Por razones de prestigio, la proclamación como califa de Abd al Rahman III, “al Nasir” en el 929, levantó una muralla infranqueable para el pueblo de Córdoba. El monarca permanecerá desde entonces completamente inaccesible, al estilo de los califas orientales. Ya no podrá confiarse a nadie, y su más asidua compañía, a partir de entonces, será la de un verdugo de guardia con la espada afilada y un tapete de cuero, presto a ejecutar en el acto, las cada vez más frecuentes, penas de muerte dictadas por el califa.
Para aislarse y hacer ostentación de su poder, decidió Al Nasir, construir una ciudad fastuosa “que como Bagdad, crecida en el desierto, surgiera de la nada”. En pocos años, a una legua de Córdoba, en las estribaciones del monte de "La Desposada", con espléndidas vistas sobre el Guadalquivir, se extendieron las edificaciones de “Madinat al –Zahra” (etimológicamente, “la ciudad brillante”). Se asentó sobre tres grandes terrazas superpuestas. La más baja, la ocupaba la mezquita, que iniciada en 936 , se concluyó en solo 48 días, porque en ella hubo continuamente empleados mil hombres hábiles. La de en medio, contenía las edificaciones destinadas a oficinas y mercados y la superior el palacio real. Las crónicas árabes cuentan, que los enormes gastos de la obra fueron debidos sobre todo, a la riqueza de los materiales utilizados. Construida con el propósito de deslumbrar a los visitantes extranjeros y ensalzar el prestigio de la monarquía, en las estancias del palacio de Madinat al Zahra, se emplearon materiales muy lujosos y de una extraordinaria belleza. La ciudad contaba con cuatro mil trescientas dieciséis columnas en mármoles preciosos de diferentes colores. Algunas ofrecidas como regalo por el emperador de Constantinopla, otras procedentes del saqueo de Cartago, y de las antiguas ciudades romanas del Norte de África. Deslumbrantes mármoles blancos de Macael cubrían el suelo y las paredes; y en las columnatas de capitel de nido de avispa, el mármol blanco de las canteras de Al Andalus, se combinaba con los rutilantes mármoles rosáceos italianos y los verdes jaspeados de Tunicia. Las fastuosas fuentes de roca tallada, por las que se hacía saltar el agua en altos surtidores, aprovechando su caída desde los veneros de la sierra. Los jardines sombreados de plantas perfumadas, las miles de higueras y de almendros que mandó plantar “para que su verde claro contrastara con el color amarillo brillante del entorno”. Los animales salvajes y exóticos, los leones, los monos, los loros y papagayos, el minar que entonaba poesías en lengua romance.
Existía al parecer, en las a la habitaciones privadas del califa, una asombrosa sala, que sólo se mostraba a aquellos invitados importantes a los que convenía impresionar. Se trataba de una amplia estancia abovedada con paneles de cristal -el desconocido material translúcido, que el extravagante sabio rondeño Ibn Firnas había enseñado a pulir - en la que se había dispuesto un enorme estanque de mercurio. El metal líquido que se extraía en las minas de Almadén, era una auténtica rareza, desconocida en el resto del mundo. Cuando entraba la luz del mediodía, o de noche se encontraban encendidas todas las lámparas, el califa, ordenaba a un esclavo que removiera el estanque. Entonces el metal plateado se ponía a restallar en infinitos juegos de luces y colores y al forastero le parecía que se quebraba la luz y el orden del espacio y que las múltiples columnas y el salón entero giraban y se deshacían en prismas de reflejos. El vértigo sólo cesaba, cuando el califa hacia una señal y la superficie del mercurio quedaba otra vez tan inmóvil como la de un lago helado. Al visitante, sobrecogido por la solemnidad y el terror, le parecía que un simple gesto de Abd al Rahman, podía dislocar o restablecer el orden en el mundo.
Cuando con cincuenta años cumplidos y en la cima de su poder, decidió Abd al Rahman III “al Nasir" abandonar definitivamente Córdoba y trasladarse a su nueva residencia, no podía imaginar, que en poco menos de medio siglo, toda aquella fastuosa obra, iba a verse arrasada y su propia dinastía, extinguida para siempre. Más de cuarenta mil personas quedaron afectas al servicio del soberano en la nueva ciudad recién construida. Allí en su harén, le servían seis mil mujeres. Con los años, recluido como un déspota oriental en su impresionante retiro dorado, Al Nasir se fue volviendo más desconfiado y cada vez más proclive a la bebida y a la lujuria. Solo unos pocos tenían acceso personal al monarca, y estos fueron constituyendo una nueva aristocracia cuyas intrigas jugarían un nefasto papel en la historia de la dinastía. Su altivo distanciamiento quebró la adhesión de las multitudes cordobesas, que durante su primeros años de reinado, habían sido el auténtico sostén de la monarquía, esta fue la causa de la ruina de su extirpe.
Se cuenta que durante sus últimos años, el califa fue dominado por un miedo incontrolado a ser envenenado o a ser asesinado mientras dormía. Esto último, lo llevó a elegir para dormir una estancia aledaña a la gran piscina de mercurio. Por la noche se retiraba la pasarela de acceso, de modo que nadie pudiera aproximarse a su lecho, sin atravesar la helada superficie de la alberca de mercurio. El mercurio más pesado que el plomo, es 135 veces más denso que el agua; lo que significa que quien tratara de cruzar el líquido plateado, sería propulsado hacia la superficie con una fuerza 135 veces mayor que la de su propio peso. Flotando incontrolado en esta mermelada viscosa es practicamente imposible nadar, y en apenas un momento, las piernas peligrosamente empujadas hacia arriba, acababan por hacer girar el cuerpo y la cabeza hacia el venenoso metal. La imposibilidad de apoyarse para darse la vuelta, determinaba en poco tiempo, la suerte del intruso, que moría ahogado. Pocos eran los que conocían este terrible secreto y al levantarse para la oración del amanecer, Al Nasir solía mandar retirar los cadáveres de quienes el día de antes, hacían gala de ser sus más fieles servidores.
A la muerte de Abd el Rahman, en 961, se halló su diario personal en un cofre secreto. Allí confesaba: “ Durante cincuenta años he reinado en paz y en gloria, temido de mis enemigos y honrado por mis aliados. Los príncipes más poderosos de la Tierra han solicitado mi amistad. Todo cuanto puede desear el hombre -poder, riquezas, honores y placeres- lo he tenido. Pero he contado escrupulosamente, los días que he gustado de una felicidad sin amargura y sólo he hallado catorce en mi larga vida”
lunes, 29 de junio de 2009
domingo, 28 de junio de 2009
Apogeo de Al Nasir
"El número de columnas de La Mezquita crece como el de habitantes de la ciudad, porque hombres venidos de los lugares más remotos encuentran en ella su patria".
A finales del Siglo IX , en que vino al mundo Abd al- Rahman , la vida en Córdoba , era peligrosa y a veces muy corta, para los descendientes del emir, El enjambre de envidias y conspiraciones en que se veían envueltos estos vástagos de diferentes madres, les llevaba con frecuencia al verdugo antes de llegar a la madurez. Los daños de la intrigas criminales del harén eran tales, que cuando se avecinaba la sucesión del monarca, precipitaban al estado al borde de la guerra civil.
El viejo emir Abd Allah, se había fijado en este niño de cabellos rubios, ojos azul oscuro y rasgos regulares, hijo de su primogénito y una esclava navarra, la concubina Muzna. Tal vez , le recordaba los rasgos de su primera mujer , una princesa navarra hija de “Fortún, el tuerto”, también rubia y de tez muy blanca, la abuela paterna del niño.
Lo cierto es que el emir, que poco después de nacer Abd al-Rahman, había ordenado sin empacho, la ejecución de su hijo por las intrigas políticas de sus hermanos, quiso retener junto a él, a este nieto, al que había dejado huérfano. Un niño sosegado, disciplinado que aunque no había llegado a conocer a su padre, parecía siempre temeroso del repentino cambio de su suerte. Preservó así al muchacho de la guerra despiadada que se hacían sus otros diez hijos, los llamados “tíos”, que mantenía alejados de Córdoba, repartidos en las lujosas almunias y casas de campo de los alrededores y a los que Abd Allah tenía rigurosamente prohibida la entrada en el palacio real.
Tras ciento cincuenta años de existencia, la descomposición política del emirato cordobés, era evidente. A la sorda oposición entre sirios, yemeníes y bereberes, congénita desde su nacimiento, se había unido lo que parecía una insurrección general de la población de origen cristiano “los muladíes”. Todo el montañoso Sur de Andalucía se hallaba bajo el control de un temible jefe guerrillero Omar ibn Hafsun. Ante la impotencia cordobesa habían surgido aspiraciones soberanistas en Levante, en Toledo y hasta en el mismo valle del Guadalquivir, en Sevilla y en Écija ,a sólo una jornada de caballo de la capital. El estado había perdido su influencia en el Norte de África y los reinos cristianos peninsulares avanzaban impunemente sus fronteras a golpes de repoblación.
Abd Allah que no había sabido apagar el fuego de las disensiones, ni en el estado, ni en su propia familia, adoptó casi en el lecho de muerte, una arriesgada decisión. Dejar el destino de la dinastía, en manos de su nieto Abd al Rahman, un joven, sin experiencia, que en 912, el año de la sucesión, tenía apenas cumplidos 21 años. La imposición en el trono de este nieto, hijo de una simple esclava, sobre sus propios hijos, "príncipes de la sangre", excluidos del trono, simbolizaba a su entender la unión de la realeza, con el pueblo cordobés. Un pueblo activo amante del arte y de la vida y al que se habían incorporado con gusto, decenas de miles de recién llegados. Gentes de aluvión de todo tipo y condición que habían hecho de Córdoba su patria. Niños traídos como esclavos y vendidos por la piratería andalusí del Mediterráneo; gentes recién convertidas al Islam, que aprendieron el árabe y podían prestar sus servicios como funcionarios o en el ejército. En todo caso fieles servidores del monarca, ajenos a cualquier clase de intriga, cuyo apoyo en aquellas circunstancias, era la única esperanza para Al- Andalus.
La genial intuición de su abuelo no se vio defraudada, pues el joven Emir,que demostró estar dotado de una inteligencia realista y metódica y una tenacidad a prueba de todo. Nada mas ceñir el anillo de su abuelo, se puso personalmente al frente del ejército, e inició una audaz política de ataque frontal y sin titubeos a los secesionistas y en particular a Omar Ibn Hafsun. Guerreó durante diecinueve años sin conocer la derrota, ni la fatiga, -los cronistas musulmanes le llamaron Al- Nasir li-din -Allah “el victorioso por la gracia de Alá”. Restauró la unidad del reino y la soberanía de la corona, logró la hegemonía militar y política en la Península Ibérica y el predominio sobre los fatimíes del Norte de África. Su política interna, en cambio, fue pacificadora. Su piedad religiosa, meramente externa, estaba exenta de todo fanatismo. Su amplia tolerancia religiosa y la admisión en grado de igualdad de la aportación de sus vasallos cristianos y judíos, los convirtió en los más fieles servidores del estado. La escrupulosa equidad jurídica de los jueces de Córdoba y el buen funcionamiento administrativo, de la que se hizo eco todo el Islam, llevaron al estado cordobés a los días de su máximo apogeo. Tal vez por ello, con estudiado gesto de soberbia Al Nasir se proclamó "Califa del Islam y Príncipe de los Creyentes", un reclamo para todos los musulmanes, de la antigua legitimidad de los Omeyas.
A finales del Siglo IX , en que vino al mundo Abd al- Rahman , la vida en Córdoba , era peligrosa y a veces muy corta, para los descendientes del emir, El enjambre de envidias y conspiraciones en que se veían envueltos estos vástagos de diferentes madres, les llevaba con frecuencia al verdugo antes de llegar a la madurez. Los daños de la intrigas criminales del harén eran tales, que cuando se avecinaba la sucesión del monarca, precipitaban al estado al borde de la guerra civil.
El viejo emir Abd Allah, se había fijado en este niño de cabellos rubios, ojos azul oscuro y rasgos regulares, hijo de su primogénito y una esclava navarra, la concubina Muzna. Tal vez , le recordaba los rasgos de su primera mujer , una princesa navarra hija de “Fortún, el tuerto”, también rubia y de tez muy blanca, la abuela paterna del niño.
Lo cierto es que el emir, que poco después de nacer Abd al-Rahman, había ordenado sin empacho, la ejecución de su hijo por las intrigas políticas de sus hermanos, quiso retener junto a él, a este nieto, al que había dejado huérfano. Un niño sosegado, disciplinado que aunque no había llegado a conocer a su padre, parecía siempre temeroso del repentino cambio de su suerte. Preservó así al muchacho de la guerra despiadada que se hacían sus otros diez hijos, los llamados “tíos”, que mantenía alejados de Córdoba, repartidos en las lujosas almunias y casas de campo de los alrededores y a los que Abd Allah tenía rigurosamente prohibida la entrada en el palacio real.
Tras ciento cincuenta años de existencia, la descomposición política del emirato cordobés, era evidente. A la sorda oposición entre sirios, yemeníes y bereberes, congénita desde su nacimiento, se había unido lo que parecía una insurrección general de la población de origen cristiano “los muladíes”. Todo el montañoso Sur de Andalucía se hallaba bajo el control de un temible jefe guerrillero Omar ibn Hafsun. Ante la impotencia cordobesa habían surgido aspiraciones soberanistas en Levante, en Toledo y hasta en el mismo valle del Guadalquivir, en Sevilla y en Écija ,a sólo una jornada de caballo de la capital. El estado había perdido su influencia en el Norte de África y los reinos cristianos peninsulares avanzaban impunemente sus fronteras a golpes de repoblación.
Abd Allah que no había sabido apagar el fuego de las disensiones, ni en el estado, ni en su propia familia, adoptó casi en el lecho de muerte, una arriesgada decisión. Dejar el destino de la dinastía, en manos de su nieto Abd al Rahman, un joven, sin experiencia, que en 912, el año de la sucesión, tenía apenas cumplidos 21 años. La imposición en el trono de este nieto, hijo de una simple esclava, sobre sus propios hijos, "príncipes de la sangre", excluidos del trono, simbolizaba a su entender la unión de la realeza, con el pueblo cordobés. Un pueblo activo amante del arte y de la vida y al que se habían incorporado con gusto, decenas de miles de recién llegados. Gentes de aluvión de todo tipo y condición que habían hecho de Córdoba su patria. Niños traídos como esclavos y vendidos por la piratería andalusí del Mediterráneo; gentes recién convertidas al Islam, que aprendieron el árabe y podían prestar sus servicios como funcionarios o en el ejército. En todo caso fieles servidores del monarca, ajenos a cualquier clase de intriga, cuyo apoyo en aquellas circunstancias, era la única esperanza para Al- Andalus.
La genial intuición de su abuelo no se vio defraudada, pues el joven Emir,que demostró estar dotado de una inteligencia realista y metódica y una tenacidad a prueba de todo. Nada mas ceñir el anillo de su abuelo, se puso personalmente al frente del ejército, e inició una audaz política de ataque frontal y sin titubeos a los secesionistas y en particular a Omar Ibn Hafsun. Guerreó durante diecinueve años sin conocer la derrota, ni la fatiga, -los cronistas musulmanes le llamaron Al- Nasir li-din -Allah “el victorioso por la gracia de Alá”. Restauró la unidad del reino y la soberanía de la corona, logró la hegemonía militar y política en la Península Ibérica y el predominio sobre los fatimíes del Norte de África. Su política interna, en cambio, fue pacificadora. Su piedad religiosa, meramente externa, estaba exenta de todo fanatismo. Su amplia tolerancia religiosa y la admisión en grado de igualdad de la aportación de sus vasallos cristianos y judíos, los convirtió en los más fieles servidores del estado. La escrupulosa equidad jurídica de los jueces de Córdoba y el buen funcionamiento administrativo, de la que se hizo eco todo el Islam, llevaron al estado cordobés a los días de su máximo apogeo. Tal vez por ello, con estudiado gesto de soberbia Al Nasir se proclamó "Califa del Islam y Príncipe de los Creyentes", un reclamo para todos los musulmanes, de la antigua legitimidad de los Omeyas.
miércoles, 24 de junio de 2009
Paradojas
"Que un hombre muera por un ideal, no significa que ese ideal sea necesariamente justo o verdadero."
Nosotros, que en la Europa del Siglo XXI, tenemos nuestras necesidades cubiertas, no deberíamos perder de vista que en toda fe existe algo de irreductible, de compulsivo para la dignidad humana. Todo dogma exige una confianza ciega en su credo – en esto consiste su vigor-. La convicción personal así formada se convierte en la verdad única y total, la verdad desnuda de matices. Con estos presupuestos, como ha demostrado la historia de las religiones, se hace difícil el sutil ejercicio de la tolerancia. La tolerancia es la única posible regla de convivencia entre los hombres.
La religión es una "probable" forma de fanatismo entre los hombres, pero no es la única, en nuestros días está el fanatismo de la ciencia, de la raza, del dinero, en definitiva de lo que es propio frente a lo ajeno.
La educación (lo que queda de ella) debería tener como meta cultivar “cierto grado de escepticismo”. Para que fuéramos capaces de cubrir con el velo de la duda, “la desnuda faz de la Verdad”. Y nos acostumbráramos desde jóvenes a afrontar lo incierto, solos y sin recursos, en mitad de “esta tiniebla”; porque la verdad no tiene rostro.
Así lo expresaba Antonio Machado en un conocido pasaje del Juan de Mairena :“La verdad si es que existe, conviene que baile en la cuerda floja, de donde suele caer. Solo entonces cuando ya no sea la Verdad, podréis jactaros de saber cuanto de verdad había en ella”.
Juan de Mairena que era un hombre gris, algo diletante y con una clara vocación pedagógica, gustó siempre del estilo de la paradoja. Tuvo auténtica predilección por estas aseveraciones dichas sin confianza aparente, seductoras y deliberadamente engañosas.
“En lo paradójico -decía- hallareis la esencia de lo verdaderamente humano, si es que halláis algo”. Sin embargo advertía, en el empleo de la paradoja, conviene ser discreto, pues su abuso conduce inevitablemente a la fácil tentación de la reducción al absurdo. “Sed rigurosos, no embarulléis las cosas por afán de alborotar. Que vuestra pregunta sea la del caminante desorientado entre caminos, no el escrúpulo del pretencioso que piensa que todo es opinable”.
“ Yo, os invito a engalanar la verdad, a seducirla por el lado humano, que es el de la duda. Cuando al cabo pasen unos pocos años y halláis vivido lo suficiente, mucho de lo que ahora es verdad, ya no lo será tanto. Porque al mirar vuestro rostro desde el otro lado del espejo la vida resulta paradójica y la paradoja vida”.
La religión es una "probable" forma de fanatismo entre los hombres, pero no es la única, en nuestros días está el fanatismo de la ciencia, de la raza, del dinero, en definitiva de lo que es propio frente a lo ajeno.
La educación (lo que queda de ella) debería tener como meta cultivar “cierto grado de escepticismo”. Para que fuéramos capaces de cubrir con el velo de la duda, “la desnuda faz de la Verdad”. Y nos acostumbráramos desde jóvenes a afrontar lo incierto, solos y sin recursos, en mitad de “esta tiniebla”; porque la verdad no tiene rostro.
Así lo expresaba Antonio Machado en un conocido pasaje del Juan de Mairena :“La verdad si es que existe, conviene que baile en la cuerda floja, de donde suele caer. Solo entonces cuando ya no sea la Verdad, podréis jactaros de saber cuanto de verdad había en ella”.
Juan de Mairena que era un hombre gris, algo diletante y con una clara vocación pedagógica, gustó siempre del estilo de la paradoja. Tuvo auténtica predilección por estas aseveraciones dichas sin confianza aparente, seductoras y deliberadamente engañosas.
“En lo paradójico -decía- hallareis la esencia de lo verdaderamente humano, si es que halláis algo”. Sin embargo advertía, en el empleo de la paradoja, conviene ser discreto, pues su abuso conduce inevitablemente a la fácil tentación de la reducción al absurdo. “Sed rigurosos, no embarulléis las cosas por afán de alborotar. Que vuestra pregunta sea la del caminante desorientado entre caminos, no el escrúpulo del pretencioso que piensa que todo es opinable”.
“ Yo, os invito a engalanar la verdad, a seducirla por el lado humano, que es el de la duda. Cuando al cabo pasen unos pocos años y halláis vivido lo suficiente, mucho de lo que ahora es verdad, ya no lo será tanto. Porque al mirar vuestro rostro desde el otro lado del espejo la vida resulta paradójica y la paradoja vida”.
sábado, 20 de junio de 2009
La perspectiva civilizada.
Si, como escribía Nietzsche, la realidad es puro y eterno devenir; un proceso de eterno retorno que no tiene principio, ni fin , ni orden, ni designio previo, y en el que no es admisible la idea de progreso histórico. Si el universo permanece imperturbable, a pesar de nuestros desvelos. A nosotros, solo nos cabría “aliñar espiritualmente” la porción universal a nuestro alcance, el reino de los símbolos y anhelos en que vivimos y merced al cual nos comunicamos. Deberíamos ampliar de cualquier forma nuestra esfera mental y tratar de remontar nuestro presente inmediato, regido por el estrecho pragmatismo que pone en peligro "todo lo demás”.
Si trabamos conocimiento con la historia, podemos penetrar el conocimiento de épocas pretéritas, con la lenta y parcial liberación humana desde la barbarie, comprenderemos la brevedad e insignificancia de la vida humana individual y la de las naciones, comparadas con las épocas astronómicas. Creeremos que en la batalla pasajera en la que estamos empeñados, no merece la pena arriesgar un paso atrás hacia la oscuridad de donde hemos salido “tan lentamente”.Y si la tozuda realidad se encarga de hacernos patente que no conseguimos nuestros objetivos siempre nos consolará la sensación de su caducidad, de su eterno hacerse y deshacerse. La perspectiva civilizada implica que más allá de nuestras actividades inmediatas, tendremos proyectos remotos en los que no nos consideraremos individuos aislados, sino miembros de una gran comunidad afectiva. La que entre continuos avances y retrocesos, pretende conducir a la humanidad de la barbarie a la civilización. Mantener esta convicción y guiar por ella nuestros actos, me parece una forma sensata de gozar siempre de una tranquila alegría, cualquiera que sea nuestra suerte personal.
Si trabamos conocimiento con la historia, podemos penetrar el conocimiento de épocas pretéritas, con la lenta y parcial liberación humana desde la barbarie, comprenderemos la brevedad e insignificancia de la vida humana individual y la de las naciones, comparadas con las épocas astronómicas. Creeremos que en la batalla pasajera en la que estamos empeñados, no merece la pena arriesgar un paso atrás hacia la oscuridad de donde hemos salido “tan lentamente”.Y si la tozuda realidad se encarga de hacernos patente que no conseguimos nuestros objetivos siempre nos consolará la sensación de su caducidad, de su eterno hacerse y deshacerse. La perspectiva civilizada implica que más allá de nuestras actividades inmediatas, tendremos proyectos remotos en los que no nos consideraremos individuos aislados, sino miembros de una gran comunidad afectiva. La que entre continuos avances y retrocesos, pretende conducir a la humanidad de la barbarie a la civilización. Mantener esta convicción y guiar por ella nuestros actos, me parece una forma sensata de gozar siempre de una tranquila alegría, cualquiera que sea nuestra suerte personal.
Reseña de Siddartha de Hermann Hesse
Siddartha (1922) es una de las novelas más leídas y apreciadas del Siglo XX. Hermann Hesse, que había vivido en la India se inspiró en alguna medida en la vida y experiencias de Buda, a cuyo nombre alude su título. La enorme conmoción espiritual tras las dos guerras mundiales, impulsó a muchos jóvenes a la búsqueda de nuevos valores representados por la filosofía de Oriente. Y Hesse con su lirismo sencillo, y su recreación de la espiritualidad hindú, acertó a traducir para el gran público, estas inquietudes. Por ello, a consecuencia de su trilogía de novelas: Demian (1911), Siddartha (1920) y El Lobo Estepario (1927) recibiría el Premio Nobel en 1946.
En particular Siddartha, se convertiría durante los años sesenta del siglo pasado, en una suerte de emblema para las nuevas generaciones de adolescentes interesados en la renovación cultural a través de la espiritualidad oriental.
Acabo de volver a leer esta novela, que leí con entusiasmo siendo joven. Recordaba algunos pasajes llenos de lirismo, entorno al eje de la meditación y la filosofía budista. Muy por el contrario,-a pesar del ambiente hindú,-, en esta nueva lectura no he encontrado otra cosa que "el ideario de Hesse". Un más que evidente esquema novelado, de indudable encanto, de las principales ideas, -no de Buda- sino de uno de los más grandes y peor comprendidos filósofos del Occidente, Friedrich Wilhelm Nietzsche ( 1844-1900).
En particular Siddartha, se convertiría durante los años sesenta del siglo pasado, en una suerte de emblema para las nuevas generaciones de adolescentes interesados en la renovación cultural a través de la espiritualidad oriental.
Acabo de volver a leer esta novela, que leí con entusiasmo siendo joven. Recordaba algunos pasajes llenos de lirismo, entorno al eje de la meditación y la filosofía budista. Muy por el contrario,-a pesar del ambiente hindú,-, en esta nueva lectura no he encontrado otra cosa que "el ideario de Hesse". Un más que evidente esquema novelado, de indudable encanto, de las principales ideas, -no de Buda- sino de uno de los más grandes y peor comprendidos filósofos del Occidente, Friedrich Wilhelm Nietzsche ( 1844-1900).
domingo, 14 de junio de 2009
Senos: el misterio móvil.
A petición de Isis, por si le sirve de algo en su próximo certamen de poesía erótica.
Un día caluroso del mes de junio nos fuimos de visita al monasterio budista de la Alpujarra. Tras una larga excursión por la montaña, nos echamos a dormir la siesta en una cabaña del bosque junto a un río. Estaba muy cansado y me dormí profundamente. Tuve un enigmático sueño: Mi compañero de excursión, vestido extrañamente con el manto amarillo de los ascetas budistas, me preguntaba con evidente tristeza. ¿ Por qué me has abandonado?. Yo trataba de abrazarlo para consolarlo, pero al atraerlo a mi pecho, noté que ya no era mi amigo, sino una mujer por cuya túnica entreabierta asomaba un seno turgente. Entonces puse mi boca en él y bebí leche. Tenía un sabor dulce y fuerte y sabía a mujer y a hombre, a sol y a bosque, a flores y animales, a todos los frutos y a todos los placeres. Era una leche que embriagaba y hacia perder el sentido.
Me despertó un ruido en el bosque, parecido al sombrío graznido de un búho. Fuera, apenas había luz, las aguas del río proyectaban pálidos destellos por la puerta de la cabaña. Comenzaba a amanecer. ¿Cuantas horas había dormido?. Mi reloj había desaparecido de la muñeca y mi amigo había abandonado la cabaña. Después de llamarlo muchas veces, muy preocupado, tomé el camino que continuaba río abajo. Despuntaba el día, cuando llegué a una aldea desierta, que tenía una sola calle. A la salida, en un lavadero de piedra, una mujer joven lavaba la ropa. La saludé procurando no asustarla. La joven levantó la cabeza sin rubor y me miró con una sonrisa que hizo centellear fugazmente en sus ojos. Le pregunté, si había visto a mi amigo. Ella entonces se me acercó, su boca húmeda relampagueó un instante en su rostro juvenil; tenía un extraño parecido con la mujer del sueño. Me dijo que no había visto a mi amigo y en tono de broma:- ¿si yo estaba seguro de que había dormido con mi amigo en la cabaña del bosque?. Al decir esto, la muchacha apoyó su pie descalzo sobre mi pie derecho y el otro sobre mi muslo izquierdo, rodeándome la cintura con uno de sus brazos y pasándome el otro alrededor del cuello, gimiendo suavemente su deseo, como si deseara trepar por mi cuerpo y besarme en la boca*. Sentí que se me encendía la sangre, me incliné hacia la joven desconocida y bese la oscura punta de uno de sus senos. Al levantar la mirada, volví e encontrarme con su rostro sonriente lleno de deseo y con sus ojos entornados que expresaban la apetencia que la consumía. Como hasta entonces, nunca había tocado a una mujer, tuve un momento de vacilación... Pero en mi interior comenzó a brotar incontenible, el manantial del sexo, y ya mis manos se disponían a posarse en ella, cuando escuché estremecido una voz, que dijo: "No". Al punto se desvanecieron los encantos que emanaban del sonriente rostro de la joven. La voz que decía no; ¡Ay!, no era una voz interior; sino la de mi amigo, que me zarandeaba con violencia tratando de despertarme en la cabaña.
¿ Acaso, nunca os ha pasado, que el despertar, formaba parte del sueño?
Me despertó un ruido en el bosque, parecido al sombrío graznido de un búho. Fuera, apenas había luz, las aguas del río proyectaban pálidos destellos por la puerta de la cabaña. Comenzaba a amanecer. ¿Cuantas horas había dormido?. Mi reloj había desaparecido de la muñeca y mi amigo había abandonado la cabaña. Después de llamarlo muchas veces, muy preocupado, tomé el camino que continuaba río abajo. Despuntaba el día, cuando llegué a una aldea desierta, que tenía una sola calle. A la salida, en un lavadero de piedra, una mujer joven lavaba la ropa. La saludé procurando no asustarla. La joven levantó la cabeza sin rubor y me miró con una sonrisa que hizo centellear fugazmente en sus ojos. Le pregunté, si había visto a mi amigo. Ella entonces se me acercó, su boca húmeda relampagueó un instante en su rostro juvenil; tenía un extraño parecido con la mujer del sueño. Me dijo que no había visto a mi amigo y en tono de broma:- ¿si yo estaba seguro de que había dormido con mi amigo en la cabaña del bosque?. Al decir esto, la muchacha apoyó su pie descalzo sobre mi pie derecho y el otro sobre mi muslo izquierdo, rodeándome la cintura con uno de sus brazos y pasándome el otro alrededor del cuello, gimiendo suavemente su deseo, como si deseara trepar por mi cuerpo y besarme en la boca*. Sentí que se me encendía la sangre, me incliné hacia la joven desconocida y bese la oscura punta de uno de sus senos. Al levantar la mirada, volví e encontrarme con su rostro sonriente lleno de deseo y con sus ojos entornados que expresaban la apetencia que la consumía. Como hasta entonces, nunca había tocado a una mujer, tuve un momento de vacilación... Pero en mi interior comenzó a brotar incontenible, el manantial del sexo, y ya mis manos se disponían a posarse en ella, cuando escuché estremecido una voz, que dijo: "No". Al punto se desvanecieron los encantos que emanaban del sonriente rostro de la joven. La voz que decía no; ¡Ay!, no era una voz interior; sino la de mi amigo, que me zarandeaba con violencia tratando de despertarme en la cabaña.
¿ Acaso, nunca os ha pasado, que el despertar, formaba parte del sueño?
*Esa postura es descrita en el Kamasutra como "trepar al arbol"
viernes, 12 de junio de 2009
¿Dios?
lunes, 8 de junio de 2009
Los fundadores
Al caer la tarde unos pocos nos reunimos en la playa, junto a las barcas. Las noticias eran preocupantes. Esperamos mucho rato para que llegaran todos. Aun faltaban algunos de nuestros vecinos, cuando salió una enorme luna llena sobre el mar. Aquella noche hacía frío, pero nadie se atrevía a encender una hoguera.
Un anciano que había comido el pan de la primera pascua con “El Pescador”, subió a la proa de una gran barca y dijo: Los extranjeros están a pocas leguas de aquí, son cientos de jinetes enmascarados, con caperuza y cota de cuero. Penetran en las aldeas de improviso y atraviesan con sus lanzas a cuantos encuentran, no hacen prisioneros, ni siquiera entierran los cadáveres. No distinguen el día de la noche, solo se detienen a saquear lo necesario para reponer fuerzas y continuar avanzando. No pronuncian palabras articuladas, solo un siseo sordo que ningún cristiano logra entender. No se sabe quien es su jefe, ni cuantos vienen detrás de ellos. Jamás se quitan la máscara de cuero renegrida que cubre su rostro. Nadie ha podido ver el rostro de estos enmascarados. Cuando alguno de los nuestros, emboscado entre los árboles, les acierta con una flecha, los jinetes apenas se detienen. Si el herido no puede cabalgar, de inmediato los suyos lo cubren con la capucha, le rocían la ropa con un líquido inflamable y le prenden fuego. Este proceder inhumano y los terribles alaridos del herido, mientras se quema, causan verdadero espanto.
Os he convocado aquí en la playa, porque ayer mismo, en esta barca, llegó el Obispo Pablo, portador de una carta con el sello del Pescador. Sus palabras son para nosotros un rayo de esperanza:
”Ocultaros de su vista hermanos, el destino de esta marea de demonios es arrasar y destruir. Es imposible contener la marea, pero pensad, que por alta que sea, tampoco puede ella contenerse a si misma. No os disperséis por las montañas, si os separáis, perderéis vuestras señas y vuestra fe y no podréis resistir. Tomad las barcas y los arreos de pescar, clavad estacas de madera en estas arenas fangosas, y haced vuestras casas sobre las islas de la laguna. Viviréis libres como las aves marinas, en hogares dispersos sobre la superficie del agua. Pescad, cazad las aves acuáticas, alimentaros de las algas, cuidad a vuestros ancianos y a vuestra prole. Vuestros alimentos serán los mismos y vuestras casas parecidas entre si. No hagáis distinciones entre ricos y pobres y la envidia que gobierna el resto del mundo os será desconocida. Dedicad las energías al cuidado de las salinas, en ellas reside vuestra prosperidad y la capacidad de adquirir las cosas que necesitéis; pues aunque puede haber hombres que apenas aprecien el oro, no ha nacido aquel que no desee la sal. Mantenéos diligentes en la reparación y el perfeccionamiento de estas embarcaciones, que como caballos permanezcan amarradas a las puertas de vuestras casas, pues de ellas depende vuestra seguridad. No serán la frágiles acacias y mimbreras las que sostendrán el terreno frente a la saña del océano, la firmeza de vuestro baluarte solo puede asentarse en la unión y en fortaleza de vuestra fe. No olvidéis la penitencia, practicad la oración, guardad en el arca de vuestro corazón las enseñanzas del Señor.Tened paciencia, aguardad unos años. Las hordas de los bárbaros se sucederán en los tiempos zarandeándolos, como al navío en medio de la tempestad. Pero recordad, que por poderosas que sean las olas, su destino no es otro que destruirse antes de llegar a la arena de la playa. Cuando los extranjeros no hallen nada, ni a nadie, en su paso, ellos mismos se destruirán en luchas intestinas y acabarán exterminar su simiente. Entonces será el momento de regresar a tierra firme, para proclamar nuestra fe, como quería “El Pescador”.
Un anciano que había comido el pan de la primera pascua con “El Pescador”, subió a la proa de una gran barca y dijo: Los extranjeros están a pocas leguas de aquí, son cientos de jinetes enmascarados, con caperuza y cota de cuero. Penetran en las aldeas de improviso y atraviesan con sus lanzas a cuantos encuentran, no hacen prisioneros, ni siquiera entierran los cadáveres. No distinguen el día de la noche, solo se detienen a saquear lo necesario para reponer fuerzas y continuar avanzando. No pronuncian palabras articuladas, solo un siseo sordo que ningún cristiano logra entender. No se sabe quien es su jefe, ni cuantos vienen detrás de ellos. Jamás se quitan la máscara de cuero renegrida que cubre su rostro. Nadie ha podido ver el rostro de estos enmascarados. Cuando alguno de los nuestros, emboscado entre los árboles, les acierta con una flecha, los jinetes apenas se detienen. Si el herido no puede cabalgar, de inmediato los suyos lo cubren con la capucha, le rocían la ropa con un líquido inflamable y le prenden fuego. Este proceder inhumano y los terribles alaridos del herido, mientras se quema, causan verdadero espanto.
Os he convocado aquí en la playa, porque ayer mismo, en esta barca, llegó el Obispo Pablo, portador de una carta con el sello del Pescador. Sus palabras son para nosotros un rayo de esperanza:
”Ocultaros de su vista hermanos, el destino de esta marea de demonios es arrasar y destruir. Es imposible contener la marea, pero pensad, que por alta que sea, tampoco puede ella contenerse a si misma. No os disperséis por las montañas, si os separáis, perderéis vuestras señas y vuestra fe y no podréis resistir. Tomad las barcas y los arreos de pescar, clavad estacas de madera en estas arenas fangosas, y haced vuestras casas sobre las islas de la laguna. Viviréis libres como las aves marinas, en hogares dispersos sobre la superficie del agua. Pescad, cazad las aves acuáticas, alimentaros de las algas, cuidad a vuestros ancianos y a vuestra prole. Vuestros alimentos serán los mismos y vuestras casas parecidas entre si. No hagáis distinciones entre ricos y pobres y la envidia que gobierna el resto del mundo os será desconocida. Dedicad las energías al cuidado de las salinas, en ellas reside vuestra prosperidad y la capacidad de adquirir las cosas que necesitéis; pues aunque puede haber hombres que apenas aprecien el oro, no ha nacido aquel que no desee la sal. Mantenéos diligentes en la reparación y el perfeccionamiento de estas embarcaciones, que como caballos permanezcan amarradas a las puertas de vuestras casas, pues de ellas depende vuestra seguridad. No serán la frágiles acacias y mimbreras las que sostendrán el terreno frente a la saña del océano, la firmeza de vuestro baluarte solo puede asentarse en la unión y en fortaleza de vuestra fe. No olvidéis la penitencia, practicad la oración, guardad en el arca de vuestro corazón las enseñanzas del Señor.Tened paciencia, aguardad unos años. Las hordas de los bárbaros se sucederán en los tiempos zarandeándolos, como al navío en medio de la tempestad. Pero recordad, que por poderosas que sean las olas, su destino no es otro que destruirse antes de llegar a la arena de la playa. Cuando los extranjeros no hallen nada, ni a nadie, en su paso, ellos mismos se destruirán en luchas intestinas y acabarán exterminar su simiente. Entonces será el momento de regresar a tierra firme, para proclamar nuestra fe, como quería “El Pescador”.
domingo, 7 de junio de 2009
El Problema de la libertad
Resulta difícil creer en la libertad humana como un absoluto: actuamos bajo presiones externas y por necesidades internas. La frase de Schopenhauer: “ Una persona puede hacer lo que quiere, pero no puede no-querer lo que quiere” me bastó desde muy joven.
Vivir es elegir necesariamente entre opciones. Esta “necesidad” de elegir constituye el núcleo del problema de la libertad. Las opciones no son infinitas, sino solo las que se atemperan a nuestra circunstancia. Elegir una implica rechazar las demás posibilidades, avanzar un largo trecho en una dirección sin retorno, hasta alcanzar una nueva encrucijada, donde de nuevo, necesariamente, tendremos que sortear otra elección.
El problema queda así planteado: A lo largo de esta peregrinación por el mundo que llamamos vida, el hombre se ve abocado a elegir entre opciones diversas. Cada elección supone el sacrificio de otras opciones. Las opciones son cada vez, más escasas, el sacrificio cada vez mayor. La última “opción” irremediable es la muerte.
El arte de saber vivir dignamente es el de saber sacrificar lo menor para poder preservar lo importante. El problema de la libertad entronca así con el de la conducta moral.
Vivir es elegir necesariamente entre opciones. Esta “necesidad” de elegir constituye el núcleo del problema de la libertad. Las opciones no son infinitas, sino solo las que se atemperan a nuestra circunstancia. Elegir una implica rechazar las demás posibilidades, avanzar un largo trecho en una dirección sin retorno, hasta alcanzar una nueva encrucijada, donde de nuevo, necesariamente, tendremos que sortear otra elección.
El problema queda así planteado: A lo largo de esta peregrinación por el mundo que llamamos vida, el hombre se ve abocado a elegir entre opciones diversas. Cada elección supone el sacrificio de otras opciones. Las opciones son cada vez, más escasas, el sacrificio cada vez mayor. La última “opción” irremediable es la muerte.
El arte de saber vivir dignamente es el de saber sacrificar lo menor para poder preservar lo importante. El problema de la libertad entronca así con el de la conducta moral.
viernes, 5 de junio de 2009
El último demonio.
"El infraescrito demonio, da fe de que ya no quedan demonios"¿ Para qué más, si el hombre es de por sí un demonio?. ¿De qué sirve persuadir a hacer el mal a alguien que ya está convencido?.
Yo soy la última de las persuasoras, vivo en un ático de Bruselas, y obtengo "mi sustento" de un ordenador.
No me preguntéis como me las arreglé para llegar aquí. Cuando Asmodeo manda algo, hay que obedecer sin rechistar. Hace tiempo que “allí abajo” se venía pensando en la necesidad de poner al día los polvorientos archivos.
Yo soy la última de las persuasoras, vivo en un ático de Bruselas, y obtengo "mi sustento" de un ordenador.
No me preguntéis como me las arreglé para llegar aquí. Cuando Asmodeo manda algo, hay que obedecer sin rechistar. Hace tiempo que “allí abajo” se venía pensando en la necesidad de poner al día los polvorientos archivos.
El caso es que de repente y sin saber cómo, me vi involucrada en el asunto. Desde luego mi delicada situación, tras el encontronazo con Baalberith, era la menos apropiada para ponerme a hacer alharacas. Como suele decirse llevaba años bailando en la cuerda floja. Así que no tuve más remedio que aceptar “mi traslado”.
Por otra parte, mi francés siempre ha sido bastante aceptable y el paisaje de Bruselas no me era del todo desconocido. Fue precisamente aquí, donde me labré la desgracia, mientras acompañaba al encarnizado Baalberith en la ofensiva alemana de 1941. El homicidio era entonces cosa frecuente en estos pagos. ¡ Qué grandes inventos: la patria, la raza, la nación!. ¿ Qué se supone que debe hacer una vieja embaucadora, en medio de tanto asesino?. ¡Si no quedaba el más leve resquicio para profesar el viejo arte de la seducción; nada quedaba del noble oficio diabólico!. “Muerto el perro se acabó la rabia”, éste era el lema de aquellos tiempos. ¡ Qué le voy a hacer !. Será cuestión de carácter, pero me da repelús la brutalidad. Y cometí el error de dárselo a entender a quien no debía.
¡Para qué más!. La envidia entre los diablos es cosa bien sabida. Mi destitución sembró el general regocijo entre los burócratas del Archivo Central. Me enviaron a los sótanos a limpiar el polvo de toneladas de legajos y expedientes.
Por eso ahora, me produce cierto regodeo, que mi trabajo haya puesto en entredicho la utilidad de la hasta ahora intocable Oficina del Archivo Central. Por una vez, mi reducido tamaño, motivo de tantas burlas, me sirvió para que se me encomendara esta misión. Debo decir que soy un espíritu diminuto. Lo que se dice “una diabla menor”, en la verdadera acepción de esta palabra. Que por mi condición diminuta, pudiera ser remitida en tan sólo una unidad de información, como otro cualquiera de los virus informáticos, cuadraba de maravilla con los planes del Jefe. Para quién los criterios de economía y eficacia se han convertido en una auténtica obsesión.
Como me temía, encorsetada en los escuetos límites de un solo “bit”, el viaje no fue muy halagüeño. Si se puede llamar viaje, al fogonazo que me catapultó de narices contra la dura pantalla de un monitor. Mi vida ahora es un continuo trasegar por los circuitos de la salas de ordenadores del último piso de la sede de la Comisión Europea. Si supierais como añoro, aquella antigua manera de viajar. Cuando la mullida oreja de un buey o la socorrida mochila de un buhonero prometían un viaje lleno de alicientes.
El trabajo consiste en recopilar y enviar, cuanta información pueda interesar en el infierno. Tengo entendido que este material ha provocado una auténtica conmoción allá abajo.Están tan atareados en compaginar la superabundancia de información con los criterios de economía y eficacia que hace años que no me topo con ningún colega.
¡Para qué más!. La envidia entre los diablos es cosa bien sabida. Mi destitución sembró el general regocijo entre los burócratas del Archivo Central. Me enviaron a los sótanos a limpiar el polvo de toneladas de legajos y expedientes.
Por eso ahora, me produce cierto regodeo, que mi trabajo haya puesto en entredicho la utilidad de la hasta ahora intocable Oficina del Archivo Central. Por una vez, mi reducido tamaño, motivo de tantas burlas, me sirvió para que se me encomendara esta misión. Debo decir que soy un espíritu diminuto. Lo que se dice “una diabla menor”, en la verdadera acepción de esta palabra. Que por mi condición diminuta, pudiera ser remitida en tan sólo una unidad de información, como otro cualquiera de los virus informáticos, cuadraba de maravilla con los planes del Jefe. Para quién los criterios de economía y eficacia se han convertido en una auténtica obsesión.
Como me temía, encorsetada en los escuetos límites de un solo “bit”, el viaje no fue muy halagüeño. Si se puede llamar viaje, al fogonazo que me catapultó de narices contra la dura pantalla de un monitor. Mi vida ahora es un continuo trasegar por los circuitos de la salas de ordenadores del último piso de la sede de la Comisión Europea. Si supierais como añoro, aquella antigua manera de viajar. Cuando la mullida oreja de un buey o la socorrida mochila de un buhonero prometían un viaje lleno de alicientes.
El trabajo consiste en recopilar y enviar, cuanta información pueda interesar en el infierno. Tengo entendido que este material ha provocado una auténtica conmoción allá abajo.Están tan atareados en compaginar la superabundancia de información con los criterios de economía y eficacia que hace años que no me topo con ningún colega.
Al parecer tal y como van las cosas, allá abajo se ha creído innecesaria cualquier tipo de intervención en este mundo. El jefe ha apostado por la realidad virtual y nos inunda con e-mails en los que da por sentado, que en breve, el mundo “finiquitará” con un caos irremediable.
Mientras tanto; suelo pasar el tiempo observando através de las pantallas, como se afanan por nada estos bien alimentados funcionarios de la Comisión. ¡Cuando tengo un rato libre, doy en pensar que en este mundo ya no hay necesidad de demonios!.
Mientras tanto; suelo pasar el tiempo observando através de las pantallas, como se afanan por nada estos bien alimentados funcionarios de la Comisión. ¡Cuando tengo un rato libre, doy en pensar que en este mundo ya no hay necesidad de demonios!.
lunes, 1 de junio de 2009
La puerta del Paraiso
Escena de Noe, Puerta del Paraiso. Baptisterio de la catedral de Florencia.
Lo que sigue es un fragmento del excelente artículo, que publicó, ayer domingo, Jose María Herrera en el Imparcial Digital, con el título: Diario de la amargura.
"Cuando un turista va a Florencia y se detiene delante de la Puerta del Paraíso, en el Baptisterio, quizás para acabar el helado o para hacer la cola de la cúpula del Duomo, es difícil que resista la tentación de echar un vistazo a las escenas allí representadas. Si pertenece a la generación anterior a la ruina de las humanidades, el viajero identificará fácilmente, entre otras historias bíblicas, la de Noé, aunque sin duda se sorprenderá al constatar que el arca tiene la forma de una pirámide. Hay que haber cursado algo más que el antiguo bachillerato para saber que esta pirámide es un guiño a los partidarios de Orígenes, autor del siglo IV censurado por la Iglesia, y concretamente al descubridor de sus homilías, Ambrosio Traversari, amigo del escultor. Nadie necesita conocer todo esto para apreciar la calidad de la obra, desde luego, pero no es lo mismo mirar la Puerta de Ghiberti y no ver nada, que rememorar por su intercesión un episodio del Génesis o las querellas acerca del significado místico de las matemáticas que se remontan a la época en que Hugo de San Victor escribió De arca Noe morali. Una puerta, digámoslo así, es a veces más que una puerta.
Los seres humanos tenemos dos vidas, una contante y sonante, de carne y hueso, cotidiana y externa, y otra interna y maravillosa, hecha de imaginación, lo que no quiere decir en absoluto irreal o absurda. La improbable convergencia de ambas vidas explica que a los hombres nunca nos baste el mundo. Por eso soñamos. Con la ínsula Barataria o el harén del sultán de Rajputana, da igual. Los sueños repetidos acaban adquiriendo tanto o más peso en nuestras existencias que las realidades evanescentes del día a día. Cómo nos vaya en general depende de que sepamos conciliar los dos órdenes. El placer de viajar guarda relación con ello. El viaje nos aleja del escenario donde representamos nuestro papel cotidiano y nos transporta a un mundo en el que es posible liberar nuestro yo oculto, ese yo que sueña e imagina. Claro que para eso hace falta un yo oculto. Sin cultura, sustancia de la vida interior, no hay viaje que valga y hasta las visiones de los narcóticos son simple rutina. Se ve lo que se sabe y cuando no se sabe no se ve; no se ve la pirámide, ni el arca, ni a Noé, ni nada de nada, sólo una puerta de bronce, y puede que ni siquiera eso porque quizá estábamos muy atareados fotografiándola y no reparamos en ella".
Lo que sigue es un fragmento del excelente artículo, que publicó, ayer domingo, Jose María Herrera en el Imparcial Digital, con el título: Diario de la amargura.
"Cuando un turista va a Florencia y se detiene delante de la Puerta del Paraíso, en el Baptisterio, quizás para acabar el helado o para hacer la cola de la cúpula del Duomo, es difícil que resista la tentación de echar un vistazo a las escenas allí representadas. Si pertenece a la generación anterior a la ruina de las humanidades, el viajero identificará fácilmente, entre otras historias bíblicas, la de Noé, aunque sin duda se sorprenderá al constatar que el arca tiene la forma de una pirámide. Hay que haber cursado algo más que el antiguo bachillerato para saber que esta pirámide es un guiño a los partidarios de Orígenes, autor del siglo IV censurado por la Iglesia, y concretamente al descubridor de sus homilías, Ambrosio Traversari, amigo del escultor. Nadie necesita conocer todo esto para apreciar la calidad de la obra, desde luego, pero no es lo mismo mirar la Puerta de Ghiberti y no ver nada, que rememorar por su intercesión un episodio del Génesis o las querellas acerca del significado místico de las matemáticas que se remontan a la época en que Hugo de San Victor escribió De arca Noe morali. Una puerta, digámoslo así, es a veces más que una puerta.
Los seres humanos tenemos dos vidas, una contante y sonante, de carne y hueso, cotidiana y externa, y otra interna y maravillosa, hecha de imaginación, lo que no quiere decir en absoluto irreal o absurda. La improbable convergencia de ambas vidas explica que a los hombres nunca nos baste el mundo. Por eso soñamos. Con la ínsula Barataria o el harén del sultán de Rajputana, da igual. Los sueños repetidos acaban adquiriendo tanto o más peso en nuestras existencias que las realidades evanescentes del día a día. Cómo nos vaya en general depende de que sepamos conciliar los dos órdenes. El placer de viajar guarda relación con ello. El viaje nos aleja del escenario donde representamos nuestro papel cotidiano y nos transporta a un mundo en el que es posible liberar nuestro yo oculto, ese yo que sueña e imagina. Claro que para eso hace falta un yo oculto. Sin cultura, sustancia de la vida interior, no hay viaje que valga y hasta las visiones de los narcóticos son simple rutina. Se ve lo que se sabe y cuando no se sabe no se ve; no se ve la pirámide, ni el arca, ni a Noé, ni nada de nada, sólo una puerta de bronce, y puede que ni siquiera eso porque quizá estábamos muy atareados fotografiándola y no reparamos en ella".
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