evitar, si no queremos ser apartados.
Basta considerar nuestra vida con cierta honradez intelectual, y mucho más la de esos millones de seres humanos a los que le falta lo más esencial, para caer en la cuenta de la terrible falsedad de esta impostura. De este falso humanismo que nos deshumaniza estigmatizándonos: al enfermo, al viejo, al impedido, al pobre…
Tradicionalmente, la denuncia de esta falsedad ha sido el fundamento de todas las ideas religiosas. En ellas la revelación divina, primeramente muestra la miseria y brevedad de la vida humana y luego el camino por el que puede ser trascendida, para así alcanzar el premio del paraíso y la vida eterna junto a la divinidad.
Pero el modo de pensar dominante de las sociedades occidentales opulentas, necesita apartar la reflexión sobre la propia muerte, de su quehacer teórico-publicitario, como si de una peste se tratara, y en este sentido es manifiestamente antirreligioso.
Para este “pensamiento único”, es obvio que la consideración religiosa de la muerte como tránsito hacia la salvación implica un elemento irracional inaceptable: la fe y un antieconómico posponer “nuestro objetivo” a un momento posterior ignoto y fuera del tiempo.
Hasta Martin Heidegger no se había dado en la tradición filosófica occidental, un pensamiento que ahondara en el fundamento del problema de nuestra propia extinción física individual. En la historia del pensamiento filosófico se había escamoteado “el problema de todos los problemas”. Fue el genio de Heidegger quien planteo “nuestra muerte” desde el único punto de vista que como personas vivas, puede interesarnos. “Nuestra muerte es la posibilidad de la imposibilidad de toda posibilidad”. Y así entendida, (con o sin dramatismo), resulta que la anticipación permanente (cotidiana) de nuestra “única posibilidad cierta” es la, mejor perspectiva para valorar nuestros actos: la única posibilidad de recuperar nuestra condición yecta o caída en este mundo.
En las sociedades Occidentales, la vida se desenvuelve como si la muerte no existiera. Se prefiere no prestar la más mínima atención a ese suceso inabordable. Encerrándola en el sarcófago de una serie de ritos precisos y férreos, creemos conjurar el peligro de que nos alcance. Fingimos que se trata de una anomalía extraña, de una “enfermedad” en la que cierto día, probablemente todavía bastante lejano, caeremos. Para muchos, hasta el momento mismo de la senilidad mental predomina la equiparación psicológica entre la muerte y el accidente (lo accidental, siempre nos parece excepcional). Como si la ineludible fatalidad que nos acecha, pudiera explicarse como producto de un error o de una deficiencia evitable. Producto de esta aberración es la proclamación de la salud, como el criterio de lo éticamente correcto y previsible, la desgracia que nos violenta como algo accidental, un factor azaroso, con mínimos porcentajes de probabilidad, que hay que evitar, si no queremos ser apartados.
Basta considerar nuestra vida con cierta honradez intelectual, y mucho más la de esos millones de seres humanos a los que le falta lo más esencial, para caer en la cuenta de la terrible falsedad de esta impostura. De este falso humanismo que nos deshumaniza estigmatizándonos: al enfermo, al viejo, al impedido, al pobre…
Tradicionalmente, la denuncia de esta falsedad ha sido el fundamento de todas las ideas religiosas. En ellas la revelación divina, primeramente muestra la miseria y brevedad de la vida humana y luego el camino por el que puede ser trascendida, para así alcanzar el premio del paraíso y la vida eterna junto a la divinidad.
Pero el modo de pensar dominante de las sociedades occidentales opulentas, necesita apartar la reflexión sobre la propia muerte, de su quehacer teórico-publicitario, como si de una peste se tratara, y en este sentido es manifiestamente antirreligioso.
Para este “pensamiento único”, es obvio que la consideración religiosa de la muerte como tránsito hacia la salvación implica un elemento irracional inaceptable: la fe y un antieconómico posponer “nuestro objetivo” a un momento posterior ignoto y fuera del tiempo.
Hasta Martin Heidegger no se había dado en la tradición filosófica occidental, un pensamiento que ahondara en el fundamento del problema de nuestra propia extinción física individual. En la historia del pensamiento filosófico se había escamoteado “el problema de todos los problemas”. Fue el genio de Heidegger quien planteo “nuestra muerte” desde el único punto de vista que como personas vivas, puede interesarnos. “Nuestra muerte es la posibilidad de la imposibilidad de toda posibilidad”. Y así entendida, (con o sin dramatismo), resulta que la anticipación permanente (cotidiana) de nuestra “única posibilidad cierta” es la, mejor perspectiva para valorar nuestros actos: la única posibilidad de recuperar nuestra condición yecta o caída en este mundo.
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