domingo, 28 de junio de 2009

Apogeo de Al Nasir

"El número de columnas de La Mezquita crece como el de habitantes de la ciudad, porque hombres venidos de los lugares más remotos encuentran en ella su patria".



A finales del Siglo IX , en que vino al mundo Abd al- Rahman , la vida en Córdoba , era peligrosa y a veces muy corta, para los descendientes del emir, El enjambre de envidias y conspiraciones en que se veían envueltos estos vástagos de diferentes madres, les llevaba con frecuencia al verdugo antes de llegar a la madurez. Los daños de la intrigas criminales del harén eran tales, que cuando se avecinaba la sucesión del monarca, precipitaban al estado al borde de la guerra civil.
El viejo emir Abd Allah, se había fijado en este niño de cabellos rubios, ojos azul oscuro y rasgos regulares, hijo de su primogénito y una esclava navarra, la concubina Muzna. Tal vez , le recordaba los rasgos de su primera mujer , una princesa navarra hija de Fortún, el tuerto”, también rubia y de tez muy blanca, la abuela paterna del niño.
Lo cierto es que el emir, que poco después de nacer Abd al-Rahman, había ordenado sin empacho, la ejecución de su hijo por las intrigas políticas de sus hermanos, quiso retener junto a él, a este nieto, al que había dejado huérfano. Un niño sosegado, disciplinado que aunque no había llegado a conocer a su padre, parecía siempre temeroso del repentino cambio de su suerte. Preservó así al muchacho de la guerra despiadada que se hacían sus otros diez hijos, los llamados “tíos”, que mantenía alejados de Córdoba, repartidos en las lujosas almunias y casas de campo de los alrededores y a los que Abd Allah tenía rigurosamente prohibida la entrada en el palacio real.
Tras ciento cincuenta años de existencia, la descomposición política del emirato cordobés, era evidente. A la sorda oposición entre sirios, yemeníes y bereberes, congénita desde su nacimiento, se había unido lo que parecía una insurrección general de la población de origen cristiano “los muladíes”. Todo el montañoso Sur de Andalucía se hallaba bajo el control de un temible jefe guerrillero Omar ibn Hafsun. Ante la impotencia cordobesa habían surgido aspiraciones soberanistas en Levante, en Toledo y hasta en el mismo valle del Guadalquivir, en Sevilla y en Écija ,a sólo una jornada de caballo de la capital. El estado había perdido su influencia en el Norte de África y los reinos cristianos peninsulares avanzaban impunemente sus fronteras a golpes de repoblación.
Abd Allah que no había sabido apagar el fuego de las disensiones, ni en el estado, ni en su propia familia, adoptó casi en el lecho de muerte, una arriesgada decisión. Dejar el destino de la dinastía, en manos de su nieto Abd al Rahman, un joven, sin experiencia, que en 912, el año de la sucesión, tenía apenas cumplidos 21 años. La imposición en el trono de este nieto, hijo de una simple esclava, sobre sus propios hijos, "príncipes de la sangre", excluidos del trono, simbolizaba a su entender la unión de la realeza, con el pueblo cordobés. Un pueblo activo amante del arte y de la vida y al que se habían incorporado con gusto, decenas de miles de recién llegados. Gentes de aluvión de todo tipo y condición que habían hecho de Córdoba su patria. Niños traídos como esclavos y vendidos por la piratería andalusí del Mediterráneo; gentes recién convertidas al Islam, que aprendieron el árabe y podían prestar sus servicios como funcionarios o en el ejército. En todo caso fieles servidores del monarca, ajenos a cualquier clase de intriga, cuyo apoyo en aquellas circunstancias, era la única esperanza para Al- Andalus.
La genial intuición de su abuelo no se vio defraudada, pues el joven Emir,que demostró estar dotado de una inteligencia realista y metódica y una tenacidad a prueba de todo. Nada mas ceñir el anillo de su abuelo, se puso personalmente al frente del ejército, e inició una audaz política de ataque frontal y sin titubeos a los secesionistas y en particular a Omar Ibn Hafsun. Guerreó durante diecinueve años sin conocer la derrota, ni la fatiga, -los cronistas musulmanes le llamaron Al- Nasir li-din -Allahel victorioso por la gracia de Alá”. Restauró la unidad del reino y la soberanía de la corona, logró la hegemonía militar y política en la Península Ibérica y el predominio sobre los fatimíes del Norte de África. Su política interna, en cambio, fue pacificadora. Su piedad religiosa, meramente externa, estaba exenta de todo fanatismo. Su amplia tolerancia religiosa y la admisión en grado de igualdad de la aportación de sus vasallos cristianos y judíos, los convirtió en los más fieles servidores del estado. La escrupulosa equidad jurídica de los jueces de Córdoba y el buen funcionamiento administrativo, de la que se hizo eco todo el Islam, llevaron al estado cordobés a los días de su máximo apogeo. Tal vez por ello, con estudiado gesto de soberbia Al Nasir se proclamó "Califa del Islam y Príncipe de los Creyentes", un reclamo para todos los musulmanes, de la antigua legitimidad de los Omeyas.

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